jueves, 27 de septiembre de 2007

Menudos Presidentes

Si anteanoche era el Honorable President Laporta el que daba la nota con sus declaraciones abiertamente separatistas, ayer era su más ilustre rival deportivo quien protagonizaba la anécdota del día, al ser confundido con un delincuente colombiano. Lo de Ramón Calderón, máximo mandatario de todos los Blancos y Blancas, me parece simplemente cómico, pues no pasó a mayores y ni siquiera hizo falta la intervención del ministro Rubalcaba, amigo de la esposa de don Ramón, que, por un error en su tarjeta de embarque, fue víctima de un incómodo malentendido, ya que las autoridades aeroportuarias norteamericanas le tomaron por un mafioso cuyos apellidos eran “Ramos Calderón”. Pobre hombre, si su mayor delito es haber sido un niño mentiroso al que le creció la nariz con tanto Kaká y tanto Kaká…. Aunque, según he visto en un diario deportivo esta mañana, los yanquis le imputan una “hazaña” mucho peor: haberles enviado a la “pija” Victoria Beckham. En cuanto a Juan Lapuerta, ¿qué puedo decir que no haya dicho ya?. Más de una vez me he declarado “hincha” del Barcelona, si bien renunciando al componente catalanista que, para muchísima gente, tal filia conlleva. Se puede ser culé y no mandar a tomar por culé al Estado español, ¿o no?. Lo malo es que, cuando casi parecía que había logrado convencer a mis allegados de que tal independencia entre lo deportivo y lo político era posible, llega este senyor (perdón: señor) y me lo trastoca todo. Me da la sensación de que a lo que Laporta aspira es a erigirse en alcalde de Barcelona o, por qué no, en President de la Generalitat, y es lamentable que un hombre de su posición no se dé cuenta de que, lamentablemente, la mayoría de los que se afirman o reafirman “españoles” miran cada vez con peores ojos a quienes anteponen el sentimiento nacionalista a la identidad nacional. Mi amigo Fele, por ejemplo. Todavía recuerdo cuando, en aquella época en la que todavía se veían dinosaurios paseando por las calles de Alicante, él y yo correteábamos por el patio del colegio haciendo ondear una foto de San Johan Cruyff. Ahora, este viejo colega dice que ya no es del Barça, que está cansado de que sus cariños vayan a parar a un corazón que no late en español, y ha decidido reservar todo su aliento para el campechano Hércules de Alicante. Personalmente, nada tengo que objetar al catalanismo, ni al vasquismo (¿se dice así?), ni al mancheguismo… siempre y cuando el querer mucho a mamá no signifique pasar por encima de papá. Ya me entendéis. En fin, yo sigo en mis trece, y, a pesar de Laporta, creo que mezclar el fútbol con la ideología es tan estéril como pedirle a Ronaldinho un compromiso serio con unos colores que no sean los del papel moneda.

