Las películas de mi vida/ “EL CEMENTERIO VIVIENTE”
A veces
es mejor estar muerto
La noche del 6 de Agosto de 1989
fue, con toda probabilidad, la más terrorífica de toda mi vida. Naturalmente, había sufrido y volví a sufrir
noches nefastas a causa de mil problemas familiares, personales y profesionales,
pero pasar miedo, lo que se dice miedo, nunca lo he sentido como en aquel
caluroso domingo de verano… Había ido
al cine a ver una película que ciertamente pintaba muy bien (eso si te gustaba
el terror, claro está), “El cementerio viviente”, y, no contento con los sustos
y zozobra experimentados en la sala oscura, no se me ocurrió otra cosa que,
al llegar a mi casa, releer los pasajes más “significativos” de la novela de
Stephen King en la que se basaba el film.
Ni que decir tiene que, cuando traté de conciliar el sueño, me fue
absolutamente imposible: por todas
partes escuchaba crujidos, gemidos y pisadas, temía la aparición de cualquier
espectro o resucitado, y casi creía percibir el aroma putrefacto de la muerte…
Maine, Estados Unidos, 1989. La familia Creed abandona la tumultuosa
Chicago para instalarse en el idílico pueblo de Ludlow, donde han adquirido una
casita ubicada entre los frondosos bosques y una carretera por la que siempre
circulan a toda velocidad los enormes camiones de la compañía Orinco. El patriarca, Louis Creed, ambiciona comenzar
una nueva vida como médico universitario, huyendo de paso del desprecio que por
él sienten los padres de su esposa Rachel.
Esta, sin embargo, parece muy enamorada de Louis, como también le adoran
los dos hijos del matrimonio, Ellie, de 6 años, y el benjamín Gage, de apenas
2. Junto a ellos viaja “Winston
Churchill” (familiarmente conocido como “Church”), el gato de Ellie, al que la
niña profesa un especial cariño. Nada
más instalarse, les visita el anciano Jud Crandall, el vecino de la casa
situada al otro lado de la carretera, que pocos días después les invita a una
improvisada excursión para recorrer un sendero que conduce a un pintoresco lugar
en cuya entrada cuelga un cartel, rotulado muchísimo tiempo atrás por manos
infantiles, en el que puede leerse: ”PET SEMATARY” (“Pet Cemetery”, mal
escrito, es decir “Cementerio de mascotas”).
Allí es donde los niños de los alrededores llevan más de 80 años
enterrando a sus animales domésticos, sobre todo perros y gatos atropellados
por los camiones de Orinco; Jud aconseja
a Louis que haga castrar a Church, para evitar que en alguna de sus rondas
amorosas acabe de mala manera aplastado en la carretera. En su primer día de trabajo, Louis trata de
salvar infructuosamente la vida a Victor Pascow, un universitario gravemente
herido en un accidente de tráfico. Aquella
noche, el fantasma de Pascow se le aparece a Louis y, como muestra de
agradecimiento por haber tratado de ayudarle, advierte al doctor de que nunca
deberá cruzar la barrera de troncos que separa el Cementerio de Animales de la
lúgubre espesura que se extiende más allá.
Sin embargo, cuando el gato Church muere atropellado por un camión, su
vecino Jud convence al atribulado Louis para enterrar al minino no en el
cementerio de mascotas, sino en una necrópolis que se halla en lo profundo del
bosque, donde los indios micmacs realizaban extrañas ceremonias de
enterramiento…
Hubo una época en la que no
dejaba un solo libro de Stephen King sin leer.
Todas sus novelas escritas entre 1974 y 1997 (incluyendo las que publicó
bajo el seudónimo de Richard Bachman) pasaron por mis manos, y algunas de ellas
más de una vez. Era el autor de moda,
prácticamente el único capaz de garantizar un multitudinario éxito de ventas, y
no pocas películas y telefilms (“Carrie”, “El resplandor”, “Phantasma II”/“El
misterio de Salem’s Lot”, “Creepshow”, “It (Eso)”, “Los chicos del maíz”, “La
zona muerta”, “Ojos de fuego”, “Cujo”, “Christine”, “Miedo azul”, “Misery”, “Maleficio”,
“Atracción diabólica”, “Cadena perpetua”, “La Tienda”, “La milla verde” e
incluso “Cuenta conmigo” y “Perseguido”) se basaron en textos urdidos por el
genio nacido en Portland en 1947. A
nadie podía extrañar, por tanto, que en aquel 1989 fuese considerado lógico y
normal trasladar a la gran pantalla una de sus historias más terroríficas, “Pet
Sematary”, publicada originalmente en 1983 y que, en España, Plaza & Janés
había distribuído con el título de “Cementerio de animales”. Fue el insigne George A. Romero, habitual del
universo cinematográfico de King (había dirigido “Creepshow” y posteriormente
realizaría “Atracción diabólica”) quien primero adquirió los derechos con la
idea de poner en marcha la adaptación.
