sábado, 3 de diciembre de 2022

Las películas de mi vida/ "LA DILIGENCIA"


Stagecoach

USA, 1939

Director: John Ford

Producción: John Ford, Walter Wanger

Guión: Dudley Nichols, según una historia de Ernest Haycox

Música: Richard Hageman, John Leipold, Leo Shuken, Louis Gruenberg, W. Frankie Harling, Gerard Carbonara

Fotografía: Bert Glennon

Montaje: Otto Lovering, Dorothy Spencer

Dirección Artística: Alexander Toluboff

Diseño de Vestuario: Walter Plunkett

Reparto: John Wayne (Ringo Kid), Claire Trevor (Dallas), Thomas Mitchell (Doc Boone), George Bancroft (Curley Wilcox), John Carradine (Hatfield), Andy Devine (Buck), Louise Platt (Lucy Mallory), Donald Meek (Samuel Peacock), Berton Churchilll (Henry Gatewood), Tim Holt (Teniente Blanchard), Tom Tyler (Luke Plummer), Chrispin Martin (Chris)

Duración: 96 min.

Distribución: United Artists 


Tendría yo no más de diez u once años la primera vez que me subí a la diligencia de John Ford.  Aquel viaje inaugural tuvo lugar en una sala de cine de Alicante, a la que había acudido, como en tantas ocasiones, en compañía de mis padres.  Aún recuerdo las maravillosas sensaciones que experimenté nada más apagarse las luces:  la sala oscura que se iluminaba con aquellas imágenes en blanco y negro del escenario más idílico (el Monument Valley), el vaquero perfecto (John Wayne), los antagonistas más fieros y temibles (los indios) y una música que se me quedó grabada en la memoria y me pasé días y días tarareando, como aferrándome a una experiencia excepcional e insuperable…


Una diligencia está a punto de partir de la pequeña ciudad de Tonto (Arizona) con destino a Lordsburg, Nuevo Mexico.  A ella se sube una serie de personajes de lo más variopinto:  Buck, el conductor ingenuo y bonachón; Curly Wilcox, el sheriff del pueblo, que hace las veces de vigilante de seguridad; Lucy Mallory, esposa embarazada de un capitán de Caballería con el que pretende reunirse; el gallardo Hatfield, un antiguo oficial confederado reconvertido en jugador de fortuna, que se ha prendado de la señora Mallory; Samuel Peacock, viajante de bebidas alcohólicas; y Henry Gatewood, director del banco local que acaba de cometer un desfalco en su propia entidad.  A ellos se les unen, a regañadientes, el médico borracho Josiah Boone y la prostituta Dallas, expulsados por la Liga de la Ley y el Orden, censores de la moral y las buenas costumbres.  A pesar del aviso de que una partida de indios apaches liderada por el sanguinario Geronimo se ha puesto en pie de guerra, la diligencia emprende el viaje según lo previsto, si bien se ven obligados a realizar una parada de emergencia para recoger a un pasajero inesperado:  el joven Ringo Kid, que acaba de salir de la cárcel y se dirige también a Lordsburg para vengarse de los hombres que asesinaron a su padre y su hermano…

 

Decimotercer hijo de un matrimonio de emigrantes irlandeses, John Martin Feeney (que pasaría a la posteridad con el seudónimo de John Ford) nació en Maine, Estados Unidos, el 1 de Febrero de 1894.  Fue su hermano mayor Frank quien primero tuvo contacto con el mundo del cine, trasladándose a Hollywood, California, en 1911, siendo seguido por el joven John dos años después.  Con el nombre artístico de Jack Ford, el muchacho desempeñó todo tipo de actividades en la industria del celuloide (doble de acción, actor, atrezzista, regidor…) hasta que en 1917 tuvo la oportunidad de dirigir una primera película, el westernThe Tornado”, a la que siguieron nada menos que otras ¡61! durante el período del cine mudo.  En 1937. cuando ya había estampado su firma en 26 films sonoros (entre ellos, “La patrulla perdida”, “El delator”, “María Estuardo” o “Huracán sobre la isla”), John Ford tuvo acceso a un relato corto escrito por Ernest Haycox titulado “Diligencia a Lordsburg”, en el que detectó claras reminiscencias del famoso cuento “Bola de sebo” (1880) de Guy de Maupassant, en el que un viaje en carruaje servía al autor para realizar un agudo retrato de los diez personajes que lo poblaban.  Decidido a hacer evolucionar el género western, que hasta entonces básicamente se limitaba a retratar cabalgadas, tiroteos y ataques de los pieles rojas, Ford le encargó a uno de sus dos guionistas habituales, Dudley Nichols (el otro era Nunnally Johnson), la redacción de un guión “más maduro y dramático” que, sin embargo, mantuviese a rajatabla todos los postulados del género.  Ya con el libreto bajo el brazo, Ford contactó con el afamado productor David O. Selznick, enfrascado por aquel entonces en la puesta de largo de “Lo que el viento se llevó” y que era uno de los pocos que no pensaban que las películas del Oeste eran una obsoleta reliquia del pasado.  Sin embargo, Selznick no vio nada claro el proyecto tal como Ford se lo pretendía vender, entre otras cosas porque no le convencía la asignación de los dos personajes protagonistas.  Mientras que Ford proponía a John Wayne (un actor de 31 años al que conocía desde hacía más de una década, cuando aún se llamaba Marion Morrison, pero a quien el público ignoraba porque prácticamente no había hecho otra cosa que papeles de vaquero en películas de poca monta) como Ringo y a Claire Trevor (28 años, vista en “La nave de Satán” o “Callejón sin salida”, por la que había sido nominada al Oscar) como la prostituta Dallas, Selznick insistía en la contratación de dos estrellas consagradas como Gary Cooper (“Adiós a las armas”, “Tres lanceros bengalíes”, “El secreto de vivir”, “Buffalo Bill”) y Marlene Dietrich (“El ángel azul”, “Marruecos”, “El jardín de Alá”, “Arizona”).  Este desacuerdo, unido a la incapacidad de ambos para coordinar las fechas de inicio del rodaje, hizo que Ford se viese obligado a buscar otras alternativas, logrando, no sin ciertos recelos, interesar al también independiente Walter Wanger (“La reina Cristina de Suecia”, “Sólo se vive una vez”, “Argel”), el cual accedió a arriesgar tan sólo 250.000 dólares, que era justamente la mitad de lo que Ford había considerado necesario.

 

Con un guión aprobado, un productor comprometido y un director ansioso por volver a uno de sus géneros favoritos (Ford no realizaba un western desde 1927, cuando el cine todavía era silente), tocaba completar el reparto que arroparía a Wayne y Trevor.  Thomas Mitchell (“Horizontes perdidos”, “Caballero sin espada”, “Esmeralda la zíngara”) sería el encargado de interpretar al encantador médico alcoholizado Josiah Boone; John Carradine (padre de David “Kung Fu”, “Kill Bill” Carradine, así como de Keith y Robert) fue el atildado Hatfield; Andy Devine (el popular “Cookie” de las películas de Roy Rogers) dio vida al chófer de la diligencia, Buck; George Bancroft, estrella de westerns y películas navales de la época muda, se convirtió en el sheriff (o marshall) Curly Wilcox; la joven (23 años) Louise Platt encarnó a la embarazadísima Lucy Mallory; el mucho más veterano Donald Meek (“Vive como quieras”) hizo el papel del viajante de licores Samuel Peacock; Berton Churchill (62 años, visto en “Madame Butterfly” o “Barco a la deriva”) fue el antipático banquero Gatewood; mientras que viejos conocidos de Ford como Tim Holt (Teniente Blanchard), Tom Tyler (Luke Plummer), Chrispin Martin (Chris), Hank Worden o su propio hermano Francis Frank” Ford realizaron pequeños papeles.  Como necesarios figurantes para representar a los indios requeridos, se contrató a trescientos residentes navajos de la reserva adyacente, siendo el llamado Many Mules (Muchas Mulas), que encarnó al líder Geronimo, el único que auténticamente era apache.