martes, 18 de septiembre de 2007

Negro tirando a negrísimo

No me considero un maniático del deporte, pero en jornadas como la del pasado domingo, día 16 de Septiembre, soy víctima emocional de los fracasos deportivos de los equipos que deberían llenarme de ilusiones. Para empezar, el club de fútbol que lleva el nombre de la ciudad en la que trabajo desde mi más tierna adolescencia, el Lorca Deportiva, volvió a perder sin paliativos y en su propio campo, superando su peor racha conocida. El equipo que actualmente dirige un tal Miguel Alvarez ya ocupa puestos de descenso a Tercera División, lejísimos de la sombra de aquel conjunto que el ex-jugador Unai Emery (artífice del ascenso del Almería a Primera) hizo popular y atractivo hace apenas dos temporadas. No sé si todo se debe a que Alvarez no es Emery, a que gran parte de los futbolistas que había entonces ya no están o a que el apoyo del público lorquino, cada vez más harto de ver cómo el fútbol de calidad brilla por su ausencia en el flamante estadio Artés Carrasco, ha empezado a cambiar las tardes de balompié por tardes de café y copas, pero así no se va a ninguna parte excepto a la debacle deportiva y social. Minutos después de confirmarse la nueva catástrofe sufrida por el Lorca, saltaban al campo del Reyno de Navarra el club de mis amores, el Barcelona, y el nuevo rival “menor” al que estaba obligado a aplastar para no perder la rueda del Real Madrid, el Atlético Osasuna. Bien es cierto que Eto’o lleva dos jornadas lesionado y que Messi tampoco iba a jugar, pero de entre los “fantásticos” delanteros azulgrana (Ronaldinho, Henry, Giovani, Bojan, Ezquerro y Gudjohnssen) todavía podía conformarse una línea de ataque temible y goleadora. Sin embargo, algo sigue fallando en los pupilos de Rijkaard, algo cada vez más indefinido e indefinible. Giovani Dos Santos es un revulsivo cuando sustituye a alguien, pero cuando salió de titular pasó desapercibido (vamos, algo parecido a lo que le pasa a Guti en el Madrid); Henry vuelve a parecer más una gacela que un futbolista, pero tendrían que hacerle un trasplante de narices porque su olfato goleador debió quedarse en Inglaterra; y Ronaldinho… Ronaldinho quiere pero no puede. Es curioso que tantos grandísimos jugadores (viejos y nuevos) sean impotentes a la hora de crear un fútbol total como el que el Barcelona exhibió hace tres temporadas, y yo sigo pensando que lo del “final de ciclo” no era una teoría descabellada, para cuya resolución no bastó con echar a peones de segunda como Giuly, Motta, Van Bronckhorst o Belletti, sino que los que tenían que haber salido eran los “pesos pesados” como Deco, Eto’o o el mismísimo Ronaldientes, cogiditos de la mano de un Frank Rijkaard que parece que no da más de sí. Finalmente, la negra guinda de pesar la puso la derrota in extremis de la Selección española de baloncesto, cosa impensable si uno había leído cualquier periódico deportivo durante los últimos días. Los periodistas no aprenden, por mucho que la realidad de la paciencia y la ecuanimidad debería imponerse al chauvinismo y la pasión. Nos tenían a todos tan convencidos de que Gasol, Garbajosa y compañía iban a conseguir el triplete áureo (campeonato del mundo, europeo y medalla olímpica en 2008) sin casi lanzar a la canasta enemiga, que los últimos segundos ante Rusia casi nos provocan un patatús. Los partidos se ganan jugando, y ni siquiera un combinado de tanta categoría como el que ha reunido Pepu Hernández es capaz de jugar a un nivel tan altísimo cuando se disputan tres mil partidos (o casi) en cuatro días. Alguien debió pensar que había que potenciar la forma física tanto como la destreza en los triples, porque el rostro desencajado y exhausto de Pau Gasol era todo un poema, una oda a la impotencia que le gana la partida (o el partido) a la voluntad. En resumen: en el plano deportivo que a mí más me afecta, un verdadero domingo negro… tirando a negrísimo.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Nueva temporada


