Como dice la canción, mis zapatos
de vagabundo me llevaron, por fin, a Nueva York. Desde el principio, traté de empaparme de toda su magia de la
cabeza a los pies. Bueno, con la cabeza
empezamos con mal pie, porque lo primero que conocí fue una dolencia comúnmente
llamada “cefalea del avión”, que consiste en un punzante (y pulsante) dolor
craneal debido a la diferencia de presión y altitud cuando la aeronave inicia
el ascenso o, en mi caso, el descenso.
Tres días estuve a medio gas, con la cabeza embotada (bueno, sólo un
poco más de lo habitual), que coincidieron con mi primera visita a Times Square y
Central Park. Todo en NY es grande e
inmenso, pero esos adjetivos se le quedan pequeños a Central Park. ¡Menudo pulmón verde tienen ahí los
neoyorkinos!
En cuanto a Times Square,
es una gozada pasear por allí y ver todas sus pantallas, luces y neones, y toda
esa publicidad sobre los musicales de Broadway, ninguno de los cuales pude
presenciar. Los que más se estaban
promocionando eran “The Great Gatsby”,
“Aladdin”, “Moulin Rouge” y “MJ”,
este último sobre el gran Michael Jackson.
Lo que sí pude hacer fue comer rica pasta (y por menos pasta de lo que
me esperaba) en el icónico Joe’s Pizza,
si bien ya no se halla ubicado en el mismo emplazamiento que cuando Peter Parker/Tobey
Maguire trabajó allí en “Spider-Man 2”.
¿Qué diablos? ¡Incluso pude visitar el legendario Edificio
Dakota, donde se rodó “La semilla del…
éso… del diablo” y donde vivió (y
murió) el llorado John Lennon.
Otros edificios
famosos que conseguí recorrer fueron los que sirvieron de escenario, respectivamente,
a las series “Friends” y “Sexo en Nueva York” y a la película “Los Cazafantasmas”, además del Empire
State, el Edge o el Vessel, aunque el recorrido que mayormente me fascinó fue
el que realizamos en ferry por el río Hudson, divisando el incomparable skyline hasta llegar a Liberty Island,
donde se halla emplazada la Estatua de la Libertad. Ese momento en el que tienes frente a ti a
esa enorme dama verdosa, que te mira sin verte mientras tú la contemplas con reverencial
asombro, constituye una sensación alucinante que a mi me acompañará mientras
viva. Otro lugar que me emocionó fue el
Memorial de las Torres Gemelas, donde ahora existe un museo conmemorativo del
11-S junto al altísimo One World Trade Center y al lado del Oculus diseñado por
Santiago Calatrava.
Pero nuestra base de
operaciones, nuestro cuartel general durante nuestro periplo estadounidense,
no estaba radicado en la misma New York, sino en Hamilton, New Jersey, a unas
dos horas de viaje en coche. Varios días
fuimos (nos llevaron) a la ciudad de los rascacielos, pero otros días fuimos a
Philadelphia (la ciudad de Rocky Balboa, junto a cuya estatua no pude evitar
fotografiarme) y a Connecticut.
Y una
maravillosa tarde visitamos el segundo templo hindú más grande del mundo, el BAPS Swaminarayan Akshardham,
inaugurado hace un par de años en Robbinsville, New Jersey. Este lugar increíble, que recomiendo a
cualquier aficionado al arte y a cualquier ser sensible abierto a lo
espiritual, está presidido por una estatua dorada de Suami Naraian de 15 metros de altura, pero la belleza
de esta escultura es sólo el preámbulo de una sucesión de maravillas que, en su
mayor parte, no se permite fotografiar, así como tampoco está permitido hollar
el suelo sagrado con zapatos, por lo que a las zonas de mayor recogimiento hay
que acceder descalzos.
Fueron en total
diez días los que permanecimos a la sombra de Donald Trump, y muchos los recuerdos
que nos trajimos, más allá de los inevitables souvenirs de la Estatua de la Libertad y el Empire State siendo escalado
por King Kong. Recuerdos de aquellos centros
comerciales tan enormes (incluso en una localidad pequeña, los supermercados
son como diez Mercadonas), del shawarma
al aire libre, de la mangonada, del olor a marihuana que se percibe en Times
Square y otros enclaves neoyorkinos, del insospechado número de camisetas del
Barça y Lamine Yamal que pululaban por doquier, de esa escultura que representa el cuadro “American Gothic” que no me dio tiempo a
ver de cerca, de aquella urbanización con casas blancas ajardinadas orgullosas
de enarbolar la bandera de las barras y estrellas, y de aquellos cuatro gatos,
los auténticos reyes de la casa, dueños de nombres tan peculiares como Alia,
Raven, Robin y Chimuelo (sí, el equivalente a nuestro “Desdentao”).
Nueva York vuelve a estar a más de 6.000 kilómetros
de distancia, pero, ahora, los escenarios de tantos comics de Spiderman y
tantas y tantas míticas películas me parecen muchísimo más reales.
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