El Cine en PANTALLA GRANDE, Vol. 2/ "LOS SIETE MAGNIFICOS"
Los
siete samurais del oeste
The
Magnificent Seven
USA, 1960
Director y
Productor: John Sturges
Guión: William Roberts, basado en el guión de Akira Kurosawa
y Shinobu Hashimoto
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Charles Lang
Montaje: Ferris Webster
Dirección
Artística: Edward
Fitzgerald
Reparto: Yul Brynner (Chris Adams), Steve McQueen (Vin Tanner),
Charles Bronson (Bernardo O’Reilly), James Coburn (Britt), Robert Vaughn (Lee),
Brad Dexter (Harry Luck), Horst Bucholtz (Chico), Eli Wallach (Calvera), Jorge
Martínez de Hoyos (Hilario), Vladimir Sokoloff (Anciano), Rosenda Monteros
(Petra) Rico Alaniz (Sotero)
Duración: 128 min.
Distribución:
United
Artists
Que el tabaco es uno de los peores y
más perniciosos hábitos para la salud es algo que todos tenemos claro en pleno
siglo XXI. Sin embargo, cincuenta años
atrás, fumar se nos vendía como una incomparable expresión de libertad, sobre
todo cuando el protagonista del anuncio de cigarrillos más famoso (el de la
marca Marlboro) era un atractivo vaquero que recorría las praderas del Oeste a
los sones de la maravillosa música compuesta por Elmer Bernstein para “Los
Siete Magníficos”…
Los habitantes de un pequeño pueblo
mexicano son asaltados sistemáticamente por un bandido despiadado llamado
Calvera, que al final de cada temporada de cultivo acude con su banda de
forajidos para exigirles la entrega de lo más granado de sus cosechas. Hartos de tanta extorsión y sabiéndose
incapaces de empuñar un arma ellos mismos, deciden enviar una delegación a
territorio norteamericano para contratar a uno o varios pistoleros que puedan ahuyentar a los bandidos. A pesar de que es muy poco lo que pueden
pagar, uno tras otro van reclutando hasta a siete mercenarios, que tendrán que
hacer frente a Calvera y sus cuarenta ladrones aun a costa de sus propias
vidas…
En 1954, el realizador japonés Akira Kurosawa
estrenaba con enorme éxito de público y de crítica la que sería una de sus
películas más populares, “Los siete samuráis” (“Sichinin No Samurai”),
que protagonizaron Toshiro Mifune y Takashi Shimura. El film narraba cómo unos campesinos
contrataban a siete guerreros samuráis para que les libraran de unos bandidos
que les acosaban, y no sólo fue campeón de recaudación en Japón sino que obtuvo
el León de Plata en la Mostra de Venecia así como un sinfín de candidaturas a
los más prestigiosos premios internacionales (Oscar, BAFTA, Manichi, Jussi…). Las propias estrellas de Hollywood no fueron
ajenas al fenómeno originado por “Los siete samurais” y la primera
celebridad en manifestar no sólo su admiración por el film sino la posibilidad de adaptarlo en clave de western,
el género cinematográfico norteamericano por excelencia, fue el
mexicano-estadounidense Anthony Quinn. Durante el rodaje de “Los bucaneros”,
su primera (y única) película como director, Quinn le comentó esta posibilidad
al que había escogido como protagonista, el “divino calvo” Yul Brynner (quien,
por cierto, durante aquella filmación utilizaba peluquín), el cual acabó
obsesionado con la idea, asumiéndola como propia y logrando hacerse con los
derechos de la cinta nipona por la nada despreciable suma de 2.500 dólares. Quinn no se tomó nada bien aquella “traición”
e incluso demandó a Brynner ante los tribunales, pero la ausencia de
documentación escrita que demostrase quién fue el verdadero impulsor
intelectual del proyecto posibilitó que el Ramsés de “Los Diez Mandamientos”
siguiese adelante con el mismo. Brynner
y su socio, Lou Morheim, que figuraría como productor asociado de la
futura película, se pusieron en contacto con Walter Mirisch, fundador de
The Mirisch Corporation y que por aquel entonces trabajaba para United
Artists, con el fin de que éstos produjesen y distribuyesen el film. Aunque Brynner pensó inicialmente dirigir la
cinta él mismo, enseguida optó por recurrir al ascendente Martin Ritt (“El
largo y cálido verano”), quien encomendó la redacción del guión a Walter
Bernstein. Todos estos planes se vieron
alterados por Mirisch, quien admiraba profundamente al veterano John Sturges
(“Fort Bravo”, “Conspiración de silencio”, “Duelo de titanes”,
“El viejo y el mar”, “El último tren de Gun Hill”), el cual
aceptó con la condición de que el guión de Bernstein fuese reescrito al
considerarlo “demasiado similar” al original japonés, confiando la elaboración
de una variante más americanizada a William Roberts.
