Todos para uno…
The Three Musketeers
USA, 1948
Director: George Sidney
Producción: Pandro S.
Berman
Guión: Robert Ardrey, según la
novela de Alejandro Dumas
Música: Herbert Stothart
Fotografía: Robert H. Planck
Montaje: George Boemler
Dirección
Artística:
Cedric Gibbons, Malcolm Brown
Reparto: Gene Kelly (D’Artagnan), Lana
Turner (Milady De Winter), Van Heflin (Athos), Gig Young (Porthos), Robert
Coote (Aramis), Vincent Price (Cardenal Richelieu), June Allyson (Constanza
Bonacieux), Angela Lansbury (Reina Ana de Austria), Frank Morgan (Rey Luis XIII),
John Sutton (Duque de Buckingham), Ian Keith (Rochefort), Keenan Wynn
(Planchet), Reginald Owen (Cpt. Treville)
Duración: 128 min.
Distribución: Metro-Goldwyn-Mayer
¿Cine de aventuras o musical? ¿Agiles
espadachines o atléticos bailarines? En
lo más dorado de la época gloriosa de Hollywood, Metro-Goldwyn-Mayer regaló al
mundo la versión más colorista y estimulante de la obra maestra de Alejandro
Dumas: “Los Tres Mosqueteros”.
Francia,
1625. D’Artagnan, un joven ingenuo y
fanfarrón procedente de la Gascuña, llega a París con la pretensión de
alistarse en la Compañía de Mosqueteros del Rey, cuerpo en el que su padre
había servido años atrás. Tras una serie
de divertidos equívocos, D’Artagnan es retado en duelo por Athos, Porthos y
Aramis, los mosqueteros más famosos del reino, de los que acabará haciéndose
amigo inseparable. Los cuatro deberán
enfrentar se a las maquiavélicas intrigas urdidas por el cardenal Richelieu, el
sibilino primer ministro, y su agente más peligrosa, la bellísima pero letal Milady
De Winter…
Las
historias llamadas “de capa y espada”, subgénero del cine de aventuras
pseudohistóricas protagonizadas por valerosos saltimbanquis prestos a
desenvainar sus aceros, eran consustanciales al viejo Hollywood desde los
arcaicos tiempos del cine mudo. Douglas
Fairbanks y Errol Flynn habían seducido al público (especialmente al femenino)
con su gallardía y dotes atléticas, y en el ánimo de la todopoderosa Metro-Goldwyn-Mayer estaba la
pretensión de resucitar aquel estilo de hacer películas según los conceptos que
habían consagrado a Flynn gracias a su icónico papel en “Robin de los bosques” (1938).
Se trataba también de devolver a la novela publicada por Alejandro Dumas
en 1844 a unos estándares mínimos de dignidad, tras la burlona parodia
perpetrada por Mario Moreno “Cantinflas” en 1942. A mediados de 1947, se dio a conocer que MGM
había asignado a uno de sus productores estrella, Pandro S. Berman, la puesta en marcha de una versión “canónica” de
“Los Tres Mosqueteros”. George
Sidney, joven realizador de 31 años que había destacado por sus escarceos
con el cine musical (“Escuela de sirenas”,
“Levando anclas”) fue contratado para
dirigir la película, y Louis Hayward (“El
caballero Adverse”, “La máscara de
hierro”) se postuló para protagonizarla.
No obstante, la idea que Sidney tenía en mente pasaba por dotar al film
de un ritmo trepidante en el que las numerosas escenas de lucha estuviesen
coreografiadas a la manera de un musical, género que él conocía
perfectamente. El actor más adecuado no
era ni Hayward ni tampoco el segundo en quien se pensó, Douglas Fairbanks Jr.
