Cine: mi comentario sobre "LA JUNGLA 4.0"


Hay veces en que para disfrutar una película hay que hacer un auténtico acto de fe antes de su inicio. Es decir, hay que estar dispuesto a creerse a pies juntillas que todo lo que nos van a contar es posible y es probable y hacedero; en caso contrario, sería imposible disfrutar el virtuosismo de su puesta en escena.

Eso es exactamente lo que sucede, más que en ninguna otra entrega de esta popular saga, en la cuarta parte de “Jungla de Cristal”. Si uno pretende que el film protagonizado nuevamente por Bruce Willis va a ser una película “seria”, “realista” o “verosímil”… de verdad, es mejor gastarse el dinero de la entrada en alquilar en el video club un buen documental en DVD. Por el contrario, si lo que queremos es volver a disfrutar de una de las mejores estrellas del cine de acción de los 80, todavía en su salsa y al frente de un dignísimo producto de evasión cuya única pretensión es entretenernos durante algo más de dos horas, tengo que decir que “La Jungla 4.0” (“Live Free or Die Hard” en inglés) no resulta nada decepcionante. (Por cierto, ¿no resulta horrorosamente inadecuado que una película que transcurre en un entorno eminentemente urbano se haya traducido como “La Jungla”?. Todo ésto viene de un despropósito semántico que se cometió al adaptar el título del primer film, “Die Hard”, que significa algo así como “Muere duramente”, aunque aún más correcto hubiera sido denominarla “Duro de matar”, si bien la expresión inglesa “die-hard” también sirve para definir a un “metomentodo”, un “entrometido”, alguien que ha escogido el peor momento para estar en el lugar equivocado…. exactamente lo que le sucedía al poli encarnado por Willis).

19 años después de “Jungla de Cristal” y 12 a partir de la anterior entrega de la serie, “Jungla de Cristal: La Venganza”, los sucesivos fracasos comerciales de los últimos films protagonizados por Bruce Willis, un actor que ya ha cumplido 52 primaveras, le han hecho reconsiderar su oposición inicial al hecho de encasillarse en su personaje más popular: John McClane, un poli de Nueva York divorciado y ya próximo a la jubilación, solitario, expeditivo y con una habilidad poco frecuente para hallarse en medio de los fregados más explosivos. Como dije al principio, pretender exigir un atisbo de verosimilitud en todos las hazañas que protagoniza este policía cincuentón (tan poco verosímiles, por otra parte, como las que desempeñaba cuando era cuarentón o incluso treintaañero) sería un suicidio para la capacidad de maravilla de cualquier espectador. Lo que hay que hacer para sacarle todo el partido a esta película es simplemente dejarse llevar, identificarse a tope con el sarcasmo entrañable de McClane, con su inagotable capacidad de sufrimiento y con la deslumbrante pericia de los técnicos de efectos especiales, que nos ofrecen un auténtico recital de tiros, explosiones y accidentes aéreos.

Tratando de adaptarse al signo de los tiempos, el villano de esta entrega es un peligroso pirata informático, algo así como el Padre de todos los hackers, que no duda en reclutar un terrorífico ejército de pistoleros cuya misión es posibilitar su plan terrorista destinado a provocar el caos total en unos Estados Unidos cuyas infraestructuras (al igual que en el resto del mundo) están controladas por ordenadores. He aquí probablemente el punto más débil de la película: para que un héroe sea realmente heroico, no sólo tiene que saber disparar y soportar que le hinchen a hostias… también tiene que tener un oponente digno de su nivel. Sin embargo, el actor Timothy Olyphant no sabe componer un personaje realmente ominoso en sí mismo, sino más bien inexpresivo y, por ende, poco o nada amenazador, lo cual no consigue sino hacernos añorar nostálgicamente al primer enemigo de McClane, el terrorista Hans Gruber que tan exquisitamente encarnó Alan Rickman en “Jungla de Cristal”. Otra discutible aportación argumental es la forzosa cooperación de McClane con un joven hacker (Justin Long), que, sin un personaje totalmente inútil, sí hubiera debido ver reducida su aportación, pues resta protagonismo a un Bruce Willis sorprendentemente cachas y vigoroso al que tan sólo la ausencia de cabello y unas cuantas arrugas apartan de la imagen que tenemos grabada en la memoria desde 1988. Y un breve apunte para cinéfilos: el director y guionista (de cine y de comics) Kevin Smith (“Clerks”, “Persiguiendo a Amy”) realiza un pequeño papel interpretando a “El Brujo”, otro virtuoso (por no decir colgado) de la informática.

El realizador británico Len Wiseman, autor de “Underworld”, no desentona demasiado de sus predecesores, el magnífico John McTiernan de las partes 1 y 3 y el simplemente artesanal Renny Harlin de la segunda entrega, y consigue imprimir al film un ritmo trepidante y sin altibajos que arranca desde la primera secuencia y no decae hasta el desenlace. También es agradable que el compositor Marco Beltrami recupere, para su funcional partitura, los leit motivs creados por el ya fallecido Michael Kamen; la atmósfera sonora nos hace sentirnos como en casa y, en este mismo sentido, la extraordinaria voz del eterno doblador español de Bruce Willis, Ramón Langa, constituye, asimismo, todo un regalo para los oídos.

Luis Campoy
Calificación: 7,5 (sobre 10)

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