viernes, 29 de agosto de 2008

En el Balneario de Archena




Ayer, en plan “broche de oro” a mis ya casi extintas vacaciones de verano, fui con los niños al famoso Balneario de Archena. Resultaba casi imperdonable vivir tantos años en Murcia y no haber ido todavía a tan prestigioso lugar de disfrute y descanso, y lo cierto es que merece realmente la pena. Si se trata de una excursión de ocio y placer, hay sobradas ocasiones para pasárselo de miedo, pero, si acaso existen motivos terapéuticos, no hay nada como un buen remojón en sus aguas termales, de las que sales hecho una sopa pero relajado y revitalizado. Como es lógico, los peques no querían salir de las piscinas, y he de reconocer que yo tampoco estaba muy deseoso de ello. Solamente los motivos económicos me obligaron a pensármelo dos veces, ya que al llegar te dan un reloj que cronometra el tiempo que permaneces en la instalación y, cuanto más rato estás, más tienes que cotizar al salir. Aunque el día era espléndido y daba gustito dejarte bañar por el sol mientras te chapuzabas en la enorme piscina central, fue en la zona cubierta donde mejor nos lo pasamos. Afortunadamente, todavía no padecemos reumatitis ni artritis ni artrosis galopantes, por lo que nos dejamos llevar (nunca mejor dicho) por una corriente de sensaciones, en mitad de un auténtico río que te arrastra sin peligro, cuando no zambulléndonos en un burbujeante jacuzzi o pasando de la pila de agua fría a la de agua ardiente, lo cual, por cierto, debe ser más bien pernicioso, aunque resulta muy divertido experimentar el contraste. En fin, fueron dos horitas de chapuzones y felicidad que me proporcionaron algunas de las últimas sonrisas y de las mejores sensaciones del mes vacacional por excelencia.

domingo, 24 de agosto de 2008

Plata y a mucha honra


Como tal vez alguno de vosotros, también yo he sido uno de los millones de españoles que esta mañana madrugaron para ver cómo España caía con dignidad ante Estados Unidos en nuestra segunda final olímpica de baloncesto. Sí, al igual que la mayoría de la gente, yo daba por hecho que los (norte)americanos nos iban a vapulear nuevamente, tal y como sucedió la semana pasada, aunque esperaba que fueran ciertas algunas declaraciones de nuestro seleccionador, Aíto García Reneses, insinuando poco más o menos que lo del otro día fue una especie de caballo de Troya para que los yanquis se confiaran de cara al trascendental choque de hoy. Finalmente no ha caído la breva y los Bryant, James, Anthony, Paul y compañía han pasado por encima de nuestros Gasol, Rubio, Garbajosa, Navarro, Jiménez, Rodríguez y Mumbrú. ¿Qué se le va a hacer? Los negratas de las barras y estrellas son los mejores de la galaxia, y eso es un hecho incuestionable. Aunque no es menos cierto que la derrota ha sido mucho más leve que la del otro día y que incluso se ha visto adornada por algunas decisiones arbitrales difícilmente justificables. ¿Para qué engañarnos? El torneo se había planteado para que el combinado estadounidense resurgiera de sus cenizas y proporcionase un buen espectáculo, y este propósito inicial se ha visto cumplido de modo matemático e irreversible. No es exactamente que los árbitros favorecieran a Kobe y sus muchachos, es que casi les mostraron pleitesía y adoración. También nuestros muchachos les dieron alguna que otra facilidad involuntaria, como permitir demasiados de sus letales contraataques que invariablemente concluyen en un mate espectacular, y, sobre todo, fallar demasiado en los triples e incluso en los tiros libres. Pero en fin, lo hecho, hecho está, España es brillante subcampeona olímpica, y esta portentosa generación de baloncestistas está a punto de disolverse. Aíto deja el cargo de seleccionador, los dos Gasol y varios de sus compañeros se marchan a la NBA con la certeza de que no podrán disfrutar de tantos permisos para disputar eurocopas, y, por lo menos, siempre nos quedará la satisfacción de que, en una mañana de domingo, también en basket volvimos a reeditar el orgullo de ser españoles.

sábado, 23 de agosto de 2008

Cine/ "ZOHAN, Licencia para Peinar"