 

A pesar de que, como apuntábamos al principio, John Ford había realizado no pocos westerns silentes, la filmación de “La diligencia” constituyó su primera incursión en el emblemático e inevitable Monument Valley, que, desde entonces, se convertiría en una de las señas de identidad del género “oesteño”; cuentan que, la primera vez que John Wayne visitó la zona, exclamó algo así como “Este es el sitio en el que Dios puso el Oeste”.  Además de dicho territorio situado entre los estados de Utah, Arizona y Nuevo Mexico, también se utilizaron localizaciones como el desierto de Chihuahua, el Iverson Movie Ranch, el RKO Encino Movie Ranch y las afueras de la ciudad de Kayenta, donde fueron alojados técnicos y actores en unas condiciones climatológicas muy difíciles (bajísimas temperaturas y fuertes vientos).  El director de fotografía fue el legendario Bert Glennon (“La Venus rubia”, “Capricho imperial”, “El prisionero de Zenda”), Otto Loverin y Dorothy Spencer se ocuparon del montaje, Alexander Tobuloff y Walter Plunkett estuvieron a cargo, respectivamente, del diseño de producción y el vestuario y el luego famosísimo Yakima Canutt (futuro artífice de la carrera de cuádrigas de “Ben-Hur”, 1959) fue quien coreografió las cabalgadas de los indios e incluso se subió al caballo para convertirse en uno de éstos.  A pesar de no aparecer en los créditos, el dramaturgo Ben Hecht fue requerido para “pulir” algunos diálogos y, con respecto a la música, en principio se contrató a Louis Gruenberg, reconocido por sus trabajos clásicos y operísticos, pero su partitura no gustó (sólo se utilizó un tema de los 80 minutos que entregó), y se recurrió precipitadamente a un equipo de compositores de menor renombre (Richard Hageman, John Leipold, Leo Shuken, W. Frankie Harling, Gerard Carbonara, Stephen Pasternacki) que, en algunos casos, echaron mano de melodías del folk norteamericano y, con todo, acabaron recibiendo el Oscar a la Mejor Banda Sonora Adaptada (paradójicamente, fueron nominados todos menos Gruenberg).

 

El rodaje de “La diligencia” tuvo lugar entre Noviembre de 1938 y Enero de 1939 (los planos pertenecientes a la primera aparición de John Wayne en medio del desierto fueron, sorprendentemente, los últimos en filmarse), pero su posproducción y montaje se culminaron en un tiempo récord y la película tuvo su premiere oficial el 2 de Febrero de ese mismo año 1939 en Los Angeles, con estreno comercial a partir del 2 de Marzo (a España no llegaría hasta Octubre de 1944, ya en plena posguerra).  United Artists fue la distribuidora, y la recaudación global superó los 1.103.00 dólares, duplicando (o triplicando, según las fuentes consultadas) su presupuesto, que finalmente había oscilado entre los 390.000 y los 530.000 dólares.

 

Tras una oleada de críticas eminentemente positivas, “La diligencia” concurrió a la duodécima edición de los premios Oscar de la Academia de Hollywood, celebrada en el Hotel Ambassador de Los Angeles el jueves 29 de Febrero de 1940 siendo plenamente consciente de que la clara favorita era la macroproducción de David O. Selznick “Lo que el viento se llevó”.  Así fue:  la mastodóntica adaptación de la novela de Margaret Mitchell arrambló con 13 nominaciones y 10 estatuíllas, mientras que el film que nos ocupa sólo fue nominado en siete apartados y apenas fue distinguida en dos de ellos:  Adaptación Musical y Actor Secundario (el formidable Thomas Mitchell, que, sin embargo, es más recordado por ser también el padre de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento…”, papel por el que no fue nominado).

 

John Ford tenía razón:  el cine del Oeste necesitaba un salto evolutivo como es “La diligencia”.  A todos los niveles posibles, la película significa un avance importantísimo, una progresión necesaria.  Para empezar, y comparándola, aunque las comparaciones son odiosas, con su coetánea “Lo que el viento se llevó”, hay que descubrirse ante el talento de Ford para deslumbrar con un presupuesto que era diez veces menor que el de su “competidora”.  Naturalmente que nuestro film es menos pretencioso, menos megalomaníaco y dura bastante menos, pero no deja de ser grandioso, épico y sabe retratar como nunca antes los inmensos espacios abiertos, los maravillosos cielos y los áridos desiertos casi infinitos, contraponiéndolos con inusual maestría al pequeño cubículo en el que transcurre la acción principal.  La opción de rodar en blanco y negro para abaratar costes no perjudica ni un ápice la belleza formal de una obra que, a pesar de contar con muy pocos escenarios interiores, de la hondura de su dimensión psicológica y de su profusión de secuencias dialogadas, nunca llega a resultar “teatral”.  La caracterización de todos los personajes es certera y basta una pincelada para que sepamos al instante lo que podemos esperar de cada uno de ellos: el médico borrachín pero culto e inteligente como nadie, la prostituta que ha ejercido por pura necesidad, el banquero avariento, el sheriff íntegro, la dama de alta alcurnia que en principio desprecia a Dallas por considerarla socialmente “inferior”, el jugador que aún vive en la ensoñación del Viejo Sur que nunca retornará…  En este sentido, el plano que presenta a John Wayne es magistral y modélico: un héroe que surge como de la nada, iluminado por una luz espectral y con una aureola poco menos que mágica.  Hay en “La diligencia” tres planos en off (fuera del campo visual) que se merecen un comentario: la flecha que alcanza al viajante de licores encarnado por Donald Meek; el intento de Hatfield para propinar a la señora Mallory un “tiro de gracia” que la impida ser vejada por los indios y que culmina con la muerte del propio jugador; y el duelo final de Ringo con los malvados Plummer una vez llegados Lordsburg.  A veces, el nivel de una película se mide también por lo que sugiere y no sólo por lo que muestra.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Píldoras de Cine: NOVIEMBRE DE 2022 (y II)

 Mientras escucho buena, buenísima música de cine (nada menos que al venerable maestro John Barry), me pide el cuerpo (y el alma) la redacción de una nueva dosis de nuestras mágicas y curativas PÍLDORAS DE CINE, así que, sin más preámbulos y antes de que las ganas se me pasen más rápido de lo que tarda en decirse “sólo sí es sí”, ¡vamos al lío!

 





SINTIÉNDOLO MUCHO
Durante quince años (trece, si excluímos los dos de pandemia y severas restricciones), el cineasta madrileño Fernando León de Aranoa ha seguido al antaño mediático cantautor Joaquín Sabina durante sus últimas giras, conciertos y ruedas de prensa, con el fin de plasmar en imágenes y sonidos el día a día del artista nacido en Jaén en 1949.  Todo lo contrario a empezar con buen pie, el documental arranca justo cuando Sabina se cayó del escenario del WiZink Center de Madrid en Febrero de 2020, y, a partir de ese momento, va avanzando y retrocediendo en el tiempo, ofreciéndonos (o al menos pretendiéndolo) el lado más humano de un creador que, tras consumir todo tipo de sustancias “inspiradoras” por espacio de décadas, un buen día decidió dejarlas atrás.  Con cierta añoranza de aquellos tiempos de eternos colocones, Sabina nos habla de canciones y discos, de poesía, de su amigo Serrat, de su localidad natal (Ubeda), de su admiración por México y en particular por José Alfredo Jiménez e incluso de su vinculación al mundo del toro y en especial al torero José Tomás.  El peso específico que estos últimos aspectos (México y la tauromaquia) tienen en la película, consumiendo un trozo de metraje que me pareció bastante excesivo, lastra para mi el resultado final, en el que eché de menos algo más de conciertos y estudios de grabación.  Pero, ya sabéis, de lo que se trata es de vender y de limpiar la imagen pública de un señor que lleva algunos años alejado de la Izquierda que le encumbró, y no de ensalzar la figura puramente musical de un poeta que pasó 19 días y 500 noches en la calle Melancolía.
Calificación: 7 (sobre 10)


 


