El Cine en Pantalla Grande vol. 2/ "LA PROFECIA"

 666 presagios

 


The Omen

Gran Bretaña/USA, 1973

Director: Richard Donner

Productor: Harvey Bernhard

Guión: David Seltzer

Música: Jerry Goldsmith

Fotografía: Gilbert Taylor

Montaje: Stuart Baird

Dirección Artística: Stuart Freeborn

Reparto: Gregory Peck (Robert Thorn), Lee Remick (Kathy Thorn), Harvey Stephens (Damien Thorn), David Warner (Keith Jennings), Billie Whitelaw (Sra. Baylock), Patrick Troughton (Padre Brennan), Leo McKern (Bugenhagen), Martin Benson (Padre Spiletto), John Stride (Psiquiatra), Holly Palance (Niñera), Sheila Raynor (Sra. Horton)

Duración: 111 min.

Distribución: 20th Century Fox Pictures

 

El terrorífico y multitudinario éxito de “El Exorcista” en 1973 no dejó indiferente a nadie, y menos a los grandes estudios cinematográficos, que se dieron cuenta de que el cine satánico era un filón que había que explotar urgentemente…

 

El día seis de junio, a las seis de la mañana, el hijo de Robert Thorn, el embajador de Estados Unidos en Italia, fallece en el hospital nada más nacer. Un sacerdote le ofrece la posibilidad de adoptar otro bebé recién nacido, al que deberá criar como si fuera el suyo propio, ocultando a su esposa la suplantación.  Cinco años después, Thorn ocupa ahora la embajada de su país en Gran Bretaña, y ya se habla de él como futuro candidato a la Casa Blanca.  Sin embargo, alrededor de él comienzan a sucederse accidentes y muertes inexplicables, y todo parece indicar que su hijo adoptivo, el pequeño Damien, es el centro de todo…

 

Inmediatamente después de que “El Exorcista” se convirtiese en un fenómeno de índole mundial, Warner Bros. puso en marcha el mecanismo para producir otra película similar.  Las líneas maestras de la historia se le ocurrieron al productor Harvey Bernhard (“Goldy el chulo”, “Tres golpes al día”) al imaginar cómo sería el Apocalipsis de San Juan si aconteciese en nuestros días, contratando al escritor David Seltzer para redactar un guión que tardó un año en finalizar y que iba a titularse “Antichrist”.  Sin embargo, Warner se acabó decidiendo por la puesta en marcha de una secuela directa de su gran éxito, “Exorcista II: El hereje” (que, dirigida por John Boorman, no vería la luz hasta 1977), mientras que la cinematografía italiana se adelantó a la estadounidense en la producción y estreno de “L’Anticristo” (1974), que dirigió Alberto de Martino.  No obstante, el guión de Seltzer seguía en circulación y cayó en manos de un tal Richard Donner (1930-2021), realizador que, si bien había debutado en cine en 1961, había desarrollado su carrera básicamente en la televisión, habiendo dirigido episodios de series como “Caravana”, “El hombre del rifle”, “Perry Mason”, “Superagente 86”, “El fugitivo”, “Jim West”, “Cannon”, “Ironside”, “Kojak” o “Las calles de San Francisco”.  Donner, que era amigo de Alan Ladd Jr., uno de los mandamases de 20th Century Fox, logró que, efectivamente, Fox produjese la película, en colaboración con Bernhard, asignándosele un presupuesto ajustado de tres millones de dólares y al también televisivo Mace Neufeld como productor ejecutivo.  Antes de empezar a rodar, se produjeron no pocos desencuentros entre el director Donner y el guionista Seltzer, ya que el primero pretendía imprimir al relato un tono excesivamente ambiguo, sin dejar claro en ningún momento que el niño Damien fuese realmente maligno, mientras que el segundo insistía en que el público tenía que tener meridianamente claro que el crío era el Anticristo, teoría en la que le apoyó Bernhard, finalizando así el debate.  En cualquier caso, el título del futuro film pasó del explícito “Antichrist” al menos evidente “The Omen”, “La Profecía”.