Comienza un nuevo curso, con sus alforjas cargadas de cambios. De este mes de Agosto que ha resultado tan poco vacacional (no recuerdo haber visto tantas nubes y tantos días de lluvia), ya apenas quedan recuerdos y alguna que otra foto, y Septiembre es una puerta de entrada a un mundo distinto y desconocido. Después de 21 años ganándome las habichuelas en un céntrico local del casco urbano de Lorca, mis superjefes han tenido a bien cambiar el activo inmobiliario por un cuantioso fajo de billetes, y hace hoy una semana que vengo poniendo el huevo en una especie de barracón que, si lo miras desde fuera, te hace pensar en el Holocausto, en los campos de exterminio y en “La Vida es Bella” de Roberto Benigni. Pero no exageremos. Ni la vida es tan bella, ni tampoco podemos compararnos con aquellos pobres judíos; como mucho, estamos un poco jodíos por el cambio, pero todo es cuestión de acostumbrarse. En mi caso concreto, he cambiado incluso más que mis otros compañeros, porque no sólo ha variado mi entorno físico, sino también la propia esencia de mi trabajo. Menos mal que cuento con la paciencia y benevolencia de mis nuevos jefes, porque estos días me siento más perdido que Carod-Rovira en un acto de homenaje a la bandera española. Por suerte, a pesar de que yo lo desconozco casi todo acerca de mi nueva tarea, ellos (jefes y compañeros) creen conocerlo casi todo acerca de mí y de mi pasado. Eso siempre allana las diferencias y contribuye a romper el hielo. Aunque tampoco creo que me ayude mucho incorporarme a una unidad en la que todos parecen creer que soy una especie de cruce entre Julio Iglesias, el Conde Lecquio y Pipi Estrada. ¿O acaso tendrán envidia? Yo, mirándoles con añoranza de su (aparente) estabilidad conyugal y ellos, quién sabe si sintiendo celos de mis últimos años llenos de altibajos sentimentales en los, que por la puerta de mi corazón, han entrado y salido algunas mujeres, más o menos jóvenes, más o menos hermosas, más o menos inteligentes, más o menos apasionadas. “Semental” fue el calificativo que el otro día alguien me dedicó, con evidente falta de tacto. Yo siempre deseo que mi relación actual sea la definitiva, pero parece que los hados no están muy de acuerdo. Lo cierto es que, aunque, hace unos días, daba por terminado mi romance ecuatoriano, una y otra vez nos empeñamos en que los sentimientos pueden curar las heridas tal vez incurables de la realidad. Y aquí estoy yo, en un sitio nuevo, iniciando un trabajo nuevo, y recomenzando de nuevo una vieja relación que, por cada lágrima llorada, parece invitarme a soñar con una sonrisa que todavía no he esbozado.

martes, 11 de septiembre de 2007

Cine: mi comentario sobre "DEATH PROOF"


