Erase una vez en el Oeste
C’Era Una Volta Il West
Italia, 1968
Director: Sergio Leone
Producción: Fulvio Morsella
Guión: Sergio Donati y Sergio Leone, sobre una
historia de Dario Argento, Bernardo Bertolucci y Sergio Leone
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Tonino Delli Colli
Montaje: Nino Baragli
Dirección
Artística: Carlo Simi
Reparto: Charles Bronson (Armónica), Henry Fonda (Frank), Claudia Cardinale (Jill
McBain), Jason Robards (Cheyenne), Gabriele Ferzetti (Morton), Frank Wolff
(Brett McBain), Keenan Wynn (Sheriff), Lionel Stander (Barman), Woody Strode
(Stony), Jack Elam (Snaky)
Duración: 166 min.
Distribución: Paramount Pictures
Todo el mundo sabe que el western es el género cinematográfico más “americano”, aquél en el
que los yanquis son especialistas, pues ellos lo inventaron y reflejaron en él
su historia y su esencia. Sin embargo,
no sólo en los Estados Unidos se han hecho westerns,
y los rodados en Almería por la cinematografía Italiana son buena muestra de
ello…
Bajo un sol asfixiante, tres pistoleros
aguardan el tren que está a punto de llegar al apeadero de Flagstone. De él desciende un cuarto hombre, que toca
con su armónica una triste canción con sabor a muerte. Después de un breve tiroteo, el recién
llegado, único superviviente, se dirige a la ciudad en busca de Frank, el jefe
de los matones. Paralelamente, el
malvado Frank asesina sin piedad al emigrante irlandés Brett McBain y a sus tres
hijos, debido a un
litigio por la propiedad de “Sweetwater”, unas tierras provistas de un
manantial de agua a través de las que iba a expandirse el ferrocarril y en las
que el fallecido pretendía edificar una nueva estación. Una bella ex-prostituta llamada Jill, que se
había casado en secreto con McBride, llega también al pueblo creyendo que la
aguarda una nueva vida de felicidad, pero, aun a pesar de saberse viuda, decide
quedarse y continuar con el sueño de su difunto marido. En torno a ella revolotearán el hombre apodado
“Armónica”, el villano Frank, otro forajido llamado Cheyenne y el acaudalado
Morton, magnate de la industria ferroviaria que está detrás de la masacre de
Sweetwater. El Oeste está cambiando y
las cosas nunca volverán a ser como antes…
En
1967, Sergio Leone tenía 38 años y
estaba cansado de rodar westerns, o,
mejor dicho, spaghetti westerns, que
era como se había bautizado a las películas del oeste dirigidas por
realizadores italianos. Leone llevaba en
la industria del Séptimo Arte desde muy jovencito, y su debut efectivo fue como
ayudante de dirección de Vittorio De Sica en “Ladrón de bicicletas” (1948).
Desde entonces y durante los siguientes once años, ejerció como
asistente de grandes superproducciones norteamericanas rodadas en Italia, como
“Quo Vadis?”, “Helena de Troya”, “Ben-Hur”
o “Diario de una monja”. En 1959, la enfermedad sufrida por el
director titular de “Los últimos días de
Pompeya”, Mario Bonnard, le permitió asumir el mando, cosa que volvería a
hacer en “El coloso de Rodas” (su
primera película “oficial” como cineasta) y repetiría en “Sodoma y Gomorra” ante la indisposición del “jefe” Robert Aldrich. El contacto con afamados realizadores yanquis
y su indisimulada e incontrolable cinefilia le llevaron a querer rodar su
propio western, cosa que logró con “Por un puñado de dólares” (1964), a la
que siguieron “La muerte tenía un precio”
(1965) y “El bueno, el feo y el malo”
(1966), conformando estos tres la llamada “Trilogía
del dólar”. Al finalizar el último
de ellos, Leone manifestó su hartazgo y su intención de cambiar de género,
pretendiendo llevar a cabo su particular visión del cine de gangsters con una historia titulada “Erase una vez en América” (que no habría
de ver la luz hasta 1984 y constituiría, a la postre, su epitafio), pero sus
productores (tanto los italianos como los mandamases de United Artists, quienes le habían distribuído internacionalmente su
celebrada trilogía westerniana)
insistían e insistían en que volviese al Oeste aunque fuese por última
vez. En ese contexto, la también
estadounidense Paramount Pictures acudió
a él igualmente empecinada en la producción de un nuevo western, pero formulándole una oferta que fue incapaz de
rechazar: la posibilidad de contar entre
los protagonistas nada menos que con Henry
Fonda, el actor al que más admiraba y al que había querido contratar en
vano para “La muerte tenía un precio”
(en la que hubo de ser sustituído por Lee Van Cleef). Con la garantía de que Fonda estaría a bordo,
Leone acabó accediendo y se puso manos a la obra para la elaboración de una
historia, tarea en la que le ayudaron dos colaboradores de auténtico lujo como Bernardo Bertolucci (“El último tango en Paris”) y Dario Argento (“Suspiria”). Aunque el guión
subsiguiente estaba repleto de buenas ideas (el protagonista estaba inspirado
en “Johnny Guitar”, sólo que
cambiando la guitarra por una armónica), algo no encajaba en el resultado final
y Leone tuvo que recurrir nuevamente a su fiel Mario Soldati, quien ya había “revisado” los libretos de “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”; gracias a Soldati, “Hasta que llegó su hora” (ridícula traducción española del original
“C’era una volta il west”, “Erase una vez en el Oeste”, que sí se
mantuvo en Latinoamérica) tuvo un poco menos de filosofía y algo más de acción,
equilibrio que se agradece en la versión definitiva.
