miércoles, 26 de marzo de 2008

Cine/ "EN EL PUNTO DE MIRA"



MAGNICIDA... PERO NO MAGNÍFICA



Su propuesta pretende ser original, pero "En el punto de mira" deja un sabor amargo cuando termina. El Presidente de Estados Unidos es tiroteado cuando se dispone pronunciar un discurso en la Plaza Mayor de Salamanca, España, y, merced a las casi ilimitadas posibilidades narrativas del Séptimo Arte, el espectador del film tiene la oportunidad de ir conociendo, uno tras otro, los puntos de vista de algunos de los héroes y villanos de la función, así como de varios testigos presenciales. En consecuencia, lo que vemos es la misma escena narrada una y otra vez, con ligeros cambios de enfoque, y sólo al final sabemos todo lo que pasó realmente, cómo y por qué. Como digo, la cosa no pintaba mal al inicio, y el reparto es atractivo: Dennis Quaid, William Hurt, Forest Whitaker, Eduardo Noriega, Matthew Fox y la madre de Sigourney Weaver (perdón, no es su madre, es ella misma, sólo que un poquito ajada). Es lógico que la repetición de los mismos sucesos una y otra vez cause cierta sensación de tedio, aunque el climax del film está muy bien rodado y debería ser un digno colofón. No obstante, al pasar los días lo único que yo recuerdo es la sensación de que lo que me contaron no es digno de credibilidad. Como dije al principio, el magnicidio transcurre, supuestamente, en la ciudad española de Salamanca, pero, por necesidades de producción, "En el punto de mira" se acabó rodando en México, por lo que todos y cada uno de los extras y figurantes (además de algunos actores y actrices secundarios) tienen una cara de mexicanos que no pueden con ella. O sea, no es que uno sea racista y aborrezca ver en pantalla a cientos de comedores de chilis y burritos, sino que salta a la vista que los supuestos salmantinos de tez morena y rasgos marcadamente latinos son falsos, de pega, de pacotilla. A partir de este momento (y ésto sucede desde el mismísimo inicio), es como si todo lo que sucede careciera de interés, porque uno SABE que lo que está viendo es MENTIRA. Me pregunto cuál sería mi percepción de la película si, en lugar de ser español, fuese chino o israelí, pero, como no tengo la respuesta a esa pregunta, sólo puedo decir que "En el punto de mira" me pareció, ante todo, un producto fallido.

Lo mejor: Dennis Quaid y la persecución final
Lo peor: los figurantes y la mayoría de los escenarios, que son más falsos que Judas
El cruce: "Rashomon" + "En la línea de fuego"
Calificación: 6 (sobre 10)

