En el candelabro
Fue una señora llamada Sofía Mazagatos la que acuñó, hace como diez años, el término “Estar en el candelabro”. La Mazagatos había sido modelo y quería convertirse en actriz. Para la primera de esas ocupaciones (el pasear sobre una pasarela) no suele ser necesario abrir la boca, pero, cuando la interfecta la abrió, le hubiera cabido dentro un camión de bomberos. La muchacha se quejaba de lo duro que era ser permanente objeto de los flashes de las cámaras, indeseado gaje de su oficio, y quiso lamentarse de su notoriedad haciendo referencia al agotamiento psíquico que le ocasionaba estar siempre “en el candelero”. La moza confundió dos palabrejas de etimología similar y que se refieren al mismo concepto primigenio (la utilización de cirios, velas y candelas para iluminar los espectáculos teatrales o circenses), y, gracias a ella, he encontrado un título para este artículo sobre mi propia sobreexposición a los imaginarios focos de la prensa del corazón, o, mejor dicho, a las lenguas de la gente sin (demasiado) corazón. En todas partes cuecen habas, en todo corral hay una oveja negra y en cada oficina hay un gracioso. El que se sienta detrás mío es de los más incansables, y también, por qué no decirlo, de los más agudos. Naturalmente, la rica tradición cultural hispana obliga a que, quien quiere burlarse de alguien, lo haga echando mano de sus taras físicas o sus desgracias personales, así que, obviamente, lo de ser un separado irrecuperable me convierte en recurrente carne de cañón. Mi cronista personal sabe de mi vida incluso más que yo mismo, ya que cuenta con la ventaja de que yo tan sólo conozco lo sucedido realmente, mientras que él maneja una amplísima rumorología adicional. Hace unos meses me falló mi elogiada paciencia y le reproché a grito pelado su generosa pretensión de adjudicarme más romances de los que un solo cuerpo puede soportar. El se quedó tan fresco. Recuerdo, por ejemplo, uno de sus chistes más celebrados, un día que coincidimos en el bar y me oyó pedirle al camarero un poco de leche para enfriar un café hirviente. “Sí, a Luis échale bastante leche, que desgasta mucha por las noches”. Ja. El año pasado, cuando a la mayoría de mis compañeros se les pagó una indemnización por habernos trasladado del centro de Lorca al Polígono Industrial, y yo, por un error burocrático, me quedé con un palmo de narices, el iluminado humorista consiguió que deseara estrangularle… mientras, todo hay que decirlo, me descojonaba por dentro: “Hombre, Luis, si es que es normal, como te vas a vivir con tantas tías, la Empresa ya no sabe ni en qué ciudad estás”. Jaja. Ayer mismo, estábamos celebrando el cumpleaños de un colega y, cuando por fin alguien descorchó una botella que se había hecho particularmente de rogar, se me deslizó una muestra de ingenua galantería que al final habría de volverse en mi contra. Como a cámara lenta, mientras pronunciaba las nefastas palabras “Eh, dejad que sea María la primera en probar la sidra”, ya intuía la réplica que iba a sobrevenir, y, aun así, no pude evitar que las sílabas brotaran de mi boca y penetraran en el ávido pabellón auditivo de mi sincero fan. “Coño, este Luis sí que sabe tratar a las mujeres, ¿eh, María?”. Jajaja. La aludida, que, por cierto, es la única fémina en este batallón de bárbaros, se echó a reir, y hasta yo esbocé una sonrisita que era más bien un rictus de estoicismo horizontal. Ha pasado tanto tiempo que sé que debería haberme acostumbrado… pero no me acostumbro a estar siempre, permanentemente, en el candelero. Perdón: en el candelabro.
Comentarios
Tú dile... esque el que vale, vale no?.
besitos de otra admiradora más.
MARISA
Quien habla así, en esos términos, creo que es porque está "quemado" de su vida íntima. Si es feliz, no tiene porque fijarse en lo que hacen los demás. Pero a veces es más fácil o más cómodo seguir en la "monotonía", que romper con un supuesto y feliz castillo.
Así, que insisto:
ENVIDIA, DURA Y COCHINA.
Como dice el anónimo y L'Oreal....porque tú lo vales.
Un abrazo cibernético.
MC