Si yo fuera rico…
Fiddler On The Roof
USA, 1971
Director y Productor: Norman Jewison
Guión: Joseph Stein, según su propia obra teatral
Canciones: Jerry Bock
(música) y Sheldon Harnick (letra)
Adaptación musical: John Williams
Fotografía: Oswald Morris
Montaje: Anthony Gibbs, Robert Lawrence
Diseño de Producción: Robert F. Boyle
Reparto: Topol (Tevye), Norma
Crane (Golde), Leonard Frey (Motel), Rosalind Harris (Tzeitel), Michele Marsh (Hodel),
Neva Small (Chava), Paul Mann (Lazar Wolf), Molly Picon (Yente), Paul Michael
Glaser (Perchik), Ray Lovelock (Fyedka), Louis Zorich (Alguacil ruso), Barry
Dennen (Mendel), Tutte Lemkow (El violinista)
Duración: 179 min.
Distribución: United Artists
Uno de los prejuicios tradicionalmente
atribuídos al pueblo judío era el de ser codiciosos y avaros. Quién sabe si para dar la razón o para
confundir aún más a quienes pensaban de esa manera, la canción más famosa del
musical judío por excelencia, “El
violinista en el tejado” se llamaba ¡“Si
yo fuera rico”!. Sólo los que vieron
la obra o la película que la adaptó en 1971 obtuvieron la necesaria respuesta…
Estamos en 1905 y Guillermo II, el que sería último Zar de Rusia, gobierna con mano de hierro mientras se prepara la inminente Revolución. En Anatevka, un pueblecito de Ucrania en el que, al menos hasta la fecha, han convivido en paz los judíos y los ortodoxos, el lechero Tevye tiene que sacar adelante a su familia numerosa (su mujer Golde y sus cinco hijas, tres de ellas casaderas). Tevye es un buen hombre, cumplidor de la religión hebrea y observante de la Tradición, pero tal vez es demasiado bondadoso y tolerante, y mantener el equilibrio en su vida le resulta tan difícil como a un violinista ejecutar su tonada sobre un empinado tejado…
Conocido por su seudónimo Sholem Aleichem (cacofonía deliberada de “Shalom Aleichem”, “La paz sea contigo” en yiddish), Sholem Yakov Rabinowitz fue un escritor ucraniano de religión judía que entre 1894 y 1914 publicó su colección de relatos “Tevye el lechero”, también conocida como “Las hijas de Tevye”, que describía el día a día de una apacible comunidad judía en los últimos tiempos de la Rusia zarista. Sus textos, populares entre la floreciente comunidad hebrea de los Estados Unidos, cayeron en manos del dramaturgo Joseph Stein, el cual, influído asimismo por la obra pictórica del pintor bielorruso/francés de origen judío Marc Chagall (que había de-dicado varios de sus cuadros a plasmar violinistas en diversos colores y posturas, destacando sobre todo “El violinista verde” de 1924, en la que el músico parece mantener un imposible equilibro sobre los tejados de dos casas), acabó urdiendo un libreto refundiendo varios de los relatos de Aleichem, al que bautizó como “Fiddler On The Roof” (“El violinista en el tejado”). Con canciones compuestas por Jerry Bock (música) y Sheldon Harnick (letra), coreografías de Jerome Robbins, decorados diseñados por Boris Aronson directamente inspirados en las pinturas de Chagall y la genial aportación del protagonista Zero Mostel, que era quien daba vida a Tevye, el musical subsiguiente debutó en Broadway en 1964 con un éxito arrollador, siendo la primera obra de este género en sumar más de 3.000 representaciones. En 1968, cuando se calculaba que unos cinco millones de norteamericanos habían disfrutado la obra en su vertiente teatral, el productor Walter Mirisch, a través de su compañía The Mirisch Company (que había producido éxitos como “El apartamento”, “Los siete magníficos” o “West Side Story”) adquirió los derechos para trasladarla al cine. Al frente del proyecto, Mirisch colocó al realizador canadiense de 42 años Norman Jewison (“El rey del juego”, “En el calor de la noche”, “El caso Thomas Crown”), cuyo apellido, como he apuntado alguna vez, no dejaba de parecer casi profético: “Jewison” podría traducirse como “hijo judío”. Lo cierto es que Jewison nunca había dirigido un musical y el desafío le resultaba atractivo, máxime cuando se aseguró la continuidad del libretista Joseph Stein, que sería el encargado de escribir también el guión del futuro film.
