Las películas de mi vida/ "LA DILIGENCIA"


Stagecoach

USA, 1939

Director: John Ford

Producción: John Ford, Walter Wanger

Guión: Dudley Nichols, según una historia de Ernest Haycox

Música: Richard Hageman, John Leipold, Leo Shuken, Louis Gruenberg, W. Frankie Harling, Gerard Carbonara

Fotografía: Bert Glennon

Montaje: Otto Lovering, Dorothy Spencer

Dirección Artística: Alexander Toluboff

Diseño de Vestuario: Walter Plunkett

Reparto: John Wayne (Ringo Kid), Claire Trevor (Dallas), Thomas Mitchell (Doc Boone), George Bancroft (Curley Wilcox), John Carradine (Hatfield), Andy Devine (Buck), Louise Platt (Lucy Mallory), Donald Meek (Samuel Peacock), Berton Churchilll (Henry Gatewood), Tim Holt (Teniente Blanchard), Tom Tyler (Luke Plummer), Chrispin Martin (Chris)

Duración: 96 min.

Distribución: United Artists 


Tendría yo no más de diez u once años la primera vez que me subí a la diligencia de John Ford.  Aquel viaje inaugural tuvo lugar en una sala de cine de Alicante, a la que había acudido, como en tantas ocasiones, en compañía de mis padres.  Aún recuerdo las maravillosas sensaciones que experimenté nada más apagarse las luces:  la sala oscura que se iluminaba con aquellas imágenes en blanco y negro del escenario más idílico (el Monument Valley), el vaquero perfecto (John Wayne), los antagonistas más fieros y temibles (los indios) y una música que se me quedó grabada en la memoria y me pasé días y días tarareando, como aferrándome a una experiencia excepcional e insuperable…


Una diligencia está a punto de partir de la pequeña ciudad de Tonto (Arizona) con destino a Lordsburg, Nuevo Mexico.  A ella se sube una serie de personajes de lo más variopinto:  Buck, el conductor ingenuo y bonachón; Curly Wilcox, el sheriff del pueblo, que hace las veces de vigilante de seguridad; Lucy Mallory, esposa embarazada de un capitán de Caballería con el que pretende reunirse; el gallardo Hatfield, un antiguo oficial confederado reconvertido en jugador de fortuna, que se ha prendado de la señora Mallory; Samuel Peacock, viajante de bebidas alcohólicas; y Henry Gatewood, director del banco local que acaba de cometer un desfalco en su propia entidad.  A ellos se les unen, a regañadientes, el médico borracho Josiah Boone y la prostituta Dallas, expulsados por la Liga de la Ley y el Orden, censores de la moral y las buenas costumbres.  A pesar del aviso de que una partida de indios apaches liderada por el sanguinario Geronimo se ha puesto en pie de guerra, la diligencia emprende el viaje según lo previsto, si bien se ven obligados a realizar una parada de emergencia para recoger a un pasajero inesperado:  el joven Ringo Kid, que acaba de salir de la cárcel y se dirige también a Lordsburg para vengarse de los hombres que asesinaron a su padre y su hermano…

 

