Libros/ "ORGULLO Y PREJUICIO"

 


Continúo obstinado en mi férreo deseo de leer o releer cuantos volúmenes pueda de los muchos que nutren mi biblioteca, y el último que me ha conquistado ha sido nada menos que “Orgullo y prejuicio”.

 

Cuando Jane Austen (1775-1817) escribió la que sería su obra más aclamada, “Orgullo y prejuicio”, apenas tenía ¡20 años!, pero ya poseía una inteligencia vivaz y una visión certera de la sociedad en la que le había tocado existir.  Una sociedad clasista y machista en la que los ricos son inmensamente ricos y los pobres dramáticamente pobres, y en la que la máxima aspiración para una mujer es poder encontrar un marido con una buena dote que le solucione el futuro y, a ser posible, el de su familia.  La familia Bennet de “Orgullo y prejuicio” vive en Longbourn, una mansión de clase media ubicada en Hertfordshire, al sureste de Inglaterra, y, sin ser realmente pobres en la actualidad, les aterra el futuro que les puede aguardar.  Porque la propiedad de la hacienda se transmite de padres a hijos varones y, al no haber procreado chicos sino sólo cinco chicas, el Sr. Bennet sabe que, en cuanto él fallezca, todas sus posesiones pasarán no a sus hijas sino a su primo, el estirado Sr. Collins, un clérigo repelente al que patrocina la aristócrata Lady Catherine de Bourgh.  Cuando el rico y atractivo Charles Bingley se instala en las proximidades, la señora Bennet intenta por todos los medios que Bingley se fije en la mayor y más bella de sus hijas, Jane, a pesar de los recelos de Elizabeth, la segunda de las muchachas Bennet.  Elizabeth (probable alter ego de Jane Austen) es inteligente, perspicaz, independiente y posée un punto de rebeldía, y no soporta al mejor amigo de Bingley, el riquísimo pero antipático señor Darcy, quien además es sobrino de Lady Catherine.  Los primeros encuentros de Elizabeth y Darcy son bastante incómodos.  Ella le considera a él desagradable y orgulloso, y él, aunque sus primeras palabras son de desdoro hacia la supuesta hermosura de ella, poco a poco va enamorándose sin poder hacer nada por evitarlo.  La llegada a la ciudad más próxima, Meryton, de un regimiento de soldados, hace que las dos hijas pequeñas de los Bennet, Lydia y Kitty, no piensen en otra cosa que en casarse con un guapo militar que se las lleve bien lejos de allí.  Entre éstos se halla el apuesto George Wickham, por el que en principio se siente atraída Elizabeth y que afirma haber sido maltratado por Darcy, para cuya familia trabajó su padre en calidad de administrador.  Meses después, Elizabeth visita Pemberley, la maravillosa propiedad de Darcy, creyendo que éste no se halla en ella, pero la súbita aparición del aludido provoca una nueva situación aún más embarazosa, ya que Darcy se declara y Elizabeth, acorralada, le rechaza, apelando a lo poco que ha hecho por apoyar el romance entre su hermana y Bingley y, sobre todo, echándole en cara las acusaciones de Wickham…

 

Si bien en su momento no vi la aplaudida miniserie de la BBC de 1995 protagonizada por Jennifer Ehle y Colin Firth, sí soy muy fan de la película realizada diez años después por Joe Wright, con Keira Knightley y Mathhew MacFadyen en los papeles principales.  Pero el libro, lo confieso, nunca lo había leído y esa lacra acabo de enmendarla con no poca satisfacción.  Aunque conocía el argumento, no había podido gozar de sus increíbles diálogos con la serenidad y atención que se merecen.  Porque, a pesar de que se escribió hace más de doscientos años, el modelo de literatura que representa “Orgullo y prejuicio” me resulta altamente satisfactorio.  Jane Austen prescinde de farragosas descripciones, va directa al grano y la acción avanza merced, como digo, a unos diálogos absolutamente memorables e impropios de una veinteañera tal y como hoy en día nos la podemos imaginar.  El personaje de Elizabeth (Lizzy) Bennet está caracterizado de una manera extraordinaria, siendo uno de los roles femeninos mejor escritos de la Literatura universal.  ¿Y qué decir del señor Darcy, una especie de secundario de lujo que en cada aparición se roba las páginas del libro?  El auténtico carácter de Darcy, oculto bajo su hermética armadura de timidez y perjudicado por los prejuicios clasistas que se le han inculcado, le acaba convirtiendo en el verdadero héroe de la función, el único capaz de que el lector vea con buenos ojos que la heroína evolucione hasta renunciar a la soltería e individualidad que tan bien la habían distinguido.  Por mucho que uno pretenda ser detractor a ultranza del subgénero de los folletines o, dicho simplistamente, las “novelas de amor”, desde el primer momento no sólo te gustaría sino que necesitas que, venciendo al orgullo y a todos los prejuicios, Elizabeth y Darcy acaben juntos y sean felices, y no sólo por el trillado objetivo de que “coman perdices”, sino porque es evidente que el uno ha sido creado para rellenar los vacíos de la otra, y viceversa, para entre ambos constituir un todo de igualdad y plenitud.

 

Lástima que, en la edición que yo poseo en papel, a esta obra tan maravillosa haya que objetarle, una vez más, el demérito de la traducción.  Se trata del volumen 4 de la colección “Novela y ocio” publicada por Salvat en 1986, y cuya adaptación al español firma un tal X. (Xavier) Costa Clavell.  Puedo admitir algunas locuciones claramente trasnochadas incluso ya en aquella década; puedo aceptar que, como antaño, se emplée la expresión “hacer el amor” para referirse al hecho de “coquetear” o “cortejar”; pero lo que no me entra en la cabeza es la audacia insensata del traductor como para atreverse a traducir los nombres de los personajes.  Vale que “Mr. Darcy” va a ser “el señor Darcy” y que “Mrs. Bennet” va a ser citada como “señora Bennet”, pero que a la protagonista la llame alegremente “Isabel” en lugar de “Elizabeth” me parece una auténtica falta de respeto.  Y no digo nada acerca de cuando a “Jane” la llama “Juana”, a “Mary” la convierte en “María” o a “Charlotte” la españoliza como “Carlota”, porque lo peor viene después: “Sir William” pasa a ser “don Guillermo” y “Lady Catherine”, “doña Catalina”, y esos detalles aparentemente menores acabaron erigiéndose en una barrera tan insalvable que, para poder terminar el libro conservando íntegra mi salud mental, necesité buscar en internet una traducción más moderna y menos audaz en formato PDF.


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