A la hora de confeccionar el reparto, todo el mundo dio por hecho que Zero Mostel, el aclamado protagonista del musical, sería el encargado de dar vida a Tevye en la pantalla, pero Jewison decidió que Mostel estaba demasiado asociado, encasillado en el personaje, y que era preferible seleccionar a alguien nuevo y diferente. Anthony Quinn, Orson Welles e incluso Marlon Brando fueron tanteados y se mostraron renuentes, Danny Kaye y el mismísimo Frank Sinatra se ofrecieron voluntarios pero se les rechazó y, tras visionar varias representaciones de la obra en diversas ciudades, Jewison decidió apostar por el casi desconocido (Chaim) Topol, que protagonizaba el montaje de Londres. Topol tenía por aquel entonces apenas 34 años, pero su Tevye era arrebatadoramente carismático, y el cine no le era del todo ajeno porque había intervenido en media docena de películas, la más conocida de las cuales era “La sombra de un gigante” (1966). Por otra parte, era israelí de nacimiento y posteriormente había estudiado en colegios europeos, aspectos que terminaron de cautivar tanto a Jewison como a Mirisch. Para encarnar a Golde (“Golda”, acabado en “a”, en la versión española), la sufrida esposa de Tevye que es la verdadera responsable de mantener las férreas tradiciones que la benevolencia de su marido siempre acaba por saltarse, la candidata ideal era Anne Bancroft, pero se acabó contratando a Norma Crane, un rostro habitual en la televisión (“Los intocables”, “El fugitivo”, “Audacia es el juego”, “Ironside”) y el cine (“Té y simpatía”, “Ahora me llaman Sr, Tibbs”), que, lamentablemente, fallecería de cáncer de mama poco después del estreno de la película, con apenas 44 años de edad. El papel de Tzeitel, la hija mayor que inicia la pequeña rebelión doméstica al negarse a contraer matrimonio con el candidato impuesto por sus padres y preferir al humilde sastre del que está enamorada, fue desempeñado por Rosalind Harris, mientras que Leonard Frey (“Los chicos de la banda”, “Dime a quién amas, Junie Moon”) fue quien encarnó al susodicho costurero, Motel. Molly Picon (“La ciudad desnuda”, “Gallardo y calavera”) incorporó a la casamentera Yente, Paul Mann (“América, América”) fue el “casi yerno” Lazar Wolf, el viejo carnicero cuya fortuna hubiera sacado de la miseria a la familia, y un joven Paul Michael Glaser (aunque en el reparto figura sin el “Paul”), que enseguida se haría famosísimo al interpretar al detective Dave Starsky en la serie “Starsky & Hutch” dio vida al estudiante Perchik, el revolucionario que acabará con sus huesos en Siberia, no sin antes haber conquistado a Hodel, la segunda hija, personaje a cargo de Michele Marsh. La tercera hija, Chava, tuvo los rasgos de Neva Small, y el ortodoxo que la enloquece hasta el punto de quebrantar la tradición de no casarse con un gentil, Fedya, fue el italiano Ray Lovelock. El actor, bailarín y coreógrafo de origen noruego Tutte Lemkow fue quien representó al Violinista, que nunca sabemos a ciencia cierta si existe o si sólo vive en la imaginación de Tevye.
Aunque hoy en día sí existe en la realidad una aldea ucraniana llamada Anatevka, fundada en 2016 para acoger refugiados judíos provenientes de zonas limítrofes en conflicto, cuando se rodó “El violinista en el tejado” en 1969 dicha localidad no era más que un lugar ficticio imaginado por Sholem Aleichem, por lo cual hubo que recrearla en varios emplazamientos de Yugoslavia (actual Croacia), tales como Lekenik, Mala Gorica y la capital Zagreb. Los interiores se filmaron en los celebérrimos estudios Pinewood de Buckinghamshire, Inglaterra, siendo Robert F. Boyle (“Con la muerte en los talones”, “El cabo del terror”, “A sangre fría”) el diseñador de producción, tarea que se tomó muy en serio, hasta el punto de estudiar concienzudamente los planos de edificios y sinagogas de principios de siglo. El tándem formado por Joan Bridge y Elizabeth Haffenden (“Las zapatillas rojas”, “Ben-Hur”, “Un hombre para la eternidad”) confeccionó el vestuario y el histórico Oswald Morris (“Moulin Rouge”, “Moby Dick”, “Los cañones de Navarone”) ofició como director de fotografía. El maquillador Del Armstrong fue el artífice del “envejecimiento” de Topol, que debía aparentar unos 20 años más de los que en realidad tenía, corriendo el rumor de que el vello canoso que se añadió a su barba y cejas pertenecía al director Norman Jewison (sic). En el apartado musical, se mantuvieron casi todas las canciones que sonaban en la obra teatral, otras fueron suprimidas o levemente modificadas y se contrató a un compositor de 38 años llamado John Williams para que las arreglase y escribiese la partitura incidental. El trabajo de Williams fue sencillamente magistral y sus maravillosas orquestaciones engrandecieron hasta lo inimaginable las melodías de Jerry Bock. El cotizadísimo Isaac Stern, virtuoso indiscutible de las cuatro cuerdas, ejecutó todos los solos de violín.