Antídoto contra el 11-S

A fuerza de tanto pasar el (divertidísimo) tráiler, acabé sucumbiendo a la tentación de ir a ver “Zohan, Licencia para peinar”. Naturalmente, obtuve la misma impresión que, preconcebida, llevaba de ella antes de entrar a la sala: película estival, para pasar el rato fresquito, unas buenas risas, un montón de tópicos, un montón de chistes verdes, nada nuevo que ofrecer a la Historia del Séptimo Arte. Adam Sandler es un tipo que habitualmente me causa rechazo (tan sólo he visto “Ejecutivo Agresivo” y “Click”, esta última, por cierto, bastante aceptable), y en su composición de Zohan da muestras de por qué. Tiene mucho de la chulería y socarronería de nuestros Esteso y Pajares (cuando aún era “nuestro” Pajares), un aire de superioridad bastante indigesto, y su atractivo físico me parece, como mínimo, cuestionable. ¿Realmente alguien se lo cree como contraterrorista israelí metido a peluquero por el que suspiran un montón de sesentonas de Nueva York? Claro que, si nos ponemos a analizar un producto de estas características pretendiendo encontrar cualquier atisbo de verosimilitud, lo llevamos claro. Por éso, en lugar de profundizar en sus múltiples defectos, me parece sensato hacer mención de las pocas pero agradables sorpresas que “Zohan” nos puede deparar. Bajo su simplista visión del eterno conflicto palestino-israelí, del que se burla con tan pocos miramientos que acaba despertando nuestras simpatías, emerge en su parte final un extrañamente reconfortante mensaje de tolerancia, de respeto, de cooperación entre etnias marginadas que sólo uniéndose pueden hacer frente al enemigo común: el racismo, la xenofobia, desgraciadamente cada día más perceptibles en cualquier rincón del mundo. Ni Zapatero podría resistirse a la idea de echar unas risas cómplices ante tan hilarante muestra de las ventajas de una Alianza entre las Civilizaciones. Zohan, el mejor agente del Mossad israelí, todo un superhombre en el campo de batalla y en la cama, un icono de la virilidad judía, tiene el sueño inconfesable de hacerse peluquero; su archienemigo, su némesis palestina, El Fantasma, ansía vender zapatos. Ni que decir tiene que todos en el film logran su parcelita de felicidad (incluso las estrellas invitadas Mariah Carey, más hortera que nunca, John McEnroe, desmelenado y hasta descamisado, y George Takei, el “Sulu” de “Star Trek”, que estaba deseando airear su condición de homosexual) y la culminación de sus fantasías, jalonado todo ello por una sobredosis de hummus que, de algún modo, se erige en metáfora gastronómica del hermanamiento entre árabes y sionistas. Muy divertidas las composiciones de John Turturro, dotando de humanidad a su “Fantasma” y Rob Schneider (maquillado como taxista palestino y realizando la única interpretación medianamente conseguida de su carrera), y muy acertado el casting de la mayoría de los actores secundarios, desde la dulce Emmanuelle Chriqui hasta el estupendo Ido Mosseri (el “coleguita” de Zohan), que, por cierto, es israelí de pura cepa. Amparado en su licencia para peinar, “Zohan” se ríe de todo y de todos y sus excesivos alardes de promiscuidad sorprenden un poco a quienes habíamos llevado de la mano a nuestros hijos ignorando la proliferación de referencias sexuales no demasiado implícitas, pero sus sorprendentes efectos especiales (es curioso que en una producción “modesta” se haya logrado tal nivel en las escenas de acción, y que los dobles y los ordenadores realicen un trabajo tan creíble) y su innegable capacidad para hacernos creer que se puede arreglar un poco el mundo incluso mientras nos desternillamos de risa también merecen ser tenidas en consideración.
Luis Campoy


Lo mejor: el inicio en un Israel de tarjeta postal, los efectos especiales, el mensaje de tolerancia y cooperación
Lo peor: el abuso de la sal gorda y las excesivas connotaciones sexuales
El cruce: James Bond + “Eduardo Manostijeras” + “Algo pasa con Mary” + “Munich”
Calificación: 6 (sobre 10)

Cine/ "LA MOMIA 3: LA TUMBA DEL EMPERADOR DRAGON"

China vs. Egipto


Diversas coincidencias hacen inevitable una mínima comparación entre “Indiana Jones: El Reino de la Calavera de Cristal” y “La Momia 3: La Tumba del Emperador Dragón”. Para empezar, se trata, como todo el mundo sabe, de una suerte de original y copia, al menos en lo que se refiere a los puntos de inicio de ambas sagas (1981 y 1999, respectivamente); la primera entrega de “La Momia” llamó la atención porque se asemejaba mucho más a las películas protagonizadas por Harrison Ford que al film clásico con un terrorífico Boris Karloff. Asímismo, entre el primer capítulo de cada una de las series y el último (por el momento) habían pasado tantos años que todo el mundo pensaba que las continuaciones nunca iban a llegar… pero he aquí que han llegado, y “casualmente” el mismo año. Otro punto en común (quizás el más importante) es que, en ambos casos, se trata de los eslabones más flojos de sus respectivas franquicias.