Para el papel del embajador Robert Thorn, Harvey Bernhard quería a Gregory Peck, que tenía entonces 59 años, pero Fox se resistía a poner al protagonista de “Matar a un ruiseñor” como un potencial asesino de niños (por mucho que el niño en cuestión fuese el hijo del Diablo), de modo que tantearon primero a Charlton Heston, William Holden (que acabaría apareciendo en la secuela de 1978), Oliver Reed, Roy Scheider, Charles Bronson e incluso ¡Dick Van Dyke!, acabando por rendirse a lo evidente y contratando a Peck, quien, eso sí, se aseguró no sólo un salario de 250.000 dólares sino también el diez por ciento de los beneficios en taquilla.  La sufrida esposa de Thorn, Kathy, sería interpretada por Lee Remick (40 años, vista en “El largo y cálido verano”, “Anatomía de un asesinato” y, sobre todo, “Días de vino y rosas”, por la que fue nominada al Oscar).  David Warner (34, secundario en “Tom Jones”, “La balada de Cable Hogue” o “Perros de paja” y futuro mayordomo de “Titanic”) incorporó al fotógrafo Jennings; Billie Whitelaw, que tenía 43 años y había aparecido en “Charlie Bubbles” o “Empiecen la revolución sin mi”, realizó el papel de su vida como la diabólica señora Baylock, niñera y guardiana de Damien; Patrick Troughton (“Frankenstein y el monstruo del infierno”) fue el sacerdote que intenta en vano advertir a Thorn; y Leo McKern (“Un hombre para la eternidad”, “Las sandalias del pescador”) personificó al arqueólogo y exorcista Carl Bugenhagen.  Para dar con el actor infantil que diese vida a Damien, se entrevistó a más de 500 niños, siendo elegido Harvey Stephens, de 4 años, que ejecutó una gran interpretación durante la prueba (el director Richard Donner le pidió a un grupo de aquellos tiernos infantes que tratase de atacarle, y Stephens se lo tomó tan en serio que le arañó la cara y le propinó una patada en los testículos) pero, aun así, necesitó utilizar lentillas y que su cabello fuese teñido de moreno.

 

En los rodajes de cualquier película de temática terrorífica es común que la desbocada imaginación de la gente crea detectar presencias invisibles y que todo el mundo esté particularmente atento ante cualquier suceso al que tildar de sobrenatural, máxime si el Diablo juega un papel importante en la trama.  El caso de “La Profecía” fue, en este sentido, de los más trepidantes.  Para empezar, hay que citar el suicidio de Jonathan, el hijo de Gregory Peck, que se había descerrajado un tiro en la cabeza; bien es verdad que tan luctuoso suceso había acaecido meses antes de comenzar el rodaje, pero fue precisamente esa pérdida tan brutal lo que animó a Peck a centrarse en “La Profecía” para tratar de superar el trauma.  Para desplazarse hasta Inglaterra, donde se iba a filmar la película, el actor debía viajar en avión, y, en el transcurso del vuelo, un rayo impactó en el fuselaje del mismo, si bien lograron aterrizar sin mayores problemas.  Pero el mismo fenómeno se repitió, apenas tres días después, en el caso del guionista David Seltzer, aunque tampoco el rayo fue especialmente destructivo.  No tuvieron tanta suerte el piloto de un avión privado que la productora había contratado para realizar tomas aéreas así como su familia: el aparato se estrelló en una carretera colisionando con un coche, que, a su vez, impactó con otro vehículo en el que viajaban la mujer y el hijo del piloto, falleciendo seis personas en total.  Durante la filmación de la escena en la que Kathy y Damien visitan el zoológico, los gritos de terror de la actriz Lee Remick fueron totalmente reales, porque el comportamiento de los monos babuinos que simulaban atacarles fue, efectivamente, amenazador y desasosegante; pero lo peor fue que, cuando la producción abandonó el zoológico, un cuidador del parque fue atacado y devorado por un león.  Más adelante, el doble de acción de Gregory Peck sufrió severas mordeduras de los rottweilers a los que debía enfrentarse en el cementerio italiano, que se comportaban con una fiereza desmedida.  La novia del técnico de efectos especiales John Richardson murió decapitada en un pavoroso accidente sospechosamente similar al que Richardson había diseñado para el personaje del fotógrafo Jennings; la fecha era viernes trece, y la ubicación, la carretera hacia Ommen (Holanda), kilómetro 66,6.  Finalmente (al menos que se sepa), el hotel londinense en el que se hospedaba el productor ejecutivo Mace Neufeld sufrió un atentado terrorista reivindicado por el IRA, entonces muy activo.  Coincidencias y supersticiones aparte, el rodaje de “La Profecía” dio comienzo en Octubre de 1975 y se prolongó hasta Enero de 1976.  Como ha quedado dicho, la filmación tuvo lugar en diversas localizaciones de Londres, aunque también se viajó a Surrey y Fulham, completándose el periplo británico en los estudios Shepperton.  Otros lugares a los que se recurrió, según lo indicado en el guión, fueron Roma y Jerusalén.  El muy prestigioso Gilbert Taylor (“¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, “Qué noche la de aquel día”, “Repulsión”) fue el director de fotografía, Stuart Baird (“Tommy”, “Lisztomania”) se ocupó del montaje y Carmen Dillon (“El mensajero”, “Lady Caroline Lamb”) supervisó la dirección artística.  La composición de la banda sonora se confió al ya celebérrimo Jerry Goldsmith (“El planeta de los simios”, “Patton”, “Papillon”, “Chinatown”), quien se lució especialmente al entregar una música oscura y siniestra punteada con coros al estilo gregoriano coronados por una especie de canción (llegó a estar nominada en esa categoría), “Ave Satani”, que invertía/satanizaba, en latín de andar por casa, todos los convencionalismos de las oraciones cristianas.

