Preocupación, frustración
No hace tanto tiempo, pensé
afiliarme al Partido Socialista. Lo
prometo. De eso hará unos diez años,
antes de que Pedro Sánchez fuese elegido Secretario General. Quería hacer algo que me pareciera útil,
ejercer una actividad social, ayudar de alguna manera a mis conciudadanos,
desde el seno del partido político al que siempre había votado, aquel que había
regido los destinos de mi país durante mis años más felices. Entonces, las cosas cambiaron. El clima fue empezando a enrarecerse. Una parte de los catalanes (menos del
cincuenta por ciento) trató de imponer sus ansias de independencia al resto, y,
saltándose a la torera las leyes y la Constitución, el entonces “President”
Carles Puigdemont proclamó la Independencia y, acto seguido, se fugó a Bélgica,
escondido en el maletero de un coche. En
aquel momento, Pedro Sánchez ya era Secretario General del PSOE, y apoyó con dignidad
y firmeza la aplicación del Artículo 155 de la Constitución, que reseteaba las
instituciones catalanas y propugnaba la convocatoria de nuevas elecciones
autonómicas. Poco después, el mismo
Pedro Sánchez, que había sido defenestrado como líder de su partido, logró
volver a ser elegido e incluso encabezó una moción de censura contra el
presidente pepero Mariano Rajoy que
le llevó a la presidencia del Gobierno.
Sánchez es un ejemplo de tesón, perseverancia y supervivencia, pero también
de que, en Política, la honradez y la sinceridad son sólo vocablos vacíos y el
cumplimiento de la palabra dada sólo está sujeto a la conveniencia y la
arbitrariedad. Según este caballero,
hacer justamente lo contrario de lo que se anunció y desdecirse de todas y cada
una de sus promesas electorales no es mentir, sino simplemente “cambiar de opinión”. Lo más extraño de todo es que, incomprensiblemente
(al menos para mi), los que hoy en día se autodenominan “progresistas”
respaldan, apoyan y celebran esta actitud, buscando siempre los tres pies al gato
y enarbolando como única bandera el “No pasarán”: todo vale con tal de que no
gobiernen “los otros”, es decir, la Derecha.
Coincidiendo con el ascenso del llamado “wokismo” (la radicalización
extrema de los dogmas feministas e hiperinclusivos), la Izquierda española se
ha escorado aún más a babor y, para sobrevivir, no se inmuta si tiene que
apoyarse en los separatistas catalanes y vascos, cuyo axioma es destruir la
unidad de la nación, e incluso en los descendientes de la banda terrorista ETA
que ni piden ni pedirán perdón por sus crímenes ni realizan ni realizarán una
condena expresa de sus anteriores métodos violentos. Antes de las últimas elecciones celebradas en
Julio de este año, Pedro Sánchez prometía que la amnistía que los
independentistas reclamaban nunca llegaría porque era ilegal y que un referéndum
de autodeterminación para Cataluña no sería posible porque era
inconstitucional, pero esta misma semana ha accedido sin inmutarse a ambas
exigencias, porque necesita los siete votos del partido del fugado Puigdemont y
se justifica hablando de “mejora de la convivencia”. ¡Y pobre del que se atreva a criticar este
proceder! Será considerado
instantáneamente “fascista” y “enemigo del progreso”, además de “cuñado”, “machista”
y un sinfín de lindezas por el estilo.
Con todo, en las últimas semanas han ido sucediéndose las manifestaciones
en contra del “todo vale”, mayoritariamente pacíficas pero lamentablemente
ensombrecidas por la acción de grupúsculos con actitudes de índole
ultraderechista. En fin, todo parece
indicar que, la semana que viene, Sánchez será investido Presidente por segunda
vez, con el apoyo enfervorizado de unos y el rechazo unánime del resto, y se
iniciará una dificilísima legislatura de cuatro años en la que los socios le exigirán
cada vez más concesiones y la oposición, que controla el Senado, le pondrá
todas las trabas que se le ocurran. Así
será el futuro político que nos aguarda, una delicia y una hermosura, no me cabe
ninguna duda. Palabra de ex-socialista.
Comentarios