Las películas de mi vida/ “CANTANDO BAJO LA LLUVIA”
Singin’ In The Rain
USA, 1952
Director: Stanley Donen y Gene Kelly
Producción: Arthur Freed
Guión: Betty Comden y Adolph Green
Música: Lennie Hayton
Canciones: Nacio Herb Brown & Arthur
Freed
Coreografía: Gene Kelly
Fotografía: Harold Rosson
Montaje: Adrienne Fazan
Dirección
Artística: Cedric
Gibbons, Randall Duel
Diseño
de Vestuario: Walter
Plunkett
Reparto: Gene Kelly (Don Lockwood), Donald O’Connor (Cosmo
Brown), Debbie Reynolds (Kathy Selden), Jean Hagen (Lina Lamont), Millard
Mitchell (R.F. Simpson), Douglas Fowley (Roscoe Dexter), Madge Blake (Dora
Bailey), Cyd Charisse (Bailarina), Rita Moreno (Zelda Zanders)
Duración: 103 min.
Distribución: Metro-Goldwyn-Mayer
En
las postrimerías del cine mudo, la pareja de actores más querida y aclamada del
viejo Hollywood es la formada por Don Lockwood y Lina Lamont, guapos, ricos e
incluso presuntamente enamorados. Sin
embargo, el éxito de la primera película sonora, “El cantor de jazz” obliga a los estudios Monumental Pictures a
ponerse al día y rodar su propio musical, en el que sus estrellas deberán lucir
sus talentos vocales. Con Don no va a
haber ningún problema, pero la voz chillona de Lina va a originar no pocos
quebraderos de cabeza a todos los responsables de la producción. ¿Cómo lograr que alguien a quien es
preferible no escuchar hable y cante como los ángeles? Muy sencillo: buscando a otra chica que, a
escondidas, se convierta en su doble vocal…
La
historia de “Cantando bajo la lluvia”
es la historia de una canción, y la del hombre que la escribió. Se trata de Arthur Freed (1894-1973), poeta y pianista de ascendencia judía que,
con poco más de 20 años, comenzó a trabajar con los luego famosísimos Hermanos
Marx, para quienes escribió las letras de varias de las canciones que
interpretaban en sus espectáculos itinerantes de vodevil, además de
acompañarles al piano. Fue durante
aquella época, finales de la década de 1920, cuando Freed conoció al que
durante mucho tiempo sería su socio y mano derecha, Nacio Herb Brown (1896-1964), un antiguo sastre reconvertido en
agente inmobiliario que, a raíz del crack bursátil de 1929, decidió retomar su
verdadera vocación: la música. Con Freed
escribiendo las letras y Brown componiendo las notas, dieron a luz montones de
canciones que nutrieron no sólo espectáculos de Broadway sino que muy pronto
pasaron a engrosar las bandas sonoras de las películas habladas que empezaban a
hacerse terriblemente populares. Fue
justamente en 1929 cuando crearon “Singin’
In The Rain”, para un hoy olvidado film titulado “The Hollywood Revue Of 1929” en el que actuaban grandes estrellas
de la Metro-Goldwyn-Mayer como Joan Crawford, Jack Benny, Norma Shearer y los
cómicos Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy (sí, El Gordo y el Flaco). Durante los siguientes diez años, Freed
continuó escribiendo letras y más letras para acompañar a las melodías de
Brown, pero en él surgió la inquietud de asumir un mayor protagonismo en la
elaboración de las películas que, de alguna manera, estaba ayudando a crear. Siempre bajo el paraguas de la MGM, debutó
como productor asociado justamente con “El
mago de Oz” (1939), y aquel mismo año ya produjo en solitario la siguiente
película de Judy Garland, co-protagonizada junto a Mickey Rooney, “Los hijos de la farándula”. Sin abandonar del todo su asociación con
Nacio Herb Brown, que por su parte continuaba componiendo melodías para el
teatro y el cine, Arthur Freed siguió produciendo musicales para la Metro que
progresivamente iban creciendo no sólo en repercusión popular sino también en
valoración por parte de los críticos: “Armonías de juventud” (1940), “Por mi chica y por mi” (1942), “Cita en San Luis” (1944), “El pirata” (1948), “Un día en Nueva York” (1949), “La
reina del Oeste” (1950), “Bodas
reales” (1951), “Magnolia” (1951) y, sobre todo, “Un americano en Paris”, también de 1951, fueron algunas de sus
producciones más aclamadas. Fue tal la
repercusión mediática de “Un americano en
París” (que había dirigido uno de los “descubrimientos” de Freed, Vincente
Minnelli, marido de Judy Garland y padre de Liza Minnelli), incluída la
consecución de cinco Oscars de la Academia, algo inaudito para una película
musical, que M-G-M se vio obligada a tratar de que su siguiente producción
estuviese, como mínimo, a la altura de su ilustre predecesora. Toda la presión recayó sobre Arthur Freed,
quien tuvo la feliz idea de narrar de manera cómica pero entrañable cómo fueron
aquellos años de transición del cine mudo al sonoro, utilizando de paso muchas
de las viejas canciones que había ido componiendo a medias con Nacio Herb
Brown. Para redactar el guión, Freed
contrató a Betty Comden y Adolph Green, artífices de éxitos de
Broadway llevados con fortuna a la pantalla como “Un día en Nueva York”, en la cual también había actuado quien
pretendía que se erigiese en estrella de la película que se estaba gestando: Gene Kelly. Kelly, que tenía entonces 39 años, había sido
miembro de un quinteto de hermanos bailarines de Pittsburgh, Pennsylvania, aunque,
a raíz de la Gran Depresión, fue instado por su padre a cursar estudios de
Economía, si bien, gracias al apoyo de su madre, acabó montando dos academias
de baile en las que ejerció como profesor.