Inventar cosas nuevas para intentar dejarlo todo igual. Eso es lo que primero podría decirse de “La Momia 3”, que acaba resultando inferior, en todos los sentidos, a sus dos taquilleros antecedentes. Como hubiera sido muy aburrido situar nuevamente la acción en el Egipto faraónico y recurrir al sempiterno calvorota Imhotep (Arnold Vosloo), a alguien se le ocurrió, en obvia y descarada coincidencia con el Año Olímpico, que podría trasladarse la acción a la China ancestral, y de ella obtener a un villano lo suficientemente representativo: el emperador Han, al que da vida la estrella de las artes marciales Jet Li. Pero no es el cambio de escenario ni de antagonista lo que perjudica casi irreparablemente al film, sino otras dos sustituciones que se notan mucho más: la de Stephen Sommers por Rob Cohen en las tareas de dirección y la de Rachel Weisz por Maria Bello en el rol de la protagonista femenina. Yo, desde mi modesto punto de vista, no entiendo por qué la ausencia de un actor al frente de un personaje que ha hecho suyo sugiere a los productores la necesidad de reemplazarlo por otro intérprete, y no la posibilidad de matarlo o darlo por muerto o, simplemente, obviarlo. Es decir, ya que tanto Brendan Fraser como John Hannah aceptaron repetir papeles, ¿era necesario que se pretendiese engañar al espectador dándole gato por libre, y hacerlo, además, con una actriz que no se parece absolutamente en nada a la original y que actúa en un registro totalmente diferente? En cuanto a la dirección, no es que Cohen lo haga mal del todo, pero la mezcla de aventura, terror y comedia era una característica que Stephen Sommers manejaba como nadie (si no nos fijamos en la decepcionante “Van Helsing”, claro está), y esta vez el potingue ha salido algo indigesto. Otra cosa que no me gustó fue el (nulo) contraste entre el hijazo (un mocetón de 27 años) que le ponen al protagonista Brendan Fraser y el estupendo estado de salud de éste, que sigue aparentando la misma edad que cuando hizo la primera “Momia”, y eso que debería tener un par de décadas más encima.

Correctito el nuevo director Rob Cohen, pésima (y nada bella) Maria Bello, simplemente funcionales los demás intérpretes y, éso sí, irreprochables, como siempre, los técnicos de efectos especiales, “La Momia 3” no aburre ni irrita demasiado, pero sus únicos logros estriban en la repetición de los mismos alicientes y virtudes de las viejas “Momias”, sin innovar nada sustancial, aunque sin llegar a ser ofensiva para la inteligencia del espectador que asume que ha pagado una entrada tan sólo para comer palomitas mientras presencia un espectáculo entretenido. En esto último coincide, también, con la cuarta y no del todo afortunada peripecia del Dr. Jones.

Lo mejor: los efectos especiales en general, la batalla final en particular
Lo peor: Maria Bello, el bigote de Jet Li, que aparece y desaparece sin venir a cuento
El cruce: “La Momia 1 & 2” + “Tigre & dragón” + “Van Helsing”
Calificación: 5,5 (sobre 10)

jueves, 21 de agosto de 2008

Cine/ "MAMMA MIA"

“GREASE” en una isla griega


Cuando el grupo ABBA se separó, allá por 1982, casi me pareció increíble. Eran los reyes incuestionables de la música pop, capaces de imprimir un toque mágico en todo aquello que fabricaban, vendían millones y millones de discos y todavía no habían provocado el hartazgo ni el rechazo en sus legiones de fans. Su disolución constituyó una pequeña tragedia para el mundo de la música, a la altura de las de los Beatles o Mecano. Ahora, más de 25 años después, lo que parece increíble es que fuesen capaces de regalarnos tantas y tantas melodías memorables, de interpretarlas con aquellas voces deliciosas y de instrumentarlas y producirlas en un registro por el que no pasa el tiempo.

Dos de las fans de ABBA fueron tan incapaces de aceptar el fin del grupo que decidieron prolongar su existencia concibiendo un musical cuya banda sonora estuviese constituída por sus más célebres canciones, alrededor de las cuales tejieron un leve hilo argumental que les daba una cierta sensación de unidad. Desde su estreno en 1999, la obra diseñada por la productora Judy Craymer y la libretista Catherine Johnson barrió allá donde quiera que se estrenó, incluída España, donde una de las protagonistas fue Nina, la celebérrima directora de la Academia de la primera Operación Triunfo.

