El Cine en Pantalla Grande Vol. 2/ “EL EXORCISTA”
El Diablo y yo
The Exorcist
USA, 1973
Director y Productor: William Friedkin
Guión: William Peter Blatty, según su propia
novela
Música: Mike Oldfield, Krysztof Penderecki, George Crumb, Jack Nitzsche
Fotografía: Owen Roizman
Montaje: Evan Lottman, Norman Gay
Diseño de
Producción: Bill Malley
Maquillaje: Dick Smith
Reparto: Ellen Burstyn (Chris MacNeil), Linda Blair (Regan MacNeil), Jason
Miller (Padre Damien Karras), Max Von Sydow (Padre Lankester Merrin), Lee J.
Cobb (Teniente Kinderman), Jack MacGowran (Burke Dennings), William O’Malley
(Padre Dyer), Kitty Wynn (Sharon Spencer), Barton Heyman (Dr. Samuel Klein),
Peter Masterson (Dr. Barringer), Rudolf
Schündler (Karl)
Duración: 122 min.
Distribución: Warner Bros. Pictures
Seguro que alguna vez habéis escuchado la frase
“¿Has visto lo que ha hecho la guarra de
tu hija?”, una de las más famosas de toda la historia del cine. La pronunció un demonio, o, mejor dicho, el
Demonio, y lo hizo en el ya lejano año de Nuestro Señor de 1973…
Chris MacNeil es una famosa actriz que se ha
instalado en Georgetown, Washington, durante el rodaje de su nueva
película. La hija de Chris, Regan, tiene
doce años y comienza a experimentar extraños cambios de conducta, así como
trastornos fisiológicos que la medicina convencional no es capaz de explicar. Alguien sugiere que tal vez la niña ha sido
poseída, y lo siguiente es buscar a un sacerdote que le practique un
exorcismo. El padre Karras, joven y en
plena crisis de fe, solicita la ayuda del veterano padre Merrin, dispuesto a
salvar el alma de
Regan a cualquier precio…
La
definición más comúnmente extendida de “exorcismo” lo describe como “una práctica religiosa o espiritual realizada contra una
fuerza maligna”. Aunque
prácticamente en todas las culturas y religiones existe constancia de la
realización de rituales catalogables como exorcismos, es la Iglesia Católica la
que se lleva la palma y a la que asociamos con la expulsión de demonios
hostiles que se han apoderado de un alma inocente. En 1947, el sacerdote jesuita William S.
Bowden logró exorcizar a un chico de 14 años de Maryland llamado Ronald
Hunkeler que, años después de ser liberado, llegaría a ser ingeniero de la
NASA. El joven aspirante a escritor William Peter Blatty tenía 21 años
cuando acaecieron los sucesos de Maryland, y poco después comenzaría a redactar
el primer borrador de una novela que no concluiría hasta mucho después, en 1971,
y a la que tituló simplemente “El
Exorcista”. Para entonces, Blatty ya
había desarrollado una sólida carrera como guionista de cine (escribió los
libretos de ocho películas, entre ellas cuatro de Blake Edwards) y, por tanto,
alcanzado un cierto prestigio que le había abierto las puertas del mercado
editorial. “El Exorcista” era su quinta novela pero fue la que obtuvo un mayor
éxito y repercusión; Penguin Books,
su editorial, se hizo de oro con unas ventas que rozaron los trece millones de
ejemplares tan sólo en los Estados Unidos, alcanzando el número uno en el
ranking de best-sellers del New York
Times. Blatty comprendió enseguida que
de las páginas de su libro podía surgir una gran película, y, de hecho, muy
pronto se produjeron los primeros intentos de hacerse con los derechos. El magnate británico Sir Lew Grade, el
productor de “Dos hombres y un destino”
Paul Monash o incluso la actriz Shirley MacLaine (con la obvia intención de
protagonizar el film subsiguiente) pugnaron por ellos, pero Blatty tomó la
decisión de convertirse él mismo en productor, así como en guionista, lo cual
le proporcionaría el control absoluto sobre su criatura (vamos, como si la
estuviera poseyendo). Asociado con Warner Bros., nuestro hombre se vio obligado a tomar decisiones muy
importantes en un plazo muy corto de tiempo, ya que el estudio estaba empeñado
en empezar a rodar en primavera o verano de 1972. El primer punto de conflicto fue la elección
del director; el estudio quería a Mike Nichols (“El graduado”), Arthur Penn (“Bonnie
& Clyde”) o el mismísimo Stanley Kubrick (“2001”), pero ninguno mostró interés en el proyecto, y el siguiente
de la lista, Mark Rydell (“John Wayne y
los Cowboys”) no era del agrado de Blatty, quien prefería de entre todos a William Fredkin, que acababa de
maravillar al mundo con el thriller policíaco
“French Connection”.