BLACK PANTHER: WAKANDA FOREVER

Hace 4 años, en 2018, Marvel Comics dedicó su primera película en solitario a un personaje que ya había aparecido en “Capitán América: Civil War” (2016), y que pasaba por ser nada menos que el monarca de un poderoso reino ficticio de Africa: Wakanda.  Black Panther”, en la que, lógicamente, todos los protagonistas estaban absolutamente racializados, entusiasmó a la comunidad negra de Hollywood, hizo una taquilla espectacular y hasta ganó 3 premios Oscar.  Estaba cantado que Pantera Negra volvería en una segunda aventura, pero ¡ay!, el destino fue muy cruel con su protagonista principal, Chadwick Boseman, que falleció de cáncer en 2020.  Seguramente, y, dado que el mecanismo de producción de la secuela ya estaba en marcha, lo más fácil hubiera sido simplemente (como ha sucedido miles y miles veces) reemplazar a Boseman por otro actor, pero el director Ryan Coogler y el productor Kevin Feige prefirieron rendir un homenaje al malogrado intérprete y continuar la historia de otra manera, haciendo que otro personaje asumiera el trono de Wakanda y el disfraz de superhéroe.  Con tanta corrección política y tantas ganas de complacer a todo el mundo, no es extraño que el producto final vuelva a perderse en el habitual océano de buenismo e inclusión forzada que viene caracterizando al Universo Cinematográfico de Marvel de los últimos tiempos.  Así, además del (lógico) protagonismo que ostentan las personas de color, se suma también el componente feminista de la nueva heroína, además de sutiles (o no tanto) connotaciones lésbicas y, por si fuera poco, para ganarse a los espectadores latinos, el nuevo antagonista del film, Namor, que en los comics originales es un atlante con aspecto de hawaiano, ahora es ¡mexicano! y lo representa un actor que se llama Tenoch (Huerta) en honor a Tenochtitlán, la mítica ciudad azteca, y que, durante la promoción del film, no ha parado de repetir que los españoles deberíamos pedir perdón por la conquista de su país.  En fin, ¿qué queréis que os diga?, la película conserva gran parte de la capacidad de fascinación y belleza visual de su predecesora, pero las buenas secuencias de acción no logran salvar del todo sus chapuzas de guión, sus diálogos risibles y su tono excesivamente infantil.  No, no sólo vale tratar de quedar bien con todos los públicos y minorías, sino que también hay que lograr construir una película realmente buena, y eso esta vez no se ha logrado.

Calificación: 6 (sobre 10)

 



AMSTERDAM

Dirigida por David O. Russell (“Tres reyes”, “The Fighter”, “El lado bueno de las cosas”, “La gran estafa americana”), “Amsterdam” es un ejemplo.  Un ejemplo de cómo confundir al espectador con una narración que no se sabe si es dramática o cómica.  Un ejemplo de cómo alargar de manera absolutamente superflua la duración de un film sólo para dar entrada a un montón de innecesarias subtramas y personajes.  Y, sobre todo, un ejemplo de cómo desperdiciar un super elenco actoral de primer nivel (Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Robert De Niro, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Taylor Swift, Mike Myers, Zoe Saldaña…) en el contexto de una película evidentemente fallida que no se sabe bien si sólo será disfrutada por un público rematadamente listo… o rematadamente tonto.

Calificación: 6 (sobre 10)

 

martes, 1 de noviembre de 2022

Píldoras de Cine: NOVIEMBRE DE 2022

 Queridos lectores, hoy, como regalo para recompensar vuestra fidelidad, os traigo una edición especial de nuestras incomparables PÍLDORAS DE CINE, que entresaco de mis últimas colaboraciones en la revista la Placeta de Lorca (Septiembre y Octubre de 2022).  ¡Espero y deseo que os gusten!

 

MEN


Me perdonaréis que inaugure esta nueva sección con una película “para cinéfilos”.  Se trata, como habréis podido ver, de “Men” (es decir, “Hombres”), el tercer film del británico Alex Garland, un señor que empezó como novelista pero ha acabado como realizador de sus propios guiones.  Argumentalmente, “Men”, se abraza fuertemente a la actualidad, pues la protagonista, Harper, es una víctima de violencia de género que, al morir su marido maltratador, decide tomarse unas vacaciones en un pueblecito de la campiña inglesa.  Naturalmente, tratándose de una película de terror (¿no lo había dicho?), las cosas no van a salir ni mucho menos como a Harper le gustaría…  Cuando elegimos una película, es conveniente que tengamos claro qué esperamos obtener de ella: ¿pasar el rato comiendo palomitas? ¿un entretenimiento sin más?  O, por el contrario, ¿necesitamos que el Cine nos sorprenda, nos entusiasme, nos altere de alguna manera?  Digámoslo claro:  si lo que queréis es un espectáculo puramente palomitero, “Men” no lo es.  Si pretendéis encontraros con una historia convencional rodada de manera convencional, “Men” no lo es.  Porque “Men” es una de esas raras películas (películas raras, también) con las que de vez en cuando nos tropezamos por casualidad, casi por arte de magia.  No sólo tiene una factura técnica hermosa y cuidadísima (fotografía, música, sonido, tratamiento del color, diseño de producción…) sino que su argumento esconde elementos claramente metafóricos.  Para empezar, un detalle simplemente magistral.  Cuando la protagonista, una extraordinaria Jessie Buckley, necesitada de un aislamiento temporal después de que su marido se suicidase tras un episodio de malos tratos con consiguiente petición de divorcio, se refugia en la pequeña villa de Cotson, descubrimos, al mismo tiempo que ella, que el título de aquella divertida película de Manuel Gómez Pereira (“Todos los hombres sois iguales”) puede ser dramáticamente real.  Porque a todos los hombres del pueblo los interpreta el mismo actor (sorprendente Rory Kinnear), caracterizado, según el caso, con peluca, dientes postizos o incluso insertado su rostro en el cuerpo de un niño.  Sí, para desgracia de Harper, to dos los hombres son iguales y todos la tratan con condescendencia o la juzgan por su conducta o simplemente tratan de imponer su fuerza física sobre ella.  Pero la alegoría no es el único factor que pretende inquietarnos; además de numerosos golpes de efecto, bien dosificados pero muy logrados, tenemos un final antológico, que por supuesto no voy a revelar pero que pondrá a prueba la capacidad de aguante de nuestros estómagos.  Obviamente, “Men” no es una película para todos los públicos ni para todos los paladares, y estoy seguro de que serán muchos más los que la odien que los que la adoren.  Pero, si os gusta el cine poco comercial, el cine de autor, el cine original y diferente, por favor, dadle una oportunidad.

Calificación: 9 (sobre 10)

 


NO TE PREOCUPES, QUERIDA

A pesar de lo que reza su título, “No te preocupes, querida” ha causado no pocas preocupaciones a su directora y actriz Olivia Wilde… por razones no siempre cinematográficas.  Para empezar, hubo un cambio forzoso de guionista al caer uno de los dos hermanos Van Dyke en una “lista negra”;  poco después, una de las actrices anunciadas, Dakota Johnson, abandonó el proyecto por la temible “cuestión de fechas”;  el actor Shia LaBeouf fue despedido (según la directora) o prefirió despedirse él mismo (según LaBeouf) a mitad de rodaje;  el intérprete que le sustituyó, Harry Styles, inició (supuestamente) una relación sentimental con la realizadora, que le costó a ésta su matrimonio con el también actor Jason Sudeikis; el rodaje hubo de paralizarse debido a un brote de coronavirus; y, finalmente, cuando la película, ya terminada, se presentó en la Mostra de Venecia, la protagonista Florence Pugh intentó evitar fotografiarse junto a la directora y no participar en la promoción del film, en tanto que Styles no tuvo otra ocurrencia que simular (¿o no?) un escupitajo a su compañero Chris Pine.  A pesar del inmenso ruido mediático en torno a ella, y de las muchas veces que tuve a mi disposición su trailer, prometo que conseguí llegar a la sala de cine desconociendo el argumento de “No te preocupes, querida”…  de lo cual me alegro infinitamente.  Porque, más allá de las polémicas narradas al principio, una de las cosas que más me gustaron de esta película, la segunda que dirige la actriz Olivia Wilde (la primera fue “Super empollonas”, 2019) fue el modo en el que la trama va girando y convirtiéndose en algo bien distinto de lo que parecía que iba a ser.  Aunque, a decir verdad, tampoco fue la historia en sí lo que más me llamó la atención.  Yo, que voy al cine todas las semanas, varias veces por semana, ando siempre a la caza de películas que me conquisten, que me fascinen, que me merezcan realmente la pena.  Y “No te preocupes, querida”, a pesar de lo que dice la mayoría de las críticas (¿realmente esos “críticos” la habrán visto?), me encantó y me cautivó desde el principio hasta el final.  Al empezar decía que no todos los problemas que había sufrido el film eran de índole cinematográfica, pero os aseguro que todos sus méritos y logros sí lo son.  Porque son sus componentes técnicos y estéticos los que la elevan por encima de cualquier cinta común:  la fotografía, el sonido, la música, el diseño de producción, el vestuario, el tratamiento del color…  Eso es arte para mí; eso es el CINE.  Además, hay que descubrirse ante la joven Florence Pugh, quizás demasiado vinculada a sus papeles de super heroína para Marvel, pero que aquí realiza un trabajazo que espero que le valga, como mínimo, la nominación al Oscar.  Tal vez las polémicas sean beneficiosas comercialmente porque hayan logrado atraer a más público a las salas, pero ojalá que los árboles de tanto escándalo no nos impidan apreciar los méritos reales de un fantástico film fantástico.