Decimotercer hijo de un matrimonio de emigrantes irlandeses, John Martin Feeney (que pasaría a la posteridad con el seudónimo de John Ford) nació en Maine, Estados Unidos, el 1 de Febrero de 1894.  Fue su hermano mayor Frank quien primero tuvo contacto con el mundo del cine, trasladándose a Hollywood, California, en 1911, siendo seguido por el joven John dos años después.  Con el nombre artístico de Jack Ford, el muchacho desempeñó todo tipo de actividades en la industria del celuloide (doble de acción, actor, atrezzista, regidor…) hasta que en 1917 tuvo la oportunidad de dirigir una primera película, el westernThe Tornado”, a la que siguieron nada menos que otras ¡61! durante el período del cine mudo.  En 1937. cuando ya había estampado su firma en 26 films sonoros (entre ellos, “La patrulla perdida”, “El delator”, “María Estuardo” o “Huracán sobre la isla”), John Ford tuvo acceso a un relato corto escrito por Ernest Haycox titulado “Diligencia a Lordsburg”, en el que detectó claras reminiscencias del famoso cuento “Bola de sebo” (1880) de Guy de Maupassant, en el que un viaje en carruaje servía al autor para realizar un agudo retrato de los diez personajes que lo poblaban.  Decidido a hacer evolucionar el género western, que hasta entonces básicamente se limitaba a retratar cabalgadas, tiroteos y ataques de los pieles rojas, Ford le encargó a uno de sus dos guionistas habituales, Dudley Nichols (el otro era Nunnally Johnson), la redacción de un guión “más maduro y dramático” que, sin embargo, mantuviese a rajatabla todos los postulados del género.  Ya con el libreto bajo el brazo, Ford contactó con el afamado productor David O. Selznick, enfrascado por aquel entonces en la puesta de largo de “Lo que el viento se llevó” y que era uno de los pocos que no pensaban que las películas del Oeste eran una obsoleta reliquia del pasado.  Sin embargo, Selznick no vio nada claro el proyecto tal como Ford se lo pretendía vender, entre otras cosas porque no le convencía la asignación de los dos personajes protagonistas.  Mientras que Ford proponía a John Wayne (un actor de 31 años al que conocía desde hacía más de una década, cuando aún se llamaba Marion Morrison, pero a quien el público ignoraba porque prácticamente no había hecho otra cosa que papeles de vaquero en películas de poca monta) como Ringo y a Claire Trevor (28 años, vista en “La nave de Satán” o “Callejón sin salida”, por la que había sido nominada al Oscar) como la prostituta Dallas, Selznick insistía en la contratación de dos estrellas consagradas como Gary Cooper (“Adiós a las armas”, “Tres lanceros bengalíes”, “El secreto de vivir”, “Buffalo Bill”) y Marlene Dietrich (“El ángel azul”, “Marruecos”, “El jardín de Alá”, “Arizona”).  Este desacuerdo, unido a la incapacidad de ambos para coordinar las fechas de inicio del rodaje, hizo que Ford se viese obligado a buscar otras alternativas, logrando, no sin ciertos recelos, interesar al también independiente Walter Wanger (“La reina Cristina de Suecia”, “Sólo se vive una vez”, “Argel”), el cual accedió a arriesgar tan sólo 250.000 dólares, que era justamente la mitad de lo que Ford había considerado necesario.

 

Con un guión aprobado, un productor comprometido y un director ansioso por volver a uno de sus géneros favoritos (Ford no realizaba un western desde 1927, cuando el cine todavía era silente), tocaba completar el reparto que arroparía a Wayne y Trevor.  Thomas Mitchell (“Horizontes perdidos”, “Caballero sin espada”, “Esmeralda la zíngara”) sería el encargado de interpretar al encantador médico alcoholizado Josiah Boone; John Carradine (padre de David “Kung Fu”, “Kill Bill” Carradine, así como de Keith y Robert) fue el atildado Hatfield; Andy Devine (el popular “Cookie” de las películas de Roy Rogers) dio vida al chófer de la diligencia, Buck; George Bancroft, estrella de westerns y películas navales de la época muda, se convirtió en el sheriff (o marshall) Curly Wilcox; la joven (23 años) Louise Platt encarnó a la embarazadísima Lucy Mallory; el mucho más veterano Donald Meek (“Vive como quieras”) hizo el papel del viajante de licores Samuel Peacock; Berton Churchill (62 años, visto en “Madame Butterfly” o “Barco a la deriva”) fue el antipático banquero Gatewood; mientras que viejos conocidos de Ford como Tim Holt (Teniente Blanchard), Tom Tyler (Luke Plummer), Chrispin Martin (Chris), Hank Worden o su propio hermano Francis Frank” Ford realizaron pequeños papeles.  Como necesarios figurantes para representar a los indios requeridos, se contrató a trescientos residentes navajos de la reserva adyacente, siendo el llamado Many Mules (Muchas Mulas), que encarnó al líder Geronimo, el único que auténticamente era apache.

 

A pesar de que, como apuntábamos al principio, John Ford había realizado no pocos westerns silentes, la filmación de “La diligencia” constituyó su primera incursión en el emblemático e inevitable Monument Valley, que, desde entonces, se convertiría en una de las señas de identidad del género “oesteño”; cuentan que, la primera vez que John Wayne visitó la zona, exclamó algo así como “Este es el sitio en el que Dios puso el Oeste”.  Además de dicho territorio situado entre los estados de Utah, Arizona y Nuevo Mexico, también se utilizaron localizaciones como el desierto de Chihuahua, el Iverson Movie Ranch, el RKO Encino Movie Ranch y las afueras de la ciudad de Kayenta, donde fueron alojados técnicos y actores en unas condiciones climatológicas muy difíciles (bajísimas temperaturas y fuertes vientos).  El director de fotografía fue el legendario Bert Glennon (“La Venus rubia”, “Capricho imperial”, “El prisionero de Zenda”), Otto Loverin y Dorothy Spencer se ocuparon del montaje, Alexander Tobuloff y Walter Plunkett estuvieron a cargo, respectivamente, del diseño de producción y el vestuario y el luego famosísimo Yakima Canutt (futuro artífice de la carrera de cuádrigas de “Ben-Hur”, 1959) fue quien coreografió las cabalgadas de los indios e incluso se subió al caballo para convertirse en uno de éstos.  A pesar de no aparecer en los créditos, el dramaturgo Ben Hecht fue requerido para “pulir” algunos diálogos y, con respecto a la música, en principio se contrató a Louis Gruenberg, reconocido por sus trabajos clásicos y operísticos, pero su partitura no gustó (sólo se utilizó un tema de los 80 minutos que entregó), y se recurrió precipitadamente a un equipo de compositores de menor renombre (Richard Hageman, John Leipold, Leo Shuken, W. Frankie Harling, Gerard Carbonara, Stephen Pasternacki) que, en algunos casos, echaron mano de melodías del folk norteamericano y, con todo, acabaron recibiendo el Oscar a la Mejor Banda Sonora Adaptada (paradójicamente, fueron nominados todos menos Gruenberg).

