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Un espacio sobre la vida, el cine, el fútbol, la política, los comics y todas esas otras pequeñas cosas que ocupan nuestro tiempo
martes, 31 de marzo de 2009
Mis películas/ "SANGRE" (1995)
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lunes, 30 de marzo de 2009
Cine/ "Los abrazos rotos"
Cada vez menos almodovariano
Mientras veía “Los abrazos rotos” no pude evitar comparar su estilo y su acabado con el de las primeras películas que encumbraron a Pedro Almodóvar en la primera mitad de la década de los 80: “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, “Laberinto de pasiones” o “Entre tinieblas”. Hay un auténtico abismo entre aquellos primeros títulos y los dos últimos que ha facturado Almodóvar. De hecho, durante gran parte del metraje de “Los abrazos rotos” sentí auténticos deseos de aplaudir. Lo malo es que, durante bastantes minutos, sentí también deseos de bostezar. Parece como si refinar su estilo hubiese forzado al director manchego a hacerse demasiado trascendente. Pero vayamos por partes. “Los abrazos rotos” cuenta básicamente la historia de un director de cine (Lluis Homar) que se quedó ciego a raíz de un accidente en el que falleció su amante y protagonista de su última película (Penélope Cruz). Mediante sucesivos flashbacks, se nos cuenta la historia del cineasta y la actriz, así como la del empresario (José Luis Gómez) que convivía con esta última y de la jefa de producción (Blanca Portillo) del realizador invidente, el cual en la actualidad sobrevive escribiendo o corrigiendo guiones para películas alimenticias indignas de su talento. La primera pregunta que me hago es: ¿hubiera tenido Almodóvar la repercusión mediática que tuvo, si sus primeros trabajos hubieran gozado de la madurez y el excelente acabado técnico que presenta “Los abrazos rotos”? La respuesta es evidente: NO. El cine español actual se encuentra en una crisis cada vez más aguda, herido de muerte por la competencia con la potente cinematografía yanqui y las descargas de internet, pero no puede decirse que no se rueden algunas películas de calidad. Sin embargo, está demostrado que no es estrictamente la calidad lo que hace que el público acuda al cine, sino la concurrencia de otros factores. En el caso de Almodóvar, no cabe duda de que lo que atraía al personal era el difícil equilibrio entre el drama y el humor, un humor muy basto y provocativo al principio, con abundantes elementos transgresores (predominio de la temática homosexual) pero que, al pasar el tiempo, se ha “civilizado” ostensiblemente, al tiempo que la maduración de Almodóvar como persona y como cineasta le permitía realizar películas de calidad sin tener que recurrir a la provocación. El humor chabacano y la sal gorda ya casi no tienen cabida en “Los abrazos rotos”, por lo que, salvo en un par de secuencias aisladas, no puede decirse que nos hallemos ante un film divertido. Pero es que, dramáticamente, tampoco resulta convincente. Almodóvar se empeña en contar demasiadas cosas, en narrar demasiadas pequeñas historias superpuestas, en meter con calzador en la trama a un sinfín de actores cuya presencia obliga a alargar un metraje que se hace en ocasiones algo cansino. Si toda la publicidad del film se basa en la imagen de Penélope Cruz, si son las escenas que giran en torno a ella las que confieren auténtico brío y auténtica vida a la película, ¿por qué ese empeño en demorar tanto su aparición, por qué esa necesidad de estirar el film una vez ha desaparecido?. El arranque de “Los abrazos rotos” hace temer lo peor: el director ciego al que da vida Lluis Homar se lleva a casa a una muchacha (Kira Miró) que le ha ayudado a cruzar la calle y, sin ton ni son, ambos mantienen un encuentro sexual en el sofá. Por fortuna, la aparición del personaje de Blanca Portillo consigue que el film remonte el vuelo enseguida, y los excelentes diálogos y las interpretaciones de José Luis Gómez y Penélope Cruz (cuyas escenas en la lujosa mansión del primero constituyen, para mí, los mejores instantes del film) permiten que el espectador conciba unas expectativas que, a la larga, no se cumplen. Apuesto a que, si elimináramos del montaje final a Dani Martín (solista de El canto del loco), a Asier Etxeandía e incluso a la muy correcta Lola Dueñas, la película hubiera ganado en coherencia e intensidad. ¿Pretende acaso Almodóvar convertirse en “envejecedor” de actrices? Lo digo porque, si ya en “Volver” mostraba a una Carmen Maura bastante ajada, en “Los abrazos rotos” recupera para el cine a Angela Molina, sólo que está tan patéticamente envejecida que tan sólo por la voz resulta reconocible; y qué suerte la de Penélope Cruz, que ha tenido la suerte de ser, sucesivamente, “hija” de dos estrellas tan carismáticas como la Maura y la Molina. Aun admitiendo que, para quien sólo mira una película en función del nivel de entretenimiento que le depara, este último film de Pedro Almodóvar no merecería una muy alta consideración, yo volví a maravillarme gracias al habitual poderío estético del cineasta, consistente, como es habitual, en un tratamiento inigualable de la luz y el color, una composición de planos formidable, una fotografía excelente y una música adecuadísima para expresar el dolor y la solemnidad que la tragedia de Lena (Penélope Cruz) requería. Atención a los cameos de Kiti Manver, Rossy de Palma, Chus Lampreave y Carmen “Aída” Machi y la rutilante sensualidad de Penélope, mucho menos sobreactuada que en “Vicky Cristina Barcelona” pero igualmente magnética y desgarradora.