Sophie, una joven inglesa que vive en una idílica isla griega en compañía de su madre, Donna, tiene 20 años y decide casarse. Ante tan trascendental evento, la muchacha sueña con ser llevada al altar en brazos de su padre, cosa harto complicada porque ignora quién fue éste. Rebuscando en los viejos diarios de su madre, descubre que hasta tres hombres pasaron por el lecho de Donna en el verano en que ella fue concebida, por lo que, ni corta ni perezosa y sin consultarlo con nadie, decide enviar sendas cartas a cada uno de sus posibles padres invitándoles a su boda…

Lo primero que sentí cuando supe que se preparaba una versión cinematográfica de “Mamma Mía” fue… envidia (de que se llevara al cine esta obra antes que “Les Miserables”, mi musical favorito), aunque en seguida lo asumí como algo lógico, dada la envergadura y complejidad de la quasi-ópera basada en el novelón de Victor Hugo. Sin embargo, he de reconocer que lo que me dejó realmente a cuadros fue la identidad de los actores elegidos (no está de más recordar que los protagonistas realizarían la mayor parte de su interpretación… cantando) para encarnar a Donna y compañía: Meryl Streep, Pierce Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgard y Julie Walters. En ese momento empecé a temblar, y no dejé de hacerlo hasta que escuché la banda sonora de la película. Para cerciorarme de que no me equivocaba, tuve que leer y releer como treinta veces que quien estaba cantando “The Winner Takes It All” o “Super Trouper” no era otra que Meryl Streep. Si ya admiraba desde siempre a la protagonista de “Holocausto”, “El Cazador”, “La decisión de Sophie”, “Leones por corderos”, “El Diablo viste de Prada” o, sobre todo, “Memorias de Africa”, cuando la escuché cantar lo que sentí fue algo cercano a la veneración. Alucinante. Otra nominación al Oscar para la señora Streep.

Pero “Mamma Mía” no es sólo Meryl Streep. Pocas veces he sentido en una sala de cine tanta alegría, tanta ilusión y tantas ganas de vivir. Debo ser un ñoño, sí. Pero no puedo negar que, de principio a fin, me lo pasé pipa disfrutando los maravillosos paisajes griegos, la sorprendente composición de la señora Streep, la frescura de Amanda Seyfried (todo un acierto de casting en el papel de Sophie), la gallardía de Pierce Brosnan, la fragilidad de Colin Firth, la campechanía del gran Stellan Skarsgard (protagonista de “Rompiendo las olas” y padre de Orlando Bloom en “Piratas del Caribe 2 & 3”), el sentido del humor de Julie Walters y, sobre todo, las decenas de canciones de Abba que acechan por doquier, todas ellas correctamente subtituladas y que suenan mejor que nunca. Parafraseando el título de una de las más célebres composiciones del inolvidable cuarteto sueco: gracias por la música, y a las canciones, y a tantas emociones que se pueden sentir dejándose llevar en la fresca oscuridad de una sala de cine.
Luis Campoy

Lo mejor: las maravillosas canciones de Abba, la fotografía, Meryl Streep, Amanda Seyfried, las contagiosas ganas de vivir
Lo peor: las otras canciones de Abba que no son tan maravillosas pero hay que tragárselas igualmente
El cruce: “Grease” + “Mi gran boda griega”
Calificación: 8,5 (sobre 10)

domingo, 17 de agosto de 2008

Cine/ "EL CABALLERO OSCURO"


Villano brillante, héroe oscuro

“Batman Begins” fue, sin duda alguna, uno de los mejores films de 2005, y se convirtió inmediatamente en una de las mejores adaptaciones de un comic al cine, tan sólo superada por el primer “Superman” (Richard Donner, 1978). Las claves del éxito de una película de superhéroes ya las apunté en el artículo que escribí a cuenta de “V de Vendetta”, y las vuelvo a reproducir aquí: 1) resultar entretenida, pero dosificar las escenas de acción; 2) trabajar tan intensamente el guión como si tratase de una adaptación de teatro clásico; es un error dirigirse a un hipotético público infantil formado por niños idiotas; 3) prescindir del humor que no sea estrictamente necesario; 4) hacer al protagonista tan creíble y humano como se pueda, explicando los orígenes de su poder o destreza y haciéndolo accesible; 5) no olvidar que, para que un héroe sea digno de admiración, tiene que existir un villano no menos formidable; 6) no ceder a la tentación de supeditar la película al lucimiento de los efectos especiales, en particular aquéllos generados por ordenador. Christopher Nolan (también director) y el desigual David S. Goyer se empeñaron en restaurar la franquicia de Batman al status que legítimamente le correspondía, tras las horrendas atrocidades cómico-psicodélicas perpetradas por Joel Schumacher (“Batman Forever” y, sobre todo, la pestilente “Batman & Robin”), y lo hicieron siguiendo a rajatabla el esquema que acabo de apuntar. Todo en “Batman Begins” resultaba realista, adulto y creíble, el infantilismo no tenía lugar, el humor apenas se revelaba en contadísimas pinceladas, los diálogos rozaban la perfección y todos los (excelentes) actores realizaban una interpretación naturalista.

