Música/ La historia de "Cruz de navajas"

 


Curioseando un poco en Facebook (Feisbuc lo llaman algunos) a veces se descubren historias interesantes.  Hoy he leído una que, lamentablemente, por muy bonita que pueda parecer, me temo que es tan falsa como un billete de 27 euros.  Pero, mejor, empecemos por el principio…

 

Durante mis vacaciones de verano de 1986, que, como todas las anteriores, se desarrollaron básicamente en mi querida Alicante, acudí una mañana a Galerías Preciados (actualmente El Corte Inglés) con el fin de comprar el disco (LP) de MecanoEntre el cielo y el suelo”.  Estando allí, me tropecé con un antiguo compañero de colegio, José Antonio Espinosa, que me vio con el disco en la mano, ya a punto de pasar por caja para pagarlo, y me dijo “Es que “Cruz de navajas” es maravillosa”.  Coincidí (y coincido) en esa apreciación, y es que fue precisamente por esa canción por lo que me hice con aquel álbum.  En este punto conviene recordar que la letra de la misma es la siguiente:

 

A las cinco se cierra la barra del 33,

pero Mario no sale hasta las seis

Y, si encima, le toca hacer caja, despídete

Casi siempre se le hace de día,

mientras María ya se ha puesto en pie

Ha hecho la casa, ha hecho hasta café,

y le espera medio desnuda

 

Mario llega cansado y saluda sin mucho afán

Quiere cama, pero otra variedad

Y María se moja las ganas en el café,

magdalenas del sexo convexo

Luego, al trabajo en un gran almacén

Cuando regresa, no hay más que un somier

taciturno que usar por turnos

 

Cruz de navajas por una mujer,

Brillos mortales despuntan al alba

Sangres que tiñen de malva el amanecer

 

Pero hoy, como ha habido redada en el 33,

Mario vuelve a las cinco menos diez

Por su calle vacía, a lo lejos, sólo se ve

a unos novios comiéndose a besos

El pobre Mario se quiere morir

cuando se acerca para descubrir

que es María con compañía

 

Cruz de navajas por una mujer

Brillos mortales despuntan al alba

Sangres que tiñen de malva el amanecer

 

Sobre Mario de bruces, tres cruces

Una en la frente, la que más dolió

Otra en el pecho, la que le mató

Y otra miente en el noticiero

 

Dos drogadictos en plena ansiedad

Roban y matan a Mario Postigo

mientras su esposa es testigo desde el portal

 

En vez de:

Cruz de navajas por una mujer

Brillos mortales despuntan al alba

Sangres que tiñen de malva el amanecer”

 

Esta canción fue una de las cuatro que el mayor de los hermanos Cano, José María Cano, aportó a “Entre el cielo y el suelo”, el quinto álbum de Mecano, que, efectivamente, se publicó en Junio del año 1986.  El resto de las composiciones fueron obra de Nacho Cano, siendo la solista, Ana Torroja, la poseedora de la voz inconfundible que las interpretó.  Todas las canciones que el trío grabó durante aquellos años debían contar con el beneplácito de los tres integrantes, pero, en el caso de “Cruz de navajas”, parece que costó un poco más convencerlos, dada la temática triste y algo truculenta de la historia, que hasta podía parecer, a bote pronto, contener reminiscencias satánicas.  Incluso se dio el caso de que tanto Nacho como Ana se negaron a que la cara B del disco se iniciara con aquel tema, que al final quedó relegado a la penúltima posición (y a punto estuvo, incluso de desaparecer y ser “reservado” para futuros trabajos).  Sin embargo, cuando el álbum, publicado por BMG (Ariola), llegó a las emisoras de radio, no fueron pocos los locutores que se enamoraron precisamente de esa canción, siendo José Antonio Abellán, de la cadena SER y uno de los creadores de los 40 principales, uno de sus más firmes defensores, hasta el punto de que, a fuerza de tanto radiarla, prácticamente obligó a la discográfica a publicarla como cara A del segundo sencillo.