A pesar de que Henry Fonda estaba teóricamente
asegurado para actuar en la película, el actor tardó en aceptar que su
personaje iba a ser el del malvado, tan malvado que en su primera aparición
asesina a dos jóvenes y a un niño; a Fonda todo el mundo le recordaba como el
noble y bondadoso protagonista de “Las
uvas de la ira” o por sus personajes heroicos en “Pasión de los fuertes” o “Fort
Apache”, y al final fue precisamente apelando a su capacidad actoral para
cambiar radicalmente de registro por lo que aceptó ejercer como villano. Para interpretar a Armónica (me niego a escribir
Harmónica, con hache, como leo en infinidad de artículos que he consultado),
Leone llamó de nuevo a Clint Eastwood, el “hombre sin nombre” de la Trilogía
del Dólar, pero éste ya había firmado para intervenir en “Cometieron dos errores”, por lo que el elegido fue Charles Bronson, quien, por cierto, había sido la
primera opción (frustrada) para “Por un
puñado de dólares”, merced a su carismático papel en “Los siete magníficos” (1960).
La tozuda viuda Jill McBain fue encarnada por la bella Claudia Cardinale (“Rocco y sus hermanos”, “Fellini
8 ½”, “El gatopardo”, “La pantera rosa”), Jason Robards (casado por aquel entonces con
Lauren Bacall y visto en “Rojo atardecer”,
“Suave es la noche” o “La matanza del día de San Valentín”) dio
vida al bandolero Cheyenne (sustituyendo al deseado Kirk Douglas) y Gabriele Ferzetti (“El destino se divierte”, “En
la boca del lobo”) incorporó al otro villano, Morton, aquejado de
tuberculosis ósea, si bien primero se tanteó a Gian Maria Volonté, que era
quien doblaba a Clint Eastwood al italiano.
Para escenificar que, esta vez sí, “Hasta
que llegó su hora” iba a ser su último western,
Leone planificó la “muerte” simbólica de los actores que habían protagonizado “El bueno, el feo y el malo”; Clint
Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach debían ser los tres pistoleros que son
abatidos por Armónica en la primera escena del film, pero, al no poder
conseguir a ninguno de ellos, los sustituyó finalmente por Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock (este
último se suicidaría durante el rodaje, lanzándose al vacío desde la ventana de
su hotel vestido como su personaje).
La
filmación de “Hasta que llegó su hora”
arrancó en Abril de 1968 y tuvo lugar mayoritariamente en Tabernas (Almería) y
Guadix (Granada), con otras localizaciones en el famosísimo Monument Valley (entre
Utah y Arizona), que tantas veces
utilizó el mítico John Ford, Calahorra (La Rioja) y los enormes estudios
de Cinecittá (Roma), donde se grabaron los interiores. La conocida meticulosidad de Sergio Leone se
puso de manifiesto en su empeño por unificar a la perfección las tonalidades auténticas
del desierto, por lo que mandó traer grandes cantidades de tierra del Monumenta
Valley con las que recubrir las arenas de los escenarios españoles. El director de fotografía fue el preciosista Tonino
Delli Colli (“El verdugo”, “El evangelio según San Mateo” o “El bueno, el feo y el malo”). El diseño de producción (es decir, la
dirección artística) corrió a cargo de Carlo Simi (“La muerte tenía
un precio”, “Django”), con tanto afán de realismo que solamente el
decorado que representaba el poblado de Flagstone costó más que todo el
presupuesto de “Por un puñado de dólares”. Para la composición de la música, era
evidente que Leone iba a volver a contar con cierto antiguo compañero de
colegio llamado Ennio Morricone.
