Cine actualidad/ "WHIPLASH"
El
precio del triunfo
El otro día, durante la cena de
Navidad de nuestro grupo de cine de WhatsApp, la elegimos como la mejor película
vista en cine en 2015. Sin embargo y
paradójicamente, todavía no había hablado de ella en este blog, de modo que
rápidamente procedo a subsanar tan garrafal error. Porque, ciertamente, “Whiplash” se merece un
comentario…
Andrew Neiman es un joven músico
que quiere triunfar a toda costa tocando la batería. Su sueño es emular a grandes del instrumento
como Buddy Rich o “Papa” Jo Jones, pero para ello necesita pulir su estilo en
el conservatorio. Sin embargo, el
profesor encargado de adiestrarle tiene una idea muy peculiar acerca de la
enseñanza: la música con sangre entra,
y, si quiere lograr la fama, va a tener que pagarla… con sudor y lágrimas.
Damien Chazelle es un joven
realizador estadounidense, que, antes que cineasta, fue batería de jazz. Su compleja experiencia personal junto a uno
de sus profesores fue lo que le llevó a redactar el guión de su segunda
película (la primera había sido la desconocida “Guy and Madelaine on Park Bench”,
de 2009). El guión de “Whiplash” estuvo
dando vueltas por diversos despachos hasta que Chazelle logró encontrar
financiación; además, como no quería
correr el riesgo de malograr un texto tan claramente autobiográfico, antes de
realizar el film tal cual lo conocemos, primero rodó un cortometraje, premiado
en el festival de Sundance de 2013.
“Whiplash”, la película, se
inscribe en el subgénero de biopics que tienen a músicos o cantantes como
protagonistas. Afortunadamente, en este
caso las dosis de realismo son mucho más elevadas, al ser el propio guionista y
realizador el sujeto cuya vida se nos está narrando. Ese verismo, esa sinceridad, se perciben
durante casi todo el metraje, y digo “casi” porque me temo que en algunos
momentos la verosimilitud se excerba un poquitín. Esas escenas en las que Andrew sangra sobre
la batería se me antojan algo exageradas (y las declaraciones de varios músicos
así lo atestiguan), pero se lo perdonamos a Chazelle porque no constituyen sino
una mistificación derivada de su ardua experiencia, una “licencia creativa” que
funciona sin fisuras. Porque es
precisamente la teoría del esfuerzo y la entrega que predica el exigente
profesor Fletcher (inconmensurable J. K. Simmons) lo que eleva a “Whiplash” a
cotas raramente vistas. Damien Chazelle
es capaz de transmitirnos la ilusión que mueve a su joven alter ego,
contagiarnos su espartana dedicación a su instrumento, y luego hacernos
partícipes de una espiral de sacrificio, obsesión, ahínco, tenacidad y tesón
que nos creemos tan ciegamente que, incluso acabada la película, durante horas
todavía seguimos sintiendo la misma tensión que impulsa al protagonista.
Con dos complejas piezas como
motor musical de la función (la propia “Whiplash”, de Hank Levy, y “Caravan” de
Juan Tizol y Duke Ellington), el film te engancha desde el mismísimo inicio, en
el que presenciamos la feroz competencia de Andrew consigo mismo, y enseguida
la perversa influencia que sobre él ejerce el maquiavélico profesor
Fletcher. Este último, que ejerce al
mismo tiempo funciones de mentor y de enemigo, tiene en J. K. Simmons (el inolvidable
J. Jonah Jameson de la trilogía de Spiderman de Sam Raimi) al intérprete
ideal: su mirada de acero, sus gestos paroxísticos
y precisos y su giro final, capaz de abandonar la venganza en pos de la ansiada
perfección, le depararon a Simmons un justísimo oscar. Miles Teller, visto en la saga “Insurgente” y
en la horrible revisitación de “Los 4 Fantásticos”, encarna con soltura y
convicción al sufrido Andrew. Y un
revivido Paul Reiser (aún recuerdo sus carismáticas intervenciones en “Superdetective
en Hollywood” o “Aliens, el regreso”) da vida al conformista padre de Andrew.
Fusión excelente de la música, la
autoayuda y el cine, “Whiplash” (cuya traducción podría ser “latigazo”) cuenta
con una fotografía espléndida y, sobre todo, con un montaje virtuoso que logra
captar cada segundo de la peripecia de un joven que, con tal de alcanzar la
cúspide del arte, vendió su alma al demonio del más implacable perfeccionismo.
Luis Campoy
Lo mejor:
la música, el montaje, el sonido…
el extraordinario J. K. Simmons
Lo peor:
nada
El cruce:
“Fama + “Cisne negro” + “En la cuerda floja”
Calificación: 9 (sobre 10)
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