Cine actualidad/ "EL MAESTRO DEL AGUA"
Australianos
en Turquía
Recuerdo haber visto “Gallipoli”,
la magnífica película bélica de Peter Weir, en el añorado cine Arcadia de
Alicante, hace ya más de 30 años. Sus
intérpretes eran un desconocido Mark Lee y un ascendente Mel Gibson, ya
encaminado al estrellato tras su repercusión internacional en “Mad Max,
salvajes de autopista”. No obstante, de
aquel film lo que más grabado se me ha quedado era la hábil utilización como
banda sonora del maravilloso “Adagio” de Tomasso Albinoni, majestuoso
contrapunto al dramático desenlace de la película.
Dramática fue la suerte que
corrieron los soldados australianos que combatieron en la batalla de Gallipoli,
península turca en la que se libró un cruento combate que a poco cambió el
destino de la I Guerra Mundial. A pesar
de una catastrófica derrota frente a los otomanos de Ataturk, la valentía de
los combatientes llegados del País de los Canguros, caídos con coraje y honor, hizo
que en su patria se comenzara a celebrar, cada 25 de Abril, fecha de la
refriega, el Día del ANZAC (siglas de “Australian and New Zealand Army Corps”,
es decir, “Cuerpos de Ejército Australianos y Neozelandeses”).
El protagonista de “El maestro
del Agua” es Joshua Connor, un humilde granjero australiano, zahorí aficionado,
cuyos tres hijos combatieron (y perecieron) en Gallipoli, el 25 de Abril de
1915. Cuatro años después del desastre, Connor
decide viajar a Turquía para tratar de recuperar los cuerpos de los retoños y
darles cristiana sepultura en Australia, donde deben descansar al lado de su
esposa, también fallecida…
No debe ser casualidad que
Russell Crowe, actor neozelandés criado en Australia, haya elegido precisamente
esta historia para su debut como realizador, quién sabe si como lisonjero
homenaje a la nación en la que se crió o como manchurrón vengativo en el
orgullo patrio de ese mismo país que, por no se sabe qué razones, se niega a concederle
la nacionalidad. Es decir: a partir de la base de una autoproclamada
historia real, Crowe adopta un punto de vista que pretende ser neutral, o al menos
alternar los puntos de vista tanto de los supuestos mártires australianos como de
los “pérfidos” turcos invadidos y que, al fin y al cabo, tan sólo se defendían.
Recordar que Russell Crowe actuó a
las órdenes de Peter Weir (recordémoslo:
realizador de “Gallipoli”) en “Master and Commander” no me parece una
inutilidad ni una fruslería, por cuento es evidente que “algo” del estilo o del
tono empleados por el también director de “El show de Truman” debe habérsele
pegado. Con todo, de donde más
influencias se perciben en la realización de “El Maestro del agua” es en “War
Horse” (“Caballo de batalla”) de Steven Spielberg, también ambientada en la I
Guerra Mundial y de la que se perciben planos y movimientos de cámara que no
pueden estar aquí por casualidad. Para
mí, el debut de Crowe en la dirección se salda con un relativo triunfo, irreprochable
en la puesta en escena aunque algo más discutible en la base argumental. Sin ir más lejos, el hecho de haberse
reservado el papel principal convierte a su personaje en un aventurero de
recursos casi ilimitados, cuando en realidad se trata simplemente de un humilde
granjero con la única habilidad de “adivinar” dónde pueden existir reservas de
agua; esa facilidad para enfrentarse al
peligro, esquivar las balas y darles su merecido a unos mafiosos turcos
resultan tan increíbles como casi risibles.
Pero la palma de la ñoñería se la lleva esa imposible historia de amor
metida con calzador, en la que el australiano y una improbable hotelera viuda que
más parece una muñeca de porcelana se enamoran imprevista e irremediablemente. Eso sí, Crowe está fabuloso como actor (como
casi siempre), Jai Courtney (al que odio con toda cordialidad) realiza su
interpretación menos execrable y el actor turco Yilmaz Erdogan se revela como
un consumado robaescenas. A la guapísima
Olga Kurylenko no se le puede negar su evidente belleza, pero haría bien en
prodigarse más en las pasarelas de moda y un poco menos (al menos de momento)
en las pantallas de cine.
Luis Campoy
Lo mejor: Russell Crowe como
actor, el sorprendente Yilmaz Erdogan, la fotografía
Lo peor: la manía de Crowe
de retratarse a si mismo como un supergladiador, la poco menos que ridícula historia
de amor
El cruce: “Gallipoli” + “War
Horse” + “Australia”
Calificación. 7 (sobre 10)
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