Mi amigo Pablo, que, como yo, es “inmigrante” en una ciudad diferente de aquélla en la que nació (Mataró), es incapaz de entender que, todos los años, cuando llega la Semana Santa, haga las maletas, coja el coche y ponga rumbo a la no tan lejana Cartagena. “¿ Cómo es posible que, no siendo especialmente religioso y teniendo en Lorca la mejor Semana Santa del mundo, prefieras irte a ver unas procesiones que, al fin y al cabo, son iguales que las de cualquier sitio ?”. Obviamente, mi amigo se equivoca de plano en su argumentación: ni hace falta ser “ religioso ” para deleitarse al paso de una procesión, ni las de Cartagena son “ como las de cualquier sitio ”. En cuanto a lo de que “ Lorca posée la mejor Semana Santa del mundo ”, yo no soy quién para reconocer o desmentir tal aseveración, en primer lugar porque, consultando en Google la respuesta a esa cuestión, el buscador más famoso afirma que dicho honor le corresponde a Sevilla (sic), y, en segundo, porque, a falta de hallar un