Calificación: 8 (sobre 10)

jueves, 29 de septiembre de 2022

Las películas de mi vida/ "CIUDADANO KANE"

 Ciudadano Welles



Citizen Kane

USA, 1941

Director y Productor: Orson Welles

Guión: Herman J. Mankiewicz & Orson Welles

Música: Bernard Herrmann

Fotografía: Gregg Toland

Montaje: Robert Wise

Dirección Artística: Van Nest Polglase

Diseño de Vestuario: Edward Stevenson

Reparto: Orson Welles (Charles Foster Kane), Joseph Cotten (Jedediah Leland), Dorothy Comingore (Susan Alexander Kane), William Alland (Jerry Thompson), George Coulouris (Walter Parks Thatcher), Ruth Warrick (Emily Monroe Norton Kane), Everett Sloane (Walter Bernstein), Ray Collins (Jim W. Gettys), Erskine Sanford (Herbert Carter), Paul Stewart (Raymond), Agnes Moorehead (Mary Kane), Harry Shannon (Jim Kane)

Duración: 119 min.

Distribución: RKO Radio Pictures

 

 

Desde siempre ha existido, tanto entre los críticos como entre los cinéfilos de a pie, un encendido debate a la hora de elegir cuál ha sido la mejor película de la Historia del Cine.  Cuando yo era niño, los títulos que solían encabezar todas las listas eran dos:  El acorazado Potemkin” (1925) y “Ciudadano Kane” (1941).  En el presente artículo, vamos a analizar la cinta dirigida y protagonizada por Orson Welles, que, aunque, al igual que su ilustre contrincante de entonces, ya no figura en todas las estadísticas, sí que continúa ejerciendo una influencia imperecedera en el Séptimo Arte.

 

La muerte del millonario Charles Foster Kane, acaudalado magnate de la prensa, provoca una gran conmoción en los Estados Unidos, sobre todo porque nadie conoce el significado de la última palabra que pronunció: “Rosebud”.  Decidido a averiguar el sentido o la identidad de Rosebud, un periodista se dispone a entrevistar a aquellos que más de cerca conocieron a Kane, y, de paso, va confeccionado un retrato humano de una personalidad tan controvertida como apasionante…

 

El día 30 de Octubre de 1938, muchos norteamericanos fueron presa de un inusitado ataque de pánico colectivo:  ¡los marcianos habían invadido la Tierra!  En realidad, se trataba de una simple adaptación radiofónica por parte de la cadena CBS de la popular novela de ciencia ficción “La guerra de los mundos”, publicada por H. G. Wells en 1897, pero la aterrorizada respuesta de la audiencia, convencida de que la invasión extraterrestre era auténtica, llamó la atención de la todopoderosa industria cinematográfica, siempre al tanto del surgimiento de jóvenes talentos.  El responsable de aquel fenómeno había sido un tal Orson Welles (1915-1985), curtido en el teatro además de en las ondas y que apenas contaba con veintitrés añitos.  Welles, que había debutado profesionalmente como actor teatral en Dublín, Irlanda, y al año siguiente hiciera lo mismo en Broadway, fundó la compañía Mercury Theatre en 1937, y fueron las voces de los miembros de ésta quienes radiaron su genial “ataque marciano”.  El caso es que la productora RKO Radio Pictures, con su hombre fuerte George J. Schefer a la cabeza, se apresuró en contactar con Welles para formularle una generosa oferta que Orson acabó aceptando: 225.000 dólares por dos películas, más el 20 % de los beneficios de cada una de ellas, prometiéndole total libertad creativa a la hora de elegir los argumentos, los actores y el equipo técnico y siendo él mismo el realizador de ambos films, con garantía de que sería suyo y sólo suyo el final cut o montaje definitivo, algo nunca antes visto en aquel rígido sistema de estudios.

 

La primera intención de Welles era trasladar a la pantalla la novela “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad (futura génesis de “Apocalypse Now” de Francis F. Coppola), pero, después de trabajar en este proyecto durante largos meses, la desmesura de su presupuesto (RKO “sólo” asumiría un coste de 500.000 dólares) hicieron que el foco se trasladase a otra historia, “El risueño con un cuchillo”, escrita por Cecil Day-Lewis (sí, el padre del actor Daniel Day-Lewis), con el seudónimo de Nicholas Blake, en 1939, la cual tampoco acabaría cuajando.  El plazo que Welles tenía para presentar a RKO un proyecto filmable estaba a punto de finalizar, y surgió entonces la figura del guionista Herman J. Mankiewicz (hermano del luego realizador Joseph L. Mankiewicz, “Eva al desnudo”), periodista y dramaturgo que había colaborado con Welles en una reciente aventura radiofónica (“The Campbell Playhouse”, 1938-1940).  Mankiewicz, alias “Mank” (título también de la película pseudobiográfica rodada por David Fincher en 2020), tenía la intención de escribir un guión sobre el conocido gangster John Dillinger, en el que gran parte del relato se estructuraría en base a los testimonios otorgados por quienes le conocieron.  A Welles no le interesaba la figura de Dillinger, pero le encantó la posibilidad de construir un argumento alternando diversos puntos de vista, por lo que sugirió a Mankiewicz que cambiase de objetivo y se centrase en un personaje menos vinculado al mundo del crimen.  A partir de este momento, todo es confuso y un poco oscuro, pues tanto Mankiewicz como Welles se atribuyeron hasta el fin de sus días la autoría del guión de “Ciudadano Kane”.  Según Mank, Welles le instó a basarse en Howard Hughes, millonario y también productor de cine (y quien también iba a aparecer en la fallida “El risueño con un cuchillo”), pero él prefirió inspirarse en el magnate periodístico William Randolph Hearst, por quien sentía verdadera animadversión; por su parte, Orson Welles se hartó de jurar y perjurar que, si bien era cierto que Mankiewicz elaboró un texto “bastante interesante", fue él (con la ayuda de su asociado John Houseman) quien lo terminó de pulir y perfilar hasta que quedó a su gusto, además de tener que recortar varias escenas que hubieran sido costosísimas de rodar.  Lo que ni uno ni otro quisieron rehuir fueron las citas al famoso poema romántico “Kublai Khan” de Samuel Taylor Coleridge (1816), mencionado al principio de la historia (concretamente en el noticiario “News On The March” que abriría el film), y que incluían el nombre de la lujosa mansión desde la que Khan/Kane gobernaban sus respectivos imperios:  Xanadu.  Desde entonces, Xanadu (como antes la Shangri-La de “Horizontes perdidos” y la Manderley de “Rebeca”) pasó a engrosar la lista de lugares de ensueño mitificados por el Séptimo Arte; y no, el Xanadu de “Ciudadano Kane” nada tuvo que ver con aquel despropósito fílmico de 1980 en el que lo único decente fueron las canciones de Olivia Newton-John y la Electric Light Orchestra (ELO).