Incluso los que nos atrevemos a escribir críticas de películas caemos fácilmente en la tentación de leer lo que otros han escrito sobre aquello que estamos a punto de comentar. Yo, estos días, he leído montones de comentarios acerca de “Death Proof”, la nueva película (o casi) del afamado Quentin Tarantino. Lo de Tarantino es un caso único, alguien capaz de revolucionar no sólo el mundo del cine sino también de imponer un estilo en el vestir y hacer popular su muy italiano apellido. El film que le lanzó a la fama, “Reservoir Dogs”, data de 1992 y causó sensación por doquier: cine independiente, de bajo presupuesto, violento y, sobre todo, caracterizado por enrevesados diálogos que se convirtieron en su marca de fábrica. Su siguiente trabajo, “Pulp Fiction” no sólo revalidó las expectativas creadas sino que ganó un Oscar al Mejor Guión Original (prueba de su aceptación por parte de la Industria) y congregó en su reparto a un tropel de estrellas hollywoodienses (John Travolta, Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Uma Thurman, Harvey Keitel) ansiosas de trabajar con el nuevo “enfant terrible” del Séptimo Arte. Sin embargo, a partir de ahí el globo comenzó a desinflarse, al menos en mi opinión. Los guiones que Tarantino escribió para otros realizadores (“Asesinos Natos”, “Abierto hasta el Amanecer”) no mantuvieron la frescura que se esperaba de él, y su tercera propuesta como director, “Jackie Brown”, fue una notoria decepción. “Kill Bill” le reconcilió con la crítica y, sobre todo, con el público, pero su nueva excentricidad ha conseguido dividir en dos a la opinión pública. Devoto del cine de serie B de los años cincuenta y sesenta (“Pulp Fiction” fue buena prueba de ello), Tarantino se reunió con su amiguete el chicano Robert Rodríguez y ambos concibieron un proyecto compuesto por dos mini-películas y un montón de trailers falsos, todo ello filmado de modo premeditadamente cutre y patatero. “Grindhouse” fue el título que le pusieron a su film-homenaje, cuyos platos fuertes eran “Planet Terror” el fragmento que firmó Rodríguez y “Death Proof.”, el segmento a cargo de Tarantino. Pero algo imprevisto (al menos, por ellos) sucedió: el público les dio la espalda, y las recaudaciones de “Grindhouse” fueron tan pésimas que, para su exhibición internacional, decidieron recomponer sus respectivos mediometrajes y estrenarlos por separado, para lo cual hubieron de rodar escenas adicionales con las que estirarlos cual chicles cinematográficos. Hace un mes llegó a nuestros cines la retocada “Planet Terror” (que, todo hay que decirlo, parece que ha gustado bastante) y ahora acaba de aterrizar la tarantiniana “Death Prof.” Tal como dije al principio, he leído decenas de críticas y he escuchado la voz del aficionado, y hay de todo menos unanimidad. A todo al que se sigue refiriendo a Quentin Tarantino como “genio” yo le diría que los únicos genios que se me ocurren pudieron ser gente como Hitchcock, Ford, Wilder o Bergman, y que, a la sombra de ellos, han proliferado grandes directores que han gozado del favor del público (Spielberg, Scorsese, Truffaut, Berlanga, etc.). Tarantino, siendo generoso, puede ser considerado un realizador “original”, “diferente”, pero aún le quedan años luz para llegar a la categoría de “genio”. Por lo que respecta a “Death Proof”, es evidente que la historia central (un antiguo especialista de cine utiliza su viejo coche “a prueba de muerte” para asesinar a confiadas jovencitas) ha perdido peso específico en la “versión extendida”, poblada de personajes femeninos que hablan y hablan sin parar y la mayor parte de lo que dicen son estupideces. Llamar “genio” a Tarantino porque llena el principio de su película de planos de pies femeninos que no vienen a cuento, porque rescata del anonimato a cuatro o cinco actrices que bien podrían haber seguido siendo anónimas o porque, al final, el depredador psicópata acaba siendo la víctima de sus “desvalidas” presas, me resulta impropio de quienes se consideran “expertos” en Cine. Porque la primera media hora de “Death Proof” se hace tan pesada que aburre, porque la agilidad y coloquialidad de sus diálogos resulta de todo menos creíble, porque su estética “pobre” y “feísta” resulta indigesta y porque Kurt Russell realiza una interpretación simplemente convencional de un personaje simplemente mal escrito, yo confieso que a los veinte minutos ya estaba deseando salir del cine, tan decepcionado me sentía, y no me hubiera importado perderme la “magistral actuación” (¿¿??) del protagonista de “La Cosa” y “1997: Rescate en Nueva York”. Afortunadamente, la segunda mitad de “Death Proof” mejora considerablemente, y la persecución automovilística que cierra el film pasará, indudablemente, a las antologías de este tipo de secuencias, mérito que, en cualquier caso, hay que atribuir al director de segunda unidad, a los especialistas y al montador… pero no a Quentin Tarantino, quien, si, como guionista y director, no goza de su mejor momento, como actor (en el film interpreta a un repelente barman) debería subirse en el coche conducido por Kurt Russell y permitir que un “inesperado” choque mortal aliviase al mundo de un “talento” tan patético.

Luis Campoy
Calificación: 5 (sobre 10)

domingo, 9 de septiembre de 2007

Cine: mi comentario sobre "LA JUNGLA 4.0"


Hay veces en que para disfrutar una película hay que hacer un auténtico acto de fe antes de su inicio. Es decir, hay que estar dispuesto a creerse a pies juntillas que todo lo que nos van a contar es posible y es probable y hacedero; en caso contrario, sería imposible disfrutar el virtuosismo de su puesta en escena.