Luis Campoy
Lo mejor: el color, Blanca Portillo, Penélope Cruz, José Luis Gómez, la desternillante historia de “Dona Sangre”
Lo peor: Lluis Homar cuando no hace de ciego (atención a su irrisorio postizo capilar), Rubén Ochandiano (otro que hace un flaco favor a la labor de los peluqueros y maquilladores), la absurda planificación de los diálogos entre Lluis Homar y Tamar Novas, resueltos con movimientos de cámara de ida y vuelta que parecen simular un partido de tenis
El cruce: “La mala educación” + “La noche americana” + “Laura”
Calificación: 7,5 (sobre 10)
viernes, 27 de marzo de 2009
Cosas de viejas
Debía tener unos cinco años y era poco más que un retaquito escuchimizado con el pelo cortado a flequillo. Ya por aquel entonces, me exasperaba la demora con que venía mi hermanito o hermanita (que, finalmente, nunca llegaron), y, en su ausencia, me distraía sumergiéndome en la lectura de casi todo lo que se me ponía a tiro. Todavía conservamos en el trastero una caja de cartón en la que se refugian los volúmenes más longevos de una vetusta biblioteca en la que recuerdo títulos en edición de bolsillo como “Que el Cielo la juzgue”, “Viento del Este, viento del Oeste” o “England Made Me”. Como quiera que la temática de la primera de ellas no era muy recomendable para un querubín de mi edad, que el libro de Pearl S. Buck tenía las hojas tan apergaminadas y amarillentas que me daba pánico que se me desintegraran entre los dedos y que la última de las tres obras correspondía a la edición inglesa (lengua que, por aquel entonces, me sonaba más o menos a chino), una y otra vez le pedía a mi padre que me comprase lo que hoy en día definiría como “Comics de Disney”, pero que en aquellos días eran sencillamente “Cuentos del Pato Donald”. ¡Cuántas horas pasé en la divertida y enriquecedora compañía de Donald, Mickey, Goofy, Juanito, Jorgito y Jaimito y el Tío Gilito…! ¡Cuántas veces leí y releí aquellos tebeos llenos de aventuras y humor…! A donde quiera que iba, me llevaba conmigo el ejemplar que estaba leyendo en ese momento, y aquel sábado no iba a ser una excepción. Acompañé a mi madre a la tienda de al lado de casa, una especie de economato en el que había de todo, y, mientras ella sacaba del bolso la hoja de su libretita cuadriculada en la que había apuntado la lista de víveres, yo me senté en un escalón al lado suyo y me puse a leer. Tan abstraído me hallaba en aquel mundo de papel, que llegó un momento en que comencé a pronunciar en voz alta los diálogos de los personajes. Una vecina se aproximó a nosotros y le dijo a mi madre, refiriéndose a mí: “Ay que ver, Maruja, qué niño más rico tienes”. Yo, que continuaba leyendo en voz alta, dije: “¿Qué es ese griterío?”. La mujer se sonrojó y preguntó, ofendida: “¿Cómo has dicho?”. “Son tonterías… cuentos de viejas”, recité yo, reproduciendo el siguiente diálogo del tebeo. A la pobre señora se le acabó la jovialidad y su tono ya no era amable: “¡Oye, niño…!” “Esto me huele a chamusquina”, dijo con mi voz uno de los sobrinitos del Pato Donald, y fue necesaria la urgente intervención de mi madre para evitar que se rifara un bofetón en cuyo sorteo yo llevaba todas las papeletas. Las mejillas de la vecina estaban rojas como los tomates que estaba tanteando, y yo consideré que lo más oportuno era cerrar el comic durante un ratito y abrazarme a las piernas protectoras de mamá. Para cuando la ofendida aceptó las pertinentes explicaciones respecto a que las ingeniosas réplicas procedían de una inocente revista para niños, yo ya había empezado a intuir el poder mágico de las palabras, cosa en la que, tantísimos años después, sigo pensando y pensando sin llegar a dominarla del todo.