 

A pesar de un intento de boicot por parte de William Randolph Hearst, quien no quería verse retratado de ninguna manera y cuyos periódicos y revistas, o bien se negaron a ignorar la puesta en marcha del film, o bien directamente facilitaron informaciones confusas o fraudulentas acerca de la misma, “Ciudadano Kane” comenzó por fin a filmarse el 29 de Junio de 1940.  Orson Welles, que, entre humilde y arrogante, confesó que “el día que empezamos a rodar fue mi primer día en un plató de cine”, venía de casa con la lección bien aprendida.  Su inexperiencia cinematográfica la supliría con grandes dosis de talento y aun genialidad, pero lo cierto es que, antes de dar la primera vuelta de manivela, devoró infinidad de películas básicamente europeas, con el ruso Sergei M. Eisenstein como innegable influencia.  No obstante, la inventiva de Welles (sin duda debida en parte a la necesidad de reflejar en pantalla un mundo de lujo y fastos a partir del bajo presupuesto con el que realmente contaba) y la infinidad de recursos técnicos con los que deslumbró al mundo (encuadres, movimientos de cámara, planificación, retroproyección, sonorización…) demuestra que aquel muchacho estaba dispuesto a sentar cátedra.  Para ocuparse de la esplendorosa fotografía en blanco y negro, recurrió al maestro Gregg Toland (“Escándalos romanos”, “Las manos de Orlac”, “Calle sin salida”, “Cumbres borrascosas”, “Intermezzo”, “Las uvas de la ira”), con quien determinó cómo debía lucir su mágico universo de claroscuros.  Aunque como Director Artístico figuró el jefe de departamento de RKO, Van Nest Polglase, quien realmente realizó los imaginativos diseños de los decorados fue Perry Ferguson (“Sueños de juventud”, “La fiera de mi niña, “Gunga Din”).  A cargo del vestuario estuvo Edward Stevenson (“El enemigo público”, “El ídolo de Nueva York”, “La familia Robinson”) y, al frente del montaje, nada menos que Robert Wise, el futuro realizador de “Ultimatum a la Tierra”, “West Side Story”, “Sonrisas y lágrimas” o “Star Trek, la película”, a quien asistió otro próximo gran director, Mark Robson (“El ídolo de barro”, “Más dura será la caída”, “El valle de las muñecas”, “Terremoto”).  Para componer la banda sonora, Welles contrató al autor de la sintonía de su programa de radio “The Mercury Theatre On The Air”, Bernard Herrmann, quien luego sería colaborador habitual de Alfred Hitchcock y autor de melodías tan superconocidas como las de “Psicosis”, “Vertigo” o “Taxi Driver”.  Por lo que respecta al elenco actoral, la mayoría de los intérpretes, incluido el propio Welles, debutaron en el cine con “Ciudadano Kane”, provenientes todos ellos del ya citado Mercury Theatre o el serial “The Campbell Playhouse”.  Welles, como no podía ser de otra manera, interpretó a Charles Foster Kane; Joseph Cotten, a su mano derecha Jedediah Leland (Cotten y Welles volverían a colaborar en “El cuarto mandamiento”, “El tercer hombre”, y “Sed de mal”); Ruth Warrick fue Emily, sobrina del Presidente de los USA y primera señora Kane; Everett Sloane fue el fiel Bernstein; William Alland, el periodista que indaga sobre el pasado de Kane; y Agnes Moorehead, la madre del protagonista.  Otros actores ya habituales de las pantallas como Dorothy Comingore (Susan Alexander, la cantante y segunda señora Kane), Ray Collins (Jim Gettys, el máximo rival político de Kane), George Coulouris (Walter Parkes Thatcher, el abogado que se convierte en tutor del Kane niño) o Paul Stewart (Raymond, el mayordomo) fueron también integrantes de un reparto en el que participó, como extra, un jovencísimo AlanRaíces profundasLadd.

 

El 1 de Mayo de 1941 se estrenaba en cines de Estados Unidos “Ciudadano Kane”, de forma casi milagrosa debido a las presiones de William Randolph Hearst y todos sus acólitos, que no dudaban en amenazar uno a uno a los distribuidores y exhibidores si se atrevían a proyectar la cinta; mientras tanto, en Europa no pudo verse hasta 1946, una vez finalizada la II Guerra Mundial, y, en el caso concreto de España, hubo que esperar nada menos que hasta 1966.  Es notorio también que Hearst utilizó toda su influencia para evitar que la cinta recibiese la acogida comercial que merecía, logrando recaudar apenas 1.585.634 dólares en taquilla.  Tampoco en materia de premios tuvo la recompensa que cabría esperar, pues solamente una de sus nueve nominaciones al Oscar, la de Mejor Guión Original para Welles y Mankiewicz, se tradujo en la dorada estatuílla.

 

Si bien es cierto que Orson Welles y su “Ciudadano Kane” no inventaron el Cine (como todos sabéis, ese honor se les atribuye a los franceses Hermanos Lumière, que realizaron su primera proyección en 1895), lo cierto es que el film que nos ocupa marcó, para prácticamente todo el mundo, un antes y un después en lo referente a creación, desarrollo e innovación de cualquier forma de narración cinematográfica.  Todo en ella es irreprochable y, como digo, roza la simple genialidad.  Desde el primer instante, el espectador afronta una experiencia audiovisual diferente, gracias a la manera revolucionaria de utilizar la imagen, la música y el sonido.  Parafraseando a Jean Cocteau y su legendaria frase “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”, Welles reconoció en 1961 que el atrevimiento y osadía que caracterizaron su obra magna se debieron simplemente a una cuestión de ignorancia:  como no sabía que una película así, con sus limitaciones presupuestarias, con un tremendo boicot cerniéndose sobre ella y con un equipo artístico prácticamente novel, no podría llevarse a cabo, fue precisamente por eso por lo que se entregó en cuerpo y alma a la tarea de hacerla posible.  Entre los numerosos logros técnicos que se le atribuyen, podemos destacar, por ejemplo, la increíble profundidad de campo, es decir, la capacidad de que tanto el primer plano como el fondo y el espacio que media entre ambos aparecen igual de enfocados y nítidos, algo que el operador Gregg Toland consiguió experimentando con lentes y focos diseñados por él mismo.  Son fascinantes los encuadres aparentemente imposibles, los puntos de vista subjetivos, el empleo de travellings y grúas y, por supuesto, los subyugantes claroscuros que remiten directamente al expresionismo.  También Welles quiso presumir de techos, puesto que los decorados normales carecían de ellos y aquí sí aparecen con asiduidad.  La trascendencia del sonido y la ubicación de la música (recordemos que Welles venía de la radio, donde lo sonoro es primordial) así como la audacia de depositar todo el peso narrativo en flashbacks, que pueden muy bien ser subjetivos, constituyen otros hitos de una película que ejemplifica que la felicidad no se compra con dinero, sino que yace en un viejo trineo que nos transporta a una infancia añorada.


martes, 13 de septiembre de 2022

Las películas de mi vida/ "EMPIEZA EL ESPECTÁCULO"

 TODO AQUEL JAZZ



All That Jazz

USA, 1979

Director: Bob Fosse

Productor: Robert Alan Aurthur

Guión: Robert Alan Aurthur & Bob Fosse

Música: Ralph Burns

Fotografía: Giuseppe Rotunno

Montaje: Alan Heim

Diseño de Producción: Philip Rosenberg

Diseño de Vestuario: Albert Wolsky

Reparto: Roy Scheider (Joe Gideon), Jessica Lange (Angelique), Ann Reinking (Kate Jagger), Leland Palmer (Audrey Paris), Erzsebet Foldi (Michelle), Cliff Gorman (Davis Newman), Ben Vereen (O’Connor Flood), William LeMessena (Jonesy Hecht), David Margulies (Larry Goldie), Anthony Holland (Paul Dann), John Lithgow (Lucas Sergeant), Deborah Geffner (Victoria Porter)

Duración: 123 min.

Distribución: 20th Century Fox / Columbia Pictures


Los grandes musicales de Hollywood (“Sombrero de copa”, “Un día en Nueva York”, “Cantando bajo la lluvia”, “Siete novias para siete hermanos”…) se habían caracterizado no sólo por sus canciones y números de baile, sino, sobre todo, por su optimismo, vitalidad y alegría.  No obstante, en 1979 surgió una película capaz de trascender las tonalidades habituales del género, sin dejar ser fiel a sus requisitos básicos de preponderancia de la música y la danza.  Adicciones varias, obsesión por el trabajo y una fascinación irreprimible por la Muerte son algunos de los aderezos de “All That Jazz”, un film muchísimo mejor de lo que se dijo en su momento, y muchísimo menos conocido de lo que se merece…

 

Joe Gideon es un prestigioso aunque obsesivo coreógrafo y director teatral que ronda los cincuenta años pero no es capaz de sentar la cabeza en cuanto a su ámbito personal.  Fuma demasiado, bebe demasiado y está demasiado enganchado al sexo.  Su frenético ritmo de vida le acaba postrando en una cama de hospital, desde la que imagina la que será la mejor coreografía de toda su carrera:  su propia muerte…

 