Era obvio que uno de los golosos papeles protagonistas, el del “enlutado”
Chris Adams, estaba reservado para el propio Yul Brynner (antes para Anthony
Quinn), pero en algún momento se llegó a considerar, brevemente, nada menos que
a ¡Spencer Tracy!. Para hacer de Vin,
Brynner quería a toda costa al joven Steve
McQueen (29 años), famoso por la película de terror de serie B “The Blob”
o la serie “Randall, el justiciero”, aunque por entonces no era
consciente de la rivalidad que se iba a desatar entre ambos, a causa del
carácter rebelde y pendenciero de McQueen, quien hacía lo posible por llamar la
atención en cada plano, ya fuese tocándose el sombrero con su inimitable
estilo, entrecerrando sus ojos azules o aplastando “involuntariamente” los
montoncitos de tierra en los que Brynner se subía para parecer más alto. El primer candidato para representar a Vin fue
Clark Gable, si bien se optó por el “rejuvenecimiento” del personaje. Para dar vida a Bernardo O’Reilly, que
requería de un actor talentoso capaz de conferirle una peculiar mezcla de rudeza
y ternura, se contrató a Charles Bronson
(38 años), veterano de thrillers como “Los crímenes del museo de cera”
(que interpretó con su nombre real de Charles Buchinsky) y westerns como
“Veracruz” y “Yuma”; Stewart Granger había sonado para
personificar a O’Reilly en las primeras etapas de la producción. James Coburn (31 años, secundario en
películas como “Cabalgar en solitario” y series como “Caravana” o
“Bat Masterson”), fanático declarado de la original “Los Siete
Samurais”, la cual se jactaba de haber visto no menos de ¡15! veces, se
impuso a Glenn Ford para encarnar al frío lanzador de cuchillos Britt, mientras
que Robert Vaughn (27 años),
camarada y amigo personal de Coburn que asímismo se había centrado básicamente
en la TV (“El millonario”, “Zane Grey”, “La ley del revólver”,
“Dragnet”) asumió el rol de Lee, pasando por encima de Sterling Hayden. El más maduro de los Magníficos, Harry Luck,
tendría la suerte de ser Brad Dexter
(42 años), actor serbo-estadounidense que había sido boxeador, piloto de guerra
y se había dejado ver en films como “La jungla de asfalto” o “El
último tren de Gun Hill” y en series del estilo de “Caravana”, “Zane
Grey”, “77 Sunset Strip” o “Colt 45”, en tanto que el
benjamín del equipo, Chico, fue encarnado no por un adolescente mexicano sino
por un actor alemán de 26 años, Horst
Buchholz (“Un rey sin corona”, “Las confesiones del estafador
Felix Knull”), que debutaba así en el cine estadounidense. Tampoco eran auténticamente mexicanos los
intérpretes del gran malvado de la función, Calvera (el judío-estadounidense de
44 años Eli Wallach, que había
destacado en “Baby Doll”) y el sabio Anciano de la aldea (Vladimir Sokoloff, 70 años, ruso y con
una larga trayectoria que incluía “La ópera de tres peniques”, la
versión ampliada del “Napoleón” de Abel Gance, “Los bajos fondos”
de Renoir, “La jungla en armas”, “Por quién doblan las campanas”
o “Cimarron”), de modo que solamente eran chicanos de origen los
secundarios Jorge Martínez de Hoyos (Hilario),
Rico Alcaniz (Sotero) o la bella Rosenda Monteros (Petra), quien, por
cierto, había trabajado con Luis Buñuel en “Nazarín” (1958).
“Los Siete Magníficos” comenzó su rodaje en
Marzo de 1960 en Mexico, con localizaciones en Cuernavaca, Durango y Tepoztlán,
además de los míticos Estudios Churubusco, inaugurados en 1945 y en los que se
levantaron los decorados correspondientes a la aldea saqueada por Calvera y al
pueblo fronterizo en el que Chris y Vin reclutan a los restantes Magníficos. El director artístico fue Edward Fitzerald, con Rafael
Suárez como constructor de los
decorados. El ilustre Charles Lang
Jr. (“La muerte de vacaciones”, “Sueño de amor eterno”, “Tres
lanceros bengalíes”, “El fantasma y la Sra. Muir”, “Los
sobornados”, “Sabrina”, “El hombre de Laramie”, “Duelo de
titanes”, “Con faldas y a lo loco”) fue el Director de Fotografía,
optando por el espectacular formato anamórfico de 35 mm con lentes Panavisión. Ferris Webster (“El retrato de
Dorian Grey”, “Madame Bovary”, “Lili”, “Planeta prohibido”,
“La gata sobre el tejado de zinc”) ejerció como montador y entre los
ayudantes de dirección figuró, no acreditado, el célebre Emilio “El Indio”
Fernández. En cuanto a la música, ya
dijimos al principio del presente artículo que fue compuesta por el gran Elmer
Bernstein (1922-2004), uno de los mayores creadores de bandas sonoras
(“El hombre del brazo de oro”, “Los diez mandamientos”, “Como
un torrente” y las posteriores “Matar un ruiseñor”, “La gran
evasión”, “Valor de ley”, “Aterriza como puedas”, “Los
Cazafantasmas”, “La edad de la inocencia”…), quien además contó con
las fabulosas orquestaciones de Leo Shuken y Jack Hayes para
engrandecer su extraordinaria partitura, que a día de hoy es considerada una de
las mejores y más reconocibles de todos los tiempos. Tan, tan buena, que ni los humos de la
compañía tabacalera con la que ha estado asociada durante décadas han podido
empañar su brillo y grandiosidad.
