Segundo debate, segundo asalto, fin de partido
El segundo gran debate llegó... y pasó. Pasó un largo desierto de quince años desde que se produjera la última gran confrontación televisiva de primera línea entre los candidatos de los dos partidos mayoritarios (mal que le pese al amigo Llamazares), pasó una semana desde que la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión logró poner en antena el primero de los grandes duelos mediáticos del siglo XXI... y pasó aproximadamente hora y media desde que ZP y RB (Rajoy Brey) se dieron la mano en presencia de una Olga Viza tan tímida y poquita cosa como siempre. Todos los medios de comunicación nos habían vendido la trascendencia de este segundo y último cara a cara, que debería determinar el voto de los indecisos y conseguir que muchos dubitativos se decidiesen a acudir el próximo domingo a las urnas. Según los turnos meticulosamente pactados por los respectivos coordinadores de campaña, en esta ocasión Zapatero iniciaba las intervenciones y a Rajoy le correspondía rematarlas. Desde mi punto de vista, esta posibilidad favorece más al que sentencia que al que expone, siempre y cuando el que tiene en sus manos elaborar las conclusiones sea lo bastante hábil como para desmontar los argumentos del otro y construir esgrimiendo adecuadamente los propios. Durante los primeros quince o veinte minutos, tuve la sensación de que el Presidente se había colocado él mismo contra las cuerdas. No es que don Mariano le acorralase más que de costumbre, sino que algo en su propio talante le estaba fallando: demasiado nerviosismo, tal vez demasiada responsabilidad, demasiadas alusiones a una especie de Libro Blanco de Petete que se antojaba tan soporífero como enorme; sus palabras las pronunciaba atropelladamente y se asemejaba a un estudiante leyendo un trabajo escolar del que no se sentía convencido ni orgulloso. Trató de mirar hacia adelante, intentó formular atractivas ofertas de futuro (por ejemplo, subir las pensiones) pero su tono de voz parecía traslucir una cierta desconfianza o inseguridad en sí mismo. Mi padre se durmió al arrullo de su monotonía, y, sin embargo, se despertó en el turno siguiente, cuando Rajoy dijo más o menos lo mismo pero con algo más de garra y volumen. El líder del PP tuvo el partido en sus manos durante un instante, pero perdonó. Perdonó, y éso en una competición a alto nivel es un error tan grave que resulta... imperdonable. Pudo haber apuntillado al rival con una batería de promesas, propuestas e intenciones, pero prefirió aburrir a las ovejas con una patética alusión a su supuesta primera intervención parlamentaria como Jefe de la Oposición, tras lo cual no quiso o no pudo evitar regodearse en lo de siempre. Cometió el error garrafal de retornar a su tema favorito: el terrorismo, pero esta vez, no sé por qué inconcebible razón, lo vinculó machaconamente al 11-M y la Guerra de Iraq. Se lo puso a huevo a Zapatero, y en ese preciso instante todo cambió. El socialista se creció de un modo espectacular, e incluso la sombra de no-sé-qué-resolución de Naciones Unidas que el Gobierno socialista había apoyado (¿?) sirvió a un astuto y agresivo ZP para desestabilizar a su oponente, consiguiendo que Rajoy se equivocase involuntariamente al afirmar que "los socialistas apoyaron la Guerra de Iraq". Esa frase, sacada de contexto, iba a constituir un despropósito de tales proporciones que ya poco más había que decir. Sin embargo, lo que el delfín de Aznar no supo hacer sí lo consiguió un Zapatero crecido y virulento que asoció el éxito de su gestión a la obvia disminución de víctimas del terrorismo con respecto al anterior período, en el que 195 personas perdieron la vida simultáneamente en un solo sitio y en un solo día. No quedé muy complacido con esta maniobra, más propia de, por ejemplo, el Gran Visir Jafar que del cervatillo Bambi, pero es innegable que tuvo un rédito trascendental. Ahí murió el debate, y ya nada de lo que se dijo tuvo la más mínima relevancia. Los candidatos se interrumpían el uno al otro con el beneplácito y casi total inacción de Olga Viza (poco más que un objeto decorativo, constreñida y sin voz ni voto), Rajoy volvió a aludir a su querida niña y ZP volvió a emular a George Clooney despidiéndose de nuevo con su cinéfilo “Buenas noches y buena suerte”. Concluído el cara a cara, ambos aspirantes (según ha narrado Viza) platicaron afablemente sobre la ciudad de León (de donde es natural el líder socialista y donde el domingo pronunció un mitín el candidato del PP), y enseguida se retiraron a la espera de conocer el dictamen de las primeras encuestas, que, lógicamente, dieron la victoria al actual inquilino de la Moncloa. Zapatero ganó nuevamente, pero dudo mucho que los indecisos se decidieran y los dubitativos despejasen sus dudas.
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