Libros/ "LA ISLA DEL TESORO"

 


Cuando, hace dos semanas, comencé a leer el ejemplar de “Moby Dick” que durante más de treinta años he acogido en mi biblioteca, descubrí enseguida y con horror que se trataba de una versión “adaptada” para jóvenes (publicada por la editorial S/M), y no del texto íntegro redactado por Herman Melville.  Fue tal mi frustración, que la desahogué echando mano de otro libro de temática más o menos similar y que también se merecía una revisión: “La isla del tesoro”.

 

Cuando el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) comenzó a publicar por entregas la que sería una de sus obras maestras, “La isla del tesoro”, tenía 31 años.  La había comenzado a escribir unos meses antes, durante unas vacaciones en las Highlands, a modo de juego literario en el que también participaron su padre y su hijastro.  Después de que la revista juvenil “Jóvenes Amigos” (Young Folks) finalizase su difusión serializada, “La isla del tesoro” vio la luz como libro en 1883, 28 años después de “Moby Dick”, con la que comparte varias similitudes como la temática marinera, un protagonista joven (allí Ismael, aquí Jim Hawkins), un villano maduro e inolvidable (el capitán Ahab frente a Long John Silver) y una poderosísima motivación para una épica aventura (la caza de una gigantesca ballena / la búsqueda de un legendario tesoro).  Es más, yo me atrevería a decir que el inicio de la novela tiene incluso algún punto en común con “Cuento de Navidad” (1843) de Charles Dickens: allí, Ebenezer Scrooge recibía la visita de tres fantasmas (el de las Navidades pasadas, las presentes y las futuras) que le motivaban para cambiar de vida, en tanto que, aquí, al joven Jim le visitan en su posada El Almirante Benbow tres piratas (el “Capitán” Billy Bones, Black Dog y Blind Pew) que le impulsarán a emprender el viaje que cambiará su existencia para siempre.  Porque mucho hay en “La isla del tesoro” de viaje iniciático, de transición de la niñez a la madurez, de la necesaria asunción de responsabilidades que implica convertirse en adulto.

 

Más allá de un argumento que podría parecer esquemático y, para algunos, simple (Jim Hawkins y sus compañeros el doctor Livesey y el caballero Trelawney fletan un velero, La Hispaniola, comandado por el incorruptible capitán Smollett pero en el que quien corta el bacalao es el cocinero, un sibilino John Silver que secretamente es el líder de los piratas que se han enrolado a bordo haciéndose pasar por marineros, los cuales se amotinarán nada más arribar a la isla donde se halla el tesoro del Capitán Flint), lo más cautivador de este maravilloso libro es el lenguaje empleado, tanto más disfrutable en español cuanto más hábil sea el traductor a la hora de adaptar la jerga marinera que inunda sus páginas.  Pero no sólo de foques, cuadernas, amuras, estays, cangrejas o cabrestantes hace gala la prosa de Robert Louis Stevenson, sino que sus descripciones están llenas de imágenes coloridas narradas con admirable maestría.  Envidio a los muchachos británicos de finales del siglo XIX que fueron los primeros en disfrutar esta auténtica joya del entretenimiento, que las generaciones actuales apenas conocen gracias a sus adaptaciones al cine y la televisión.

 

Como siempre hago, una vez terminado el libro, volví a ver la película que lo adaptó, en este caso, no una sino dos de las mejores versiones que, a mi juicio, se han realizado: la de 1934 dirigida por Victor Fleming con Jackie Cooper como Jim Hawkins y Wallace Beery como John Silver y la que en 1990 realizó Fraser C. Heston con su padre Charlton Heston encarnado a Silver y un joven Christian Bale dando vida a Jim.  El tono es algo diferente en ambas cintas (la más antigua es más infantil y algo humorística y la más reciente pretende ser más realista y dramática), pero, obviamente, ninguna de las dos alcanza las cotas de fascinación que posée el libro en el que se basan.


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