Creo que ya he dicho, y más de una vez, que la poca confianza que aún conservaba depositaba en la persona de don José Luis Rodríguez Zapatero, actual presidente socialista del Gobierno de España, se fue diluyendo a lo largo de los cientos y cientos de despropósitos, ineptitudes y actitudes jactanciosas que tanto él como la mayoría de sus ministros han ido desgranando en los últimos tiempos. La verdad es que, en el fondo del fondo, no creo que sea una mala persona, sino alguien a quien el idealismo infantil le ha jugado una muy mala pasada, alguien a quien el trasfondo de sus utopías le importa más que la repercusión de sus actos y alguien que, definitivamente, no ha sabido rodearse del equipo ¿humano? adecuado.
La última muestra de todo ésto es su absurda, peligrosa y casi suicida persistencia en el proceso de paz que él mismo se ha ocupado de auspiciar y que, como ya hemos dicho en reiteradas ocasiones, tan sólo persigue canonizarle como “el hombre que venció al terrorismo”. Mas Zapatero pretende ignorar que la mayoría de los santos han llegado a los altares después de un dolorosísimo martirio, y parece ser que este señor se cree con derecho a hacer partícipes de ese martirio a toditos los españoles, sea cual sea su actitud con respecto al terrorismo, la Ley de partidos y la autodeterminación del pueblo vasco.
Aun a riesgo de repetirme hasta más que rebasada la saciedad, vuelvo a decir que yo, en ésto como en todo, soy partidario del diálogo y no de la pena de muerte, de la conversación y no de la horca y los fusilamientos. Pero para dialogar hay que estar en igualdad de condiciones, y Zapatero no quiere reconocer que la tregua ofrecida por ETA es, en sí misma, una bomba de relojería, una carta explosiva y una bomba lapa adherida al corazón de la democracia. Porque, si bien es cierto que los etarras hace muchas lunas que no han perpetrado sus habituales asesinatos, ¿acaso puede decirse que hayan cesado sus actos selectivos de la llamada kale borroka? ¿Se ha percatada alguien del Ejecutivo de que los encapuchados abertzales no han entregado las armas (como sí hicieron en su momento los miembros del IRA)? Y lo que me parece lo más grave de todo, ¿cómo entra en la cabeza de un político sentarse a negociar con alguien que se jacta de que no va a condenar la violencia?
La semana pasada, unos encapuchados robaron un auténtico arsenal de armas en un pueblo de Francia. Cuando se extendió el rumor de que el modus operandi del robo señalaba claramente a ETA, Zapatero debió sentir un retortijón de proporciones épicas. Sin embargo, y a pesar de que el Ministro del Interior se vio obligado a admitir que en esta ocasión no podían cargarle el muerto a los integristas islámicos sino a los desintegradores vascos, tan sólo se limitó a decir, críptica y veladamente, que el robo “tendría consecuencias”.
Esta mañana, en la Cadena SER, emisora que escucho, entre otras cosas, porque me gusta y porque me da la gana (sin ofender a nadie, of course), el Presidente ha dicho que “no encontraba razones para suspender el proceso de paz”, ya que “nos hallábamos en un momento histórico para terminar para siempre con el terrorismo”. Pues, señor mío, si ésta es la forma de acabar con el terrorismo, que venga Dios y lo vea. Esta burda caricatura de proceso de paz debió haber echado el telón hace mucho tiempo, cuando se supo que ciertos empresarios todavía seguían recibiendo cartas de extorsión en la que se les exigía el pago del “impuesto revolucionario”; cuando tuvimos conocimiento de que la kale borroka no había cesado sino que continuaba constituyendo el pan nuestro de cada día; y, sobre todo y por encima de todo, cuando cierto dirigente de Batasuna se puso una medalla al fardar de que ellos jamás condenarían la violencia.
Lo del robo de las armas es, por así decirlo, la guinda del pastel, el colofón del desencanto, el espejismo de la ilusión. Y, aunque odio decir ésto, me temo que esta vez Rajoy tiene razón al exigir al Gobierno que ponga punto final a la pantomima y regrese junto a ellos al famoso Pacto Antiterorista, que, por lo menos, causaba la sensación de que socialistas y populares, Ejecutivo y Oposición, eran capaces de luchar juntos por un bien común. Pero no. Ni siquiera ahora. Ni siquiera ante una prueba irrefutable de que continuamos siendo víctimas de ETA, esta vez no víctimas mortales sino rehenes de la credulidad y la inopia. Gracias, Zapatero, por dejar que tu pacifismo de andar por casa haya permitido que este “momento histórico” se convierta en un histórico desatino.