Con Friedkin confirmado a base de pura cabezonería,
se pudo empezar a trabajar en la confección del reparto, que era el siguiente
hito a solventar. Para interpretar a
Chris MacNeil, Warner quería a Jane Fonda, Audrey Hepburn o Anne Bancroft, que
a Blatty le parecían demasiado conocidas y, por tanto, poco creíbles, y
Friedkin se encargó de rechazar a la favorita de Blatty, la citada Shirley
MacLaine, por haber personificado un papel similar en “La posesión de Joel Delaney”.
Ellen Burstyn (40
años), ganadora del Oscar secundario por “La
última película”, fue finalmente la seleccionada. Los candidatos del estudio a convertirse en
el Padre Damien Karras fueron Jack Nicholson o Paul Newman (¡también demasiado
populares!); Blatty quería a Stacy Keach, pero, de nuevo, se impuso el criterio
de Friedkin, que se había quedado impresionado tras ver actuar en Broadway a Jason Miller (33), quien, por cierto, también
era el autor de la obra que representaba, “Cuando
fuimos campeones”. La elección del
intérprete del Padre Lankester Merrin fue muchísimo más sencilla: bastó con que
Blatty enseñara a Friedkin una foto de uno de los referentes reales en los que
se había inspirado, el jesuita Pierre Teilhard
de Chardin (el otro era el arqueólogo Gerald Lankester Harding, que
aportó hasta el nombre), para que
el realizador seleccionase mentalmente al intérprete idóneo, el bergmaniano Max Von Sydow (43), lo cual volvería a dejar
con otro palmo de narices a los ejecutivos de Warner, que se aferraban a Marlon
Brando. Para los papeles secundarios, se
contrató al veterano Lee J. Cobb (61
años, visto en “La ley del silencio”,
“Doce hombres sin piedad” u “Hombre del oeste”) como el teniente de
policía Kinderman; a Kitty Wynn (29, “Pánico
en Needle Park”) como Sharon, la ayudante de Chris; a Jack MacGowran (54, “El baile de
los vampiros”) como Burke Dennings, el director de la película
que interpreta Chris y que, lamentablemente, falleció durante el rodaje; y a un
religioso auténtico, el Padre William
O’Malley, que se había hecho popular por “denunciar” algunas incorrecciones de la
novela y que acabó oficiando como asesor
eclesiástico y es quien encarna al amigo (¿enamorado?) de Karras, el Padre
Dyer. Dos actores griegos, Vasiliki Maliaros y Titos Vandis, personificaron,
respectivamente, a la madre y el tío de Karras, dándose la circunstancia de que
Maliaros, de 88 años, nunca había trabajado en cine y jamás pudo verse a sí
misma en una pantalla, porque murió antes del estreno del film. Quedaba por adjudicar el personaje
trascendental de Regan, la niña poseída, y para el papel primeramente se tanteó
a la televisiva Pamelyn Ferdin y a Denise Nickerson (“Un mundo de fantasía”). Una jovencísima
Jamie Lee Curtis (13 años entonces) fue otra de las posibles elecciones, si
bien su madre, Janet Leigh, se negó a que su hija fuese “endemoniada”. La actriz Elinor Blair, que en “El Exorcista” encarna a una enfermera
del hospital, llevó al casting a su
hija Linda Blair, también
de 13 años, que, derrotando a otras 600 candidatas, acabaría siendo la elegida.
Las
cámaras que filmarían “El Exorcista” comenzaron
a grabar en Agosto de 1972, respetándose básicamente la localización de la
novela en Georgetown, Washington, si bien también se utilizaron escenarios de
Manhattan, Queens y el Bronx, todos ellos barrios de Nueva York. Owen Roizman, que ya había iluminado “French Connection” para William
Friedkin, fue el director de fotografía; uno de sus mayores logros artísticos
fue la creación de la mítica secuencia en la que el Padre Merrin llega en taxi a
la casa de las MacNeil, que se utilizó como imagen promocional del film y para
la que Roizman confesó haberse
inspirado en la serie de pinturas del belga René Magritte conocidas como “El imperio de las luces” (1954). La creación del aterrador maquillaje
demoníaco de Linda Blair fue obra del artesano Dick Smith (“Pequeño gran hombre”, “El Padrino”), que logró crear la imagen
definitiva de un poseso; Smith también
se ocupó del rocambolesco giro de cabeza de Regan, así como del
“envejecimiento” de Max Von Sydow, que debía aparentar 30 años más de los que
realmente tenía. Para componer la música,
William Friedkin quería al venerable Bernard Herrmann, que se negó en redondo,
por lo que el estudio contrató al argentino Lalo Schifrin, famoso por sus pegadizos
temas para series de televisión, siendo su primer encargo el de musicalizar el
tráiler del film. El resultado fue
absolutamente terrorífico, tanto que el público se salía de las salas para
vomitar (sic) y Warner le pidió a Friedkin que contactara con Schifrin para que
suavizara el tono. Friedkin, que no quería
al compositor porteño, le ocultó esta información, de modo que Schifrin entregó
una partitura tan aterradora que fue lógicamente rechazada. Deprisa y corriendo, se recurrió al mucho más
maleable Jack Nitzsche, mano derecha del productor Phil Spector, que
utilizó un número mínimo de temas propios y completó la banda sonora con
fragmentos de obras de Krzysztof Penderecki, George Crumb y un tal Mike
Oldfield, multiinstrumentista inglés de apenas 19 años que acababa de sacar un
disco titulado “Tubular Bells” y cuyo
tema de apertura acabaría asociado para siempre con “El Exorcista” en particular y con el cine de terror en general.