Luis Campoy

sábado, 22 de marzo de 2008

Tener la procesión en paz

Inmersos en la Semana Santa, ya casi entrando en su recta final, ayer viernes sufrí mi particular calvario por obra y gracia de un antipático videoaficionado que se creía con más derechos que los demás alhameños. Desde hace apenas tres o cuatro años, a alguien del Ayuntamiento se le ocurrió la magnífica idea de que ya era hora de explotar comercialmente los desfiles procesionales, así que se compraron como tres millones de sillas de la playa que, en los días de mayor relumbrón penitencial, se disponen en dos filas enfrentadas a ambos lados de la avenida Sierra Espuña, la principal arteria de la ciudad. Los encargados de explotarlas comercialmente son un grupito de inmigrantes sudamericanos que saben de las tradiciones murcianas lo mismo que yo de física cuántica, y cuya única misión parece ser la de colocar las sillas y luego cobrarte dos euros por sentarte en cada una de ellas. Como acomodadores, desde luego, no harán carrera: hace un par de primaveras, mi familia y yo compramos religiosamente (nunca mejor dicho) nuestro derecho a presenciar el desfile (in)cómodamente sentados prácticamente a la puerta de nuestra casa, y al final acabamos diseminados y desubicados porque una pandilla de caraduras de la tercera edad ocuparon nuestros asientos y se negaron a levantarse cuando el sillero, tras mi reclamación, intentó vanamente hacer prevalecer nuestros derechos. Ayer por la mañana volvió a ocurrir tres cuarto de lo mismo. Madrugué (relativamente) y salí con mi hijo para comprar las sillas en las que un par de horas más tarde presenciaríamos el cortejo, con tan mala suerte que, cuando comenzó éste, un repelente individuo, minicámara de video al hombro, se colocó casi en mitad de la calle, con la sana pretensión de filmar el devenir de la procesión. A mí me parece de perlas que todos podamos tener nuestros propios recuerdos de los eventos que presenciamos, pero que un cantamañanas se ponga delante de mí y me tape la visión, máxime cuando yo había comprado una silla y él no, me sentó tan bien como un puñetazo de Rocky Balboa en la boca del estómago. Hace años, lo hubiera sufrido en silencio y con más o menos estoicismo, pero ayer me levanté y le dije al interfecto: “Oiga, ¿le importaría meterse un poco hacia la acera? Es que no me está dejando ver la procesión”. “Pues ya la verás cuando pase por tu lado”, me contestó, sin cortarse un pelo, el repelente videoaficionado. En ese momento, me hubiese gustado que la leche que mamé de mi madre fuese menos noble y bondadosa, porque, una vez más, no supe reaccionar y simplemente me sonrojé, haciendo mío el bochorno que tan conspicuo personaje era incapaz de sentir. Me pregunto cómo pueden existir tipejos así, que tal vez se creen que la calle es sólo suya y suyos son únicamente los privilegios. Si tan convencido estaba de que a mí me bastaba con ver la parte de desfile que se desplegaba frontalmente a mis ojos, ¿por qué diablos no se aplicó a sí mismo su propia teoría? ¿Por qué un tipo maleducado y mal encarado pensó que su afición por el video podía eclipsar mi deseo de tener la procesión en paz?

viernes, 7 de marzo de 2008

Que ETA no condicione nuestro voto


Tenía la secreta convicción de que algo así podía ocurrir…. y probablemente no era el único. Nuevamente, cuatro años después, un cobarde atentado terrorista precipita el final de la campaña electoral. No habrá mítines fin de fiesta, no habrá jornada de reflexión presidida por el sosiego. Un pistolero de ETA ha segado, a traición y por la espalda, la vida de Isaías Carrasco, un militante socialista que llegó a concejal en la anterior legislatura pero que en la actualidad ya no llevaba escolta. El suceso ocurría en la localidad vasca de Mondragón, pero podía haber sucedido en cualquier otra parte de España. Apenas puedo imaginar el horror que habrán experimentado la esposa y la hija de Isaías, que estaban junto a él en el momento en que el asesino ha consumado su crimen. Apenas puedo concebir que alguien que se cree merecedor de la condición de ser humano se atreva a planificar, perpetrar, justificar o apoyar algo tan monstruoso. Qué lejos hemos ido las personas si alguna vez alguien creyó que la muerte tenía más poder de convicción que el razonamiento y la palabra. Pero lo peor aún puede estar por venir. Creo que es evidente que lo sucedido hoy puede influir mucho más que los dos debates televisivos en el voto de los indecisos. Y ¿de qué manera?. Yo veo dos posibilidades, a cual más oprobiosa: una, que alguien pueda pensar que la “hazaña” de ETA haya surgido como consecuencia de las frustradas negociaciones de Zapatero y el PSOE con la banda armada, por lo que, en consecuencia, hay que castigar al actual gobierno votando al PP, que siempre ha estado opuesto a la negociación; dos, que la vinculación del asesinado al Partido Socialista (y no al Partido Popular) pueda dar que pensar que es falso que se haya estado dialogando con los terroristas hasta última hora, luego Rajoy habría mentido y provocado un desgaste deshonesto de su rival político, por lo que se merece, como castigo, que el voto se tiña de rojo socialista. Yo sólo sé que mi voto estaba decidido de antemano y que una pistola o una bomba nunca explotarán lo bastante fuerte como para que lo cambie. Y espero que todos, aunque sólo sea en esto, penséis igual que yo.

jueves, 6 de marzo de 2008

¿Debería sentirme culpable?