Tres años después, Christopher Nolan vuelve a la carga y nos presenta su segunda visión del Hombre Murciélago, que respeta escrupulosamente los postulados de la primera entrega, sólo que… magnificándolos. El resultado es de sobras conocido: han caído, uno tras otro, todos los récords históricos de recaudación, los internautas más fanáticos consideran a “El Caballero Oscuro” la mejor película de la Historia (por encima de “Casablanca”, “El Padrino” o “Ciudadano Kane”) y ya se apunta un Oscar póstumo para el recientemente fallecido Heath Ledger, que interpreta de forma impactante al villano Joker. ¿Son justificados tantos parabienes? Evidentemente, NO. Se trata, sin duda, de un buen producto (algo inferior, para mi gusto, a la insuperable “Batman Begins”), y, obviamente, los números no mienten. La recaudación estratosférica está ahí y es un hecho, pero no hace falta ser un catedrático de Cine para comprender que “Ciudadano Kane” o “Casablanca” suponen hitos históricos que “El Caballero Oscuro” ni de lejos logra eclipsar, y, en cuanto al premio al difunto Ledger, como reconocimiento quedaría muy bien, pero primero habría que conocer la calidad de las interpretaciones de los compañeros/rivales con quienes competiría. ¿Por qué, pues, tan enfática respuesta? En primer lugar, recordemos que donde ha nacido el mito es en los Estados Unidos, país de tan corta historia que todos los días surgen héroes nacionales hasta debajo de las piedras. En segundo lugar, el morbo de la muerte tiene un efecto poderoso y resulta irresistible acudir a presenciar el (pen)último trabajo de un joven, atractivo y prometedor actor que ni siquiera pudo vivir para contemplar su trabajo en pantalla. En tercer lugar, el boca a boca a través de internet ha servido de publicidad avasalladora, así como la hábil campaña llevada a cabo por Warner Bros. Pero es que, como ya dije anteriormente, la película merece la pena, y no sólo para los adeptos a los comics.

Los cuatro personajes principales (Bruce Wayne, Batman, el héroe incansable pero desilusionado; el Joker, el villano carente de pasado, escrúpulos y motivación; el teniente Gordon, el único policía honesto de la ciudad; y Harvey Dent, fiscal del distrito, cuya nobleza e idealismo sufrirán un dramático revés) están primorosamente trazados sobre el papel, y eso es muy, muy positivo, si bien en la traslación del libreto a la pantalla algo falla. Es indudable que la interpretación de Heath Ledger es extraordinaria, no seré yo quien lo discuta, pero es que el director lo ha tratado con auténtico mimo y veneración, otorgándole las mejores escenas, los mejores encuadres, la mejor iluminación posible. Paradójicamente, tanto Batman como su alter ego Bruce Wayne están bastante desdibujados, lo cual me irritó un poco. Las apariciones de Batman son casi episódicas, y son contadísimas las veces que vemos a su intérprete, Christian Bale, sin la máscara puesta. Más que una obra acerca de un héroe que debe derrotar a un villano, “El Caballero Oscuro” parece la epopeya de un villano que debe hacer frente a todos quienes se oponen a su maldad. Incluso Aaron Eckhart, que da vida al fiscal Harvey Dent, tiene más ocasiones de lucimiento que el Hombre Murciélago, y el actor las aprovecha más y mejor que un algo descafeínado Christian Bale, relegado a secundario de lujo tras haber sostenido sobre sus hombros el peso dramático de “Batman Begins”. Gary Oldman, Michael Caine, Morgan Freeman y un recuperado Eric Roberts también realizan buenos trabajos, no así la rubicunda Maggie Gyllenhaal, quien sustituye a la frágil Katie Holmes de “Begins”, que a mí me convenció más (por cierto, qué morbo: Maggie Gyllenhaal es hermana de Jake Gyllenhaal, el cowboy enamorado de Heath Ledger en “Brokeback Mountain”).

Intensa, larga pero nunca aburrida, asfixiante en su descripción realista de la suciedad moral que socava los cimientos de una gran ciudad, “El Caballero Oscuro” hubiera necesitado, en contra de mi propia teoría, algo más de humor (negro) en las escenas a cargo del Joker, más protagonismo a cargo del supuesto protagonista (Batman) y, ya poniéndome quisquilloso, menos secuencias diurnas como la del principio, que chirrían un poco. En fin, son pequeños detalles que privan a esta estupenda película de haberse convertido en una obra maestra capaz de arrastrar al cine incluso a los que se burlan de quienes continuamos leyendo comics.