El viernes 3 de Noviembre de 1971 se estrenaba “El violinista en el tejado” (en España tuvimos que esperar hasta el 20 de Diciembre), con los productores temiendo una mala reacción del público al haber prescindido del hasta entonces indiscutido Zero Mostel. Se equivocaron rotundamente. El presupuesto de 9 millones de dólares se tradujo en unos descomunales 83, a pesar del otro gran hándicap con el que se contaba, una duración de tres horas, calificada como “desaconsejable” al tratarse de un musical.
Precisamente fue la música, o, más concretamente, una canción de su banda sonora, “If I Were A Rich Man”, “Si yo fuera rico” lo que marcó el punto álgido de su popularidad, convirtiéndose en una de las melodías más reconocibles de la década, por no decir de toda la Historia del Cine. Yo doy fe de que se escuchaba por todas partes y, en mi colegio, raro era el alumno que no se vio obligado a tener que aprender a tocarla con su flauta…
En la temporada de premios, “El violinista en el tejado” se hinchó a recibir galardones, sobre todo para su protagonista Topol (Globo de Oro, David de Donatello, Festival de San Sebastián, Sant Jordi…) y para la fotografía de Oswald Morris. En los Oscar, obtuvo ocho nominaciones (Mejor Película, Director, Actor: Topol, Actor Secundario: Leonard Frey, Dirección Artística, Fotografía, Sonido y Banda Sonora Adaptada), logrando materializar únicamente las tres últimas estatuillas citadas. Es decir, John Williams y Oswald Morris conquistaron el primer Oscar de sus carreras pero la Academia ignoró a Topol, Jewison y la película en sí, en detrimento de la “French Connection" de William Friedkin, que dio la campanada aquel 10 de Abril de 1972.
Cada vez que veo “El violinista en el tejado”, y llevo unas cuantas, me quedo boquiabierto y sin palabras durante sus primeros quince minutos, más o menos hasta que finalizan los títulos de crédito. El protagonista Topol se mete al espectador en el bolsillo ya desde su presentación, ofreciendo una de esas composiciones geniales y que se saben imposibles de superar. Su mirada, su gestualidad, el modo en que mueve los brazos y arrastra las piernas, esa campechanía milagrosa… son dignas de todo elogio y admiración. La primera canción, “Tradition”, es una obra maestra, una set-piece capaz de mostrarnos la ancestral cultura judía en cuatro certeras pinceladas, con una letra mínima y concisa y unos diálogos preñados de tierno cinismo. ¿Y qué decir de las imágenes seleccionadas y la manera en que están montadas, coincidiendo con cada golpe de música? Si a todo ello le sumamos la instrumentación maravillosa de John Williams, el violín apoteósico de Isaac Stern y ese crepúsculo rojizo sobre el que se arquea el violinista, filigrana de Oswald Morris que constituye una bellísima pintura en movimiento, obtenemos una de las secuencias de apertura más enormes del Séptimo Arte. Uno piensa que la magia de un arranque así no puede perdurar, por pura lógica, durante todo el metraje, pero muy poco después viene el “Si yo fuera rico”, con Topol desatado como una fuerza de la naturaleza, y al rato se produce ese canto a la vida y la vitalidad que es “To Life” (la “despedida de soltero” del luego menospreciado Lazar Wolf), y entre medias y después alucinamos con la brillantez de los diálogos y la desarmante naturalidad de todas las interpretaciones. El sueño de Tevye es una pieza de terror cómico que nos intimida pero sobre todo nos divierte, la boda de Tzeitel y Motel posée un tono de folklore costumbrista cautivador… y entonces, bruscamente, nos abofetea el “Entreacto” con su advertencia traicionera de que llevamos dos horas de película y todavía parece quedar mucho por contar. Creo que ese punto de inflexión rompe la película, y no sólo a efectos de continuidad. Concluye la parte más alegre y optimista y da comienzo un fragmento más dramático, en el que incluso las canciones nos inundan de melancolía. Es entonces cuando pesan los casi ciento ochenta minutos, cuando notas cómo el tiempo transcurre más lento, cuando ya estás dispuesto a aceptar que lo mejor es que el espectáculo termine, los judíos abandonen su idílica villa y el violinista desgrane su última tonada.
Luis Campoy
Comentarios
Es una lástima que la segunda parte sea tan pesada,debe ser por eso que no pudo ganar