Cine actualidad/ “Star Wars, Episodio VII: EL DESPERTAR DE LA FUERZA”

(ATENCIÓN: ESTE ARTÍCULO CONTIENE TODOS LOS SPOILERS HABIDOS Y POR HABER.  ESTÁIS AVISADOS).

Desmesurada euforia galáctica

Y llegó el gran día.  El diecisiete de diciembre de dos mil quince, una hora antes del momento fijado para el gran estreno (00:00 de la noche), yo ya estaba ante las puertas del cine.  Yo…  y un montón de frikis galácticos más.  Treinta y dos años después de “El retorno del Jedi” y diez años después de “La venganza de los Sith”, la saga galáctica creada por George Lucas, una de las franquicias cinematográficas más populares de todos los tiempos, iba a tener continuación...

Me sentía excitado por conocer a los nuevos personajes, y sobre todo, ansioso por reencontrar a los queridos actores ya veteranos (ansioso pero también temeroso, ya que, como reseñé en un artículo anterior, los rumores apuntaban a que uno o varios de ellos perecerían en “El despertar de la fuerza”).  Cuando, tras una apabullante oleada de publicidad y trailers, apareció por fin en la pantalla el logotipo de Lucasfilm Ltd., toda la muchedumbre empezamos a aplaudir como los críos que, en el fondo de nuestros corazones, continuábamos siendo.  Y, al comenzar los acordes de la fanfarria de John Williams, confieso que me sentí transportado al paroxismo.