Luis Campoy

Lo mejor: el guión, los diálogos, Heath Ledger, Aaron Eckhart, Gary Oldman
Lo peor: el poco protagonismo del Hombre Murciélago, las secuencias filmadas a la luz del sol, que en una película del Batman hacen daño a la vista
El cruce: “Batman Begins” + “Batman” (de Tim Burton) + “El Silencio de los Corderos”
Calificación: 8,75 (sobre 10)

sábado, 16 de agosto de 2008

Cine: "EXPEDIENTE X: Creer es la Clave"


Yo quise creer… pero fui el único

Sobre un inmenso y gélido manto blanco, de nieve, un grupo de personas uniformadas de negro se despliegan siguiendo los pasos de un hombre que parece liderarlos, el cual, de repente, se detiene, se arrodilla y comienza a excavar frenéticamente… Este es el arranque de la segunda película basada en la otrora famosísima serie televisiva “Expediente X” que, a juzgar por la parca respuesta del público (en la sala en que yo la ví habíamos ¡¡3!! personas), ha quedado rápidamente relegada al olvido. ¿Por qué somos tan crueles con aquello que una vez y durante tantos años nos hizo vibrar? Tal vez se trata de ciclos, o de inoportunidad, o simplemente de cambio de gustos. Tampoco creáis que yo era un adicto a aquella serie creada por Chris Carter y protagonizada por Gillian Anderson y David Duchovny, pero las veces que me senté frente al televisor confieso que me fascinó su atmósfera, su puesta en escena, la profundidad de sus planteamientos y la complejidad de sus diálogos. Hace como diez años ya hubo un primer intento de llevarla al cine, y recuerdo haberme aburrido cual banco de ostras. Paradójicamente, la segunda película, tan ignorada por el público y tan denostada por determinados medios de comunicación, a mí me enganchó desde ese principio que acabo de describir y, salvando algunas pequeñas lagunas en su desarrollo, me pareció un muy digno producto de suspense, interesante y sugestivo. Seguramente era innecesaria esta operación de revival continuísta de un producto cuyo ciclo vital acabó hace demasiado poco tiempo, pues las adaptaciones televisivas que ahora triunfan (sin ir más lejos, “Superagente 86”) lo que hacen es recrear viejísimos éxitos que sólo los más veteranos del lugar serían capaces de recordar y revestirlos de nuevos oropeles y nuevos actores al frente de su reparto. Claro que, para empezar, el batacazo me parece casi justificado en nuestro hispánico país, donde Tele 5 se pasa años emitiendo la serie bajo el consabido título español de “Expediente X” y, repentinamente, su apéndice cinematográfico se estrena como “X-Files” (su título original), con lo cual algunos fans pudieron haber quedado desconcertados. Es como si se rodase una película basada en los personajes y ambientes de “C.S.I.”, auspiciada por sus mismos creadores y protagonizada por sus mismos intérpretes, y en España se estrenase como “Investigación de la Escena del Crimen” (traducción literal de lo que representan sus siglas). Pero no le demos más vueltas. El hecho es que la segunda secuela cinematográfica de “Expediente X” ha mordido el polvo, alcanzando aquí y allá cotas de audiencia tan paupérrimas que, casi con toda seguridad, no volveremos a ver en pantalla a Mulder y Scully, o al menos no hasta dentro de bastantes años y ya no más encarnados por Duchovny y Anderson. Lo lamento sinceramente, porque, a pesar de la ausencia de los ya muy trillados extraterrestres, el producto no está nada, nada mal.


Luis Campoy

Lo mejor: el ambiente de thriller policíaco, la interpretación de Billy Connolly como el atormentado y pederasta Padre Joe.
Lo peor: la descorazonadora ausencia de público alrededor del espectador que se aventura en la sala.
El cruce: “Expediente X” + “Stigmata” + “El coleccionista de huesos”
Calificación: 7 (sobre 10)

jueves, 14 de agosto de 2008

Cine/ "WALL-E"