El año 1974 fue especialmente inolvidable para el actor, bailarín, coreógrafo y director teatral y cinematográfico Bob Fosse (47 años en aquel entonces).  Fosse, que desde niño se había ido integrando en el mundillo del vodevil gracias al trabajo de su padre, con trece años ya tenía su propio número musical, y con quince realizó su primera coreografía.  Tras el parón que supuso su alistamiento en 1945 en la Marina para combatir en la II Guerra Mundial (en la que no llegó a participar por finalizar ésta en Septiembre de aquel mismo año), debutó en el teatro en 1948 y en 1953 en el cine, en principio como bailarín aunque enseguida ascendió al rango de coreógrafo con el musical teatral “The Pajama Game” (1954).  Quince años después, tras acumular mucho éxito y prestigio en las tablas y nueve premios Tony (el equivalente al Oscar teatral) y cuando ya se había casado tres veces (con Mary Ann Niles en 1947, con Joan McCracken en 1952 y con Gwen Verdon en 1960), dirigió su primera película, “Noches en la ciudad” (“Sweet Charity”, 1969), un remake en clave musical de “Las noches de Cabiria” de Federico Fellini, a la que sucedería su mayor triunfo cinematográfico, la supertaquillera y multipremiada “Cabaret” (1972), que catapultó a la fama a Liza Minelli.  El caso es que, como decíamos antes, en 1974 Fosse se vio sumido en un doble reto que acabaría pasándole factura.  Por una parte, estaba finalizando el montaje de su tercera película, “Lenny”, un falso documental sobre el cómico y monologuista Lenny Bruce protagonizado por Dustin Hoffman, y, por otra, se había comprometido a dirigir el musical de Broadway “Chicago”, en el que iba a ejercer como coreógrafo, director ¡e incluso libretista! (junto con Fred Ebb y el compositor John Kander, autores éstos de las canciones de “Cabaret”).  La tensión acumulada, su dependencia del tabaco y las anfetaminas y su agitadísima vida sexual (continuaba casado con Gwen Verdon pero todo el mundo sabía que tenía una amante, Ann Reinking, además de lo cual no perdía ocasión para beneficiarse a cuantas coristas se cruzaban en su camino) le condujeron a un deterioro galopante de su salud que se tradujo un infarto de miocardio, del cual afortunadamente logró reponerse gracias a una arriesgada operación a corazón abierto.

 

Cuentan que fue la gran Shirley MacLaine (que había protagonizado la versión fílmica de "Noches en la ciudad” sustituyendo a la original Gwen Verdon) quien sugirió a Fosse la idea de realizar una película sobre sí mismo, en la que no sólo narrase su vida sino también imaginase su propia muerte, teatralizada como si de una coreografía se tratara.  Tras el infarto y el relativo fracaso de “Lenny” (incomprendida por la crítica y más bien ignorada por el público, que le tenía encasillado en parámetros exclusivamente musicales), Fosse consideró que había llegado el momento de hacer caso a MacLaine y ponerse manos a la obra en la construcción de su “biografía”.  Para ello, escribió él mismo un primer borrador de guión que mezclaba lo autobigráfico con lo surrealista y lo onírico, inspirándose claramente en “8 ½” (“Otto E Mezzo”, 1963) de su admirado Fellini, y se lo hizo llegar a su amigo, el escritor y productor Robert Alan Aurthur (“El hombre perdido”), para que lo acabara de pulir; fue idea de Aurthur la división de la historia en dos actos de una hora cada uno (el film dura 123 minutos), el primero dedicado a Eros, el dios del amor, y el segundo a Thanatos, la deidad que representa a la muerte.  Aunque Aurthur falleció de cáncer en 1978, un año antes de que la película llegara a estrenarse, su libreto era tan bueno que Columbia Pictures, a pesar de los problemas económicos que llevaba tiempo registrando, aceptó producirlo, no sin convencer a 20th Century Fox para que se hiciera cargo de su distribución.

 

Dado que “All That Jazz” (título tomado de una de las canciones de “Chicago”, pero que en español fue sustituído por “Empieza el espectáculo”, libre traducción de la frase que Joe Gideon recita cada mañana ante el espejo) tenía un fortísimo tono autobiográfico, la pretensión inicial de Fosse era protagonizarlo él mismo, pero la compañía aseguradora se negó a correr riesgos con un señor que por muy poco había sobrevivido a un infarto y no debía asumir más responsabilidades.  Para interpretar a Gideon, Columbia puso sobre la mesa los nombres de Paul Newman, Jack Nicholson, Jack Lemmon, Gene Hackman o Warren Beatty, quien acabó siendo el mejor posicionado pero que acabó prefiriendo hacer “El cielo puede esperar”.  Fosse llamó a Richard Dreyfuss, quien acababa de encadenar dos éxitos consecutivos con “Encuentros en la tercera fase” y “La chica del adiós” y éste aceptó en primera instancia, si bien la exigencia de interpretar a un bailarín y coreógrafo que además iba a estar todo el tiempo encima de él le provocó un ataque de pánico del que se zafó escurriendo el bulto y proponiendo en su lugar al que fuera su compañero en la popularísima “Tiburón”, Roy Scheider.  Scheider (46 años), que no había hecho musicales en cine y estaba hasta el gorro de interpretar siempre a policías, decidió aceptar el reto, y durante un mes recibió un entrenamiento intensivo por parte del mismísimo Fosse.  El grueso de los personajes secundarios corrió a cargo de actores y actrices a los que Fosse conocía de sobras merced a su trayectoria teatral, empezando por Ann Reinking, que aceptó interpretarse a sí misma, si bien su personaje ahora se llamaría Kate Jagger, la amante de Gideon.  A Fosse no le tembló el pulso a la hora de ofrecerle el rol de ex-mujer a su auténtica esposa Gwen Verdon, pero ésta prefirió inhibirse en favor de Leland Palmer.  La joven Erzsebet Foldi fue seleccionada para dar vida a la hija de Gideon, Michelle, aunque la verdadera hija de Fosse, Nicole, también realizó un breve cameoCliff Gorman, que había sido Lenny Bruce en el teatro pero que en la adaptación de “Lenny” al cine fue reemplazado por el más conocido Dustin Hoffman, se resarció convirtiéndose en el “fantasista” Davis Newman.  Ben Vereen, procedente del teatro musical (fue uno de los protagonistas de “Noches en la ciudad”) y que acababa de triunfar con su personaje de “Gallito George” en la serie “Raíces”, incorporó al showman O’Connor Flood, quien acompaña a Gideon en su última gran actuación.  Un aún poco conocido John Lithgow (“Fascinación”), interpretó a Lucas Sergeant, coreógrafo rival de Gideon que estaba inspirado en el eterno “enemigo” de Fosse, Michael Bennett.  Sandahl Bergman, la futura Valeria de “Conan, el Bárbaro”, fue la primera bailarina en el número “Take Off With Us”.  Y Jessica Lange, la estrella del “King Kong” de 1976, realizó su segundo papel en la pantalla dando vida a una tal Angelique, una dama vestida de blanco que resulta ser la mismísima Muerte; al igual que un incorregible Gideon coquetea con ella en la película, también Fosse le tiró los tejos a la actriz, que parece que se dejó querer por el director.

 

El rodaje de “All That Jazz” dio comienzo en Septiembre de 1978 y se prolongó durante 101 días.  Además de los consabidos decorados, se emplearon localizaciones reales como el Palace Theatre de Broadway, los estudios Kaufman Astoria de Queens o el Anfiteatro de Coney Island.  Philip Rosenberg (“Próxima parada, Greenwich Village”, “Network”) diseñó los decorados, Albert Wolsky (“Paso decisivo”, “Una mujer descasada”, “Grease”) firmó el vestuario, el maestro italiano Giuseppe Rotunno (“Rocco y sus hermanos”, “El gatopardo”, “Satiricón”, “Roma”, “Amarcord”) fue el artífice de la espléndida fotografía y Alan Heim (“Godspell”, “Hair”) realizó el impresionante montaje.  El apartado musical lo lideró Ralph Burns en calidad de compositor, arreglista y director de la orquesta, pero lo que más se recuerda son las canciones que suenan durante los inolvidables números de baile coreografiados por Fosse, entre las que destacan el rítmico “On Broadway” de George Benson que ilustra el multitudinario casting de bailarines que abre el film, el “There’s No Business Like Show Business” de Ethel Merman que suena en los títulos de crédito finales, el “Everything Old Is New Again” de Peter Allen que bailan Kate y Michelle y, por supuesto, el “Bye Bye Love” de los Everly Brothers, aquí retitulado “Bye Bye Life” y que interpretan, en una versión “celestial” de ¡once minutos!, Gideon y O’Connor Flood, es decir, los propios Roy Scheider y Ben Vereen.  Mención especial para el tema clásico con el que Gideon realiza cada día su aseo matinal, el “Concierto Alla Rustica en Sol Mayor” de Antonio Vivaldi, una auténtica gozada barroca.

