Cine actualidad/ "NOSFERATU"
En 1922, al cineasta
alemán Friedrich Wilhelm Murnau se le ocurrió la brillante idea de llevar a la
pantalla la novela “Dracula” del
irlandés Brad Stoker, probablemente el más famoso relato de vampiros, y pensó
que, si sólo cambiaba los nombres de los personajes, nadie se daría cuenta de
que la trama era exactamente la misma y, de ese modo, podría ahorrarse el pago
de los derechos de autor. Craso
error. La viuda de Stoker se percató de
la jugada y demandó a Murnau por plagio, a lo cual los jueces le dieron la
razón y ordenaron destruir todos los negativos de “Nosferatu”, de modo que sólo la existencia de algunas copias en
poder de coleccionistas particulares impidió que esta obra maestra del cine
mudo se perdiera para siempre… Ya en
1979, otro alemán, Werner Herzog, se atrevió a llevar a cabo un primer remake, con Klaus Kinski de
protagonista, que, sin llegar al nivel insuperable de la primera versión,
también gozó del favor popular.
102 años después del
principio de esta historia, el estadounidense Robert Eggers (director de “La
bruja”, “El faro” y “El hombre del norte”) ha preferido
acercarse al vampiro más poderoso desde el atractivo del bellísimo plagio y no
desde la aséptica legalidad, que parece que se le antojaba menos tentadora. Así pues, “Nosferatu” de 2024 no nos habla del Conde Dracula, de Jonathan
Harker y de su esposa Mina, sino del Conde Orlok, de Thomas Hutter y de su
mujer Ellen, si bien la trama es la que todos conocemos y “el que trae la enfermedad” (que ese vendría a ser el significado de
Nosferatu en griego, siendo la enfermedad la temible peste transmitida por las
ratas) vuelve a viajar desde su remoto y lóbrego castillo a una ciudad
superpoblada en la que habita una joven a la que le une un halo místico de
lujuria y tragedia.
Aunque las críticas
que había leído hablaban de una película de un terror casi insoportable, lo que
yo vi fue una obra de arte de fotografía exquisita y puesta en escena
magistral, en la que apenas hay un par de sustos basados en los característicos
subidones de sonido y en la que sus creadores, tratando de distanciarse del
aspecto del vampiro original, han optado por darle una apariencia que me
resultó (¿por qué no decirlo?) un pelín ridícula. Y bueno, es innegable que el peculiar clima
del film mezcla a las mil maravillas el miedo y la poesía, basándose en una
fotografía sensacional (sería injusto que no ganase el Oscar) en la que la luz
y las sombras están tan insólitamente hermanadas como el color y el blanco y
negro, rendido homenaje a la fuente original.
Claro que no sólo hay referencias al “Nosferatu” de 1922, sino también al “Dracula” de Coppola e incluso a “El exorcista”, referencias quizá demasiado explícitas pero que no
desmerecen los méritos propios de esta gran obra, cuya atmósfera malsana pero
embriagadora se merece un empírico, digo vampírico aplauso.
Luis Campoy
Calificación: 8 (sobre 10)
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