Eso es exactamente lo que sucede, más que en ninguna otra entrega de esta popular saga, en la cuarta parte de “Jungla de Cristal”. Si uno pretende que el film protagonizado nuevamente por Bruce Willis va a ser una película “seria”, “realista” o “verosímil”… de verdad, es mejor gastarse el dinero de la entrada en alquilar en el video club un buen documental en DVD. Por el contrario, si lo que queremos es volver a disfrutar de una de las mejores estrellas del cine de acción de los 80, todavía en su salsa y al frente de un dignísimo producto de evasión cuya única pretensión es entretenernos durante algo más de dos horas, tengo que decir que “La Jungla 4.0” (“Live Free or Die Hard” en inglés) no resulta nada decepcionante. (Por cierto, ¿no resulta horrorosamente inadecuado que una película que transcurre en un entorno eminentemente urbano se haya traducido como “La Jungla”?. Todo ésto viene de un despropósito semántico que se cometió al adaptar el título del primer film, “Die Hard”, que significa algo así como “Muere duramente”, aunque aún más correcto hubiera sido denominarla “Duro de matar”, si bien la expresión inglesa “die-hard” también sirve para definir a un “metomentodo”, un “entrometido”, alguien que ha escogido el peor momento para estar en el lugar equivocado…. exactamente lo que le sucedía al poli encarnado por Willis).

19 años después de “Jungla de Cristal” y 12 a partir de la anterior entrega de la serie, “Jungla de Cristal: La Venganza”, los sucesivos fracasos comerciales de los últimos films protagonizados por Bruce Willis, un actor que ya ha cumplido 52 primaveras, le han hecho reconsiderar su oposición inicial al hecho de encasillarse en su personaje más popular: John McClane, un poli de Nueva York divorciado y ya próximo a la jubilación, solitario, expeditivo y con una habilidad poco frecuente para hallarse en medio de los fregados más explosivos. Como dije al principio, pretender exigir un atisbo de verosimilitud en todos las hazañas que protagoniza este policía cincuentón (tan poco verosímiles, por otra parte, como las que desempeñaba cuando era cuarentón o incluso treintaañero) sería un suicidio para la capacidad de maravilla de cualquier espectador. Lo que hay que hacer para sacarle todo el partido a esta película es simplemente dejarse llevar, identificarse a tope con el sarcasmo entrañable de McClane, con su inagotable capacidad de sufrimiento y con la deslumbrante pericia de los técnicos de efectos especiales, que nos ofrecen un auténtico recital de tiros, explosiones y accidentes aéreos.

Tratando de adaptarse al signo de los tiempos, el villano de esta entrega es un peligroso pirata informático, algo así como el Padre de todos los hackers, que no duda en reclutar un terrorífico ejército de pistoleros cuya misión es posibilitar su plan terrorista destinado a provocar el caos total en unos Estados Unidos cuyas infraestructuras (al igual que en el resto del mundo) están controladas por ordenadores. He aquí probablemente el punto más débil de la película: para que un héroe sea realmente heroico, no sólo tiene que saber disparar y soportar que le hinchen a hostias… también tiene que tener un oponente digno de su nivel. Sin embargo, el actor Timothy Olyphant no sabe componer un personaje realmente ominoso en sí mismo, sino más bien inexpresivo y, por ende, poco o nada amenazador, lo cual no consigue sino hacernos añorar nostálgicamente al primer enemigo de McClane, el terrorista Hans Gruber que tan exquisitamente encarnó Alan Rickman en “Jungla de Cristal”. Otra discutible aportación argumental es la forzosa cooperación de McClane con un joven hacker (Justin Long), que, sin un personaje totalmente inútil, sí hubiera debido ver reducida su aportación, pues resta protagonismo a un Bruce Willis sorprendentemente cachas y vigoroso al que tan sólo la ausencia de cabello y unas cuantas arrugas apartan de la imagen que tenemos grabada en la memoria desde 1988. Y un breve apunte para cinéfilos: el director y guionista (de cine y de comics) Kevin Smith (“Clerks”, “Persiguiendo a Amy”) realiza un pequeño papel interpretando a “El Brujo”, otro virtuoso (por no decir colgado) de la informática.

El realizador británico Len Wiseman, autor de “Underworld”, no desentona demasiado de sus predecesores, el magnífico John McTiernan de las partes 1 y 3 y el simplemente artesanal Renny Harlin de la segunda entrega, y consigue imprimir al film un ritmo trepidante y sin altibajos que arranca desde la primera secuencia y no decae hasta el desenlace. También es agradable que el compositor Marco Beltrami recupere, para su funcional partitura, los leit motivs creados por el ya fallecido Michael Kamen; la atmósfera sonora nos hace sentirnos como en casa y, en este mismo sentido, la extraordinaria voz del eterno doblador español de Bruce Willis, Ramón Langa, constituye, asimismo, todo un regalo para los oídos.