Desde lo más hondo del alma, una comezón gélida, viscosa, corroe las entrañas de mi conciencia. Es, sin duda, una irreprimible sensación de culpabilidad. Sé que no debería albergar los sentimientos que siento, sé que, a los ojos de algunos otros de mis congéneres del género humano, puedo parecer un bicho raro, casi una mala hierba. Pero ¿qué diablos? Después de lacerar mis oídos los berridos absurdos y nada deportivos de PacoJó, Manolo Lama, Paco González y demás integrantes pro-madridistas del Carrusel Deportivo de la Cadena SER, cuando el oportunista Raúl González marcó en fuera de juego el único gol del Real Madrid en el partido de anoche, casi me alegré cuando, ya en el tiempo de descuento, la Roma materializó el decisivo 1-2 que les catapultaba a la siguiente ronda de la Champions League, defenestrando, nuevamente, al club más egocéntrico, soberbio, prepotente, pretencioso y megalomaníaco del fútbol mundial. ¿Será porque soy del Barça…? Lo cierto es que se cansa uno de oir, una y otra vez, cómo se mezcla estúpidamente el fútbol con la política (esta misma mañana, he oído cómo alguien decía que, tras la eliminación del Madrid, ya no queda ningún equipo español en la Liga de Campeones), de la forma más estéril y reiterativa posible. Sé que parece que de niño me vacunaron con una aguja de tocadiscos y por éso me repito tanto, pero a mí me gusta el Barcelona porque en él jugaron Cruyff y Maradona y Ronaldo, porque en él ha explotado la magia de Ronaldinho y de Messi, y porque de siempre ha tratado de mantener un estilo de juego alegre y ofensivo. ¿Qué tiene que ver éso con que el estadio en el que tienen su sede esté ubicado en una ciudad y en una comunidad autónoma en las que muchos ciudadanos se expresan en un idioma diferente al del resto del Estado español? Por el contrario, me repele el Real Madrid porque sus seguidores no sólo creen que su club es el mejor que existe, sino que frecuentemente machacan a los demás con sus ridículos alardes chauvinistas, pretenden contagiar a todo el mundo de la inconsolable pena de su fracaso y se permiten desmerecer al rival con descalificaciones que nada tienen que ver con lo deportivo. Que escucho la SER y no la COPE lo sabéis todos quienes me seguís, pero me parece un insulto a la inteligencia el modo en que a todos los locutores de la cadena de PRISA se les ve el plumero cuando tienen que narrar un partido del Real Madrid. Es que se nota que hacen suyas las desdichas del equipo, que sufren en carne propia sus altibajos; es como si la emisora que uno estuviese sintonizando se llamase durante un ratito “Radio Real Madrid”. Aún recuerdo cómo menospreciaron a todos los aficionados maños cuando el Zaragoza eliminó al Madrid de la Copa del Rey hace un par de años. Lejos de ser imparciales y alegrarse por el buen partido disputado por los hombres del entonces entrenador Víctor Muñoz, los de la SER no disimularon en ningún momento su hiriente frustración, su histriónica depresión. Joder, que el lema del deporte es “Que gane el mejor”, y no “Que gane siempre el Real Madrid”. ¿Qué queréis que os diga? Por ser del Barça, uno no puede evitar alegrarse (un poco) cuando pierde el Madrid. Anoche, por culpa de quienes pretenden canonizar a Casillas (“El Santo”, le llaman) y, sobre todo, mitificar a Raúl (glosan cada una de sus hazañas aludiendo a la magnificencia del “Siete”, apelando a la ironía cuando se refieren a él como “El que nunca hace nada” y coaccionando al personal argumentando que es “El que debería jugar siempre”), admito y reconozco, aún sintiéndome un poquito culpable, que me alegré MUCHO.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Comics/ Marvel, hoy