 

All That Jazz” debutó en cines norteamericanos el 20 de Diciembre de 1979 (5 de Septiembre de 1980 en España), con críticas mixtas y una recaudación de 38 millones de dólares, más de 3 veces su presupuesto.  Los premios no tardarían mucho en caer:  dos BAFTAs, una nominación al Globo de Oro, un Bodil danés, cuatro Oscars (Banda sonora, Montaje, Dirección Artística, Diseño de Vestuario) y el que mayor prestigio internacional le deparo: la Palma de Oro del Festival de Cannes.  Por si fuera poco, Stanley Donen, el mítico realizador de “Un día en Nueva York”, “Cantando bajo la lluvia”, “Siete novias para siete hermanos”, “Charada” o “Dos en la carretera” afirmó públicamente que “All That Jazz” era “la mejor película que había visto en su vida”, lo cual favoreció notoriamente la carrera comercial del film.

 

Además de por sus evidentes valores cinematográficos, “All That Jazz” se hizo inmediatamente famosa por incluir en el cáustico monólogo de Davis Newman “El Fantasista” (“The Stand-Up”) las cinco etapas de la asimilación de la muerte enunciadas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross en 1969: cólera, negación, pacto, depresión y aceptación.  Es evidente que, si Fosse incluye ese concepto en su película, es para enfatizar lo que de alegato vitalista tiene la dedicación de cada uno a la profesión que realmente ama, y por eso Gideon, incluso en su lecho de muerte, no deja de soñar con esa última coreografía, ese último baile que le proporcione la eternidad, la vida eterna, la derrota final sobre la Parca.  Naturalmente, la dicotomía fantasía/realidad parece que se salda en favor de la segunda, y la canción que tanto nos estaba maravillando finaliza bruscamente con el frío rechinar de la cremallera corriéndose sobre la mortaja en la que yace el cadáver del protagonista.  A pesar de los denodados desvelos de las tres mujeres que más le han amado (su hija, su ex-esposa y su actual compañera), Gideon encara su último viaje hacia la luz blanca que le aguarda al final del túnel, seguramente con la conciencia tranquila por haber concebido su obra más genial.  La interpretación de Roy Scheider resulta fascinante y conmovedora, tan lejos de su registro habitual de policía que nadie asociaría a su Martin Brody de “Tiburón” con un implacable pero sensible director teatral hambriento de amor.

 

Como si de una profecía se tratase, apenas ocho años después del estreno de “All That Jazz”, Bob Fosse sufrió un segundo y definitivo infarto del que ya no se recuperó, falleciendo el 23 de Septiembre de 1987 a la edad de 60 años.  Tal vez en sus últimos estertores de consciencia tuvo tiempo de rememorar la maravillosa fantasía de once minutos que crease para ilustrar su despedida de la vida y el amor… que, en un pase televisivo en nuestra TVE, alguien se atrevió a interrumpir para emitir unos mezquinos segundos de publicidad.



domingo, 4 de septiembre de 2022

Las películas de mi vida/ "CUENTA CONMIGO"

 Aquellos años maravillosos



Stand By Me

USA, 1986

Director: Rob Reiner

Productores: Bruce A. Evans, Raynold Gideon, Andrew Scheinman

Guión: Raynold Gideon & Bruce A. Evans, según la novela de Stephen King

Música: Jack Nitzsche

Fotografía: Thomas Del Ruth

Montaje: Robert Leighton

Diseño de Producción: Dennis Washington

Reparto: Wil Wheaton (Gordie Lachance), River Phoenix (Chris Chambers), Corey Feldman (Teddy Duchamp), Jerry O’Connell (Vern Tessio), Kiefer Sutherland (Ace Merrill), Casey Siemaszko (Billy Tessio), John Cusack (Denny Lachance), Marshall Bell (Padre de Gordie), Frances Lee McCain (Madre de Gordie), Richard Dreyfuss (Gordie adulto)

Duración: 89 min.

Distribución: Columbia Pictures


Nunca he vuelto a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años”.  Esta sencilla frase entresacada de la película “Cuenta conmigo” (“Stand By Me”, 1986) nos sumerge de lleno en los recuerdos más hermosos que todos atesoramos de nuestra niñez y adolescencia, aun cuando hayamos nacido y crecido en una época y un lugar totalmente diferentes de los que narra el film…

 

Gordie (“Courtney” en la traducción española) y sus amigos Chris, Teddy y Vern acaban de terminar el colegio y viven en la pequeña localidad estadounidense de Castle Rock.  Transcurre el verano de 1959, en las emisoras de radio suenan los temas más míticos del rock and roll y un suceso está a punto de cambiar las vidas de los muchachos para siempre:  la aparición del cadáver de un chico, arrollado por un tren, será el inicio de un viaje inolvidable hacia la aventura y también la madurez…

 

Desde que, en 1976, la adaptación cinematográfica de su novela “Carrie” le aupara a lo más alto de los altares del éxito, Stephen King se había convertido en el novelista más cotizado del universo.  Todo el mundo quería adaptar y, sobre todo, disfrutar, nuevas películas basadas en su peculiar universo de terror y desasosiego.  En 1982, King, que pretendía abrirse a otros géneros menos fantásticos, había publicado “Las cuatro estaciones”, una colección formada por cuatro novelas cortas (“novella” en inglés, para diferenciarlo del término habitual, simplemente “novel”), cada una de ellas ubicada en una estación del año.  Así, los cuatro episodios que la integraban eran: “Rita Hayworth y la redención de Shawshank” (futuro origen de una gran película de 1994, “Cadena perpetua”), que se ambientaba en una “primavera eterna”; “Alumno aventajado”, que tiene lugar en un “verano de corrupción” y sería llevada al cine por Bryan Singer en 1998; “El cuerpo”, encuadrada en un “otoño de inocencia” y, finalmente, “El método de respiración”, concebida como un “cuento de invierno”.  En 1983, el escritor y productor Bruce A. Evans (“Starman”) leyó “Las cuatro estaciones” y se enamoró inmediatamente de “El cuerpo”, un relato de nostálgica amistad juvenil en el que adivinó que podía subyacer una hermosa película al estilo de “American Graffiti” (George Lucas, 1973).  Evans contactó con su amigo Raynold Gideon, actor y guionista con el que había colaborado tanto en “Starman” como en la anterior “Un hombre, una mujer y un banco”, y ambos se reunieron con el agente de Stephen King, quien les advirtió que su representado iba a exigir 100.00 dólares más un diez por ciento de los beneficios para permitir que se hiciera la película, cantidades muy elevadas que les obligarían a buscar el respaldo de profesionales con cierto renombre.  El primer realizador al que tantearon fue el británico Adrian Lyne, conocido por el exitoso musical “Flashdance”, aunque, ni con Lyne a bordo, el proyecto parecía despegar: ningún estudio quería involucrarse y sólo uno que atravesaba gravísimos problemas económicos, Embassy Pictures, que había conocido tiempos gloriosos con “El graduado”, “La niebla” o “Aullidos” pero que últimamente parecía especializado en films de prestigio aunque poco comerciales, mostró el interés necesario como para poner realmente el proyecto en marcha.  No obstante, Adrian Lyne cambió repentinamente de opinión y, al finalizar el tortuoso rodaje del que sería uno de sus mayores éxitos, “Nueve semanas y media”, prefirió tomarse un tiempo de descanso que dejó a Evans y Gideon compuestos y sin director.  Andrew Scheinman, que iba a co-producir la película junto con ellos, sugirió el nombre del “joven” Rob Reiner (38 años), hijo del veterano Carl Reiner (“Cliente muerto no paga”) y que, procedente de la televisión, había realizado dos films para Embassy: “This Is Spinal Tap” (1984) y “Juegos de amor en la universidad” (1985).  Reiner exigió una reescritura del guión que Evans y Gideon habían pergeñado, colocando al sensible Gordon “Gordie” Lachance, con quien afirmaba identificarse, como epicentro del relato; huelga decir que, al igual que en casi toda la producción literaria de Stephen King, Gordie (que, como dijimos anteriormente, pasó a llamarse “Courtney” en España, tal vez pensando que “Gordi” sonaría despectivo o “poco digno”), el chico escritor, es también un trasunto o alter-ego del propio novelista.  Otro de los cambios que demandó Reiner fue con respecto al título, ya que le pareció que “El cuerpo” (o, peor aún, su otra acepción, “El cadáver”) echaría para atrás a la audiencia, de modo que, dado que estaba previsto que en la banda sonora del film se incluyesen famosos éxitos de rock and roll, be-bop y rhythm & blues de finales de la década de los cincuenta, nada mejor que tomar prestada la denominación de una maravillosa balada popularizada por Ben E. King, “Stand By Me”, compuesta por él mismo, Jerry Leiber y Mike Stoller y que, rechazada por el que era entonces su grupo, The Drifters, le sirvió como inicio de una exitosa carrera en solitario.  Cuando parecía que todo estaba encarrilado y el rodaje de “Stand By Me” estaba a punto de dar comienzo, se produjo la quiebra de Embassy Pictures y su venta subsiguiente a Columbia Pictures, quien, por cierto, a su vez había sido adquirida algunos años antes por The Coca-Cola Company.  La primera intención de Columbia fue la de cancelar “Stand By Me” debido a su déficit presupuestario, pero Norman Lear, co-propietario de Embassy, aceptó poner de su bolsillo los 7,5 millones de dólares (de un total de 8 previstos) que se necesitaban para llevar la cinta a término, tal era su confianza en la historia y en el trabajo que Reiner podría desempeñar.