Pero…  ay…  ¡qué efímera es la felicidad completa…!  En los títulos de crédito (los míticos e insustituibles títulos de crédito marca de la casa) se nos dice que “la ahora General Organa ha enviado a su mejor piloto para hacerse con los planos de la localización de Luke Skywalker”, y, nada más comenzar la acción, descubrimos que dicho piloto no es sino Poe Dameron (Oscar Isaac), que posée un androide llamado BB-8 y se ha desplazado hasta el planeta Jakku para entrevistarse con un anciano llamado Lor San Tekka (Max Von Sydow), que al parecer es quien conoce el paradero de Skywalker.  En principio, escuché lo que hablaban y pensé:  “No, no puede ser, estos diálogos deben estar mal traducidos”;  lo que decían, tan simple y tan infantil, me dejó momentáneamente tocado, pero decidí, cómo no, olvidarme y disfrutar la película.  Enseguida, aparecen las huestes de la Primera Orden (es decir, el mismo viejo Imperio Galáctico pero con un nombre nuevo) y Dameron (recordémoslo:  el mejor piloto de la galaxia) se sube a su caza…  pero es absolutamente incapaz de hacerlo despegar.  Tras una breve e insulsa escaramuza, es capturado por los primerordianos, y entonces aparece el nuevo gran villano de la franquicia, Kylo Ren (Adam Driver).  De Kylo sabemos (porque hemos visto su aspecto en mil fotos y en decenas de trailers) que es el obvio sucesor de Darth Vader:  vestido de negro, con una máscara amedrentadora, una capa y una espada láser de luz roja;  y, oh, inmensa originalidad, su primera aparición se produce caminando rodeado de soldados de asalto, con la voz distorsionada por la máscara, y luciendo su malvada personalidad sin ton ni son:  “¿Qué hacemos con los aldeanos?”  “¡Matadlos!” (es obvio que las minas de Kessel ya no necesitan mano de obra esclava, ¿no?).  Kylo Ren mantiene con Lor San Tekka otro cara a cara igual de insignificante que el primero (lo que se dicen es tan insulso que enseguida se olvida), y entonces ¡zas! el veteranísimo Max Von Sydow (recordémoslo:  actor fetiche de Ingmar Bergman, el Emperador Ming de “Flash Gordon” o el Rey Osric de “Conan el Bárbaro”) termina su participación en la película sin haber hecho nada importante y sin haber dicho nada que merezca la pena escuchar.  Esta misma secuencia sirve para que conozcamos a otros dos nuevos personajes:  la Capitana Phasma (Gwendoline Christie), una mujerona de casi dos metros de altura, de la que sólo sabemos que es mujer porque tiene la voz algo atiplada y en la coraza parece lucir la remota forma de un par de pechos;  y, sobre todo, Finn, un soldado al que le han comido la cabeza para que sea una máquina de matar desprejuiciada, pero que se rebela ante la evidente perversidad de los malos de la peli.  Kylo Ren interroga a Dameron (Mmm… el villano vestido de negro interrogando a uno de los buenos…  No sé, como si me sonara de algo…) hasta conseguir sacarle que los planos que le dio Tekka no los escondió en una campana extractora Teka, sino en el vientre metálico de BB-8 (espera, unos planos dentro de un androide…  ¿dónde he visto yo ésto antes…?).  Pero Finn, que está deseando redimirse y hacer algo bueno (lo que sea) por alguien (quien sea), ayuda a escapar a Dameron y ambos roban un tie fighter, con el que acaban estrellándose en las dunas de Jakku.  Es en este mismo planeta donde también vive la gran esperanza blanca de la nueva trilogía, Rey (Daisy Ridley), no un rey sino toda una reina de bondad, valor y ternura, condenada a vivir huérfana en un mundo desértico y polvoriento, capaz de entender los pitidos cibernéticos de un androide pero desconocedora de que posée unos poderes fabulosos (¿Cómorrr…?  ¿Todo ésto no me suena también…?).  Rey y Finn se hacen amigos del alma en un pis-pas, y adoptan a un BB-8 entristecido porque parece que a Poe Dameron (literalmente) se lo ha tragado la tierra.  Tratando de escapar de las fuerzas imperiales (perdón, de la Primera Orden), se introducen en una nave a la que definen como “montón de chatarra” (¡Sííííííí, lo habéis adivinado, es el Halcón Milenario!) y, sorprendentemente, vuelan como si llevaran años pilotándola, sólo para ser capturados por un par de contrabandistas, que son…  ¡oh, casualidad!... ¡Han Solo y su felpudo amigo Chewbacca!.  Que sí, que me ericé de pies a cabeza cuando ví a Harrison Ford y me derretí de placer cuando le ví actuar, pero…  ¿de verdad puede creerse alguien que, en la inmensidad de una galaxia, la nave espacial más molona va a ser interceptada a las primeras de cambio precisamente por sus más carismáticos tripulantes, que hace años que la dieron por perdida…?.  Nos habíamos olvidado de Kylo Ren, pero al muchacho le vemos acompañado de un estirado militar llamado General Hux (Domhnall Gleeson, cuya técnica interpretativa consiste en meterse por el culo el palo de la escoba para parecer lo más rígido posible), platicando con el holograma de un tío muy grande y muy feo que parece ser el sucesor del Emperador Palpatine:  el Líder Supremo Snoke (fíjate, con apenas un par de pinceladas ya sabemos que es malo, que es líder y que, como es supremo, ningún otro liderucho de pacotilla le hace sombra;  estos guionistas son hábiles de cojones).  A Snoke (¿On The Water?) le da vida Andy Serkis, así que no es de extrañar que ande a la búsqueda de un tesoro (no un anillo, sino la ubicación de Luke Skywalker) y que esté al loro en cuanto a poderes místicos (al parecer, controla la Fuerza que te cagas), de modo que, cuando Snoke se queda a solas con Kylo (estos Sith… qué originales…  siempre maestro y discípulo por ahí juntitos), le cuenta que el droide que buscan está ahora en posesión de Han Solo…  ¡su padre!.  