El Día de la Hispanidad, 12 de Octubre de 1960, se estrenaba “Los Siete
Magníficos” en casi un millar de cines de Estados Unidos (a tierras
hispanas no llegaría hasta el 23 de Octubre). Las primeras críticas fueron bastante
positivas y la taquilla en principio también, si bien poco a poco se fue
desfondando un poco y no constituyó el éxito monumental que su reparto plagado
de estrellas parecía augurar. Con todo,
la recepción en Europa y el resto del mundo sí estuvo a la altura de las
previsiones, amasando un total de diez millones de dólares de la época, que
quintuplicaban su presupuesto de apenas dos. Uno de los que tuvo ocasión de ver el film fue
el mismísimo Akira Kurosawa, el creador de la “Los Siete Samurais”
original, que, si bien expresó que la “copia americana” no le parecía ni mucho
menos tan satisfactoria como la obra fundacional nipona, no dudó en destacar
sus valores como “producto de entretenimiento” y, para congraciarse con John
Sturges, le envió como presente una auténtica espada samurai. Por lo que respecta a la temporada de premios,
“Los Siete Magníficos” sólo obtuvo una nominación a los Globos de Oro,
en la categoría de Mejor Actor Revelación (Horst Buchholz) y otra a los Oscar,
que tuvo en consideración la banda sonora concebida por Elmer Bernstein, aunque
la estatuílla, no sin polémica, fue para Ernest Gold por “Exodo”.
A pesar de la fama que viene
arrastrando desde hace más de seis décadas, lo cierto es que, cuando se le
pregunta a alguien cuáles son sus westerns favoritos, raramente va a citar “Los
Siete Magníficos”. “Centauros del
desierto”, “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Rio Bravo”
o la mucho más reciente “Sin perdón” suelen ser las más nombradas, pero
la película que nos ocupa acostumbra a quedar en el olvido, al menos en primera
instancia. Desde mi punto de vista, eso
se debe a que se la considera demasiado “fácil”, demasiado “comercial” y, ¿por
qué no decirlo?, demasiado “infantil”. Bueno, esos prejuicios me parecen respetables,
y hasta comprensibles. “Los Siete Magníficos” no tiene (ni
pretende tenerla) la hondura psicológica de “El hombre que mató a Liberty
Valance” ni la oscuridad de “Sin perdón”, ni tampoco sus tiroteos
poséen la espectacularidad de, por ejemplo, “Grupo salvaje”. Tampoco puede decirse que se trata de un film
especialmente “realista” en ningún sentido; a poco que uno se fije, se da
cuenta de que todos los vestuarios (en especial los que lucen los campesinos
mexicanos, blancos e impolutos) parecen recién sacados de la sastrería o de que
las interpretaciones de los actores secundarios están a un nivel sensiblemente inferior
al de los ocho protagonistas (incluyendo a Eli Wallach). Incluso, en más de una secuencia, parece que
el montaje excesivamente “sosegado” nos permite descubrir en exceso la llamada
“magia del cine”: unos planos no casan al cien por cien con otros, algunos
intérpretes parece que esperan escuchar el “¡Acción!” del director para
empezar a moverse y más de uno de los extras es evidente que se tira a
propósito del caballo o cuando tiene que aparentar que ha sido alcanzado por
alguna bala o cuchillo. Pero se trata
simplemente de una inocente merma de la suspensión de la incredulidad, que
realmente no le resta méritos a una estupenda película que sabe potenciar sus
valores como obra cinematográfica de primer orden, en la que la fotografía, el
diseño de producción y, sobre todo, la música (y qué música, qué musicaza, que
cada vez que suena hace que todo lo que aparece en la pantalla parezca un
millón de veces mejor) lucen a las mil maravillas, además de que “Los Siete
Magníficos”, como hacen no sólo los buenos westerns sino, en
general, todas las grandes películas de aventuras, constituye una luminosa
exaltación de la amistad, la camaradería, la prevalencia del bien sobre el mal
y, merced (una vez más tengo que decirlo) a su apartado musical, transmite al espectador
un optimismo inquebrantable y unas ganas locas de vivir y disfrutar. Pues eso también es CINE, le pese a quien le
pese. Prueba de la trascendencia de esta
legendaria cinta serían las tres secuelas que tuvo, además de una serie de TV y
un remake en 2016, por no hablar de la intervención del mismísimo Yul Brynner
en la interesante “Westworld”, en la que hacía de robot repitiendo el
mismo vestuario de color negro intimidatorio.
Luis Campoy
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