En 1939, Kelly viajó a nueva York con el sueño de convertirse en
coreógrafo, pero su prestancia y simpatía le convirtieron primero en
actor. Durante el montaje en Broadway de
“Pal Joey” en 1940, Kelly conocería a
otro joven bailarín de la compañía, Stanley
Donen, del que se hizo amigo y que acabaría convirtiéndose en su asistente
de coreografía. Una vez Kelly dio el
salto al cine (en la citada “Por mi chica
y por mi”), intentó, cada vez que le fue posible, darle trabajo a Donen
para que le ayudara en las atrevidas coreografías que imaginaba. Gene Kelly y Stanley Donen trabajaron juntos
para Columbia Pictures en “Las modelos”
(1944) y repitieron en “Levando anclas”
(1945), en la que, junto a Kelly, actuaba el cantante de moda Frank
Sinatra. Nuevamente con Donen como
coreógrafo y con Kelly y Sinatra (acompañados por Jules Munshin) en el reparto,
se llevó a las pantallas “Llévame a ver
el partido” (1949), que dirigió el gran Busby Berkeley, la cual sería el
preámbulo de la ya mencionada “Un día en
Nueva York”, que, bajo producción de Arthur Freed para M-G-M, escribieron
Betty Comden y Arthur Green y co-dirigieron Stanley Donen y Gene Kelly,
teniendo como protagonistas nuevamente a Kelly, Sinatra y Munshin. Regresamos a 1951 y ahora entendemos mejor la
gestación de “Cantando bajo la lluvia”,
la película que iba a reunir a los talentos de los que hemos venido hablando
durante los últimos párrafos. Con Freed
como productor e impulsor del proyecto y Comden y Green como escribas, lo
natural fue otorgarle a Kelly el protagonismo, y, por lógica, éste tenía que
confiar en su amigo Stanley Donen para que le dirigiera. Todo iba a quedar en casa… afortunadamente.
Con Gene Kelly confirmado para realizar el papel principal de Don Lockwood, fue muy fácil encontrar al que debía ser su complemento perfecto en el personaje del mejor amigo de éste, Cosmo Brown: Donald O’Connor (26 años), cantante y espídico bailarín que había saltado a la fama acompañando a un cuadrúpedo parlante en “Mi mula Francis” (1950). Hallar a la co-protagonista femenina, la dulce e ingenua Kathy Selden, fue bastante más difícil. Fiándose de su característico “buen ojo”, Freed contrató a la desconocida Debbie Reynolds (19 años), que había ganado un concurso de belleza cuyo premio era la participación en una película (“La novia de junio”, 1948) y que sólo había realizado pequeños papeles en dos films de Warner y tres de Metro. Se cuenta que Gene Kelly, decepcionado por la “poca profesionalidad” de la joven actriz, que ni siquiera sabía bailar, la trató de tan mala manera que la muchacha, entre lágrimas, recurrió al legendario Fred Astaire, con quien había actuado en “Tres palabras” (1950), para que intercediera por ella. Astaire habló con Kelly, éste recapacitó y, arrepentido, presentó sus disculpas a la futura madre de la Princesa Leia (Carrie Fisher, hija de Reynolds y el cantante Eddie Fisher). La bellísima Jean Hagen (vista en “La jungla de asfalto”) asumió con gran sentido del humor y entereza el desagradable rol de la repelente Lina Lamont, logrando una nominación al Oscar; Millard Mitchell fue el productor R.F. Simpson, obvio trasunto de Arthur Freed y Douglas Fowley encarnó al sufrido director Roscoe Dexter. Madge Blake interpretó a la periodista Dora Bailey, homenaje a las “chismosas” Hedda Hopper y Luella Parsons, y una Rita Moreno de 20 años personificó a la mejor amiga de Lina Lamont, Zelda Zanders. El elenco principal se completó con la sensual actriz y bailarina Cyd Charisse, que seduce a Don Lockwood en la secuencia de la Melodía de Broadway. En cuanto al apartado técnico, Harold Rosson ofició como director de fotografía, Randall Duel realizó los decorados bajo la supervisión del director artístico de la Metro, Cedric Gibbons, y las coreografías, como no podia ser de otra manera, fueron diseñadas por el propio Gene Kelly, que rodó la secuencia que da título al film bajo una lluvia creada con agua mezclada con leche, a pesar de estar atravesando un proceso gripal que le originó una fiebre de casi 40 grados. Como dijimos al principio, casi todas las canciones que se escuchan en el film fueron compuestas por Arthur Freed (letra) y Nacio Herb Brown (música), destacando “Make ’Em Laugh”, “Good Morning”, “Moses Supposes”, “You Are My Lucky Star”, “All I Do Is Dream Of You” y, por supuesto, “Singin’ In the Rain”.