Romero pagó 10.000 dólares, decidido a realizar una versión “muy
personal” de la novela, cosa que a King no le gustó en absoluto (ya había
tenido bastantes disgustos con directores “estrella” cuando Stanley Kubrick
alteró a su antojo “El resplandor”).
Desestimado el veterano creador de “La noche de los muertos vivientes”, el
siguiente en sentarse en la silla de director fue el maquillador Tom Savini,
quien finalmente sería sustituído por la recién llegada Mary Lambert, curtida
en la realización de videoclips y que había debutado en 1987 con la olvidada
(ya por aquel entonces) “Siesta”. Todo
el mundo pensó que la elección de Lambert se debía a la intención de Paramount
Pictures de potenciar el desarrollo de los personajes por encima de la
concatenación de sustos, lo cual quedaba corroborado por la contratación del
propio Stephen King como autor del guión.
Por otra parte, Peter Stein fue designado como director de fotografía,
David LeRoy Anderson se ocuparía de los maquillajes y Elliot Goldenthal
asumiría la composición de la partitura musical; sin embargo, lo más llamativo fue el anuncio
de que la famosa banda de punk-rock The Ramones (citados en varios capítulos de
la novela) escribirían la canción que daría título al film, “Pet Sematary”, y
además incluirían uno de sus éxitos clásicos, “Sheena Is A Punk Rocker”, en la
banda sonora.
En el apartado artístico, la
producción no podía permitirse un reparto de relumbrón, algo que, por otra
parte, parecía contraproducente tratándose de un film basado en un libro de
King (la inmensa mayoría de las adaptaciones de sus novelas las protagonizaban
actores de segunda fila, con los que, por otra parte, le era más fácil
empatizar al espectador). Así, el
televisivo Dale Midkiff (n. 1959) sería el sufrido doctor Louis Creed; su esposa Rachel tendría los rasgos de Denise
Crosby (n. 1957), quien, por cierto, era nieta del mítico Bing Crosby; Miko Hughes (n. 1986) interpretaría al
adorable/aterrador Gage; Blaze Berdahl
(n. 1980) incorporaría a la impresionable Ellie; Brad Greenquist (n. 1959) nos provocaría no
pocos sustos en el papel del “espíritu bueno” Pascow; y un hombre, Andrew Hubatsek, sería el elegido
para dar vida a la deforme Zelda, la hermana de Rachel afectada de meningitis
espinal. Finalmente, el entrañable Fred
Gwynne (1926-1993), quien conquistase los corazones de todo el mundo como Herman,
el patriarca de “La familia Munster”, se erigió en la mejor elección del
reparto, creando un amigable y paternal “Jud Crandall” de inolvidable recuerdo. Como dato curioso, reseñar que el mismísimo
Stephen King realiza un breve cameo en el film, personificando al cura que
oficia el funeral de la asistenta Missy Dandridge, rol a cargo de Susan
Blommaert.
“El cementerio viviente” se rodó,
como mandaban los cánones, en las localidades de Hancock, Bucksport y Bangor,
en el estado de Maine (Stephen King suele ubicar todos sus relatos en las
poblaciones en las que se crió), entre septiembre y noviembre de 1988. Estrenada en los Estados Unidos el 21 de
Abril de 1989, la película recibió críticas eminentemente positivas, y en poco
tiempo se convirtió en un título de culto cuya leyenda no ha hecho sino crecer
año tras año. En 1992 se estrenaba una
secuela bastante desafortunada, “Cementerio viviente 2”, la cual, aunque
nuevamente dirigida por Mary Lambert, carecía de la base de un nuevo texto de
King y acabó naufragando tanto cualitativa como comercialmente.
A pesar de que, como decía al
principio, lo pasé realmente mal la noche posterior a su visionado, han sido
innumerables las veces que he vuelto a revisitar “El cementerio viviente”. Su estructura de drama familiar que deviene
en relato terrorífico, los boscosos paisajes en los que se desarrolla, la
amenazadora presencia de los camiones portadores de muerte, la sugerente música
de Elliot Goldenthal, la rockera aportación de los Ramones (que me sirvió de
inspiración para la canción principal de mi película “El Butanero siempre llama
dos veces”), y sobre todo, las interpretaciones de Dale Midkiff, Fred Gwynne y,
especialmente, el niño Miko Hughes (¿cómo conseguirían sacar de un crío tan
pequeño una expresión tan aterradora?) me han cautivado durante estos
veintisiete años, en los que tantísimas veces he berreado, a la par que Joey
Ramone, aquéllo de “No quiero que me
entierren / en el Cementerio viviente / No quiero vivir mi vida otra vez”…
Luis Campoy
Lo mejor:
la atmósfera opresiva, la banda sonora, las interpretaciones de Fred
Gwynne y Dale Midkiff
Lo peor:
la apariencia de telefilm, algunos sustos gratuitos, la ambigüedad del
personaje de Victor Pascow
Calificación: 8 (sobre 10)
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