 

Hasta aquí hemos hablado de hechos comprobables y demostrables, pero ahora pasamos a los terrenos de lo meramente subjetivo y especulativo.  En primer lugar, el argumento mismo de la canción.  ¿Se lo inventó íntegramente el bueno de José María Cano…?  ¿Existieron Mario y María, hubo un bar llamado 33…?  Según mis investigaciones, en Santa Cruz de Tenerife sí existió un local de copas, muy popular en los años 70, que se llamaba 33 Norte y estaba ubicado en la calle San José.  En cuanto a si uno de sus camareros resultó asesinado en una reyerta callejera al volver a su casa de madrugada, me temo que no es tan fácil de demostrar.  Hay quienes aseguran que el mismísimo José María Cano estuvo presente en la isla cuando el luctuoso suceso tuvo lugar y que años después se inspiró en él, otras voces afirman que, durante un fin de semana loco, visitó el local y alguien le refirió la anécdota acaecida una década atrás, pero me temo que sólo sabremos la verdad rotunda cuando el compositor tenga a bien revelarla en su integridad.  Lo que sí sabemos es que los protagonistas, no por casualidad llamados Mario y María (dos caras de la misma moneda, condenados a vivir pegados sin estar juntos de verdad), conforman un matrimonio en el que la apatía y la monotonía han hecho estragos, sobre todo a causa de los horarios incompatibles de ambos.  Cuando él llega a casa, a las seis de la mañana, ella le espera con la expectativa de saciar sus apetencias sexuales, pero él lo que necesita es simplemente descansar.  Ella, despechada, se marcha a su trabajo en unos grandes almacenes (según dicen, las Galerías Preciados de la calle del Pilar), y poco a poco va rumiando su frustración mientras moja magdalenas en un cuenco de café de “sexo convexo”.  Lo del “sexo convexo” puede sonar a “sexo invertido”, a que la mujer, harta de su hombre y, por añadidura, de todos los hombres, se ha refugiado en los brazos de otra mujer.  Serían, por tanto, dos mujeres (y no un hombre y una mujer) quienes están ”comiéndose a besos” cuando Mario lega a casa más temprano de lo habitual a causa de una redada.  En cualquier caso, Cano nos deja entrever que Mario increpa a la persona que está con su esposa, y ésta enarbola una navaja que le causa la muerte al infortunado esposo traicionado.  La “Cruz de navajas” del título apela a tres navajazos, uno real y dos figurados.  El que realmente le mató fue el que se clavó físicamente en su pecho, pero el que más le dolió fue el de la traición, el primero en la frente, allí donde, según la tradición, brotan los “cuernos”.  El tercero fue la mentira que María contó a la policía y a los medios de comunicación, afirmando, para proteger a su amante, que ella vio desde el portal cómo dos drogadictos, acuciados por el “mono”, asesinaban al desdichado Mario.

 

La otra gran mentira, el cuento chino al que me refería al inicio de este artículo, tiene que ver con la autoría de la canción.  Resulta que, como ha quedado dicho, “Cruz de navajas” obtuvo un éxito comercial inapelable, y fueron varios los artistas que quisieron versionarla.  Uno de ellos fue Joaquín Sabina, que la cantó en un concierto de El Gran Musical cambiando algunas partes de la letra original, lo cual a alguien se le antojó como una “prueba irrefutable” de que Sabina era el verdadero autor del tema y, muy generosamente, tras intentar en vano que lo interpretase Isabel Pantoja, se lo regaló a José María Cano para que Mecano lo grabase.  Aquí se entremezclan dos historias reales, pero acaba generándose una estúpida confusión.  Sí hubo varias canciones de Joaquín Sabina que acabaron en las voces de otros artistas, como “Princesa”, cuya letra escribió Joaquín pero la música la compuso Juan Antonio Muriel, quien fue el primero en interpretarla, o “Y nos dieron las diez”, que Sabina empezó a escribir en compañía de Enrique Urquijo de Los Secretos pero que, a partir de las primeras estrofas, se subdividió en dos temas, registrando el segundo Los Secretos bajo el título de “Ojos de gata”.  Y en cuanto a lo de que la canción iba a ser para Isabel Pantoja, no fue “Cruz de navajas” sino “Hijo de la luna”, otra de los temazos incluídos también en “Entre el cielo y el suelo”.

 

En fin, una más de las leyendas urbanas que atesora el fascinante universo de la música…


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