jueves, 26 de marzo de 2009
En el candelabro
Fue una señora llamada Sofía Mazagatos la que acuñó, hace como diez años, el término “Estar en el candelabro”. La Mazagatos había sido modelo y quería convertirse en actriz. Para la primera de esas ocupaciones (el pasear sobre una pasarela) no suele ser necesario abrir la boca, pero, cuando la interfecta la abrió, le hubiera cabido dentro un camión de bomberos. La muchacha se quejaba de lo duro que era ser permanente objeto de los flashes de las cámaras, indeseado gaje de su oficio, y quiso lamentarse de su notoriedad haciendo referencia al agotamiento psíquico que le ocasionaba estar siempre “en el candelero”. La moza confundió dos palabrejas de etimología similar y que se refieren al mismo concepto primigenio (la utilización de cirios, velas y candelas para iluminar los espectáculos teatrales o circenses), y, gracias a ella, he encontrado un título para este artículo sobre mi propia sobreexposición a los imaginarios focos de la prensa del corazón, o, mejor dicho, a las lenguas de la gente sin (demasiado) corazón. En todas partes cuecen habas, en todo corral hay una oveja negra y en cada oficina hay un gracioso. El que se sienta detrás mío es de los más incansables, y también, por qué no decirlo, de los más agudos. Naturalmente, la rica tradición cultural hispana obliga a que, quien quiere burlarse de alguien, lo haga echando mano de sus taras físicas o sus desgracias personales, así que, obviamente, lo de ser un separado irrecuperable me convierte en recurrente carne de cañón. Mi cronista personal sabe de mi vida incluso más que yo mismo, ya que cuenta con la ventaja de que yo tan sólo conozco lo sucedido realmente, mientras que él maneja una amplísima rumorología adicional. Hace unos meses me falló mi elogiada paciencia y le reproché a grito pelado su generosa pretensión de adjudicarme más romances de los que un solo cuerpo puede soportar. El se quedó tan fresco. Recuerdo, por ejemplo, uno de sus chistes más celebrados, un día que coincidimos en el bar y me oyó pedirle al camarero un poco de leche para enfriar un café hirviente. “Sí, a Luis échale bastante leche, que desgasta mucha por las noches”. Ja. El año pasado, cuando a la mayoría de mis compañeros se les pagó una indemnización por habernos trasladado del centro de Lorca al Polígono Industrial, y yo, por un error burocrático, me quedé con un palmo de narices, el iluminado humorista consiguió que deseara estrangularle… mientras, todo hay que decirlo, me descojonaba por dentro: “Hombre, Luis, si es que es normal, como te vas a vivir con tantas tías, la Empresa ya no sabe ni en qué ciudad estás”. Jaja. Ayer mismo, estábamos celebrando el cumpleaños de un colega y, cuando por fin alguien descorchó una botella que se había hecho particularmente de rogar, se me deslizó una muestra de ingenua galantería que al final habría de volverse en mi contra. Como a cámara lenta, mientras pronunciaba las nefastas palabras “Eh, dejad que sea María la primera en probar la sidra”, ya intuía la réplica que iba a sobrevenir, y, aun así, no pude evitar que las sílabas brotaran de mi boca y penetraran en el ávido pabellón auditivo de mi sincero fan. “Coño, este Luis sí que sabe tratar a las mujeres, ¿eh, María?”. Jajaja. La aludida, que, por cierto, es la única fémina en este batallón de bárbaros, se echó a reir, y hasta yo esbocé una sonrisita que era más bien un rictus de estoicismo horizontal. Ha pasado tanto tiempo que sé que debería haberme acostumbrado… pero no me acostumbro a estar siempre, permanentemente, en el candelero. Perdón: en el candelabro.
