Casi todos los días
Casi todos los días comenzaban igual. Me despertaba, sonaba el despertador (sí, normalmente por este orden), me levantaba, encendía la radio (siempre la SER), me afeitaba, me duchaba, me vestía y salía de mi casa. Tres minutos, y estaba en el trabajo, donde apenas me daba tiempo de encender el ordenador antes de ir a desayunar, actividad de carácter fisiológico a la que no estaba dispuesto a renunciar ni siquiera a causa de la acumulación de trabajo que se experimentaba una vez abríamos la puerta de la oficina. Una vez saldada la deuda contraída con un estómago que usualmente llevaba muchas horas vacío, tocaba poner el piloto automático hasta que el reloj marcaba la una y media, hora en la que había que salir zumbando para almorzar. Llegaba a casa y, si podía, echaba una mano en la cocina, a continuación ponía la mesa y luego me sentaba ante ella. El menú no era muy variado (arroz blanco acompañado de alguna delicia de Ecuador), pero, ¿qué más daba?; en otros tiempos lo que me ponían para almorzar era, invariablemente, producto de la sanísima dieta mediterránea. A todo puede uno llegar a acostumbrarse, sea cual sea su procedencia. Después de comer, vuelta al trabajo hasta más o menos las seis, y entonces… entonces era cuando podían surgir los sutiles elementos diferenciadores que harían que un día fuese distinto de los demás. Niños grandes que si percibían mi presencia era sólo porque nos cruzábamos y/o tropezábamos en el pasillo; niñas pequeñas que se me antojaban lo más parecido a Dios: eran omnipresentes y se aparecían en todas partes, de día y de noche; niños de genio fácil que sólo aplacaban su inquietud a bordo de un ratón que navegaba por internet; niñas que parecían tranquilas y dóciles hasta que un cable cerebral se les cruzaba y se transformaban en su contrapartida más histérica; princesas latinas que, arrojadas de su palacio, aterrizaban en medio de un campo agotador y, al llegar a casa, tan sólo buscaban la cama… en un sentido absolutamente literal. Sí, así eran casi todos los días de mi vida hasta hace unas pocas semanas. Y, probablemente, así volverán a ser casi todos los días de mi vida dentro de unas pocas semanas. Tal vez sería más divertido ser aventurero o director de cine, pero estar enfermo en un hospital sería, sin duda, mucho, muchísimo peor.
Comentarios
Es verdad lo que dices, en unos de tus comentarios, a veces por hablar las cosas, te puedes sentir mejor, y eso es lo que yo experimenté cuando en tu mismo blogg, dedique un trocito a hablar sobre la falta de mi perrita NANA, me sentí mejor desde entonces hasta hoy.
Con respecto al arroz blanco, a la rutina, DIVINA RUTINA, yo, si me salgo de ella, va todo al traste. No obstante siempre procuro buscar la pizca de sal o pimienta que me permita disfrutar ese dia algo propio o algo mío, independientemente de los que te rodean y de los demás.
los angelitos, al fin al cabo, se que te gustan...
y las cosas de tu vida, no creas que son tan distintas a las cosas de la vida de los demas.
besos de tu amiga
MARISA
un beso
marisa