lunes, 11 de junio de 2018

Cine actualidad/ “JURASSIC WORLD: EL REINO CAÍDO”


Un dinosaurio viene a verme

¿A qué sabe un dinosaurio?  Para mí, a mayonesa con ajo…

Durante el largo y caluroso verano de 1993, cuando apenas faltaban unas semanas para el estreno de ”Parque Jurásico”, la película de Steven Spielberg, me propuse leer primero la novela escrita por el malogrado Michael Crichton.  A tal efecto, allá donde yo iba, el voluminoso libro venía conmigo, a la piscina, a la playa y a donde hiciera falta, y así fue cómo el libro y yo fuimos a parar a cierto piso de la costa de Aguilas (Murcia) en el que, entre capítulo y capítulo, tuve la oportunidad de degustar las mayores y más deliciosas raciones de alioli que mis fauces hayan devorado jamás…

Desde entonces han transcurrido nada menos que veinticinco añitos, y a pesar de que Crichton falleció de cáncer en 2008 y de que Spielberg ya no gobierna el timón de la nave, la millonaria saga sobrevive lejos de la extinción.  De hecho, después de un tiempo varada en el olvido, en 2015 fue relanzada con inusitado éxito con “Jurassic World”, título del que la película que ahora comentamos es la lógica e inevitable continuación.

Tres años después de los sucesos narrados en “Jurassic World”, los dinosaurios que campaban a sus anchar por la Isla Nublar, se enfrentan a una terrible erupción volcánica que pone en peligro su supervivencia.  Colectivos ecologistas se manifiestan a lo largo y ancho del mundo exigiendo su rescate, y así será cómo Claire Dearing y Owen Grady entrarán de nuevo en acción…

Como dijimos anteriormente, Steven Spielberg ya no se sienta en la silla de director de la franquicia jurásica, sino que se limita a ejercer funciones de productor ejecutivo.  Fue él quien, tras ver el modo en que el español manejaba la cámara en “Lo imposible”, logrando que una producción europea luciese al nivel visual de un blockbuster hollywoodiense, decidió confiarle la realización de la quinta entrega de la saga al español Juan Antonio “Jota” Bayona (Barcelona, 1975), autor también de “El orfanato” y “Un monstruo viene a verme”.

Bayona, bajo supervisión directa de Spielberg, ha invertido dos años en la concepción y realización de “Jurassic World: El reino caído”, y es evidente que todo ese tiempo debe haberlo dedicado a la visualización de escenas, dibujo de storyboards, diseño de efectos visuales y, finalmente, a la temible postproducción.  Porque, desde luego, el argumento y guión (redactados por el director saliente Colin Trevorrow) dejan bastante que desear.  La historia urdida por Trevorrow no hace sino transitar el mismo terreno ya conocido en la segunda entrega de la serie, “El mundo perdido”, hallándose no pocas referencias temáticas e incluso visuales que se hacen un poco molestas:  una primera parte que transcurre en la isla de los dinosaurios, una segunda mitad que se traslada a un entorno civilizado, más oscuridad, más violencia y más especies animales que mostrar.

Que Jota Bayona sabe cómo planificar una secuencia yo lo tenía más que claro, y que es capaz de “pintar” con una exquisita paleta de colores lo ha demostrado sobradamente en su trayectoria anterior.  Lo que no me esperaba era que diese el visto bueno a un guión tan cargado de tópicos y, sobre todo, que el tratamiento de todos los personajes fuese tan superficial, tan insulso, tan pueril.  Diríase que Dearing y Grady están porque tienen que estar, porque los actores Bryce Dallas Howard y Chris Pratt tienen sendos contratos firmados, ya que su aportación a la trama es más bien irrelevante, siendo en todo momento marionetas de la acción jurásica.  La inevitable niña repelente se manifiesta una vez más (ésta es otra de las constantes de la saga), si bien en este caso su presencia conlleva una revelación un poco sorprendente.   El gran Jeff Goldblum (Ian Malcolm en los episodios 1 & 2) regresa a su lacónico papel, aunque su intervención es poco más que un cameo.  Y, en el terreno de los villanos, da un poco de pena que el memorable “Buffalo Bill” de “El silencio de los corderos” (Ted Levine) se conforme con dar vida a un militar caricaturesco, así como sorprende que un personaje decisivo como el del intrigante Eli Mills haya sido confiado a un actor tan mediocre e inexpresivo como Rafe Spall.

Por lo demás, momentos como la secuencia de arranque, el abandono de los dinosaurios en la Isla Nublar, la subasta que se celebra en la mansión Lockwood o el ataque final del temible Indoraptor dan fe de la habilidad de Bayona para hacer aflorar los sentimientos (inquietud, dolor, tensión, terror), lo cual, en esencia, constituye su mayor virtud como cineasta.

Luis Campoy

Lo mejor:  la planificación de las cuatro o cinco set-pieces que dan sentido a la película
Lo peor:  la pueril utilización de todos los personajes, principales o secundarios
El cruce:  “Parque Jurásico” + “El mundo perdido: Jurassic Parl” + “Un monstruo viene a verme”
Calificación:  7 (sobre 10)

martes, 5 de junio de 2018

PÍLDORAS DE CINE (Junio de 2018)