 

El rodaje de “La diligencia” tuvo lugar entre Noviembre de 1938 y Enero de 1939 (los planos pertenecientes a la primera aparición de John Wayne en medio del desierto fueron, sorprendentemente, los últimos en filmarse), pero su posproducción y montaje se culminaron en un tiempo récord y la película tuvo su premiere oficial el 2 de Febrero de ese mismo año 1939 en Los Angeles, con estreno comercial a partir del 2 de Marzo (a España no llegaría hasta Octubre de 1944, ya en plena posguerra).  United Artists fue la distribuidora, y la recaudación global superó los 1.103.00 dólares, duplicando (o triplicando, según las fuentes consultadas) su presupuesto, que finalmente había oscilado entre los 390.000 y los 530.000 dólares.

 

Tras una oleada de críticas eminentemente positivas, “La diligencia” concurrió a la duodécima edición de los premios Oscar de la Academia de Hollywood, celebrada en el Hotel Ambassador de Los Angeles el jueves 29 de Febrero de 1940 siendo plenamente consciente de que la clara favorita era la macroproducción de David O. Selznick “Lo que el viento se llevó”.  Así fue:  la mastodóntica adaptación de la novela de Margaret Mitchell arrambló con 13 nominaciones y 10 estatuíllas, mientras que el film que nos ocupa sólo fue nominado en siete apartados y apenas fue distinguida en dos de ellos:  Adaptación Musical y Actor Secundario (el formidable Thomas Mitchell, que, sin embargo, es más recordado por ser también el padre de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento…”, papel por el que no fue nominado).

 

John Ford tenía razón:  el cine del Oeste necesitaba un salto evolutivo como es “La diligencia”.  A todos los niveles posibles, la película significa un avance importantísimo, una progresión necesaria.  Para empezar, y comparándola, aunque las comparaciones son odiosas, con su coetánea “Lo que el viento se llevó”, hay que descubrirse ante el talento de Ford para deslumbrar con un presupuesto que era diez veces menor que el de su “competidora”.  Naturalmente que nuestro film es menos pretencioso, menos megalomaníaco y dura bastante menos, pero no deja de ser grandioso, épico y sabe retratar como nunca antes los inmensos espacios abiertos, los maravillosos cielos y los áridos desiertos casi infinitos, contraponiéndolos con inusual maestría al pequeño cubículo en el que transcurre la acción principal.  La opción de rodar en blanco y negro para abaratar costes no perjudica ni un ápice la belleza formal de una obra que, a pesar de contar con muy pocos escenarios interiores, de la hondura de su dimensión psicológica y de su profusión de secuencias dialogadas, nunca llega a resultar “teatral”.  La caracterización de todos los personajes es certera y basta una pincelada para que sepamos al instante lo que podemos esperar de cada uno de ellos: el médico borrachín pero culto e inteligente como nadie, la prostituta que ha ejercido por pura necesidad, el banquero avariento, el sheriff íntegro, la dama de alta alcurnia que en principio desprecia a Dallas por considerarla socialmente “inferior”, el jugador que aún vive en la ensoñación del Viejo Sur que nunca retornará…  En este sentido, el plano que presenta a John Wayne es magistral y modélico: un héroe que surge como de la nada, iluminado por una luz espectral y con una aureola poco menos que mágica.  Hay en “La diligencia” tres planos en off (fuera del campo visual) que se merecen un comentario: la flecha que alcanza al viajante de licores encarnado por Donald Meek; el intento de Hatfield para propinar a la señora Mallory un “tiro de gracia” que la impida ser vejada por los indios y que culmina con la muerte del propio jugador; y el duelo final de Ringo con los malvados Plummer una vez llegados Lordsburg.  A veces, el nivel de una película se mide también por lo que sugiere y no sólo por lo que muestra.

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