El misterioso enigma del GPS

Los ojos de mi padre ya no están inmaculados. En ellos ha surgido una mácula, una especie de minúscula concha (diminutivo de Concepción, Inmaculada Concepción) que interfiere aún más entre el mundo y la percepción que del mismo recibe. Asímismo, le han detectado una catarata, y Superman está muy lejos para salvarle de su caída hacia la pérdida de calidad visual. Una doctora vestida de blanco le dijo “Ven”, y fue, o sea, fuimos. Parapetada tras una maquinaria que se asemejaba a un sofisticado set de tortura, la especialista le dijo a mi padre que era necesario intervenir. Mi padre le preguntó si podía repetírselo un poco más alto, y el diagnóstico, aunque fue el mismo, resonó aún más dramático. Intervenir un ojo octogenario no es como intervenir las cuentas de un aforado del PP, pero tampoco la oftalmóloga se parecía al juez Garzón, así que dimos por bueno el dictamen. A pesar de los vertiginosos avances de la cirugía, el lugar establecido para la operación no era una camilla, sino una mesa, el hospital Mesa del Castillo de la capital del Segura (seguramente ya sabéis que me refiero a Murcia). “¿Y cómo encontraremos ese hospital?”, inquirió mi progenitor. “Pues como se encuentra todo últimamente… gracias al GPS”, contesté. La primera vez que fuimos al susodicho lugar, me encontré con la desagradable sorpresa de que la avenida en la que se hallaba ubicado, conocida como Ronda Sur, era tan larga y estaba tan superpoblada de vehículos de ida y vuelta que mi TomTom fue incapaz de guiarme con la solvencia que se le suponía. A duras penas logré llegar hasta un hospital con aspecto de búnker, pero fui lo bastante astuto como para guardarlo en el GPS, en ese contenedor de sitios y destinos llamado “Mis favoritos”. Tras una segunda visita en la que se le practicaron prácticamente todas las pruebas habidas y por haber, llegó el día en que el primero de los dos ojos afectados por la mácula y las cataratas iba a ser operado. Para que no se sintiera solo, mi padre acompañó a su ojo, o, mejor dicho, fue pegado a él, y yo esperé en una fría sala de espera, sentado en un incómodo banco metálico, a que terminase la intervención. De vuelta a casa, estuve dos días haciendo de solícito enfermero, y, cada vez que se me solicitaba, depositaba en el glóbulo ocular afectado una gotita o un chorrito de pomada, según tocaba. Al tercer día teníamos que regresar a Mesa del Castillo para una re-visión, por lo que, de modo poco menos que automático, encendí el GPS y su meliflua voz femenina me condujo sin problemas hasta el recinto hospitalario. Minutos después, ya finalizada la consulta, tocaba regresar a casita, y se me ocurrió que no estaría mal seguir despreocupándome y dejándome guiar por la moderna brújula computerizada, pero mis viejos rifirrafes con el universo electrónico resurgieron con saña, y el aparatejo, que tan bien nos había conducido durante el viaje de ida, fue incapaz de orientarse en el trayecto de vuelta. “No se encuentra una señal de GPS válida. ¿Acaso está dentro de un edificio?”, decía un mensaje que apareció en la pantalla y que no se retiró en ningún momento. Por suerte, pude orientarme solo, y quise creer que la impotencia del cacharro sería transitoria. Nada más lejos de la realidad: el TomTom se había vuelto, más que tontón, completamente gilipollas, y los satélites eran para él un misterio inescrutable. Lo apagué y lo encendí, lo encendí y lo apagué, y me arriesgué a resetearlo. El reseteo a veces funciona, pero, en este caso, el problema se resistió, y yo me resentí, y, en un arrebato de ira, arrojé el GPS contra el respaldo del asiento del copiloto. Nada cambió, ni para bien ni para mal. “No se encuentra una señal de GPS válida”. Miré el saldo de mi cuenta, y me dí cuenta de que me traía más cuenta tratar de repararlo que comprar uno nuevo. Se lo hice llegar a un técnico manitas, pero, muy astutamente, el reparador me dijo que prefería no poner sus manitas en el invento, ya que, técnicamente, era más apropiado llevarlo al comercio donde lo adquirí. Eso era lo que estaba dispuesto a hacer, pero, aunque resignado, acaricié los botones del GPS mientras conducía hacia casa, y tras haberlo dejado casi olvidado en el salpicadero, no habían transcurrido ni cinco minutos cuando una voz meliflua pero firme me ordenó: “¡Gire a la derecha!”. El corazón me dio un vuelco, y escudriñé meticulosamente el interior del vehículo a través de los retrovisores. Nada. Nadie. “Continúe por la derecha”, repitió la voz, y me recordó a Aznar aleccionando a Rajoy. Pero no había nadie a mi lado, sino solamente un GPS en cuya pantalla habían resucitado los colorines y las flechas y los nombres de las calles por entre las que circulaba. Había vuelto. Pero ¿para quedarse…? Eso es lo que no sé. En el reseteo al que lo sometí perdí todas las direcciones que había ido guardando, y ahora ya no sé si fiarme y confiarme en su rehabilitación o esperar a cobrar los atrasos del IPC para iniciar un Plan Renove. En cualquier caso, mi GPS, que había muerto, retornó a la vida enigmáticamente y contra todo pronóstico, y puedo volver a dejarme guiar por una voz femenina que, como en la vida misma, pretende indicarme qué caminos debo tomar.
Comentarios
Espero y le deseo una rápida y buena recuperación.
Salúdale de mi parte, a tu madre también, por supuesto.
Y en cuanto a tu "TOM TOM", no te preocupes. Yo tengo el mío (Sony), y por no saber utilizarlo, ya tiene telarañas.
Ehhhhh, ¡¡¡no he dicho que no sepas utilizarlo!!!
Abrazos virtuales
MC
MC
Espero y deseo que tu padre esté estupendo y como dice el anónimo y tu madre también.
Tus artículos es verdad como dice otro comentario que he reeleído son muy largos y a veces los miro y digo...luego los leo y cuando entro hay otro y el niño llora... y vuelvo a decir luego los leo y así voy acumulando artículos que ya tengo para pasar el verano si esque el amorcito de mi hijo me deja jajajajajaja....
pero ya sabes que siempre te recuerdo y siempre te leo ...
Besitos
marisa