(vástago de quien había encarnado a D’Artagnan en la era del cine silente), sino
un viejo compañero de correrías del director, Gene Kelly (35 años por aquel entonces), con el que había
coincidido en la citada “Levando anclas”. Además de actor, Kelly era sobre todo
bailarín y coreógrafo, y nadie mejor que él para llevar a buen puerto aquella
aventura que se preveía particularmente ambiciosa. Para el decisivo rol de la seductora villana
Milady de Winter, se seleccionó a Lana
Turner (36 años), que acababa de deslumbrar en “El cartero siempre llama dos veces”. Vincent
Price (46), extraordinario secundario de “Laura” y “Las llaves del
reino” fue asignado al papel del Cardenal Richelieu, en tanto que Van Heflin (39, “Senda prohibida” y “El
extraño amor de Martha Ivers”) sería el encargado de dar vida al gallardo
Athos. Los otros dos mosqueteros
correrían a cargo de Gig Young (“Cartas de amor”, “La venganza del bergantín”) como Porthos y Robert Coote (“Gunga Din”,
“El fantasma y la señora Muir”) como
Aramis. Aunque la favorita para encarnar
a Constanza Bonacieux era Deborah Kerr, ésta declinó el ofrecimiento y se fichó
a June Allyson (30, “Loco por las chicas”, “Dos hermanas de Boston”). El resto del espléndido reparto lo integraron
la futura Jessica Fletcher de “Se ha
escrito un crimen”, Angela Lansbury
(apenas 22 añitos por aquel entonces) como la reina Ana de Austria; Frank Morgan, el mismísimo Mago de Oz
de la película de 1939, como el rey Luis XIII; Keenan Wynn (“Por mi chica y
por mi”, “La rebelde”) como
Planchet, el criado de D’Artagnan; Reginald
Owen (“Cuento de Navidad”, “Cautivo del deseo”) como el capitán de
mosqueteros Treville; Ian Keith como
Rochefort (el mismo papel que ya había interpretado en una versión anterior de
1935); y el británico John Sutton (“El hombre invisible vuelve”, “Alma rebelde”) como el Duque de
Buckingham, amante de la reina de Francia.
El guión de “Los
Tres Mosqueteros” se le encomendó al escritor, dramaturgo y posteriormente
divulgador científico Robert Ardrey (“El vaquero y la dama”, “Pasión inmortal”). Fue él quien tuvo que aligerar notoriamente
el contenido del folletón de Dumas,
minimizando subtramas (el asedio de La Rochelle) y evitando la relación
adúltera de D’Artagnan con Constanza, que aquí ya no es la esposa del casero
Bonacieux sino su ahijada. Robert Planck (“La máscara de hierro”, “El
fantasma de Canterville”, “Levando
anclas”) ofició como director de fotografía, teniendo a su disposición la
maravillosa paleta de colores del esplendoroso Technicolor, tan de moda
en la época. La música fue compuesta en
teoría por Herbert Stothart (“Una noche en le ópera”, “El mago de Oz”, “El retrato de Dorian Grey”,
“Mar de hierba”), si bien el autor
nacido en Wisconsin, según era su costumbre, echó mano de algunos temas
clásicos, mayoritariamente del ruso Piotr Ilich Tchaikovsky; y es
que los amores de D’Artagnan son tan románticos como los de Romeo y Julieta, y
la pobre Constanza acaba convertida en una bella durmiente… El mítico Walter Plunkett, (“María Estuardo”, “La
diligencia”, “Lo que el viento se
llevó”, “Duelo al sol”) fue el
autor del vestuario, fascinando tanto con los aparatosos vestidos de Milady
como con las icónicas casacas azules de los mosqueteros y los sobrios uniformes
de los guardias del rey. Como no podría
ser de otra manera, el diseño de producción (es decir, la dirección artística,
según se denominaba entonces) corrió a cargo del endiosado director de arte de
MGM Cedric Gibbons, quien
en realidad supervisaba la realización de los decorados que en esta ocasión
concibió su pupilo Malcolm Brown.
El
rodaje de “Los Tres Mosqueteros” dio
comienzo en Enero de 1948 y, aunque se filmó básicamente en interiores, no
faltaron las salidas al exterior para rodar diversas secuencias de duelos y
persecuciones a caballo, con localizaciones en los Ranchos Rowland V. Lee y
Corriganville (California), Monterrey y los Busch Gardens de Pasadena. Mientras rodaba la que iba a ser su película
anterior, “Desfile de Pascua” (1948),
Gene Kelly se había fracturado un tobillo, por lo que tuvo que ser sustituído
en aquel film por el también bailarín Fred Astaire y se llegó a temer que aquel
incidente le impidiese lucirse como debía en su personificación de D’Artagnan,
pero, afortunadamente, Kelly se recuperó a tiempo, si bien todas las secuencias
acrobáticas se pospusieron para ser rodadas al final, con el fin de dar tiempo
a que su curación fuera total. Lo cierto
es que Kelly, como era su costumbre, acabó realizando él mismo todos sus duelos, acrobacias y
volteretas, y sólo requirió de dobles para las secuencias de equitación, ya que
manifestaba una gran animadversión hacia los caballos. Precisamente de caballos iba la cosa, porque
George Sidney llegó a declarar que su intención era narrar la historia de “Los
Tres Mosqueteros” como si de un “western musical” se tratara, sin
canciones pero con abundantes duelos perfectamente coreografiados.