Hace mucho tiempo, demasiado, que no escribía nada sobre comics… y ya tocaba. Cuando traté el tema por última vez, los superhéroes Marvel estaban inmersos en una guerra fratricida, una Guerra Civil que había dividido a todo un país y una sociedad, a favor o en contra de que los justicieros continuaran sus carreras de forma descontrolada, o bien que, por decreto, tuviesen que registrarse y hacer públicas sus identidades civiles. Tras un buen puñado de números repletos de escaramuzas pero también de buenos diálogos, la contienda llegó a su fin con algunas bajas de menor importancia (héroes y villanos de los que pocos nos acordábamos), y con una víctima ilustre e inesperada: el Capitán América, todo un icono de una forma de pensar, de sentir y de comportarse. La herida ha sido tan grande que ha sido inevitable que se produjesen sustanciosos cambios en las principales colecciones que abanderan la Editorial. Los Nuevos Vengadores, aquella formación que tantos dividendos aportó cuando bajo su cabecera se aglutinaron tipos tan dispersos como Spiderman, Lobezno, Luke Cage, Iron Man o el propio Capitán América, pasa ahora a la clandestinidad, ya que sus integrantes militaron en el bando anti-Registro durante el conflicto. Por el contrario, surge un nuevo equipo, que, con el nombre de Los Poderosos Vengadores, cuenta con Iron Man, Pájaro de Guerra, Vigía, Wonder Man y la Avispa entre sus filas. Estos últimos se erigen en brazo ejecutor de las directrices del gobierno federal, una de las cuales es la creación de un grupo de superhéroes en cada uno de los Cincuenta Estados; esta “movida”, mezcla de seguridad e intrusismo, recibe el nombre de “La Iniciativa”. Por si fuera poco, para la realización de trabajos sucios de forma más o menos clandestina y soterrada, Iron Man y SHIELD (la todopoderosa Agencia de contraespionaje que deja en mantillas a la CIA) se lo montan para conseguir que determinados criminales trabajen secretamente a su servicio; así nacen los nuevos Thunderbolts, liderados por el Duende Verde y completados por Piedra Lunar, Veneno, Bullseye, Pájaro Cantor, el Hombre Radioactivo y el nuevo Espadachín. Hasta la más conocida familia aventurera, los Cuatro Fantásticos, ha experimentado la escisión, y, aunque se mantienen en el club la Cosa y la Antorcha Humana, a los condolidos Reed y Susan Richards los sustituye otro matrimonio, el formado por Pantera Negra y Tormenta. Lo mejor de todo es que la falsa sensación de calma no puede ser más engañosa, ya que está gestándose un nuevo conflicto, de proporciones verdes y épicas: la llamada “Guerra Mundial de Hulk”. Universo en constante evolución, el mundo Marvel no puede quedar quieto un momento, y debajo de tanta convulsión se esconde la personalidad del guionista más influyente en la actualidad, un Brian Michael Bendis cada vez más poderoso y manipulador (en el sentido literario del término), bajo cuya batuta la autodenominada “Casa de las Ideas” está consiguiendo unos niveles de ventas que ya casi no recordaban.

