Actualidad y Política/ España dividida


España está dividida.  Muy dividida.  Casi como en los peores tiempos.  Y me duele.  Es muy mala señal que los símbolos que deberían ser comunes y unificadores (la bandera, el himno…) generen tanta división, tanto recelo y tanta animadversión.  Lo sucedido el pasado domingo debería ser objeto de un análisis sereno y mesurado…  si acaso alguien fuese capaz de utilizar la serenidad y la mesura tan fácilmente como se utilizan el odio y la intolerancia.

Durante la concentración (pacífica y civilizada, ¿eso hay alguien que lo ponga en duda?) de la madrileña Plaza de Colón, tenía puesta la Cadena SER (la radio que siempre he escuchado), y me quedé estupefacto ante el modo en que dicha información era tratada.  El señor Javier del Pino y su equipo de colaboradores, literalmente se burlaban de las personas que se habían desplazado hasta allí desde diversos puntos de España, dando por hecho que “tras la manifestación, se irían a tomar el aperitivo y después a misa”.  Es decir, ¿de repente quienes se sienten españoles, quienes no se avergüenzan de exhibir la bandera de su país y quienes aún conservan la costumbre de ir a la Iglesia, son los “malos”, los parias, los paletos, los idiotas?  La humorista Eva Hache se permitió, en un tweet, definirlos como “mierdas”.  ¿Mierdas, por mostrar la enseña de su nación?  ¿Mierdas, por desear la unidad de su patria?  ¿Mierdas, por exigir al actual presidente del Gobierno que cumpliera su promesa inicial de convocar elecciones “lo más pronto posible”?

El odio infinito hacia el que piensa contrario a nosotros nos ciega, nos trastorna.  Lo más fácil es recurrir al insulto, y, entre todos los insultos, surge uno que se ha hecho inmensamente popular:  “fascista”  (o su apócope “facha”).  Pero ¿acaso “rojo” o “podemita” no podrían ser igualmente utilizados como insultos?  ¿De qué nos sirve, en realidad, lanzarnos el uno al cuello del otro, sin esforzarnos por comprenderle, por escucharle?  Por supuesto que no todos tenemos el mismo concepto de la vida, de la política y de todo en general, pero ¿por qué somos tan  rematadamente egocéntricos, que pensamos que la Razón está de nuestro lado, y no del lado de los demás?  Por encima de todo y de todos, están las Leyes y la Constitución:  ése es el marco real donde se establecen las reglas del juego, donde se especifica lo correcto y lo incorrecto.  Ahí no existe lo subjetivo ni lo parcial.  Cuando nos asolan tantas dudas, no tenemos otro remedio que pensar en términos tangibles y clasificar los cosas en “legales” o “ilegales”, “constitucionales” o “inconstitucionales”. Y, obviamente, uno de los derechos constitucionales más importantes es el de la libertad de pensamiento, de culto y de expresión.  Todos tenemos derecho a pensar y debemos poder enorgullecernos de nuestra opinión y nuestra creencia, y ser respetados por ellas.  Sin insultos ni descalificaciones, y ofendiendo lo mismo que nos gustaría que el otro nos ofendiera a nosotros (o sea, nada).  ¡Ay, con lo fácil que sería llevarnos bien…!

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