Luis Campoy
Calificación: 7,5 (sobre 10)

sábado, 8 de septiembre de 2007

Zarzuela: "LUISA FERNANDA", en DVD



Planeta DeAgostini acaba de poner en los kioscos una nueva colección de DVD’s que pretenden revitalizar, por enésima vez, el alicaído y casi moribundo mal llamado “género chico”: la Zarzuela española. La zarzuela, adaptación a la idiosincrasia hispánica de su hermana mayor, la Opera italiana, comenzó a tomar forma en el lejano siglo XVII, si bien las obras que más repercusión popular han conservado datan de finales del siglo XIX y principios del XX.

En una elección que me parece acertadísima, Planeta inicia su antología titulada “Lo Mejor de la Zarzuela” con la que es una de mis dos obras favoritas dentro de este género: “Luisa Fernanda”, con música de Federico Moreno Torroba y libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. La grabación que se pone a disposición del público en esta nueva colección pertenece a la representación efectuada en julio del año 2006 en el Teatro Real de Madrid y protagonizada por Plácido Domingo, Nancy Herrera, José Bros y Mariola Cantarero, con dirección musical de Jesús López Cobos y escénica de Emilio Sagi.

Viendo el DVD (por cierto, con auténtico entusiasmo y deleite), lo primero que tengo que decir es que se nota que Emilio Sagi ha visto más de una vez mi también adorada “Les Miserables”, pues todas las escenas coreográficas y de masas se parecen sospechosamente a las del célebre musical producido por Cameron Mackintosh, trazando un paralelismo nada casual que más adelante analizaré. Asimismo, es de destacar la lujosísima austeridad de atrezzo y vestuario, que apuestan por colores básicos (predominantemente blanco y negro) consiguiendo crear un mundo casi irreal en el que los cantantes y actores son lo único importante. Hay que reseñar que, si bien, como dije antes, la grabación del DVD se efectuó en Madrid los días 14 y 16 de Julio de 2006, el montaje en cuestión es en realidad una coproducción del Teatro Real con las Operas de Washington y Los Angeles, las cuales tienen como director musical a… Plácido Domingo, que, lógicamente, se reserva el papel principal y, con cierta prepotencia, se permite interpretarlo aun tratándose de un personaje que debería ser ejecutado por un barítono y no por un tenor.