miércoles, 25 de marzo de 2009
Vaya con Florentino

Vaya con Florentino Pérez. Lo tiene (casi) todo, y aún quiere más. No le basta con poseer una de las fortunas más envidiables de Europa, y todavía quiere incrementarla. No le basta con ser accionista preferencial de Iberdrola, y quiere meterse en su Consejo de Administración. No sé si el presidente de la eléctrica, Ignacio Sánchez Galán, será del Real Madrid (para mí que debería ser del Athletic, el de Bilbao), pero le agradezco que no haya permitido, al menos hasta ahora, que Florentino tenga voz y voto en la empresa de mis garbanzos. El caso es que en el seno del club merengue sí parecen dispuestos a readmitir con los brazos abiertos al dueño de la constructora ACS, o al menos hacia esa dirección apuntan todos los rumores. Después de las patochadas de Ramón Calderón (¿os acordáis de cuando acogió en el palco de honor del Bernabéu a un impostor italiano que, sin parecérsele lo más mínimo, fingía ser el actor Nicolas Cage?) y de los chorreos de Vicente Boluda, ya se da por hecho que Florentino se va a presentar a las elecciones a la presidencia del Real Madrid, y, según determinados medios de comunicación (los de siempre), las va a ganar de calle. Vamos, que los demás (posibles) candidatos mejor harían en no despilfarrar ni un euro en una carrera electoral que tienen perdida de antemano. Qué fenómeno, este Florentino. Todavía no se ha pronunciado al respecto, ni siquiera ha anunciado oficialmente que se presente a las elecciones, y ya ha filtrado a qué futbolistas y técnicos tiene atados y bien atados. Del Madrid tenía que ser; arrogante, prepotente, convencido de la omnipotencia de su dinero. ¿Estamos locos, o qué? Si yo fuera Florentino (cosa que, por suerte para ambas partes, no sucede ni sucederá), saldría al paso de los rumores y los confirmaría o los desmentiría lo antes posible. Joder, además de madridista de corazón, se supone que es un empresario respetable, que debería pensar no sólo en sus hobbies y aficiones futboleras sino, antes que nada, en su negocio y en sus trabajadores. ¿Os imagináis el agravio comparativo que experimentará un albañil que trabaja a sueldo de ACS cuando se ponga a mirar su nómina y lea o escuche las cantidades estratosféricas que su patrón está dispuesto a desembolsar para fichar a tal o cual estrellona del balompié? Esta mañana ya se han divulgado seis nombres que, con casi total seguridad, formarán parte de la cosecha post-electoral del señor Pérez (qué mal suena lo de “señor Pérez” tratándose de un tipo al que se le salen los billetes de quinientos euros por las mangas de la camisa; dicho sea con el máximo respeto a los millones de “señores Pérez” que puedan leerme) en cuanto éste sea una realidad palpable. Cristiano Ronaldo y Kaká ya están fichados y hasta se saben las fechas para sus respectivas presentaciones (repito: todavía no es ni siquiera oficial la candidatura de Florentino, y ni mucho menos ha sido elegido presidente), los siguientes futbolistas en vestirse de blanco serán Xabi Alonso y Cesc Fábregas (pero ¿éste no se había comprometido ya con el Barcelona?) y, en cuanto al apartado técnico, parece que Jorge Valdano será el “hombre fuerte” o director deportivo del club, y el largamente deseado Arsène Wenger ya estaría haciendo las maletas para dejar el Arsenal y hacerse cargo de la dirección de la Ciudad Deportiva del Real Madrid; Juande Ramos, como recompensa a su ciertamente buena trayectoria como entrenador sustituto (de Bernd Schuster), seguiría ocupando el banquillo, al menos durante la próxima temporada. Alucinante, oiga. Que a un tío que ni siquiera es candidato a algo ya se le dé como vencedor y se dediquen páginas y páginas de periódicos y horas y horas de radio a narrar con pelos y señales lo que no son ni siquiera anteproyectos de futuro, me parece simplemente vergonzoso. Vamos, que poco menos que hay que darle las gracias a don Florentino, por conformarse con fichar a Cristiano, a Kaká, a Xabi y a Cesc y no llevarse también a Messi, a Eto’o, a Alves, a Puyol, a Villa, a Silva, a Ribery, a Benzema, a Drogba y a Pelé (ah, no, éste no, que ya está retirado). Pues mira, no, yo a este caballero no le doy ni las gracias… ni nada de nada. Y demasiada importancia le estoy dando, hablando tanto rato de él.