“Los Tres Mosqueteros”
llegó a los cines norteamericanos el 26 de Noviembre de 1948 (en España se hizo
bastante más de rogar, concretamente un año: no se exhibió hasta el 17 de
Diciembre de 1949), obteniendo un aceptable éxito en taquilla: 8.412.000 dólares de la época, casi
duplicando su presupuesto de algo más de 4 millones. La crítica la trató con benevolencia, pero no
así la Academia de Hollywood, ya que sólo recibió una nominación para la XXI
edición de los premios Oscar, a la Mejor Fotografía en Color (Robert Planck),
que perdió ante la de la “Juana de Arco” que protagonizó Ingrid Bergman.
A pesar de que ha pasado
a la Historia como una de las versiones más fieles de la novela de Alejandro
Dumas padre, “Los Tres Mosqueteros” no deja de ser una versión más o
menos light del libro, cuyas más de ochocientas páginas se ven
comprimidas en dos trepidantes horas de metraje llenas de aventura, humor,
duelos a espada, romance y, finalmente, drama.
La primera mitad del film, la que se desarrolla hasta la reclusión de
Constanza en el convento, es la más optimista y contiene los momentos que mejor
han perdurado en el imaginario colectivo:
la partida de D’Artagnan de su Gascuña natal, la primera aparición de
una Milady que semeja ser poco menos que un ángel (lleno de maldad, sí, pero un bellísimo ángel al fin y al cabo) en la
aldea de Meung, la llegada del gascón a Paris y los sucesivos encuentros con
Athos, Porthos y Aramis que les acaban conduciendo al extraordinario duelo con
los hombres de Richelieu, el intento de secuestro de Constanza, el viaje de ida
y vuelta a Inglaterra… A continuación,
la película se torna más oscura y, si me lo permitís, más desagradable, con
esos escarceos poco justificables de D’Artagnan con Milady, los asesinatos de
Buckingham y la infortunada Constanza y la posterior ejecución de la malvada,
para acabar regresando a los postulados iniciales de optimismo y
camaradería: la luz siempre acaba
derrotando a la oscuridad, al menos en el Hollywood dorado.
Tal vez podría objetarse que Gene Kelly estaba un
poco talludito para aparentar 18 años (recuérdese que tenía justamente el doble
de esa edad) y que la gestualidad facial no era precisamente lo suyo, pero la
genialidad de sus complejas coreografías y sus exuberantes saltos y acrobacias
le confieren un mérito apabullante.
Cuatro años después, en otra celebrada producción con Kelly para MGM, “Cantando bajo la lluvia”, se
recuperarían varios fragmentos de metraje de su interpretación de D’Artagnan,
como parte de la supuesta filmografía del protagonista Don Lockwood. Si Lana Turner representa la belleza, la
sensualidad y el deseo y Kelly personifica la valentía y el heroísmo, el
Richelieu de Vincent Price y, sobre todo, el Athos de Van Heflin suponen el
necesario contrapunto dramático. Del exquisito
Price, maestro de la perversidad y el terror, poco puede sorprendernos otra
estupenda actuación, pero la de Heflin es especialmente emotiva y
conmovedora: el lacerante dolor a causa
del amor que siente por Milady y la determinación a la hora de condenarla a
muerte a causa de su vileza y perversidad son percibidas nítidamente por el
espectador, en un recital interpretativo inolvidable. Otras escenas que acaban resultando
memorables son las del extraordinario duelo a espada junto al convento de las Carmelitas,
donde más claramente se percibe la fusión entre la esgrima y el ballet; la
vibrante galopada por
la orilla de la playa, coreografiada como si se tratara de una carga de los
indios, incluyendo un toque de trompeta que semeja el del Séptimo de Caballería; o el muy imaginativo juego de sombras tras
las que D’Artagnan trata de ocultar su cara durante la visita a la casa de
Milady.
Vista
a través de los ojos de un joven del siglo XXI que se ha criado con los efectos
digitales de “Star Wars”, de “Avatar” o de “Fast & Furious” o que se ha deleitado con la sanguinaria
violencia de las últimas entregas de “Halloween”
o “Terrifier”, “Los Tres Mosqueteros” de 1948 puede parecer “camp”, “kitsch” e
incluso infantil, pero en ella late la esencia del mejor cine clásico, el cine
de aventuras concebido a la antigua usanza como entretenimiento puro que en
ningún caso insulta la inteligencia del espectador, y la nobleza de sus
intenciones la convierte en un clásico que sería obligatorio visionar y
revisitar de vez en cuando.
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