La vida puede ser maravillosa
La
película más navideña de la historia del cine no transcurre en Belén, ni tiene
como protagonista al Niño Jesús. Por el
contrario, está ambientada en los Estados Unidos de la posguerra y creo que
todos los amantes del cine la han visto o deberían verla, al menos alguna vez…
El protagonista de “Qué bello es vivir” es George Bailey, un
hombre bueno y sencillo, cuya vida siempre se ha caracterizado por su elevado
sentido de la responsabilidad y su entrega a sus semejantes. El modesto banco que heredó de su padre ha
ayudado a muchos de sus conciudadanos, pero, de repente, George se enfrenta a
un gravísimo problema de liquidez y, desesperado, sólo se le ocurre
suicidarse. Es entonces cuando entra en
escena un ángel enviado desde el Cielo cuya misión es revelar a George hasta
qué punto su vida es importante, y cómo serían las vidas de los demás si él no
existiese…
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James Stewart y Donna Reed, los enamorados George y Mary |
El
regalo más grande que puede recibir un sér humano es, naturalmente, la vida, y
de ahí sacó el título el publicista e historiador Philip Van Doren Stern
para el que sería el más famoso de sus relatos:
“El regalo más grande”.
Stern fue pionero en la autoedición, puesto que, durante las Navidades
de 1943, decidió enviar a sus familiares y amigos una original tarjeta de
felicitación en la que se incluía un texto de 24 páginas que ninguna editorial
había querido publicarle y que decidió costearse él mismo. Un productor de cine de la compañía RKO
Pictures tuvo acceso a una de esas tarjetas navideñas, y tanto le gustó la
historia que decidió convertirla en película. La idea inicial era ofrecer el papel
protagonista a Cary Grant y contratar a Frank Capra como realizador, pero Capra prefirió a James Stewart,
con el que había trabajado en “Vive como quieras”, “El secreto de
vivir” y “Caballero sin espada”.
Stewart fue rodeado de un espléndido reparto en el que estaban Donna Reed como la fiel esposa, Lionel Barrymore como el despreciable
villano, Thomas Mitchell como el tío
encantador, Ward Bond como el amigo
policía y Henry Travers como el
adorable ángel que necesita realizar una gran acción para obtener sus alas.
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La desolación de George le llevará al borde de la locura |
La filmación de “Qué bello es vivir”
requirió la construcción de todo un pueblo (el ficticio Bedford Falls), un
gigantesco decorado que aprovechaba los restos de la figuración creada para la primera versión de “Cimarron” e incluía
las fachadas de 75 edificios, comercios e incluso un área residencial. Curiosamente, en el momento de rodar las
tomas exteriores se hallaban en pleno verano, por lo que la nieve que recubre
las calles tuvo que ser creada artificialmente, empleando un nuevo sistema
basado en la espuma que se utilizaba para sofocar incendios. Esta novedosa técnica (que desde entonces se
conoce como “nieve artificial”) se vio recompensada con un Oscar especial que, por
cierto, fue el único que recibiría la película.
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Clarence, un ángel en busca de sus alas |
“Qué bello es vivir” tuvo que competir
en los cines y en los Oscars de 1946 con “Los mejores años de nuestra vida”
de William Wyler, resultando perdedora de aquella contienda. Tampoco la beneficiaron algunas alusiones
religiosas de su argumento (las referencias al cristianismo) ni la lectura en
clave política que algunos medios de comunicación se empeñaron en llevar a cabo. Sin embargo, quiso la casualidad (o el
destino) que “Qué bello es vivir” pudiera alcanzar una popularidad
inconmensurable en los años posteriores, y ello se debió a un despiste
burocrático a la hora de renovar el copyright en 1973, por lo que la película
pasó a ser de dominio público, razón por la cual las televisiones de todo el
mundo, al verse exentas de tener que abonar derechos de exhibición, la
programan masivamente desde entonces.
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La bondad de George para con sus conciudadanos al final tendrá su recompensa |
He leído acerca de “Qué bello es vivir”
algunas críticas en las que se la tacha de “ñoña” o “sensiblera”, pero, para
mi, es imposible enfrentarse a ella sin experimentar, desde el principio y
hasta el final, un torrente interminable de emociones. “Qué bello es vivir” posée un mensaje
tan elemental como inspirador: es mejor ser bueno que ser malo, sacrificarte
por alguien al final compensa, y todo el bien que se hace por nuestros
semejantes acaba revirtiendo en nuestro beneficio. Puede parecer, ciertamente, un planteamiento
excesivamente ingenuo, pero algo de magia tiene que tener esta película para
que, cada vez que la veo, crezca en mí el deseo (o, aún más, la necesidad) de intentar
ser mejor persona. Sólo por eso pienso
que esta maravillosa película debe ocupar un lugar de honor entre las obras
maestras del Séptimo Arte.
Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)
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