Cine
para pensar
Fue en Discos Sellés de Alicante
donde compré el cassette de “Captain Fantastic (And The Brown Dirt Cowboy)” de
Elton John en algún momento de 1976 (meses antes de que, en aquel mismo y
añorado lugar, un par de dependientas muy poco cinéfilas se carcajeasen cuando
les pregunté por la banda sonora de “King Kong” de John Barry… pero ésa es otra historia), que exhibí entre
mis amistades como si de una especie de trofeo se tratara. El sábado pasado, tras cuatro décadas de aquéllo,
me senté en una cómoda butaca para asistir a la proyección de otra “Captain Fantastic”,
esta vez una película que venía precedida de cierto éxito de crítica al haber
sido presentada en diversos festivales indies…
Escrita por su también director
Matt Ross, “Captain Fantastic” recupera la misma premisa en la que se basaba la
popular “El Señor de las Moscas” de William Golding: ¿qué sucede cuando un grupo de niños y
jóvenes crecen aislados del mundo, en un entorno agreste o selvático, sin
relacionarse con nadie más y obligados a autoeducarse y autoabastecerse para
sobrevivir? En este caso, se trata de la
voluntad de un padre, Ben Cash, que, junto a su esposa ahora enferma, decidió
criar a sus seis hijos en mitad de los bosques de Nuevo México, siendo él el
mentor, tutor, profesor e instructor de los muchachos, el único autorizado para
educarles y permitirles conocer la realidad (subjetiva) del mundo.
Ante una película como ésta, el
análisis puramente cinematográfico puede esperar. Lo que más me interesó fue el postulado
ideológico, el punto de partida social (o antisocial). ¿Es bueno que una sola persona (por muy superinteligente
y superdotada que sea) se erija en líder espiritual y moral de su familia,
jamás discutido ni contestado por nadie?
¿Es bueno o malo que los chicos y chicas de entre 6 y 18 años acepten la
convicción de que, si quieren comer, han de proveerse por sus propios medios,
incluyendo la obligación de cazar y matar ciervos, ovejas, vacas, cerdos o lo
que se tercie? ¿Es posible que esas seis
personas asociales se integren en un futuro en la Sociedad, a sabiendas de lo
prejuiciosa, injusta y castradora que ésta pueda llegar a ser? ¿Qué precio tiene la libertad de conciencia y
de pensamiento? Estos interrogantes
podrían constituir la base sobre la que se asentase un excelente coloquio o
cine-forum, y sólo por eso estoy recomendando a mis amistades que acudan a ver
esta película.
Ciñéndonos a lo cinematográfico,
diremos que la película en sí es inequívocamente deudora de títulos como “La
costa de los mosquitos” (Peter Weir, 1986) o la versión de 1990 de la citada “El
Señor de las Moscas”, que dirigió un tal Harry Hook. El protagonista casi absoluto es un actor tan
marcado ideológicamente como Viggo Mortensen, por lo cual su interpretación es
especialmente convincente (a título anecdótico, reseñar su más bien innecesario
desnudo frontal, que recuerda al que ya nos sorprendió en “Promesas del Este”). Todos los demás actores secundarios (con
Frank Langella y Steve Zahn como nombres más conocidos) resultan tanto o más
creíbles cuanto más anónimos nos resultan, de modo que la identificación del espectador
con ellos es absoluta.
Sustituir la celebración de la Navidad
por la del cumpleaños de Noam Chomsky (filósofo de ideología anarquista y
anticapitalista) o incinerar a un ser querido y luego arrojar sus cenizas por
el retrete son algunas de las excentricidades que caracterizan a ese padre
hiperinteligente pero aislacionista al que da vida Viggo Mortensen. ¿Quiénes tienen la razón, los que eligen la
Naturaleza como único entorno vital o los que se conforman con vivir la
hipocresía y artificiosidad que impera en la civilización?
Luis Campoy
Lo mejor:
Viggo Mortensen; la necesidad de
dialogar sobre sus postulados ideológicos
Lo peor:
el final, notablemente inadecuado
El cruce:
“La costa de los mosquitos” + “El Señor de las Moscas” + “Pequeña Miss Sunshine”
Calificación: 8 (sobre 10)
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