¿Qué es la religión? ¿Qué importancia tiene? ¿Tiene sentido hoy en día? ¿Por qué creemos? ¿En qué creemos? ¿Cómo creemos?
Muchas preguntas, ¿verdad? Y creo que no voy a contestar a ninguna. Pero, de vez en cuando, me las hago todas a
mi mismo, una detrás de otra. Mucha
gente me considera una persona religiosa: todos los años viajo a Cartagena para
ver sus procesiones, celebro la Navidad, asisto a la Misa de Gallo… Y lo cierto es que he tenido una sólida
formación cristiana (católica), que empezó en las monjas Carmelitas y terminó
en los Hermanos Maristas. Nunca he
abjurado, al menos conscientemente, de esas creencias que llevo arraigadas
desde pequeño y de las que me enorgullezco.
Supongo que, tal vez, se me podría tildar de “cristiano no practicante”,
pero ¿qué es realmente “practicar”? Si
se trata de ir a misa todos los domingos, de rezar o de cumplir
escrupulosamente los diez mandamientos, está claro que no lo hago. Sin embargo, si lo que cuenta es esforzarme
por diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal y optar por lo
primero, no hay duda de que ésa es la “religión” que practico. En cuanto a rezar, que, al fin y al cabo se
supone que no es sino hablar con Dios, ya sea coloquialmente o mediante una
fórmula predeterminada, lo cierto es que ese ser supuestamente omnipotente, omnipresente
y omnisciente no forma parte de mi listado de contactos conversacionales
habituales. ¿Para qué hablarle a alguien
que no crees que te va a escuchar y a quien das por hecho que, en caso de
escucharte, no le iban a interesar tus míseros problemas? Pero en la base de la pirámide de la duda
razonable está la incertidumbre acerca de esos poderes adscritos a la propia condición
divina. Supongo que me pasa como a
Mulder, el inolvidable investigador de lo paranormal de la serie “Expediente X”:
“Quiero creer”. Quiero creer, aceptar
que el Creador de todo y de todos sigue estando ahí fuera, interesado en
nosotros, sus criaturas, y quisiera creer que es más poderoso y más verídico
que esos personajes del cine y los comics que nos han llenado de ilusión y de
magia desde pequeñitos. Quiero, pero no
puedo. Al menos, hoy; al menos, ahora. Un ser que ostenta facultades ilimitadas, con
tantos pupilos a los que atender, y va a atender solícito las peticiones que precisamente
yo le realice. Perdonadme si parezco
irrespetuoso, pero me inspira la misma credibilidad que Santa Claus, o sea, Papá
Noel. Mis disculpas a quien pueda
sentirse ofendido. Y mi admiración, sin
límites, a quienes sí son capaces de creer.
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