Para su cuarta colaboración con Leone, Morricone escribió una de sus
mejores y más famosas partituras, dotando a cada uno de los cuatro personajes
principales (Armonica, Frank, Jill y Cheyenne) de un tema propio, con
diferentes variaciones, que los acompaña en cada aparición. Destacaríamos cómo no, la siniestra melodía interpretada
por la armónica y la insuperablemente bella “Jill’s America” que contó
con la voz de la soprano Edda Dell’Orso; algún día os contaré como una
música tan maravillosa puede tornarse en despiadada tortura cuando te la ponen,
una y otra vez, durante un examen de oposición…
La premiere
mundial de “Hasta que llegó su hora” tuvo lugar en Roma el 20 de
Diciembre de 1968 (qué tiempos aquéllos en que una película se rodaba, editaba
y estrenaba en apenas seis meses), llegando a las pantallas
norteamericanas el 28 de Mayo de 1969 y a las españolas el 29 de Enero de 1970. La taquilla italiana fue bastante decente
(casi 4 millones de dólares), pero la americana dejó mucho que desear: en
total, la película apenas superó el presupuesto de 5 millones. Paramount tomó la decisión unilateral de
recortar 22 minutos del metraje, pero ni así mejoraron las cifras. Puede decirse que, en el momento de su
estreno, “Hasta que llegó su hora” tan
sólo se convirtió en un éxito en Italia, Francia, Alemania y la exótica Japón.
No fue hasta sus sucesivas emisiones televisivas en
los años setenta y su posterior edición videográfica en los ochenta cuando “Hasta que llegó su hora” alcanzó el status de obra maestra que ostenta ahora. La ambición de Sergio Leone por trascender
los límites de cualquier película del Oeste, por realizar un western más grande que la vida misma, se
ha acabado saldando con un éxito rotundo y prácticamente incuestionable. Sería lo más fácil desacreditarla en base a
su excesiva duración (tres horas de metraje para una historia de estas características
pueden resultar desalentadoras para algunos), pero el particular estilo de Leone
requiere de unas dosis excepcionales de calma y de sosiego. Desde la primerísima secuencia, uno se da
cuenta de que nos hallamos ante una obra empeñada en que cada uno de sus planos
rezume arte por los cuatro costados, aun a costa de exasperar a quienes
pensaban encontrar el consabido recital de cabalgadas y tiroteos. El hecho de que la extraordinaria banda
sonora de Ennio Morricone fuera compuesta antes de comenzar a rodar es una
señal inequívoca de que todo estaba diseñado y planificado para alcanzar las
mayores cotas de belleza y plasticidad. Sabiendo
de antemano cómo iba a sonar su película, Leone pudo construir algo parecido a
un enorme video clip que estiliza
hasta el paroxismo los paisajes, los decorados e incluso es capaz de embellecer
la fealdad del alma humana. Argumentalmente
se trata de un popurrí consciente de todos los rasgos temáticos asociados al género
(bueno, a excepción de los pieles rojas), sólo que estilizándolos como nunca
antes se había visto.
La primera vez que vi la película, confieso que lo
que más me llamó la atención fue la increíble composición de Henry Fonda, el
hombre más bueno reconvertido en el asesino más despreciable. En el momento del rodaje, Fonda tenía 63 años
y lucía algo avejentado, pero el vestuario (con predominio del negro funerario)
y los apliques capilares le otorgaron un look tan amedrentador como atemporal,
destacando por encima de todo su mirada.
La utilización de los ojos como armas es otra de las características de Sergio
Leone, que en las secuencias de duelo (la primera y la última, básicamente)
tienen casi la misma trascendencia que las pistolas; ya lo dice el célebre
dicho español: “Si las miradas matasen…”
En contraposición a los azulísimos globos oculares de Fonda y Charles Bronson,
Leone sitúa los de Claudia Cardinale, castaños, cálidos y sensuales, siendo el
personaje de la hermosa maggiorata el
núcleo medular de la acción, capaz de seducir a los tres rudos contendientes
masculinos. La Bella siempre seduce a
las Bestias… incluso en el Salvaje Oeste.
Luis Campoy
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