Historia de una canción: "RASKA-YÚ"


Cuando mi hijo Jorge era pequeño, mis padres (sus abuelos) bromeaban con él a causa de sus “extraños” gustos.  A los 5 ó 6 años, no le gustaban los perros o los gatos, sino los dinosaurios, y no le atraían los deportes como el fútbol o el baloncesto, sino los monstruos, los fantasmas y los esqueletos.  A raíz de ésto, un buen día empezaron a cantarle una vieja canción de su juventud, popularizada en su momento por el hoy semi olvidado Bonet de San Pedro, y titulada “Raska-Yú”.

Pedro Bonet Mir había nacido en el Barrio de San Pedro de la isla balear de Mallorca, y, tras muchos años tratando de abrirse camino en el mundo de la música, en 1942 constituyó el conjunto denominado Bonet de San Pedro y los 7 de Palma.  Al frente de esta formación, cosechó diversos éxitos en la España del Franquismo, entre los que destacaron “Bajo el cielo de palma”, “Canto a Mallorca” o el que le otorgó su mayor dosis de popularidad:  Raska-Yu”.  El nombre, el ritmo y buena parte de la melodía de tan carismática pieza provenían del tema estadounidense “You Rascal You” (que podría traducirse más o menos como “Tú eres un bribón”), el cual tuvo entre sus intérpretes más celebrados a Clarence Williams, Louis Prima o el mismísimo Louis Armstrong y que, como resulta obvio, pasó del “Rascal You” original al apócope fonético “Raska-Yú”.

Pero lo más llamativo de la canción no es sólo el origen del título y la música, sino la historia que cuenta.  Para ir entrando en materia, aquí os adjunto la letra completa, que no tiene desperdicio:

Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Tú serás un cadáver nada más
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?

Oigan la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
era de un viejo a quien la suerte impía
su rico bien arrebató la Parca
Todas las noches iba al cementerio
a visitar la tumba de su hermosa
y la gente murmuraba con misterio:
“Es un muerto escapado de la fosa”

Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Tú serás un cadáver nada más
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?

Hizo amistad con muchos esqueletos
que salían bailando una sardana,
mezclando sus voces de ultratumba
con el croar de alguna rana
Los pobrecitos iban mal vestidos
con sábanas que ad-hoc habían robado
y el guardián se decía con recelo:
“Estos muertos se me han revolucionado”

Si no es bastante tétrica la historia
los fuegos fatuos se meten en el lío,
armando con sus luces tenebrosas
un cacao de padre y muy señor mío

Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?
Tú serás un cadáver nada más
Raska-Yú, ¿cuando mueras que harás tú?

Como habréis podido comprobar, la canción es sumamente macabra, y en ella se habla de cementerios, esqueletos y amores de ultratumba.  Diríase que tales parámetros podrían encuadrarse dentro del bagaje literario del escritor sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, pero la realidad es que el origen del relato es mucho más exótico, ya que proviene de la cálida y sensual isla de Cuba.  Fue en aquella idílica tierra donde, a principios del siglo XX, un joven poeta llamado Francisco Caamaño (nada que ver con el exministro socialista del mismo nombre) enloqueció tras la prematura muerte de su prometida, Irene Mir, quien pereció a los 18 años a causa de la tuberculosis.  La chica, que fue enterrada con el vestido de novia que iba a usar el día de su boda, fue exhumada poco después a causa de unas obras en el cementerio, pero su prometido no estaba dispuesto a que sus restos acabasen en un vulgar osario, de manera que se inventó un inexistente estudio anatómico para lograr que el esqueleto fuese trasladado a su propia casa, donde lo veneró hasta que los vecinos del inmueble, temerosos de contagiarse de la malhadada tuberculosis, denunciaron al joven necrófilo ante las autoridades, razón por la cual, ni corto ni perezoso, se vio obligado a salir corriendo y poner tierra de por medio.

No acaba aquí el periplo del chascarrillo en cuestión.  Esta historia, que, paralelamente a nuestro “Raska-Yú”, dio origen a la canción “Bodas negras” del cubano Alberto Villalón (versionada por Julio Jaramillo, Oscar Chávez o Ana Gabriel) y a un poema del venezolano Carlos Borges, tiene, según otras fuentes, un germen un poco distinto, aunque sospechosamente coincidente en los aspectos más básicos.  Hay quien considera que los verdaderos protagonistas del suceso fueron el médico alemán Carl Tanzler y la doncella cubana María Elena Milagro de Hoyos, que se conocieron en Florida a finales de los años 20 del siglo pasado.  De niño, Tanzler (también conocido como Von Cosel) soñaba que el fantasma de su difunta tía se le aparecía y le revelaba que el gran amor de su vida sería una mujer joven de aspecto exótico y cabellos negros.  Por ello, cuando conoció a María Elena, se encaprichó de ella hasta tal punto que ni siquiera la muerte de la muchacha (casualmente, de tuberculosis) le disuadió de una pasión enloquecedora.  Durante más de dos años, a través de un pasadizo secreto, accedió al mausoleo donde se hallaba enterrada la difunta, y hablaba (o imaginaba que hablaba) con ella en términos desquiciadamente románticos.  Al final, contando con la complicidad del enterrador del cementerio, acabó por robar el cadáver y lo llevó a su casa, donde intentó de todas las maneras posibles volver a insuflarle algún tipo de vida, y mientras tanto, dormía junto a ella todas las noches.  Acusado de necrofilia por su cuñada (es decir, la hermana de la muerta), fue detenido y juzgado pero finalmente puesto en libertad, y la locura de amor le persiguió hasta el último de sus días:  en 1952, Carl Tanzler fue hallado muerto en su domicilio, abrazado a una muñeca de cera con los rasgos de su amada.

Como puede verse, al final la historia detrás de la canción “Raska-Yú” es sospechosamente parecida al argumento de la película de Tim Burton “La novia cadáver”, y es que, tanto en la música como en el cine, a veces la ficción y la realidad van sospechosamente unidas y, aunque resulte imposible, la segunda supera con creces a la primera.

Luis Campoy


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