Tamaña revelación, que debería haber sido de lo más dramática y venir acompañada de una música trascendental, se nos presenta como si lo que se nos estuviera diciendo es que le duele horriblemente el juanete de su holográfico dedo del pie, así que nos quedamos más bien helados.  La acción se traslada al castillo en el que tiene su cubil una tal Maz Kanata (voz y gestos de Lupita Nyong’o), quien parece el resultado de un romance interracial entre Yoda y una hembra de E.T.  En el escondite de Kanata se acumulan cientos de criaturas a cual más monstruosa, incluyendo a los miembros de la orquesta (¿copia de la cantina de Mos Eisley…?  No, hombre, no seáis mal pensados…).  Finn les pide a un par de piratas espaciales malencarados que le lleven con ellos, y cuando Rey le pregunta por qué diantres quiere largarse de un garito tan sofisticado, se inicia entre ambos un diálogo para besugos que culmina con una hermosa frase de Finn:  “Tú me miraste como nadie nunca me había mirado” (y Rey piensa para sus adentros:  “Pero ¿qué dices, pringao?  Si cuando te conocí, ni siquiera te miré y lo único que hice fue liarme a darte de hostias con mi vara”).  Rey abre un baúl y en su interior encuentra nada menos que la espada láser de Luke Skywalker, y, al tocarla, le vienen a la mente decenas de imágenes oníricas que ni Dios sabe lo que significan, pero que en pantalla quedan muy chulas.  En ese preciso instante, la Primera Orden aterriza ante ellos y, después de una grimosa pelea con Rey, Kylo Ren se lleva a esta última con fines poco claros.  También las tropas de la Alianz…  perdón, de la Resistencia se dejan caer por el mismo planeta, de repente muy popular en la galaxia.  Al frente de éstas, vemos a la Princesa Leia, que ahora se hace llamar General Organa:  en el rostro de Leia se pueden leer los inmensos sufrimientos que ha tenido que afrontar, durante las interminables jornadas de tortura ante Darth Plastic, un histérico cirujano loco que la ha sometido a innombrables experimentos (y es que la deplorable cirugía que se ha hecho Carrie Fisher tiene que haber sido forzosamente en contra de su voluntad).  Han y Leia se reencuentran y reviven su amor intercambiándose unas cuantas sandeces sonrojantes, pero nuestros amigos los guionistas nos hacen el favor de llevarnos a otro escenario:  el General Hux (doblado al español por el pregonero del pueblo de al lado), arenga a sus tropas con un discurso firmado por el jefe de prensa de Hitler, y, como colofón, la estación espacial Starkiller, el último juguete cósmico de la Primera Orden, emite un rayo desintegrador que reduce a cenizas a la capital Coruscant y, junto a ella, a toda la República.  Como tales villanías no se pueden consentir, el alto mando de la Resistencia decide organizar una misión (¿imposible?) liderada por Finn, Han, Chewbacca y Poe Dameron, que al final no estaba muerto y, recordémoslo, tiene fama de ser el mejor piloto de la galaxia.  Antes de partir, Leia le pide a Solo que no vuelva solo, sino que se traiga a casa a su hijo pródigo, o sea, Kylo Ren, el cual está interrogando a Rey pero no logra sonsacarle una mierda.  Han, Finn (Huckleberry no, el otro) y el resto de los rescatadores llegan al planetoide que alberga la Starkiller y en el que hace un frío de la muerte.  En un decorado que sin duda ha diseñado el mismo equipo de interioristas de “El Imperio contraataca”, Han Solo se encuentra con su querido retoño, y le convence para que se quite la máscara.  El resultado es sobrecogedor:  Kylo se las da de guaperas, con una melenita en plan Jon Nieve y tal, pero tiene un pedazo de nariz que tira pa’trás.  A pesar de éso, Han le pide que vuelva a casa por Navidad, pero el muy hijoputa (es un decir, porque Leia es una santa) enciende su espada láser cruciforme y se la clava (la espada) a su progenitor, que muere tratando aparentemente de acariciar al parricida, aunque todos sabemos que lo que quería en realidad era meterle el dedo a Ren en su inmensa napia.  Por si esto fuera poco, Kylo también intenta eliminar a Finn y Rey, pero éstos, con sólo tocar la espada de luz de Luke Skywalker, reciben una descarga de conocimiento instantáneo que les permite luchar como consumados esgrimistas Jedi sin haber entrenado ni nada.  Finn y Kylo resultan heridos, y Rey se lleva a Finn a bordo del Halcón Milenario (a Ren, que le den), mientras que Poe y sus colegas pilotos torpedean la Starkiller, que era tan poderosa que unos cuantos proyectiles la convierten en fosfatina (esto creo que nos suena a todos también).  Cuando parece que todo se ha acabado y ya va a sonar la musiquita del final, Rey se monta de nuevo en el Halcón Milenario y Chewbacca la lleva a un sitio muy lejano que se parece sospechosamente a una isla irlandesa.  En lo alto de un monte hay una especie de monasterio, y Rey se tiene que pegar la jartá de subir seiscientos peldaños de nada.  Una vez arriba, resulta que hay un fulano que está de espaldas y lleva una capucha, y cuando el tipo se da la vuelta y se descubre, descubrimos que se trata de Luke Skywalker (aunque lo cierto es que también podría ser cualquier otro, pues Mark Hamill está tan viejo y tan barbudo que nunca se sabe...).  Rey, que ya sabemos que es muy buena persona, ha venido simplemente a traerle a Luke su querida espada láser, y, mientras el último Jedi vivo se piensa si cogerla o no, la cámara se pone a dar más vueltas que una peonza, hasta que el operador ya está tan mareado que tiene que irse a vomitar, y entonces sí se acaba la peli y suena esa música que antes no había sonado….