martes, 24 de marzo de 2009
Marta y otras víctimas
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lunes, 23 de marzo de 2009
Haciendo amigos

A pocas fechas del primer cara a cara entre Zapatero y su homónimo estadounidense, el ultramediático Barack Obama, el Gobierno de España ha vuelto a meter la pata… hasta el muslo. Si antaño fue el desprecio a la bandera de las barras y estrellas durante un desfile militar, nuevamente el Ejército vuelve a ser el foco de los problemas. Durante una visita teóricamente rutinaria a las tropas destacadas en Kosovo, la superministra Carme Chacón anunció sorpresivamente que antes del final del verano los chicos regresarían a casa. El precedente estaba claro: cuando accedió al gobierno hace cinco años, Zapatero se apresuró a cumplir una de sus promesas electorales, cual fue la retirada de las tropas de Iraq, a donde nos había metido José María Aznar a rebufo del imperialismo de su mentor George W. Bush. La razón para devolver a España aquel contingente militar tenía su origen en la “ilegalidad e inmoralidad” de la invasión norteamericana, y, como formaba parte del programa electoral, la comunidad nacional e incluso la internacional no tuvo más remedio que tragar (durante los años posteriores, todavía había quien se preguntaba por qué Bush no quería ni oir hablar de España). En cuanto a Kosovo, el origen de todo está en la llamada Guerra de los Balcanes que se desató hace diez años, y que tuvo un tardío epílogo más o menos inesperado. Cuando estalló el conflicto, España, miembro aliado de la OTAN para lo bueno y para lo malo, tuvo que enviar tropas como hicieron los demás países de la Alianza (quienes acordaron “entrar juntos y salir juntos” de los Balcanes en cuanto se considerara que el peligro potencial había pasado), pero la posterior declaración de independencia de los kosovares obligó a España a inventarse sobre la marcha un posicionamiento político ante un caso que mimetizaba nuestro conflicto vasco: un territorio que casi de la noche a la mañana decidía independizarse y que, casi contra pronóstico, recibía el respaldo de casi todo el mundo. El gobierno español se negó a reconocer la legitimidad de la nueva república kosovar, pero, obligado por su compromiso con sus socios en el Tratado del Atlántico Norte, no tuvo otro remedio que mantener un destacamento que ahora, un año después, pretende retirar. Argumentó la ministra que “el peligro había pasado”, y puede ser verdad, pero, una vez más, hay que tirarle de las orejas a Zapatero por el modo en que hace las cosas. Que sí, que España no es militarista y que puede que en Kosovo ya no haya una mecha a punto de prenderse, pero ¿qué menos que advertir oportunamente, aunque sea por mera cortesía, a los partidos políticos nacionales, al Congreso de los Diputados, a la Alianza Atlántica e incluso al propio Obama, del que todo el mundo quiere ser el muy mejor amigo? Por Dios, si resulta que ni siquiera el ministro español de Asuntos Exteriores, el simpar Moratinos, estaba informado del asunto… Conste que no estoy cuestionando la soberanía patria ni la libertad de iniciativa de Zapatero, que es aliado de la OTAN y Obama pero no tiene por qué ser su esclavo ni su perro faldero, pero actuar de esta manera unilateral perjudica claramente a todas las partes implicadas. Si retiras a las tropas españolas de Kosovo, estás obligando a la OTAN a pedirle a otro país aliado que arrime el hombro reponiendo idéntico número de soldados; si te “rajas” de una misión sin avisar, estás dándole a entender a tus socios que no eres muy de fiar, pues puedes volver a jugársela en cualquier momento; y, si, en cualquier caso, eres español, demócrata y un poco liberal, ya tienes motivos para preguntarte por qué narices le has regalado el voto por segunda vez a un Zapatero que no termina de salir de una para meterse en otra. Porque no olvidemos que ésto viene poco después del frenético acoso al PP (con polémica cacería incluída), de la derrota en las elecciones gallegas, de la creciente soledad parlamentaria del grupo socialista que impide aprobar nuevas medidas contra la crisis económica y, sobre todo, del anuncio de la reforma de la Ley del Aborto, que no sólo ha hecho levantarse en armas (es un decir) a la Iglesia sino que ha irritado profundamente a los creyentes y amenaza incluso con colapsar las procesiones de Semana Santa. Mal asunto, muy mal asunto, cuando se solivianta, simultáneamente, al estamento eclesiástico y al militar. Y mejor me callo para no parecer demasiado… tremendista.
jueves, 19 de marzo de 2009
Una maleta negra
