Crónicas confinadas (Parte II)
Soy un poco hipocondríaco. O un mucho.
Con el paso del tiempo, he descubierto que tengo la capacidad de
replicar en mi organismo los síntomas de las enfermedades que han padecido o
padecen otras personas. De hecho, muchas
veces no sé si me duele algo o si, simplemente, me imagino ese dolor, y a fe
mía que la sensación es absolutamente real.
En tiempos del COVID-19, disponer de una imaginación tan calenturienta
(nunca mejor dicho) es doblemente pernicioso, porque, a poco que te esfuerces
un poco, de tanto leer y oir sobre el coronavirus, sientes cómo una oleada de
calor te abrasa las sienes, cómo una tos seca pugna por ser expulsada de tu
pecho y cómo el aire comienza a faltar en tus pulmones. En cualquier caso, durante las primeras semanas
de confinamiento la posibilidad de hacerte un test era más bien nula, máxime
cuando, que uno supiera, no se había mantenido contacto con ningún positivo,
así que el remedio infalible era ocupar los pensamientos en alguna dirección lo
bastante absorbente, lo cual se antojaba el antídoto infalible. Durante la semana laboral, eso era
medianamente fácil por las mañanas, pero las tardes se antojaban
interminables. Entre hobby y hobby, lees
whatsapps inquietantes o recibes titulares de noticias desalentadoras, y, casi
todos los días, la llegada de la noche equivale a un descanso que, si tarda en
llegar, tienes prescrito por el médico el apoyo de un somnífero cuyo uso
continuado es preferible al insomnio recalcitrante.
A pesar de que todo empezó siendo
un chiste sobre chinos (aquella desafortunada Intervención de Los Morancos en “El
Hormiguero”), España ha acabado siendo el país más devastado por el maldito
bicho, tanto que nuestras cifras de contagios y decesos parecen simplemente
apocalípticas. Dicen que una tragedia de
esta magnitud, y el miedo a que este coronavirus sólo sea el primero de otros
muchos que vendrán, forzará un cambio en nuestras costumbres, un gran cambio
que vendrá acompañado de un creciente distanciamiento social y una desconfianza
interpersonal terriblemente difícil de superar.
Leo a personas que aprecio y escucho inocentes mensajes televisivos que
pretenden ser motivadores, y no puedo evitar sonreir compasivamente cuando
dicen aquello de que “Dentro de poco podremos volver a abrazarnos y besarnos”. Pero, insensatos, ¿a quién estaríais dispuestos
a abrazar, si no lleva guantes y una pantalla de protección facial o, como
mínimo, una mascarilla? ¿A quién
besaríais, aun siendo un familiar allegado o un amigo íntimo, sin saber a
ciencia cierta que no es un contagiado asintomático? Como dije antes, sólo la realización de los
tests masivos o el hallazgo de una vacuna (y esto, por desgracia, aún es un
sueño lejano) contribuiría a despejar nuestras incertidumbres, pero, por el
momento, el confinamiento o la distancia entre personas son las armas más
poderosas que tenemos.
(CONTINUARÁ…)
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