No sé por qué me ha dado por narrar el argumento de “El despertar de la Fuerza” de un modo tan irónico y socarrón, porque lo cierto es que la película me gustó.  Juro que me gustó.  Sin embargo, sus indiscutibles aciertos no consiguieron hacerme obviar sus evidentes y muy molestos errores:  un guión endeble y lleno de tópicos de principio a fin, unos diálogos de traca y, especialmente, una sensación de “deja vu” que no puede ser imaginaria.  Cuando anoche, tras compartir nuestras opiniones, un amigo me dijo que lo que pasaba era que “yo no había visto la película con los ojos de un fan” y que simplemente “se trata de una opereta especial” a la que no hay que buscarle las cosquillas, supongo que decidí rebelarme.  Porque yo soy tan fan como cualquiera, porque yo, como todo el mundo, fui a ver “El despertar de la Fuerza” con el firme propósito de divertirme y no con la pretensión de descubrir una joya cinematográfica…  Entonces, ¿qué significa ese concepto (comúnmente generalizado) de “producto para fans”?  ¿Qué los fans son un hatajo de gilipollas hipnotizados y sin mente?  ¿Que, cuando uno es ferviente devoto de una cosa, hay que ponerse de rodillas y adorarla sacrosantamente sin poder reconocer sus fallos?  Yo digo que no, y estoy convencido de que no.  Precisamente es cuando amas algo, cuando más necesario es que seas sincero y crítico, con el fin de que puedan perfeccionarse las imperfecciones y subsanarse las anomalías.  Así es como se progresa.  Así es como se aprende.  Y, aunque yo ni quiero ni puedo enseñarle nada al señor J.J. Abrams, sí me doy cuenta de que, en su aún corta carrera como director de cine, este caballero sólo ha filmado cinco películas (“Misión Imposible III”, dos entregas de “Star Trek”, “Super 8” y la presente “El despertar de la Fuerza”), y, de ellas, cuatro son secuelas y la quinta es una especie de remake encubierto de “Los Goonies”.  Es decir, el hombre es muy hábil con la cámara y el montaje, pero la originalidad y la innovación no son precisamente lo suyo.  Es más, resulta evidente que las auténticas motivaciones de los guionistas no consisten en pergeñar un relato coherente y bien hilvanado, sino en construir un monstruo de Lucastein (aunque Lucas ya no sea el productor) a base de piezas tomadas de aquí y de allá, que contente a los fans (siempre los fans) con una infalibilidad del 99,9 % y que, de paso, les permita vender toneladas de merchandising.  A mí todo éso me parece muy bien, pero me pasé la mayor parte del metraje inquieto e irritado ante el aluvión de imágenes y conceptos copiados y reciclados, algo que me parece impropio de una superproducción de estas características.  Lo mismo me sucedió en “Spectre”, la última de James Bond, y que adolece de idéntico defecto:  confiar a la nostalgia lo que la creatividad no sabe lograr.