Estrenada en el Radio City Music Hall de Nueva York el
27 de marzo de 1952 (10 de marzo del año siguiente en España), “Cantando bajo la lluvia” no tuvo en su
primera exhibición el éxito que se merecía:
se la consideró una película simpática y poco más, recaudando “apenas”
12.400.000 dólares, unas 5 veces su presupuesto. Para muchos analistas, jugó en su contra el haberse
estrenado después de "Un americano
en París”, que había resultado tan exitosa a todos los niveles y a la que
estaba forzada a superar, cosa que no logró ni en la taquilla ni en la
temporada de premios, en la que sólo obtuvo dos nominaciones al Oscar que no
materializó (Jean Hagen como Mejor Actriz Secundaria y Lennie Hayton por
la partitura instrumental) y un Globo de Oro al Mejor Actor Secundario para Donald
O’Connor.
Para muchos de sus artífices, el rodaje de “Cantando bajo la lluvia” fue una
experiencia inolvidable… en el peor
sentido. El perfeccionismo de Stanley Donen
y el altísimo nivel de exigencia de Gene Kelly para consigo mismo y para con
los demás llevó a Donald O’Connor a ser hospitalizado por extenuación (no es de
extrañar, viendo su trepidante número “Haz
reir”) y a Debbie Reynolds a sonreir hasta que le dolían las mandíbulas y a
bailar hasta que le sangraban los pies. Sin
embargo, lo que el espectador percibe es exactamente lo contrario: diríase que
nos hallamos ante la película que mejor sabe transmitir vibraciones positivas y
sentimientos “gloriosos” (como reza un verso de la canción principal, que se
convirtió en slogan promocional de la
cinta), lo cual se traduce en que el respetable acaba por creerse que la
felicidad es posible. Pero tampoco sería
justo limitarnos a describir “Cantando
bajo la lluvia” como un mero compendio de sensaciones agradables; siendo estrictamente objetivos, se la puede y
se la debe considerar una verdadera obra de arte gracias a la utilización de
elementos estéticos incuestionables como la música, la danza, la luz y el color. Si la exuberancia de los bailes
coreografiados por Gene Kelly resulta fascinante, la plasticidad y belleza de
secuencias como la “Melodía de Broadway” (metáfora de la incorporación de un
joven e imberbe aspirante a bailarín a la vorágine de la gran metrópoli)
deslumbra por su poderosa creatividad;
diríase que en esa larguísima escena coexisten varias excelentes minipelículas
que, carentes de diálogo (recordemos que está narrando un episodio adscrito a
los años en que el cine era mudo), son, aun así, perfectamente
inteligibles. ¿Y qué decir de las
habilidades atléticas de un Gene Kelly más acrobático que nunca, del frenesí
equilibrista de Donald O’Connor, del brillo de los ojos de Debbie Reynolds, de
la sensualidad de Jean Hagen, de las legendarias piernas de Cyd Charisse…? Para mi, esta película es compacta y casi
perfecta, zambullirse en ella es una necesidad del alma y haber sido la base de
un título reciente como “Babylon”
(2022) supone un reconocimiento merecidísimo.
Nunca una coreografía estructurada a partir de un paraguas, una farola y
una calle encharcada representó mejor la magia del Séptimo Arte.
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