Il buono,
il brutto, il cattivo
Italia, 1966
Director: Sergio Leone
Productor: Alberto Grimaldi
Guión: Luciano Vincenzoni y Sergio Leone, con Agenore Incrocci &
Furio Scarpelli
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Tonino Delli Colli
Montaje: Eugenio Alabiso & Nino Baragli
Diseño de Producción y Vestuario: Carlo Simi
Reparto: Clint Eastwood (Rubio, el Bueno), Eli Wallach (Tuco,
el Feo), Lee Van Cleef (Sentencia, el Malo), Aldo Giuffré (Capitán alcohólico
de la Unión), Luigi Pistilli (Padre Pablo Ramírez), Mario Brega (Cabo Wallace),
Antonio Casale (Bill Carson), John
Bartha (Sheriff), Antonio Casas (Stevens), Rada Rassimov (Maria), Antonio
Molino Rojo (Cpt. Harper)
Duración: 162 min.
Distribución: United Artists
Un botín de 200.000 dólares
Sólo los más
viejos del lugar recordarán (recordaremos) al entrañable Alfonso Sánchez (1911-1981), el crítico de cine que, cuando la
televisión era en blanco y negro, nos enseñó a conocer y amar el Séptimo Arte
gracias a sus ilimitados conocimientos y a su inconfundible voz gangosa, que
durante décadas no hubo humorista que no imitase. Entre los muchos méritos que se le atribuyen
al llorado señor Sánchez está el de haber sido quien bautizase a ese subgénero
de películas ambientadas en el lejano Oeste y que, en lugar de estar producidas
en Norteamérica por cineastas estadounidenses, se llevaron a cabo en la vieja
Europa, mayormente en Italia y por italianos, y que, desde que él asoció esa nacionalidad
con una de sus comidas más populares, pasó a denominarse “spaghetti western”.
Durante la
Guerra de Secesión, tres bandidos sin muchos escrúpulos pretenden hacerse con
un tesoro enterrado en un cementerio: nada menos que 200.000 dólares. Rubio, Tuco y Sentencia son, respectivamente,
un cazarrecompensas, un bandido y un asesino a sueldo que, primero por separado
y, al final, obligados a entenderse, sueñan con dar ese último golpe que les
permita retirarse y disfrutar una existencia tranquila…
Una vez finalizada la II Guerra Mundial,
numerosos soldados estadounidenses se desplegaron por distintas ciudades
italianas, especialmente Roma y sus alrededores. Su misión era mantener el orden y asegurar la
pacificación y democratización del país, aunque también llevaron consigo su
cultura, basada sobre todo en los comics y las películas, entre las cuales
destacaban las del género que más les identificaba: el western. Sergio Leone, que había nacido en 1929,
parecía predestinado a dedicarse al negocio del cine: su padre, Vincenzo, era
realizador, y su madre, Edvige, había sido actriz. En 1948, a la temprana edad de 19 años, ya
oficiaba como ayudante de dirección en “Ladrón
de bicicletas” del gran Vittorio de Sica, y, a partir de ese momento,
aprovecharía todas las ocasiones para seguir ascendiendo en la profesión, sobre
todo cuando se trataba de rodajes de superproducciones norteamericanas tales
como “Quo Vadis?”, “Helena de Troya”, o “Ben-Hur”. Su primera película “oficial” como director
fue “El coloso de Rodas” (1961),
aunque la temática que realmente le interesaba explorar no era la del péplum o
cine “de romanos” sino la que, para él, representaba la quintaesencia de la
cinematografía, el western. En 1964 pudo hacer realidad su sueño con “Por un puñado de dólares”, a la que
seguiría, un año después, “La muerte tenía
un precio”, ambas con la presencia de algún que otro actor estadounidense,
entre los que brillaba con luz propia uno de los protagonistas de la serie “Látigo”, Clint Eastwood. La presencia
de Eastwood era uno de los alicientes para que una distribuidora yanqui, United Artists, se interesara por el
trabajo de Leone, que al fin sería exhibido en salas de cine del país que
entonces presidía Lyndon B. Johnson, lo cual propiciaría también un flujo de
dólares que permitió que el siguiente film en ver la luz contara con un nivel
de producción mucho más desahogado. La
idea original era que la nueva película se centrara en dos pordioseros en busca