La acción de “Luisa Fernanda” transcurre en el Madrid de 1868, durante el reinado de Isabel II de Borbón, también conocida como “La Chata”, época en la que, como había sucedido antes y volvería a suceder exactamente 100 años después, se despertaron por doquier sentimientos libertarios, republicanos y antimonárquicos. Luisa Fernanda es una bella joven enamorada de un coronel del regimiento de húsares de la Reina, Javier Moreno, quien, sin embargo, prefiere volar en alas de la gloria militar en vez de cortejar a su novia de la infancia. Paralelamente, un rico y maduro hacendado extremeño, Vidal Hernando, ha quedado prendado de los encantos de Luisa, si bien ella le informa de que “tiene amores antiguos” que, “cuanto más la atormentan, más sabrosos le salen”. A pesar del desaire de la muchacha y, sobre todo, de la insalvable diferencia de edad, Vidal no se desanima, afirmando que “para un río de desdenes”, tiene “un puente de esperanzas”. Surge entonces la chispa revolucionaria y los conspiradores liberales, encabezados por el idealista Luis Nogales y el impetuoso mozalbete Aníbal, tratan de captar a Javier para que traicione a la Reina y abrace su causa. Sin embargo, el coronel sucumbe a los más evidentes encantos de la Duquesa Carolina, tan voluptuosa como acérrima monárquica, y es entonces cuando Vidal, sólo por trasladar a la política su rivalidad amorosa con Javier, se convierte en el más convencido de los republicanos pre-revolucionarios. Cuando Luisa Fernanda descubre que Javier no tiene tiempo para visitarla y, sin embargo, se pasea impunemente del brazo de la Duquesa, acepta a regañadientes los desvelos de Vidal, y, durante la Verbena de San Antonio, todos los personajes se encuentran por fin. La Duquesa organiza una subasta benéfica consistente en que el mejor postor la invitará a bailar, y el orgulloso Javier pretende adjudicarse la puja pagando una onza de oro, cifra que será ridiculizada por Vidal, quien ofrece nada menos que cincuenta y, subsiguientemente, “regala” el baile a su rival. Visiblemente ofendido, el húsar arroja un guante a los pies del extremeño, y éste le dice que muy pronto aceptará el reto. Tal cosa tiene lugar durante los levantamientos callejeros contra las fuerzas gubernamentales, y Vidal logra abatir el caballo que monta Javier, que queda desarmado y es apresado por los milicianos, los cuales a punto están de lincharle y sólo desisten de sus pretensiones ante la oposición de Luisa Fernanda. Pero bien poco les dura el triunfo a los revolucionarios, ya que los húsares enseguida sofocan la rebelión y liberan a Javier, quien señala a Vidal como cabecilla de los sublevados y ordena su detención, si bien el “tapado” Luis Nogales emerge de entre la muchedumbre y asume su condición de líder derrotado pero no humillado (su discurso al entregarse es auténticamente vehemente). Cuando todo parecía indicar que Javier, agradecido ante el apoyo providencial de Luisa Fernanda, sentaría la cabeza y se entregaría en cuerpo y alma a la joven, aparece la Duquesa Carolina y el casquivano militar se deja nuevamente llevar por los oropeles aristocráticos. Terriblemente despechada, Luisa acepta la proposición matrimonial de Vidal y parte a Extremadura con él, con el fin de convertirse en su esposa. Todo está a punto para la boda y el maduro Vidal recibe las prebendas de sus labradores, a los que transmite su ingenua sensación de felicidad. Pero el Destino tiene otros planes y Javier, que ha caído en desgracia y lo ha perdido todo, acude a Luisa Fernanda implorándole su perdón y, aunque las palabras de ésta le rechazan, Vidal comprende que el amor de su futura esposa nunca sería para él, por lo que decide anular el compromiso e invita a Luisa a que marche junto a Javier, llevándose consigo su corazón destrozado, del cual, no obstante, la joven no deberá temer nada, porque “un corazón que perdona no es una carga que pesa”.

Tal como apuntaba hace unas líneas, no creo que sea casualidad que los números musicales de la versión de “Luisa Fernanda” que ahora estoy comentando se inspiren en “Les Miserables”. Ambas obras comparten una misma temática liberal y revolucionaria, y en ambos casos se narra cómo un levantamiento popular es inicialmente aplastado por el poderío militar de las fuerzas del estado opresor. En el caso del musical basado en la novela de Víctor Hugo, la acción está enmarcada durante la llamada Revolución de Julio (de 1830), también conocida como “Las Tres Gloriosas”, por lo que existe una inequívoca vinculación histórica entre ambas piezas.