A pesar de los múltiples (y extraños) incidentes que
tuvieron lugar durante la filmación (un incendio, provocado, según se dijo, por un
cortocircuito originado por una paloma, arrasó el set de rodaje causando tres
muertos entre el equipo, además del fallecimiento de los ya citados actores Jack
MacGowran y Vasiliki Maliaros, a los que se unieron un técnico de sonido,
un vigilante de seguridad,
el hermano de Max Von Sydow y el abuelo
de Linda Blair, sufriendo varias caídas ésta y Ellen Burstyn y resultando
herido el hijo de Jason Miller en un extraño accidente de moto), “El Exorcista” llegó a los cines
norteamericanos el 26 de Diciembre de 1973 (1 de Septiembre de 1975 para
España) y, de inmediato, el éxito y la polémica la acompañaron
irremediablemente. Recaudó la barbaridad
de 112 millones de dólares en taquilla, casi 10 veces su presupuesto, pero fue
prohibida en varios estados conservadores de Norteamérica, y en Inglaterra no
pudo verse completa hasta 1990. Con
todo, la película obtuvo 7 nominaciones a los Globos de Oro y nada menos que 10
a los Oscar, materializando dos de ellas: Mejor Sonido y Mejor Guión Adaptado.
Una película como “El Exorcista” nunca puede pasar inadvertida, y menos en 1973, antes
de la globalización plena y la era digital.
Por aquel entonces, muchos fueron los aterrorizados y casi más los
ofendidos, ofendidos por un demonio que no sólo poseía el cuerpo inocente de
una niña sino que lo profanaba con crucifijos, vómitos y un aluvión de
blasfemias simplemente repugnantes. Pero
no sólo eso: los espectadores de 2023 hemos visto centenares de películas que
han imitado a “El Exorcista” hasta la
saciedad, con maquillajes parecidos y con una voz gutural semejante (la original
la dobló la actriz Mercedes McCambridge, de “Johnny Guitar”), pero quienes abarrotaban los cines en aquel año se
enfrentaban por vez primera a una experiencia indescriptiblemente aterradora,
algo nunca visto en materia de horror. Tampoco
dejó a nadie indiferente la notoria crisis de fe que sufre el padre Karras,
agravada, según los más perspicaces, por la culpabilidad que le provocaba una
soterrada relación homosexual con su amigo el Padre Dyer. Karras, incapaz de encontrar en sí mismo la
fuerza necesaria para salvar a la niña Regan, tendrá que pedir ayuda al más
experimentado Padre Merrin, el verdadero Exorcista, quien ya conocía al
terrible Pazuzu (nombre real del demonio en cuestión) de su época como arqueólogo
en Irak. Tan poderoso y en apariencia
imbatible enemigo exigirá un sacrificio doble y supremo, pero cualquiera que
tuviera dos dedos de frente sabía que Hollywood no iba a dejar de exprimir al máximo
la gallina de los huevos de oro, de modo que Pazuzu volvería una y otra vez en
una longeva sucesión de secuelas y precuelas que aún hoy se hallan en plena
efervescencia. Personalmente, las
escenas más “terroríficas” de “El Exorcista”
me producen más repugnancia que miedo, y esa lengua viperina del Demonio (deben
ser pocas las palabrotas y obscenidades que se le quedan en el tintero), que
vulgariza el sexo deshumanizando el Amor, se me antoja una retórica de lo más
cutre y barriobajera. Eso sí, la magnífica
fotografía, la complejidad psicológica de los personajes principales, las
brillantes interpretaciones y esas inolvidables “Campanas tubulares” de Mike Oldfield se me confabulan para crear
una manifestación grandiosa de la eterna lucha del Bien contra el Mal.
Luis Campoy
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