Fútbol: Madrid, 2 – Barcelona, 0
Una vez más, el clásico entre los clásicos: Real Madrid y F.C. Barcelona se enfrentaron reeditando una ancestral rivalidad que va mucho más allá de lo simplemente deportivo. No es sólo el contraste entre el blanco impoluto y el blaugrana de rayas de ancho cambiante; mucho más que éso, se trata de la eterna competitividad entre el centralismo y la descentralización, entre el Estado único y el modelo pseudo-independentista… entre la “opresión” del idioma único y la “libertad” de la lengua vernácula alternativa. Como todos los años, la sociedad española se dividió entre quienes apoyan a uno y a otro club, aunque, también como siempre, el hecho deportivo está tan politizado y tan enrarecido que muchas, demasiadas personas, tan sólo esperan contemplar cómo el Barça muerde el polvo, y ello debido a que (supuesta y teóricamente) simboliza el espíritu de la Cataluña que no quiere pertenecer a España, agravio para el cual se erige el Madrid como legítimo vengador.
Yo, más de una vez lo he dicho, simpatizo con el Barcelona. Desde los tiempos del mítico Johan Cruyff (el jugador, no tan siquiera el entrenador), ha sido el equipo de mis amores y de mis ilusiones, de mis satisfacciones y de mis frustraciones. Y no hablo catalán ni tampoco soy partidario de la independencia a cualquier precio. Es tan sólo una cuestión de amor propio, de fidelidad a unos colores, incluso (casi siempre) a un cierto estilo de juego. Creo que se equivocan quienes piensan que todos los culés somos “catalanistas” y “antiespañoles”, como también se equivocan los dirigentes barcelonistas que se empeñan en que ser del Barça te obliga poco más o menos que a cantar cada mañana Els Segadors. Lo mío, en resumen, es puro entretenimiento, puro deporte… para bien o para mal.
El domingo, como de costumbre, todos los bares de Lorca estaban atestados de gente que pretendía disfrutar un espectáculo futbolístico de primer orden, y no me extrañó que tan sólo pudiera conseguir un pequeño lugarcito en la barra (y de pie); era lo previsible. Lo que sí me sorprendió fue la inusitada afluencia de ciudadanos marroquíes (o sea, moros, dicho con todos mis respetos), que se apiñaron, los siete u ocho que eran, en el extremo izquierdo del establecimiento. También detecté la presencia de algunos latinos, presumiblemente ecuatorianos, pero no había más de tres. El resto, españolitos de a pie (más concretamente, tropecientos varones y sólo dos mujeres), que, a juzgar por cómo aullaban, vibraban, jaleaban y palmeaban cuando el equipo de Fabio Capello acorralaba al de Frank Rijkaard, no eran precisamente catalanistas, así que mi sagacidad felina y mi instinto animal me sugirieron mantenerme en respetuoso silencio en los momentos en que los chicos de azul y grana trataban de sacar de sus casillas al portero madridista.
En cuanto a lo estrictamente futbolístico, mejor abrevio para no cansaros con la longitud de este artículo. Algo le sucede a este Barça, a pesar de que es prácticamente el mismo equipo de la temporada pasada. La ausencia de Eto’o pesa como una losa, éso es innegable, pero ya, antes de que el camerunés se lesionara, la maquinaria de relojería engrasada por Rijkaard comenzaba a chirriar. El pésimo estado de forma de Ronaldinho tampoco ayuda, como tampoco su carencia de ilusión; su inmensa dentadura no refulge como antaño. Tampoco Deco o Xavi están al mismo nivel, el nórdico Gudjohnssen está reñido con el gol y sólo Messi es capaz de echarse el equipo a las espaldas. Lo mismo que, por cierto, sí hizo el amigo Raúl en el lado contrario del campo, a pesar de que muchos le consideraban (considerábamos) poco menos que acabado. Me alegro por él. En el fondo, es buen chaval. Muy en el fondo. No, en serio, el Madrid superó obvia y ostensiblemente al Barcelona… pero, por si alguien no había reparado en este pequeño detalle, procede tener presente que los azulgrana siguen líderes y los blancos todavía son cuartos. Un partido se pierde mucho antes que una Liga… y muchísimo antes que la esperanza.