de un tesoro, y el título preliminar que Leone barajaba era “I due magnifici straccioni”, “Los dos mendigos magníficos”, si bien
uno de los personajes secundarios ascendió de categoría y terminó formando
parte del elenco principal, por lo que la denominación definitiva acabaría
siendo “Il buono, il malo, il cattivo”,
traducida al inglés como “The Good, The
Bad And The Ugly” y al español como “El
bueno, el feo y el malo”. Los
adjetivos incluídos en el título eran casi lo único que íbamos a saber acerca
de esos individuos retratados como
antihéroes y que, con la excepción de Tuco, “el Feo”, ni siquiera tienen nombre
y mucho menos apellido: “Rubio” (“Blondy” en inglés) es el apodo del “Bueno”, y
“Sentencia” (“Angel Eyes”, “Ojos de ángel” en la lengua de Shakespeare) es como
se conoce al “Malo”. El guión del film
se desarrolló durante muchos meses y, para poder ser completado, se requirió
que Leone y su amigo y co-guionista, Luciano Vincenzoni, viajaran a
Estados Unidos para inspirarse sobre el terreno, bueno, sobre el terreno en el
que transcurría el argumento, ya que el rodaje, al igual que había sucedido en
los dos films precedentes, tendría lugar entre Italia y España. Lo cierto es que la amistad entre Leone y
Vincenzoni se fue deteriorando a medida que avanzaba la redacción del libreto,
debido a que los egos del uno y del otro avanzaban en direcciones contrapuestas. De nada sirvieron tampoco las quejas de Clint
Eastwood, molesto al considerar que su personaje iba perdiendo protagonismo a
medida que avanzaba la trilogía; para conformarle, Leone le aseguró que, aunque
esta entrega iba a ser la última en ser filmada, en realidad se trataba de una
precuela, o sea, sucedía antes de las otras dos, argumentándoselo en que sería
al final de “El bueno, el feo y el malo” cuando “el hombre sin nombre”
(es decir, el “rubio”) se haría con el característico poncho que había venido
luciendo desde el principio de la trilogía.
El reparto de “El bueno, el feo
y el malo” no fue excesivamente difícil de conformar. Asegurado Clint Eastwood, Leone en principio
quería volver a contar con Gian Maria Volonté, que ya había sido el villano
principal tanto en “Por un puñado de dólares” como en “La muerte
tenía un precio”, pero comprendió que el papel de Tuco, “el feo”, requería
una vis cómica que Volonté no poseía.
Alguien sugirió a Eli Wallach, el recordado Calvera de “Los Siete Magníficos” e impagable secundario en
“Baby Doll” o “La conquista del Oeste”, y el intérprete de 51
años, que acabaría haciéndose muy amigo del realizador, aceptó encantado. Para dar vida a “Sentencia/Ojos de Angel/El
malo”, Leone ya había pensado en Henry Fonda, con el que no podría contar hasta
la posterior “Hasta que llegó su hora”, siendo sus siguientes opciones
Charles Bronson (que asimismo habría de esperar hasta su siguiente película) o
Enrico Maria Salerno, si bien al final se decantó por Lee Van Cleef, de 41 años, un icono de la villanía en
el Oeste gracias a “Solo ante el peligro” o “El hombre que
mató a Liberty Valance” y con quien ya había contado en “La
muerte tenía un precio”, aunque en un rol muy diferente. El resto de papeles de soporte se adjudicaron
a intérpretes muchísimo menos conocidos como Aldo Giuffré, Luigi
Pistilli, Mario Brega, Antonio
Casale, Al Mulock, John
Bartha, Antonio Casas, Rada Rassimov o Antonio
Molino Rojo. Como curiosidad para muy, muy curiosos, os
revelaré que diversas bases de datos afirman que el mismísimo John Landis, futuro director de “Granujas a todo ritmo”, “Un hombre lobo Americano en Londres” o
el videoclip “Thriller” de Michael Jackson, tuvo una pequeñísima intervención
como doble de acción en el film, algo que el propio Landis nunca ha confirmado
ni desmentido pero que, en teoría, no parece probable, ya que en alguna
ocasión ha afirmado que viajó a Europa a los 18 años, por lo que, habiendo
nacido en 1950, tendría 16 durante el rodaje de nuestra cinta, lo que echaría
por tierra todo ese castillo de naipes.