 

En un alarde de inventiva, “La Profecía” se estrenó en el Reino Unido el día 6 del mes 6 del año 6 (6 de Junio de 1976), llegando a los cines norteamericanos el 25 de Junio y a los españoles el 8 de Noviembre.  Su muy controlado presupuesto (apenas 3 millones de dólares) se multiplicó por 20 a efectos de taquilla mundial, generando enseguida la puesta en marcha de dos secuelas directas, una tardía cuarta entrega y un remake en 2006 que no llegó ni de lejos a las cotas del original.  En la temporada de premios, “La Profecía” obtuvo una nominación a los premios BAFTA para Billie Whitelaw, dos a los Saturn, una a los Globos de Oro y dos a los Oscar, materializando el de Mejor Partitura Original para Jerry Goldsmith.

 

Debo reconocer que, de entre todas las películas de temática satánica (incluyendo “La semilla del diablo” y “El Exorcista”), “La Profecía” es, con mucho, mi favorita.  Confieso no haberla podido ver en el cine pero haberme enamorado de ella (en realidad, de toda la trilogía fundacional) nada más editarse en video.  Sobre esa primera versión videográfica, recuerdo que, como en tantas otras ocasiones, los laterales estaban recortados para que en los televisores de la época se disfrutase la acción “a toda pantalla”, sin esas “molestas” bandas arriba y abajo que hubieran permitido disfrutar el formato cinemascope, de modo que tardé algunos años en averiguar que, durante los títulos de crédito iniciales, aparecía en la parte derecha la figura de Damien proyectando una ominosa sombra en forma de cruz invertida (la misma imagen que, junto a los rostros aterrorizados de Gregory Peck y Lee Remick, ilustraba el póster español del film; en otros países, la sombra del niño no era cruciforme sino que representaba a un chacal).  Todos los aspectos de la dirección de Richard Donner (recordémoslo: dos años después, Donner realizaría nada menos que la “Superman” de Christopher Reeve) me parecen magistrales: la composición de planos, el ritmo, el tono, la dirección de actores…  Las secuencias en las que se manifiesta el poder demoníaco son, todas ellas, memorables: el suicidio de la primera niñera durante el cumpleaños de Damien; la muerte del padre Brennan empalado por un pararrayos; el pánico salvaje e irracional que experimenta Damien cuando sus padres tratan de llevarle a la iglesia; el ataque de los monos en el zoológico; la decapitación de Jennings, posiblemente el personaje más carismático; y, sobre todo, el frenético pedaleo de Damien a bordo de su triciclo que provoca la caída de su desdichada madre, inspiración más que probable de algún icónico momento de “El resplandor”.   En todas ellas tiene una importancia trascendental la música, y es que la extraordinaria banda sonora de Jerry Goldsmith sirve de complemento perfecto a las imágenes y les otorga una profundidad dramática que sin ella resultaría impensable.  ¿Y el reparto?  Gregory Peck está perfecto como el hombre ya maduro que primeramente no está dispuesto renunciar a una tardía paternidad y después se niega a aceptar la malignidad de su retoño; Lee Remick lo borda como madre que recela y siente pánico de un hijo que se le antoja ajeno; David Warner conmueve como el fotógrafo que se desvive por ayudar al embajador porque su vida le va en ello; Billie Whitelaw es la mejor encarnación posible de la locura y fascinación que puede llegar a inspirar el Mal; y el niño Harvey Stephens (que llegó a ser nominado al Globo de oro como Mejor Actor Revelación), con apenas una mirada y una sonrisa, logra provocar en el espectador un pánico cerval y desolador que llega a convencernos de que el Anticristo tiene cinco años y está a punto de apoderarse de toda la Tierra.

 

Luis Campoy

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