Con motivo del reciente estreno de “Han Solo:  Una historia de Star Wars”, para mí simplemente entretenida y poco más, un amigo (por cierto, ya cuarentón), me acusó de “haber dejado de ser niño, de no saber entender que las películas de ‘La Guerra de las Galaxias’ no son arte, sino que sólo pretenden distraer”.  Yo, que vi la película fundacional del universo galáctico en el estreno alicantino de 1977, que soy desde entonces coleccionista de todo lo que tiene que ver con la saga y que, desde luego, pienso continuar presenciando los nuevos título que se vayan adhiriendo a la misma, simplemente considero que de lo que se trata es de que hay películas mejores y peores, más acertadas o más fallidas, más novedosas o más predecibles, y que estar ambientado en “una galaxia muy, muy lejana” no representa un salvoconducto para cualquier producto comercial ni es una carta blanca para que tengamos que comulgar con ruedas de molino y dar por bueno aquello que nos parece sencillamente regular.  Paralelamente, es cierto que, con la edad y la perspectiva, uno comprende que, más allá del género fantástico, existe todo un universo de fantásticas películas que, utilizando elementos narrativos más simples, sin efectos especiales apabullantes o explosiones a tutiplén, consiguen que se consolide y extienda el amor al Séptimo Arte.  Todo lo anterior viene a cuento de que, casualmente o no, las últimas veces en que la sala de cine me ha hecho realmente feliz ha sido gracias a dos títulos dramáticos, adultos, de ésos que, en apariencia, confirmarían la teoría esgrimida por mi amigo al principio de este artículo…

EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO
El año pasado estuve a punto de ver “Langosta” pero finalmente dicha película no pudo incluirse en la programación de mi Cine Club Paradiso de Lorca, de modo que, por desgracia, no había tenido oportunidad de conocer de primera mano la obra del realizador ateniense Yorgos Lanthimos, autor también de “Alps” o “Canino”.  Los primeros compases de “El sacrificio de un ciervo sagrado” son una brutal provocación:  una operación a corazón abierto, en primerísimo plano, obligando al espectador a  mirar y a sufrir durante unos largos minutos.  A partir de ese momento, comienza una narración de ritmo pausado, de diálogos recitados con sosiego, de solemnes movimientos de cámara.  ¿Quién es este Lanthimos?  ¿Acaso se ha metido tantos lingotazos de ouzo que ha llegado a creerse el sucesor de Stanley Kubrick?  La comparación con Kubrick no es nada gratuita.  El diseño de producción, los travellings y la utilización de la música remiten una y otra vez a “2001, Odisea del Espacio” o, sobre todo, “El Resplandor”;  en no pocos instantes, te da la impresión de que las gemelas del vestidito azul van a aparecerse en cualquier rincón del hospital en que trabaja el protagonista.  Y ¿cuál es la extraña relación que une a éste (Colin Farrell) con el ambiguo adolescente al que encarna el desconocido (y soberbio) Barry Keoghan?  Durante la primera mitad de la proyección estuve intranquilo, inquieto, tanto me costó aceptar y comprender la propuesta de Lanthimos.  Sin embargo, la segunda hora del film se me pasó en un suspiro, tan admirado y boquiabierto me llegué a sentir.  Soy consciente de que, al igual que sucede con producciones del tipo “madre!” (Darren Aronofsky, 2017), no cualquier persona, no cualquier espectador será capaz de valorar todas las virtudes cinematográficas (dirección, diálogos, interpretación, fotografía, montaje) que contiene este excepcional film en el que por fin puede volver a brillar una entregada Nicole Kidman.  Pero he de admitir que hacía muchos meses que no me sentía tan hipnotizado por una película que me parece total, apasionante, fascinante, inolvidable.
Calificación:  9 (sobre 10)

BASADA EN HECHOS REALES
La catadura moral de una persona no la descalifica como artista;  ésta siempre ha sido mi opinión ante casos como los de Woody Allen, Kevin Spacey o Roman Polanski, quien ha desarrollado las últimas décadas de su carrera en Europa, tras ser acusado de violación de una menor en 1977 y tener que abandonar precipitadamente los Estados Unidos.  Desde que volviese a rozar el Olimpo con la espléndida “El pianista”, Polanski ha continuado en activo desafiando su ya avanzada edad (84 años), aportando una serie de títulos que, no siendo exactamente magistrales, sí han sido coherentes con su estilo e inquietudes personales.  Basada en la novela homónima de Delphine Vigan, “Basada en hechos reales”, cuyos derechos cinematográficos adquirió Polanski para que fuese interpretada por su esposa Emmanuelle Seigner, cuenta la odisea a la que se enfrenta una escritora de éxito a la hora de afrontar el mayor de sus miedos:  la página en blanco.  ¿De qué hablar?  ¿Sobre qué escribir?  ¿Qué narrar en su próximo libro?  Ese es el dilema que acongoja a la ya madura Delphine (Seigner), hasta que conoce a su más exaltada fan, Elle (Eva Green), con la que inicia una extraña relación de dependencia y obsesión.  El drama que parecía intuirse al principio deviene en thriller, y éste llega a rozar el terror, al tiempo que Delphine y Elle se enzarzan en una enfermiza simbiosis que no puede tener un final feliz…  El magnetismo prodigioso de Eva Green (posiblemente la mirada más electrizante del cine actual) es de largo lo mejor de “Basada en hechos reales”.  Su sola presencia define el tono de cada secuencia en la que aparece.  Emmanuelle Seigner hace lo que puede en un papel en el que no siempre está convincente, y Polanski…  Polanski es experto en realizar propuestas opresivas y enfermizas similares a ésta (“Repulsión”, “La semilla del diablo”, “El quimérico inquilino”, “Lunas de hiel”, “La muerte y la doncella”…), pero en esta ocasión parece como desganado a la hora de filmar, más conformista que innovador, más artesano que creador.  Algunas escenas se dirían copiadas de los insufribles telefilms alemanes que colapsan los domingos de Antena 3, si bien poco a poco el espectador más atento se da cuenta de que algo no encaja, de que no todo es lo que parece.  La pregunta que uno se hace es…  ¿”Misery” o “El club de la lucha”? (y a buen entendedor, ya se sabe…)
Calificación:  7,5 (sobre 10)