Nado a contracorriente


Una película de dibujos animados tan perfecta que no parece dibujada… tan magnífica (¿o quizás magnificada?) que no resulta animada… Lo siento, aun admitiendo, valorando y degustando todos o casi todos sus méritos, me aburrí soberanamente con “Wall-E”. Supongo que sucede a veces, incluso en el seno de una factoría tan propensa a fabricar obras maestras como es Pixar. Y ¿quién sabe..? Tal vez a vosotros que me leéis sí os haya parecido magistral, como a todos ésos que ya vaticinan que será nominada al Oscar a la Mejor Película (no como “Mejor Película de Animación”, sino como “Mejor Película” a secas). Ya me pasó algo parecido hace un par de temporadas con “Happy Feet”, aquel delirio pingüinesco de George Miller con el que tampoco pude llegar a conectar. Una cosa es admirar los valores de una persona o una cosa, y otra muy distinta llegar a enamorarse de ella. Y la historia de este robot, último superviviente de un cibernético batallón de limpieza que lleva siglos amontonando basuras en un Planeta Tierra post-apocalíptico, si bien está contada con inteligencia y sensibilidad, se me hizo bastante pesadita de principio a fin. Que sí, que la textura de sus dibujos pixelados es lo más próximo a la perfección que nunca se ha visto en una pantalla, que la ausencia de diálogos en su primera mitad no impide que resulte perfectamente inteligible, que el romance con el robot “hembra” inequívocamente llamado “Eva” (no vayamos a pensar ni por un momento que el “chico” de la película es gay) resulta enternecedor, y que la persecución que se desarrolla a bordo de la estación especial es bastante trepidante, pero… Viendo “Wall-E” no pude evitar acordarme de “CortoCircuito”, de John Badham, donde aparecía el robot “Número 5”, obvísimo y clarísimo precedente del protagonista de la película que nos ocupa, y es cierto que, de la comparación de ambas cintas, sale clara vencedora la producción de Disney y Pixar, pero ya sabéis que yo pertenezco a ese selecto grupo de “críticos” que nadan a contracorriente y nunca he ocultado que no me gustaron ni “Brokeback Mountain” ni “Hancock” (por poner dos ejemplos de cintas que queda muy fino alabar) y que, por el contrario, disfruté con “El Código DaVinci” y “La Ultima Legión” (títulos sobre los que parecía existir un consenso en catalogar como “basura” sin paliativos), por lo que tampoco os extrañará que os confiese que “CortoCircuito” o incluso su secuela me entretuvieron y distrajeron bastante más que “Wall-E”, una maravilla que (ay) no me maravilló.
Luis Campoy

Lo mejor: su perfección técnica incuestionable, su habilidad para narrar sin recurrir al diálogo
Lo peor: la confabulación intergaláctica para convencernos de que se trata de una obra maestra incomparable
El cruce: “CortoCircuito” + “2001, Odisea del Espacio” + “Soy Leyenda”
Calificación: 8 (sobre 10)

sábado, 2 de agosto de 2008

ATR3: Ultimas Revueltas

Los años 40 (televisivos) tocan a su fin, y, con ellos, la tercera temporada de “Amar en Tiempos Revueltos”, el culebrón socio- político-romántico de las sobremesas de la 1 de Televisión Española. Ya sabéis, mis más o menos habituales lectores, que se trata de la única “novela” que ha conseguido despertar y mantener mi atención, y que prácticamente es lo único que veo en la tele. En este mes de agosto ya debe ir culminándose el “relevo generacional” de los protagonistas de las subtramas actuales, que cederán a partir de septiembre el testigo a los nuevos personajes que nos acompañarán durante un año de nuestras vidas. La táctica de solapar una temporada con otra ya la pusieron en práctica los chicos de Diagonal TV en el verano de 2007, que fue cuando gradualmente aparecieron la linda “francesita” Alicia Peña (Sara Casasnovas), sus tíos Regina (Marta Calvó) e Hipólito Roldán (Antonio Valero), el amable profesor Alvaro Iniesta (Jesús Cabrero) y el atractivo agente secreto Fernando Solís (Carlos García). Creo que fue precisamente por estos recién llegados por los que me interesó un producto que hasta ese momento me había parecido (supongo que erróneamente) otro culebrón del montón. Pero la historia del profesor maduro enamorado secretamente de su alumna, la combinación de la trama de espionaje protagonizada por el citado Fernando con la actividad de la productora cinematográfica que le sirve de tapadera y, por encima de todo, el sobresaliente y nunca bien ponderado trabajo interpretativo de Antonio Valero, Jesús Cabrero, Marta Calvó, Luis Hostalot (don Adriano), Ana Villa (Sole), Roberto Mori (Juanito el Grande) y Joan Llaneras (don Senén) me cautivó. Ah, ¿para qué mentir?, tampoco me repelió precisamente el sex-appeal de la joya/joyera Lola Marceli. Después de doce meses en los que hemos visto casi de todo (el rodaje de una película sobre el emperador Maximiliano, un atentado frustrado contra el Generalísimo, el secuestro, violación y posterior asesinato de una retrasada mental, el suicidio del joyero/usurero del barrio, el regreso del joven cura que dejó embarazada a una fotógrafa, un marinero fantasma que vendía relojes, y, especialmente, el hundimiento moral y laboral de un Hipólito Roldán que debería merecer todos los premios para su alter ego Antonio Valero), ya casi nada podría sorprendernos: casi nos parece lógico que Alicia acabe desenamorándose de su amante revolucionario (Fernando) en favor de su marido-profesor, que un rojo ex-presidiario se cure milagrosamente de su tuberculosis o que un “camisa vieja” como Roldán acabe violentando a su sobrina y, acto seguido, a su propia hija (todo ello en horario infantil). Dicen que la cuarta temporada está previsto que sea la última, y en ella tendremos, entre otros, a Manuel Bandera, a Angel Pardo, a Miguel Ortiz, a Marina San José (hija de Ana Belén y Víctor Manuel) y a unas recuperadas Ana Turpín y Nuria Fergó. De momento, pienso seguir al pie del cañón (televisivo) para ver si persiste mi interés hacia la serie; luego, ya veremos hacia dónde conducen sus insospechadas vueltas y revueltas…