El rodaje de “El bueno, el feo y el malo” arrancó en mayo de 1966 en los estudios
de Cinecittá de Roma, pero enseguida se trasladó a España. En Almería se utilizaron los emblemáticos
emplazamientos del Desierto de Tabernas y el Oasys/Fort Bravo, más conocido como “Mini Hollywood”, que se edificó para la película y aún continúa
en pie, además del llamado Cortijo del Fraile sito en Albaricoques, Níjar. También se rodó en el apeadero “fantasmal” de
La Calahorra en Granada (línea Guadix-Almería), una estación de tren que ya
había aparecido en “La muerte tenía un
precio” y que adquiriría aún mayor relevancia en el arranque de “Hasta que llegó su hora”. La producción se desplazó
entonces a las provincias de Madrid (Colmenar
Viejo y Hoyo de Manzanares) y Burgos, donde se filmó en San Pedro de Arlanza,
Contreras, Santo Domingo de Silos, Covarrubias y Carazo. Aquí fue donde se erigió el emblemático
cementerio de Sad Hill en el que se desarrolla la escena final de la película,
un lugar mítico que, lamentablemente descuidado, poco a poco fue devorado por
la maleza y relegado al olvido, hasta que, en 2014, un grupo de fans de “El bueno, el feo y el malo” decidieron
recuperar aquel escenario con toda su magnificencia, para lo cual realizaron un
mastodóntico crowdfunding que el
joven realizador Guillermo
de Oliveira inmortalizó en su
exitoso documental “Desenterrando Sad
Hill” (2017). El Ministerio del
Ejército español resultó ser sorprendentemente colaborativo, ya que no sólo
abrió las puertas de su Museo para permitir la utilización de armas, munición y
atrezzo sino que “destinó”
temporalmente a 250 soldados que hacían la mili en Hortigüela al rodaje de la
cinta, en el que no sólo participaron como extras disfrazados de unionistas y
confederados sino que construyeron el falso puente Langstone (180 mts. de
longitud) y plantaron las 5.000 tumbas y cruces del Sad Hill original. El gran Carlo Simi, arquitecto de profesión, ejerció nuevamente no sólo como director
artístico sino también como diseñador del vestuario, con el virtuoso Tonino Delli Colli a cargo de la fotografía y,
obviamente, Ennio Morricone componiendo la banda sonora. Morricone entregó otra partitura
magistral en la que destacan dos motivos fundamentales: el archifamoso “Tema Principal”, en tono burlón y que
subraya las apariciones de los tres protagonistas, interpretado para cada uno
de ellos por un instrumento distinto (flauta para Rubio, voces humanas para
Tuco y ocarina para Sentencia) y el poderoso “El éxtasis del oro” que suena en la escena final del cementerio de
Sad Hill con Edda Dell’Orso
como solista y que caló tan hondo en la
cultura popular que ha sido versionado en múltiples ocasiones (la más famosa,
la de Hugo Montenegro) y algunos grupos de rock como Metallica, The Ramones o
New Order suelen incluirla en todo sus conciertos.
“El bueno, el feo y el malo” se
preestrenó en Italia el 15 de Diciembre de 1966 pero no se exhibió en salas
comerciales hasta una semana después; en Estados Unidos hubieron de esperar un
año para verla (29 de Diciembre de 1967), y los españoles aún tuvimos que tener
más paciencia, ya que no nos llegó hasta Agosto de 1968. En cuanto a su rendimiento en taquilla, su
presupuesto inicial de 1.200.000 dólares se vio multiplicado por 20,
convirtiéndose en la película italiana más taquillera a nivel mundial hasta ese
momento. Los Oscar, sin embargo, la
ignoraron total y absolutamente, no otorgándole ni una sola nominación. Las críticas no fueron muy complacientes y se
cebaron sobre todo en su larga duración y su excesiva violencia. Tuvieron que pasar los años y ser revisionada
por nuevas generaciones para ir alcanzando paulatinamente el nuevo status de obra maestra del que goza en la
actualidad. Directores hoy aclamados
como Martin Scorsese o Quentin Tarantino (ambos italoamericanos, ¿casualmente?)
han alabado sus virtudes de puesta en escena, llegando a afirmar Tarantino que
es “la película mejor dirigida que he
visto nunca”.
Como todos los spaghetti westerns,
“El bueno, el feo y el malo” ofrece
una visión pesimista, desmitificadora y nada idílica del viejo Oeste. Ninguno de los personajes principales es
realmente bueno, los tres lucen feos y todos pecan de ser más bien malos. Enloquecidos por el éxtasis del oro,
deambulan sucios y polvorientos y es la codicia lo que impulsa sus
acciones. De cualquier manera, en esta
historia de personajes primarios, a los que impulsan emociones primarias, es el
guión lo que menos me acaba interesando.
Lo que me deslumbra de principio a fin es la maestría de Sergio Leone a
la hora de planificar y encuadrar. Esa
alternancia de panorámicas abiertas y primeros planos de detalle patentiza la genialidad
de un artista al que no le asusta dotar a cada uno de sus planos de una duración
que podría resultar exasperante de no ser por la belleza que contienen. A nivel temático o argumental, confieso que “El bueno, el feo y el malo” me desagrada
un poco a causa de la catadura moral de los protagonistas, con la suciedad de sus
atuendos como metáfora de la indecencia de sus almas, pero visual y técnicamente
constituye una inmensa gozada, de esas que contribuyen no sólo a amar el cine sino
a querer hacer y ser Cine también.
Luis Campoy
Calificación: 8,5 (sobre 10)
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