La última muestra de todo ésto es su absurda, peligrosa y casi suicida persistencia en el proceso de paz que él mismo se ha ocupado de auspiciar y que, como ya hemos dicho en reiteradas ocasiones, tan sólo persigue canonizarle como “el hombre que venció al terrorismo”. Mas Zapatero pretende ignorar que la mayoría de los santos han llegado a los altares después de un dolorosísimo martirio, y parece ser que este señor se cree con derecho a hacer partícipes de ese martirio a toditos los españoles, sea cual sea su actitud con respecto al terrorismo, la Ley de partidos y la autodeterminación del pueblo vasco.
Aun a riesgo de repetirme hasta más que rebasada la saciedad, vuelvo a decir que yo, en ésto como en todo, soy partidario del diálogo y no de la pena de muerte, de la conversación y no de la horca y los fusilamientos. Pero para dialogar hay que estar en igualdad de condiciones, y Zapatero no quiere reconocer que la tregua ofrecida por ETA es, en sí misma, una bomba de relojería, una carta explosiva y una bomba lapa adherida al corazón de la democracia. Porque, si bien es cierto que los etarras hace muchas lunas que no han perpetrado sus habituales asesinatos, ¿acaso puede decirse que hayan cesado sus actos selectivos de la llamada kale borroka? ¿Se ha percatada alguien del Ejecutivo de que los encapuchados abertzales no han entregado las armas (como sí hicieron en su momento los miembros del IRA)? Y lo que me parece lo más grave de todo, ¿cómo entra en la cabeza de un político sentarse a negociar con alguien que se jacta de que no va a condenar la violencia?
La semana pasada, unos encapuchados robaron un auténtico arsenal de armas en un pueblo de Francia. Cuando se extendió el rumor de que el modus operandi del robo señalaba claramente a ETA, Zapatero debió sentir un retortijón de proporciones épicas. Sin embargo, y a pesar de que el Ministro del Interior se vio obligado a admitir que en esta ocasión no podían cargarle el muerto a los integristas islámicos sino a los desintegradores vascos, tan sólo se limitó a decir, críptica y veladamente, que el robo “tendría consecuencias”.
Esta mañana, en la Cadena SER, emisora que escucho, entre otras cosas, porque me gusta y porque me da la gana (sin ofender a nadie, of course), el Presidente ha dicho que “no encontraba razones para suspender el proceso de paz”, ya que “nos hallábamos en un momento histórico para terminar para siempre con el terrorismo”. Pues, señor mío, si ésta es la forma de acabar con el terrorismo, que venga Dios y lo vea. Esta burda caricatura de proceso de paz debió haber echado el telón hace mucho tiempo, cuando se supo que ciertos empresarios todavía seguían recibiendo cartas de extorsión en la que se les exigía el pago del “impuesto revolucionario”; cuando tuvimos conocimiento de que la kale borroka no había cesado sino que continuaba constituyendo el pan nuestro de cada día; y, sobre todo y por encima de todo, cuando cierto dirigente de Batasuna se puso una medalla al fardar de que ellos jamás condenarían la violencia.
Lo del robo de las armas es, por así decirlo, la guinda del pastel, el colofón del desencanto, el espejismo de la ilusión. Y, aunque odio decir ésto, me temo que esta vez Rajoy tiene razón al exigir al Gobierno que ponga punto final a la pantomima y regrese junto a ellos al famoso Pacto Antiterorista, que, por lo menos, causaba la sensación de que socialistas y populares, Ejecutivo y Oposición, eran capaces de luchar juntos por un bien común. Pero no. Ni siquiera ahora. Ni siquiera ante una prueba irrefutable de que continuamos siendo víctimas de ETA, esta vez no víctimas mortales sino rehenes de la credulidad y la inopia. Gracias, Zapatero, por dejar que tu pacifismo de andar por casa haya permitido que este “momento histórico” se convierta en un histórico desatino.