Libros/ "TIBURON"

 


Cuando una película es tan, tan, pero tan buena como “Tiburón” (Steven Spielberg, 1975), resulta poco menos que inasumible la idea de que, previamente a ella, había existido otro “Tiburón”, un libro en el que los mismos personajes vivían la misma aventura, sólo que un par de años antes, en 1973.  En el momento en que el escritor neoyorkino Peter Benchley (1940-2006) publicó su primera novela, a la que tituló originalmente “Jaws”, “Mandíbulas”, tenía 32 años.  El argumento del libro era tan simple como funcional (un enorme tiburón blanco ataca a unos bañistas de una pequeña localidad costera norteamericana; el jefe de policía ordena el cierre preventivo de las playas; el alcalde y los empresarios de la localidad le desautorizan, temerosos de perder sus ganancias veraniegas; pero, tras repetirse los ataques del escualo, el policía y otros dos hombres se lanzan a una cacería desesperada en alta mar) y, antes incluso de que viera la luz, sus derechos cinematográficos ya estaban vendidos a Universal Pictures, que encomendó la dirección del film a un imberbe Spielberg con tan sólo un largometraje (y un montón de telefilms) a cuestas.  El guión cinematográfico de “Tiburón” fue oficialmente redactado por el propio Benchley y “retocado” por el libretista Carl Gottlieb, aunque, sin resultar acreditados, metieron mano también los guionistas Howard Sackler, Matthew Robbins y Hal Barwood, el cineasta John Milius e incluso el actor Robert Shaw.  La sensación que tanto yo como millones de lectores creo que hemos experimentado es que el guión de la película supera ampliamente al texto del libro, pues, aunque, obviamente, se trata de la misma historia, le aporta nuevas y notorias virtudes y pule o diluye algunos defectos.  Hija militante de su tiempo, la novela de Benchley utiliza la excusa del gigantesco depredador marino para trazar un retrato de una comunidad norteamericana dominada por el egoísmo y la insolidaridad, en la que el único personaje positivo es el del jefe de policía Martin Brody, quien, a pesar de su evidente empeño por hacer lo correcto, tiene tan abandonada a su esposa Ellen que ésta no duda en lanzarse a los brazos del primero que llega, que no es otro que el joven oceanógrafo Matt Hooper.  Sí, en el libro, el simpático experto en tiburones mantiene una relación adúltera con la mujer de su amigo, subtrama ésta que fue uno de los primeros cambios que Spielberg exigió cambiar de cara a la transformación en película.  Otra de las modificaciones impuestas por el realizador fue alargar la parte final (la cacería del escualo) que en el libro apenas abarca una quinta parte y en la pantalla se expande hasta casi la mitad del metraje.  En realidad, aparte de la exposición del argumento y la descripción de los personajes, no hay nada en lo que la novela sea mejor que el film.  Como esquema argumental, reconozcámoslo, ni la una ni el otro son la gran cosa, y el lenguaje que emplea Benchley se ve perjudicado notoriamente por una traducción bastante mediocre con multitud de aforismos sudamericanos y expresiones como “Hey” que, de tanto leerlas, te hacen pensar una y otra vez en Julio Iglesias.  Son varios los momentos icónicos de la película que originalmente no aparecían en el libro (los pescadores que utilizan un trozo de carne para atraer al escualo y son atacados en el muelle; la autopsia al primer tiburón capturado; la aparición “gore” del cadáver del pescador Ben Gardner en plenas aguas nocturnas; la narración del cazador Quint de los sucesos acaecidos tras hundirse el buque Indianapolis…) y frases ya míticas como “Necesitará un barco más grande” no surgieron de la imaginación del novelista sino de la socarronería del actor Roy Scheider, que aprovechó el momento para lanzar una puyita a los productores que estaban escatimando gastos durante el accidentado rodaje.  Sí, “Tiburón” es la prueba de que, algunas veces, el cine es capaz de superar, con mucho, a la literatura.


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