 

Para que la película funcionase, resultaba trascendental la elección de los jóvenes protagonistas, la cual se llevó a cabo tras un proceso de casting al que concurrieron 300 chicos, que luego se redujeron a 70.  Wil Wheaton (12 años), visto en casi una decena de ficciones televisivas y brevemente en “Starfighter: La aventura comienza” fue el elegido para interpretar al narrador Gordie Lachance.  River Phoenix (14 años), conocido también por la televisión (formó parte del elenco de “Siete novias para siete hermanos”) pero, sobre todo, por “Exploradores” de Joe Dante, daría vida al líder de la pandilla, Chris Chambers, cuatro años antes de convertirse en el joven Indiana Jones de “La última cruzada”… y apenas ocho antes de morir.  Corey Feldman (13 años), el más conocido de los cuatro intérpretes principales, arrastraba ya una larga trayectoria en la pequeña pantalla y además se había hecho muy popular merced a “Gremlins” y “Los Goonies”; en “Cuenta conmigo” da vida al más bien histérico Teddy Duchamp.  Por su parte, Jerry O’Connell tenía 11 años cuando incorporó al gordito Vern Tessio, lo cual supondría su debut artístico.  Kiefer Sutherland (18 años), hijo del gran Donald, fue el camorrista Ace Merrill; Casey Siemaszko (24 años), el lugarteniente de este último y hermano de Vern, Billy Tessio; Andy Lindberg, el simpar Davie Hogan, alias “Culograsa”; y Kent W. Luttrell, en una efímera pero impactante aparición, el difunto Ray Brower, desencadenante de la acción.  Marshall Bell (“Birdy”, “Peligrosamente juntos”) y Frances Lee McCain (la mamá de Billy en “Gremlins”) representaron a los padres de Gordie, en tanto que un jovencísimo John Cusack (19 años) recreó a su hermano fallecido, Denny.  Aunque en un principio se quiso a David Dukes para interpretar a “El escritor” (es decir, a Gordie adulto), en última instancia se contrató al popular Richard Dreyfuss (37 años), actor fetiche de Steven Spielberg en “Tiburón” y “Encuentros en la tercera fase”.

 

El rodaje de “Cuenta conmigo” tuvo lugar en tiempo récord, entre Junio y Agosto de 1985, con la pequeña localidad de Brownsville, Oregón, haciendo de la ficticia Castle Rock, que, según los libros de Stephen King, debería estar en Maine; agradecidos por el peregrinaje de multitud de fans de la película, cada 23 de Junio se celebra en Brownsville el “Día de Cuenta conmigo”.  Pequeñas partes se filmaron en otros puntos de Oregón así como en California (el Lago Britton y el Parque Estatal McArthur-Burney Falls), en ambos casos para recrear el bosque, el río y las vías del ferrocarril.  Para asegurarse de la buena química que tendría que imperar entre los cuatro chicos protagonistas, Rob Reiner les hizo pasar juntos y aislados dos semanas enteras, en las que tuvieron que trabajarse a fondo, en forma de juegos, el famoso método interpretativo “Improvisación para el teatro” de Viola Spolin, hasta asumir y hacer tan suyos los personajes que llegó un momento en que cada uno de ellos actuaba simplemente dejándose llevar.  No contento con esto, se cuenta que Reiner los llevó al límite en más de una ocasión, haciéndoles llorar de tanto gritarles (especialmente a Phoenix), cosa que acentuó los problemas que ya arrastraba Wheaton, quien, mucho después, se atrevería a confesar que, en aquellos primeros años de carrera, en realidad no deseaba ser actor, sino que lo hacía presionado por sus padres.

 

Thomas Del Ruth, hijo del director de serie B Roy Del Ruth (“La mujer fantasma”, “El fantasma de la calle Morgue”), fue el director de fotografía; Robert Leighton, editor de cabecera de Rob Reiner, firmó el montaje y Jack Nitszche (nada que ver con el filósofo Friedrich Nietzsche pero sí con mitos de la música rock como Phil Spector, Neil Young o los Rolling Stones) compuso la partitura musical, al igual que ya hiciera en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, “Oficial y caballero”, “Starman” o “Nueve semanas y media”.  Y, por lo que respecta a la potentísima banda sonora, como ya hemos dicho, está llena de esplendorosos clásicos de los cincuenta, como “Get A Job” de The Shilhouettes, “Lollipop” de The Chordettes, “Yakety Yak” de The Coasters o “Everyday” de Buddy Holly.  Por supuesto que en ella no podía faltar el “Stand By Me” de Ben E. King, y, aunque en algún momento se consideró la posibilidad de pedirle a Michael Jackson (con quien Corey Feldman mantenía una cierta amistad) que versionara el tema, al final se impuso la cordura y la versión que aparece tanto en el film como en el (maravilloso) trailer es la original.

 

Cuenta conmigo” se estrenó en Estados Unidos el 22 de Agosto de 1986, aunque a España, sorprendentemente, no llegó hasta un año después, el 3 de Agosto de 1987.  Su acogida fue excepcional, tanto a nivel de taquilla (recaudó 52 millones de dólares, casi 7 veces su presupuesto) como crítico.  En cuanto a galardones, recibió numerosas nominaciones a premios como los de los Sindicato de Directores y Guionistas, los Independent Spirit, los Globos de Oro o incluso los Oscar (al Mejor Guión Adaptado).  Aunque quizá el mejor reconocimiento se lo proporcionó el mismísimo Stephen King al confesar que lloró de emoción mientras la veía.

 

Como sucede con todas las grandes películas de aventuras, cada nuevo visionado de “Cuenta conmigo” nos divierte, nos entretiene y, sobre todo, nos emociona.  Ya desde los primerísimos acordes de la banda sonora, nos sentimos transportados a un tiempo más puro y más auténtico, y la narración del Gordie adulto nos pone en situación:  su mejor amigo de la niñez, Chris Chambers (el personaje a cargo de River Phoenix) acaba de fallecer cuando trataba de ejercer como líder y sobre todo pacificador, lo que tan bien se le daba cuando ambos se conocieron.  Aunque Gordie refleja el punto de vista del espectador, Chris representa a ese amigo confidente y protector que todos quisiéramos haber tenido, siendo la entrañable amistad entre ambos el centro neurálgico de las otras subtramas.  La realidad es que, lejos de ser una película fácil o complaciente, “Cuenta conmigo” no duda en desvelar multitud de traumas de la adolescencia, como el maltrato familiar, el bullying, el desarraigo social o el desprecio de quienes, sin conocerte, se empeñan en que seas alguien que no eres; no resulta para nada extraño que el héroe del cuento que improvisa Gordie (el que concierne al concurso de comedores de tarta) tenga como “héroe” al corpulento y vengativo “Culograsa” Hogan, un inadaptado como ellos.  Pero no olvidemos que también es la curiosidad ante la muerte (metáfora de la muerte de su propia ingenuidad al estar a punto de convertirse en adultos) otra de las motivaciones de los protagonistas; por ello, al conocer otra muerte inesperada, la de Chris, Gordie/El escritor se rinde a la nostalgia y acaba recitando la frase que mencionaba al principio, que en su integridad reza así: “Nunca he vuelto a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años.  Dios mío, ¿los tiene alguien?”.


Luis Campoy