En mi (humilde y no solicitada) opinión, el inicio de esta nueva trilogía debería haberse sustentado en personajes e historias completamente nuevas, que tuvieran a la Fuerza y al Bien y el Mal como únicos nexos de unión.  Remover el pasado puede tener éxito (la millonada que Disney piensa sacar de todo este tinglado va a contabilizarse en cifras de muchos dígitos), pero de cara al futuro, ¿qué aporta?.  Pongo como ejemplo al incomparable Harrison Ford:  en el instante en que su mítico Han Solo aparece en pantalla, la película crece exponencialmente, pero su carisma es un arma de doble filo:  cuando él no está, el film decae ostensible e irremisiblemente.

En relación a lo que aducía sobre los fallos de guión, creo que son tanto o más graves que la falta de originalidad.  A los indescriptibles diálogos que jalonan negativamente la trama (en serio, queridos fans, volved a ver la película, una vez superado el orgasmo inicial, y recreáos en escuchar las frases que se intercambian los personajes), hay que sumar las increíbles incongruencias narrativas.  Lo de que el Halcón Milenario, ahora tripulado por Rey y Finn, de entre todos los miles de millones de posibles captores, vaya a parar precisamente a las manos de Han Solo y Chewbacca, es una estupidez tan enorme que ningún argumento puede justificarla.  Que Finn y Rey sean capaces de manejar una espada láser con la misma soltura que Kylo Ren, que es un aprendiz de Sith y, por lo tanto, lleva años entrenando, es una bobada monumental.  En cuanto a lo de la estación espacial Starkiller, una nueva Estrella de la Muerte aparentemente más mortífera que las anteriores, hasta me resulta indignante:  ¿siete películas de “Star Wars”, y en tres de ellas el desenlace consiste en que los pilotos rebeldes, a bordo de sus X-Wings, deben introducirse en una estrecha trinchera desde la que disparar sus torpedos?  Vamos, hombre, ¿se ha acabado toda la imaginación en la galaxia?  Y además está lo de los personajes desperdiciados.  Que el desmesurado protagonismo que adquiere Han Solo opaque a los otros veteranos (Leia, C3PO, R2-D2, el mismo Luke) es comprensible, pero ¿y los nuevos (co-)protagonistas?  ¿Qué es lo que hace realmente Oscar Isaac/Poe Dameron?  De él sólo sabemos que se dice que es un gran piloto (el mejor), pero su peso específico en la acción es nulo.  ¿Y la Capitana Phasma?  Tanto aparecer en carteles y afiches, y resulta que su relevancia es cero.  Por no volver a incidir en lo de Max Von Sydow, cuyo absurdo papel fue lo que me hizo despertar de mi ensoñación ojiplática.  Penoso el trabajo en el guión de J.J. Abrams y el excelso Lawrence Kasdan (co-guionista veterano de “El Imperio contraataca” y “El retorno del Jedi”), quienes se limitan a estropear el libreto original de Michael Arndt;  evidentemente, todo lo supeditan a las próximas secuelas, ignorando el célebre refrán que reza “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.  Capítulo aparte se merece la banda sonora de John Williams.  Cuando arranca su fanfarria, no puede haber mayor explosión de gozo en una sala de cine, pero el Maestro, que ya tiene 83 años, se limita a reiterar los famosísimos motivos compuestos hace casi cuarenta años, y los temas nuevos o no existen o se quedan en simples apuntes que no sabe desarrollar.  Me chocó especialmente el abuso machacón del “Tema de la Fuerza”, que, de tanto oírlo, pierde su sentido dramático.

En la parte positiva, hay que reconocer que “El despertar de la Fuerza” está bien planificada y rodada (contando, además, con escenarios reales y una sensación de fisicidad palpable, algo de lo que carecía la última trilogía que nos ofreció George Lucas, convencido de que, con un buen ordenador a mano, ya no habría que preocuparse de nada más), que su acabado visual es ciertamente apabullante y que, como decía antes, no sólo sabe explotar la nostalgia con éxito, sino que consigue que volvamos a sentirnos como niños que quieren ser pilotos y liberar al mundo de la tiranía.  Esto es un acierto difícil de lograr, y como tal, hay que reconocérselo.

Luis Campoy

Lo mejor:  Daisy Ridley, la gran revelación;  la innegable habilidad para desplegar un horizonte de fantasía
Lo peor:  los infumables diálogos;  el molesto y continuado copia-pega
El cruce:  “La guerra de las galaxias” + “El Imperio contraataca” + “El retorno del Jedi”

Calificación:  7 (sobre 10)

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