Ciñéndonos a la versión de Jesús López Cobos y Emilio Sagi que Planeta nos permite degustar, he de decir que mi valoración es bastante positiva. La maravillosa partitura de Moreno Torroba alcanza el mismo cielo al ser interpretada por la orquesta y coros titulares del Teatro Real madrileño, y la rutilante puesta en escena (una vez aceptado el premeditado minimalismo que la alienta) constituye todo un regalo de lujo y buen gusto. Mas no todo iban a ser elogios y comentarios positivos. De manera harto discutible, tan ilustre representación, que podía haber sido histórica, parece que pretendió ser igualmente minimalista para con el riquísimo texto escrito por Romero y Fernández Shaw, y he detectado que faltan varias escenas que, sin ser estrictamente necesarias para el entendimiento de la obra, sí restan brillo a su admirable calidad literaria. Eso me parece difícilmente excusable y, como mínimo, merece un capón. En cuanto a los actores/cantantes, primero hay que decir que el DVD de Planeta sólo recoge a la mitad del elenco estelar, ya que, como suele suceder en estos casos, eran dos los intérpretes para cada uno de los papeles protagonistas, los cuales, según los días, se alternaban sobre el escenario. Nunca sabremos, pues, cómo era la versión ofrecida por María José Montiel (sustituyendo a Nancy Herrera), Israel Lozano (en el papel que aquí interpreta José Bros), Elena de la Merced (haciendo la parte de Mariola Cantarero) y Angel Ódena (que se turnaba con Plácido Domingo), pero es preciso admitir que el elenco que protagoniza el DVD alcanza cotas difíciles de igualar. La canaria Nancy Fabiola Herrera, emergente mezzo soprano con un gran porvenir operístico, compone una Luisa Fernanda dotada de una inesperada fortaleza de carácter a juego con sus marcados rasgos latinos; ojalá que nunca llegue a considerar que haber interpretado una zarzuela sea un jalón de menor rango en su curriculum. El tenor José Bros, que interpreta a Javier, suple con creces sus limitaciones físicas (en ningún caso resulta creíble como soldado rompecorazones) con la voz más clara y vibrante de todo el elenco; la nota final de su romanza “De este apacible rincón de Madrid”, que la orquesta acompaña con su característica marcialidad, es un verdadero regalo para el aficionado, superando, sin ir más lejos, anteriores versiones a cargo de su “rival” en esta representación, Plácido Domingo. Domingo, bastante entradito en años, ya no da el papel del joven húsar reservado a su tonalidad de tenor, pero no me parece que éso justifique que asuma el rol del barítono (Vidal) como si nada sucediera. En cualquier caso, el excelso artista español compone un personaje entrañable, humano y campechano, y recibe la risa cómplice del público cuando, en un momento dado, su personaje manifiesta, por estar enfrentado al monárquico Javier, sentirse totalmente republicano (es sabido que Domingo es, en la vida real, gran amigo de la Familia Real española). Lo cierto es que Vidal es un auténtico bombón para un artista (el único personaje de la obra que dispone de dos romanzas, “Por el amor de la mujer que adoro” y “Ay, mi morena”), y, sorprendentemente, Plácido se las ingenia para lucirse en las notas más bajas. Por su parte, Mariola Cantarero gorjea muy correctamente y su carnalidad y picardía son muy adecuadas para su seductora Duquesa; ah, y los famosísimos números que canta con Javier, “Caballero del alto plumero” y la archipopular “Mazurca de las Sombrillas” resuenan, en las voces de Bros y Cantarero, luminosas, pletóricas y exquisitamente elegantes. No quiero dejar de mencionar a alguno de los secundarios principales (valga el juego de palabras), que también se lucen en este fabuloso recital. El poderío vocal de Raquel Pierotti (Mariana), la belleza (no sólo en la voz) de Sabina Puértolas (Rosita), el mimo con el que Angel Rodríguez (El Saboyano) interpreta el número más oído de la obra, “Marchaba a ser soldado” (popularmente conocido como “El Soldadito”, que tuvo una versión pop años atrás a cargo del grupo La Compañía), las dotes oratorias del bajo baritonal Federico Gallar (Luis Nogales) y el gracejo, tal vez demasiado atemperado por la seriedad del escenario, del tenor cómico Javier Ferrer (Aníbal) consiguen, la mayoría de ellos, las mejores versiones de sus respectivos papeles que este cronista ha escuchado jamás; y creedme que he escuchado unas cuantas…

Muy recomendable acercamiento a esa ilustre desconocida que es la Zarzuela, esta “Luisa Fernanda” que nos trae Planeta viene a demostrar que no existe ningún género “chico” cuando la calidad de la obra es simplemente mayúscula. Si os gusta la ópera, si os atrae el teatro y, en cualquier caso, si os interesa realizar un viaje retrospectivo a un tiempo un tanto oscuro de nuestra Historia, me atrevo a recomendaros que os hagáis con un ejemplar de esta pieza extraordinaria, muy probablemente la mejor zarzuela jamás escrita.