martes, 4 de marzo de 2008

Segundo debate, segundo asalto, fin de partido

El segundo gran debate llegó... y pasó. Pasó un largo desierto de quince años desde que se produjera la última gran confrontación televisiva de primera línea entre los candidatos de los dos partidos mayoritarios (mal que le pese al amigo Llamazares), pasó una semana desde que la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión logró poner en antena el primero de los grandes duelos mediáticos del siglo XXI... y pasó aproximadamente hora y media desde que ZP y RB (Rajoy Brey) se dieron la mano en presencia de una Olga Viza tan tímida y poquita cosa como siempre. Todos los medios de comunicación nos habían vendido la trascendencia de este segundo y último cara a cara, que debería determinar el voto de los indecisos y conseguir que muchos dubitativos se decidiesen a acudir el próximo domingo a las urnas. Según los turnos meticulosamente pactados por los respectivos coordinadores de campaña, en esta ocasión Zapatero iniciaba las intervenciones y a Rajoy le correspondía rematarlas. Desde mi punto de vista, esta posibilidad favorece más al que sentencia que al que expone, siempre y cuando el que tiene en sus manos elaborar las conclusiones sea lo bastante hábil como para desmontar los argumentos del otro y construir esgrimiendo adecuadamente los propios. Durante los primeros quince o veinte minutos, tuve la sensación de que el Presidente se había colocado él mismo contra las cuerdas. No es que don Mariano le acorralase más que de costumbre, sino que algo en su propio talante le estaba fallando: demasiado nerviosismo, tal vez demasiada responsabilidad, demasiadas alusiones a una especie de Libro Blanco de Petete que se antojaba tan soporífero como enorme; sus palabras las pronunciaba atropelladamente y se asemejaba a un estudiante leyendo un trabajo escolar del que no se sentía convencido ni orgulloso. Trató de mirar hacia adelante, intentó formular atractivas ofertas de futuro (por ejemplo, subir las pensiones) pero su tono de voz parecía traslucir una cierta desconfianza o inseguridad en sí mismo. Mi padre se durmió al arrullo de su monotonía, y, sin embargo, se despertó en el turno siguiente, cuando Rajoy dijo más o menos lo mismo pero con algo más de garra y volumen. El líder del PP tuvo el partido en sus manos durante un instante, pero perdonó. Perdonó, y éso en una competición a alto nivel es un error tan grave que resulta... imperdonable. Pudo haber apuntillado al rival con una batería de promesas, propuestas e intenciones, pero prefirió aburrir a las ovejas con una patética alusión a su supuesta primera intervención parlamentaria como Jefe de la Oposición, tras lo cual no quiso o no pudo evitar regodearse en lo de siempre. Cometió el error garrafal de retornar a su tema favorito: el terrorismo, pero esta vez, no sé por qué inconcebible razón, lo vinculó machaconamente al 11-M y la Guerra de Iraq. Se lo puso a huevo a Zapatero, y en ese preciso instante todo cambió. El socialista se creció de un modo espectacular, e incluso la sombra de no-sé-qué-resolución de Naciones Unidas que el Gobierno socialista había apoyado (¿?) sirvió a un astuto y agresivo ZP para desestabilizar a su oponente, consiguiendo que Rajoy se equivocase involuntariamente al afirmar que "los socialistas apoyaron la Guerra de Iraq". Esa frase, sacada de contexto, iba a constituir un despropósito de tales proporciones que ya poco más había que decir. Sin embargo, lo que el delfín de Aznar no supo hacer sí lo consiguió un Zapatero crecido y virulento que asoció el éxito de su gestión a la obvia disminución de víctimas del terrorismo con respecto al anterior período, en el que 195 personas perdieron la vida simultáneamente en un solo sitio y en un solo día. No quedé muy complacido con esta maniobra, más propia de, por ejemplo, el Gran Visir Jafar que del cervatillo Bambi, pero es innegable que tuvo un rédito trascendental. Ahí murió el debate, y ya nada de lo que se dijo tuvo la más mínima relevancia. Los candidatos se interrumpían el uno al otro con el beneplácito y casi total inacción de Olga Viza (poco más que un objeto decorativo, constreñida y sin voz ni voto), Rajoy volvió a aludir a su querida niña y ZP volvió a emular a George Clooney despidiéndose de nuevo con su cinéfilo “Buenas noches y buena suerte”. Concluído el cara a cara, ambos aspirantes (según ha narrado Viza) platicaron afablemente sobre la ciudad de León (de donde es natural el líder socialista y donde el domingo pronunció un mitín el candidato del PP), y enseguida se retiraron a la espera de conocer el dictamen de las primeras encuestas, que, lógicamente, dieron la victoria al actual inquilino de la Moncloa. Zapatero ganó nuevamente, pero dudo mucho que los indecisos se decidieran y los dubitativos despejasen sus dudas.