Yo, más de una vez lo he dicho, simpatizo con el Barcelona. Desde los tiempos del mítico Johan Cruyff (el jugador, no tan siquiera el entrenador), ha sido el equipo de mis amores y de mis ilusiones, de mis satisfacciones y de mis frustraciones. Y no hablo catalán ni tampoco soy partidario de la independencia a cualquier precio. Es tan sólo una cuestión de amor propio, de fidelidad a unos colores, incluso (casi siempre) a un cierto estilo de juego. Creo que se equivocan quienes piensan que todos los culés somos “catalanistas” y “antiespañoles”, como también se equivocan los dirigentes barcelonistas que se empeñan en que ser del Barça te obliga poco más o menos que a cantar cada mañana Els Segadors. Lo mío, en resumen, es puro entretenimiento, puro deporte… para bien o para mal.
El domingo, como de costumbre, todos los bares de Lorca estaban atestados de gente que pretendía disfrutar un espectáculo futbolístico de primer orden, y no me extrañó que tan sólo pudiera conseguir un pequeño lugarcito en la barra (y de pie); era lo previsible. Lo que sí me sorprendió fue la inusitada afluencia de ciudadanos marroquíes (o sea, moros, dicho con todos mis respetos), que se apiñaron, los siete u ocho que eran, en el extremo izquierdo del establecimiento. También detecté la presencia de algunos latinos, presumiblemente ecuatorianos, pero no había más de tres. El resto, españolitos de a pie (más concretamente, tropecientos varones y sólo dos mujeres), que, a juzgar por cómo aullaban, vibraban, jaleaban y palmeaban cuando el equipo de Fabio Capello acorralaba al de Frank Rijkaard, no eran precisamente catalanistas, así que mi sagacidad felina y mi instinto animal me sugirieron mantenerme en respetuoso silencio en los momentos en que los chicos de azul y grana trataban de sacar de sus casillas al portero madridista.
En cuanto a lo estrictamente futbolístico, mejor abrevio para no cansaros con la longitud de este artículo. Algo le sucede a este Barça, a pesar de que es prácticamente el mismo equipo de la temporada pasada. La ausencia de Eto’o pesa como una losa, éso es innegable, pero ya, antes de que el camerunés se lesionara, la maquinaria de relojería engrasada por Rijkaard comenzaba a chirriar. El pésimo estado de forma de Ronaldinho tampoco ayuda, como tampoco su carencia de ilusión; su inmensa dentadura no refulge como antaño. Tampoco Deco o Xavi están al mismo nivel, el nórdico Gudjohnssen está reñido con el gol y sólo Messi es capaz de echarse el equipo a las espaldas. Lo mismo que, por cierto, sí hizo el amigo Raúl en el lado contrario del campo, a pesar de que muchos le consideraban (considerábamos) poco menos que acabado. Me alegro por él. En el fondo, es buen chaval. Muy en el fondo. No, en serio, el Madrid superó obvia y ostensiblemente al Barcelona… pero, por si alguien no había reparado en este pequeño detalle, procede tener presente que los azulgrana siguen líderes y los blancos todavía son cuartos. Un partido se pierde mucho antes que una Liga… y muchísimo antes que la esperanza.
Comentarios
Si me permites, te digo que me hubiera gustado que hubieras metido alguna "cuña" sobre la problemática materialista que existe en la sociedad donde un conjunto de españoles y otras personas, siempre semejantes, sean de donde sean, tienen que pasar por el local público para ver un encuentro de este interés social. Yo no vi el encuentro, porque estoy en contra de este problema social. Ya sé que no contribuí a que se notara mi falta, pero si todos hiciéramos igual, algo se mejoraría.
Recibe mi gratitud y saludo.