Negro tirando a negrísimo

No me considero un maniático del deporte, pero en jornadas como la del pasado domingo, día 16 de Septiembre, soy víctima emocional de los fracasos deportivos de los equipos que deberían llenarme de ilusiones. Para empezar, el club de fútbol que lleva el nombre de la ciudad en la que trabajo desde mi más tierna adolescencia, el Lorca Deportiva, volvió a perder sin paliativos y en su propio campo, superando su peor racha conocida. El equipo que actualmente dirige un tal Miguel Alvarez ya ocupa puestos de descenso a Tercera División, lejísimos de la sombra de aquel conjunto que el ex-jugador Unai Emery (artífice del ascenso del Almería a Primera) hizo popular y atractivo hace apenas dos temporadas. No sé si todo se debe a que Alvarez no es Emery, a que gran parte de los futbolistas que había entonces ya no están o a que el apoyo del público lorquino, cada vez más harto de ver cómo el fútbol de calidad brilla por su ausencia en el flamante estadio Artés Carrasco, ha empezado a cambiar las tardes de balompié por tardes de café y copas, pero así no se va a ninguna parte excepto a la debacle deportiva y social. Minutos después de confirmarse la nueva catástrofe sufrida por el Lorca, saltaban al campo del Reyno de Navarra el club de mis amores, el Barcelona, y el nuevo rival “menor” al que estaba obligado a aplastar para no perder la rueda del Real Madrid, el Atlético Osasuna. Bien es cierto que Eto’o lleva dos jornadas lesionado y que Messi tampoco iba a jugar, pero de entre los “fantásticos” delanteros azulgrana (Ronaldinho, Henry, Giovani, Bojan, Ezquerro y Gudjohnssen) todavía podía conformarse una línea de ataque temible y goleadora. Sin embargo, algo sigue fallando en los pupilos de Rijkaard, algo cada vez más indefinido e indefinible. Giovani Dos Santos es un revulsivo cuando sustituye a alguien, pero cuando salió de titular pasó desapercibido (vamos, algo parecido a lo que le pasa a Guti en el Madrid); Henry vuelve a parecer más una gacela que un futbolista, pero tendrían que hacerle un trasplante de narices porque su olfato goleador debió quedarse en Inglaterra; y Ronaldinho… Ronaldinho quiere pero no puede. Es curioso que tantos grandísimos jugadores (viejos y nuevos) sean impotentes a la hora de crear un fútbol total como el que el Barcelona exhibió hace tres temporadas, y yo sigo pensando que lo del “final de ciclo” no era una teoría descabellada, para cuya resolución no bastó con echar a peones de segunda como Giuly, Motta, Van Bronckhorst o Belletti, sino que los que tenían que haber salido eran los “pesos pesados” como Deco, Eto’o o el mismísimo Ronaldientes, cogiditos de la mano de un Frank Rijkaard que parece que no da más de sí. Finalmente, la negra guinda de pesar la puso la derrota in extremis de la Selección española de baloncesto, cosa impensable si uno había leído cualquier periódico deportivo durante los últimos días. Los periodistas no aprenden, por mucho que la realidad de la paciencia y la ecuanimidad debería imponerse al chauvinismo y la pasión. Nos tenían a todos tan convencidos de que Gasol, Garbajosa y compañía iban a conseguir el triplete áureo (campeonato del mundo, europeo y medalla olímpica en 2008) sin casi lanzar a la canasta enemiga, que los últimos segundos ante Rusia casi nos provocan un patatús. Los partidos se ganan jugando, y ni siquiera un combinado de tanta categoría como el que ha reunido Pepu Hernández es capaz de jugar a un nivel tan altísimo cuando se disputan tres mil partidos (o casi) en cuatro días. Alguien debió pensar que había que potenciar la forma física tanto como la destreza en los triples, porque el rostro desencajado y exhausto de Pau Gasol era todo un poema, una oda a la impotencia que le gana la partida (o el partido) a la voluntad. En resumen: en el plano deportivo que a mí más me afecta, un verdadero domingo negro… tirando a negrísimo.

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