viernes, 1 de agosto de 2008

Me gusta este Barça, sí… pero no me gustan nada, nada sus dirigentes


Ayer se produjo un nuevo y lamentable episodio dentro de la eterna confusión que impera entre Deporte y Política, en su vertiente “separatismo/antiespañolismo”. Justo después de redactar el anterior artículo, en el que alababa el buen juego del equipo y la buena gestión del vestuario que está esbozando Pep Guardiola, resulta que al impresentable Joan Laporta se le ocurre organizar un cacao de padre y muy señor mío a cuenta de su muy respetable pero cada vez más indigesto sentimiento catalanista. Me parece muy bien que uno sea lo que sea y piense lo que piense a nivel privado e individual, pero es una abominación institucional lo que hizo Laporta: con todos los jugadores y técnicos a punto de subir al avión que debía transportarlos de Italia a Estados Unidos, rehusó volar con la compañía Air Berlin tan sólo porque la tripulación “no potenciaba el idioma catalán”. El todavía Presidente (espero que por poco tiempo) del Barça prefirió perder los dineros invertidos en la contratación del aeroplano y buscarse sobre la marcha otro de una compañía más políglota. Exigirle a una empresa alemana que, además de hablar alemán, inglés, francés, italiano y español, tenga también que hablar la lengua de Joanot Martorell, Lluis Llach y Carod Rovira me parece un disparate, una estupidez, una aberración, una vergüenza. Lo que consiguen estos independentistas fanáticos, estos tiranos de la alienación, es única y exclusivamente separar antes que unir, enfrentar antes que hermanar, provocar el rechazo y aun el odio generalizado hacia esa Patria a la que tanto dicen amar. Ojalá la inminente asamblea de compromisarios ponga las cosas en su sitio y le dé a Laporta una buena patada en su culo catalanista que tanta mierda está vertiendo encima de quienes pensamos que el Barça es el mejor club… de fútbol.

Me gusta este Barça...


Confieso que este nuevo Barcelona de Pep Guardiola me está sorprendiendo… agradablemente. No nos engañemos, es cierto que, si bien ha sumado tres victorias en tres encuentros de pretemporada, a quien a barrido del terreno de juego no ha sido precisamente al Chelsea, al Milan o al Madrid, sino a dos oscuros equipos escoceses y a uno italiano (la Fiorentina, anteanoche) que tampoco vive sus horas más brillantes. Pero a lo que me refiero es a las sensaciones que se derivan de ver desenvolverse a los jugadores. Para empezar, me da la impresión de que en estos tres partidos han corrido más que en toda la última Liga. El hecho de que ayer Puyol se apuntase el primer tanto así lo demuestra. Un defensa golea, y un delantero como Messi es capaz de bajar a defender sin pararse a pensar en que el esfuerzo reiterado le puede pasar factura. Para ello, Guardiola ha intensificado la preparación física, ha incrementado la disciplina (los jugadores que no estén en casa a las doce de la noche serán multados) y está promoviendo el compañerismo, al exigir a sus pupilos que desayunen y coman todos juntos. Me gusta todo ésto que Pep quiere imponer. Rijkaard era (es) un buen tipo, adalid de la tolerancia y el laissez faire, pero en las últimas temporadas parecía que la hierba que se fumaba no le dejaba darse cuenta de que las estrellonas se le habían subido a las barbas. Me alegro de que Ronaldinho pueda resucitar bajo la tutela de Berlusconi, pero más me alegro de que el dentolas brasileño haya dejado de ser una pesada carga para el Barça. ¿Y lo de Messi? El Pulga o no está bien aconsejado o se deja llevar por el ímpetu de la juventud, porque éso que precisamente hoy está haciendo no me parece nada bien. ¿No es capaz de darse cuenta por sí solo de que el equipo que le paga una altísima ficha le necesita tanto o más que la Selección que tiñe de albiceleste su corazón? ¿No ve que está muy feo plegarse a las exigencias de su seleccionador y largarse como alma que lleva el diablo sin esperar a ver lo que sucede con el recurso que el Barcelona ha presentado en contra del mandato de la FIFA de que se incorpore a los Juegos pekineses?. Por suerte, todo apunta a que el futuro de nuestra delantera va a continuar siendo negro, negro como la piel de ébano de Eto’o, al que habría que ponerle un bozal fuera del campo pero que sobre éste derrocha entrega y compromiso. Me gusta el Barça (bueno, ésto no es una novedad), me gusta este Barça de Pep Guardiola.