Ballet/ “EL LAGO DE LOS CISNES”

Cuando el gran compositor ruso Piotr Ilytch Tchaikovsky recibió el encargo de componer la música para el ballet “El lago de los cisnes”, tenía 35 años.  Y aunque hoy en día cueste creerlo, el más grande de todos, fue también su primer ballet.  Con todo, la obra no tuvo unos inicios fáciles:  dos años invertidos en su composición, severas discrepancias entre el compositor y el coreógrafo, y una gélida acogida por parte del público y la crítica.  Tuvieron que pasar 20 años para que la más famosa de las piezas de baile clásico empezase a forjarse su posición de privilegio en el exigente Olimpo de la danza…

Basándose en un cuento alemán titulado “El velo robado”, “El lago de los cisnes” cuenta la historia del joven príncipe Sigfrido, quien, con motivo de su vigésimo primer cumpleaños, recibe de su madre, la Reina, una bofetada de realidad:  la soberana le recuerda que ya es mayorcito y que va siendo hora de que se busque una esposa.  Tratando de demorar la llegada de la madurez, el príncipe y su camarilla se dirigen al lago, con el propósito de cazar algún bello cisne.  Pero en realidad, el cazador resulta cazado:  entre las hermosas aves, destaca una que parece ser, al mismo tiempo, cisne y mujer.  Sigfrido se enamora perdidamente de la bella Odette, ignorante de que es prisionera de un hechizo urdido por el pérfido brujo Von Rothbart.  Sigfrido y Odette se enamoran a primera vista y, como suele suceder en estos casos, se prometen amor eterno a las primeras de cambio.  Sin embargo, el pobre príncipe se queda anonadado cuando, al baile que se celebra en su honor, acude Von Rothbart disfrazado, acompañado de una bella joven que parece ser el reverso tenebroso de Odette:  se trata de Odile, la mismísima hija de Von Rothbart, que en su vestuario y en su comportamiento parece haber cambiando el blanco impoluto de Odette por una negrura de lo más premonitoria…

Mi último (y primero, debo confesar) acercamiento a “El lago de los cisnes” tuvo lugar anoche, en los cines Acec Almenara de Lorca.  Se trató de una representación en directo celebrada en la Royal Opera House de Londres y que fue retransmitida a más de 1000 cines de todo el mundo.  La calidad de la propuesta y la espectacularidad de su puesta en escena venían acompañadas de una duración que me dejó petrificado (3 horas), y de un precio tan inesperado como prohibitivo:  16 euros.  La anfitriona del evento era la célebre bailarina Darcey Bussell, de 45 años, cuya misión era realizar todo tipo de comentarios y entrevistas a gente como Anthony Dowell (productor), Ross McGibbon (director de escena) o Boris Gruzin (director de orquesta).  El elenco lo encabezaban la rusa Natalia Osipova en el doble papel de Odette/Odile, el canadiense Matthew Golding como Sigfrido y el británico Gary Avis en la piel del maléfico Von Rothbart.

Desde mi faceta de absoluto neófito, debo decir que mi impresión fue que iniciarse en el mundo del ballet con “El lago de los cisnes”…  es un calamitoso error.  Como he dicho anteriormente, un espectáculo en cuatro actos que alcanza una duración de tres horas exige una concentración y una complicidad que descubrí, con todo mi pesar, que yo no poseía.  Vamos, como si pretendemos que la primera película que vea un niño sea “El acorazado Potemkin”, o como si nos empeñamos en que el primer acercamiento a la lectura por parte de un iletrado sea “Tiempo de silencio” de José Luis Martín Santos.  Todo en la vida requierE de un proceso y conlleva la culminación de unos logros graduales, y a mí la obra magna de Tchaikovsky se me hizo eterna e indigesta.  Tened en cuenta que no hay diálogo, ni siquiera canciones, y que todo se narra únicamente en base a la música y a las coreografías.


Eso sí, supe apreciar como cualquiera la maravillosa composición de Natalia Osipova, tanto en el “Acto blanco” (el segundo, en el que encarna a Odette) como en el “Acto negro” (el tercero, cuando da vida a Odile);  viendo a esta sílfide soviética, uno comprende de golpe todos los sacrificios que conlleva ser una prima donna de la danza, y por qué todas las jóvenes bailarinas del mundo entero sueñan con asumir algún día este doble y fantástico papel.  Una que en su día lo logró fue la presentadora Darcey Bushell, cuya soltura y saber estar también me cautivaron, así como su perfecta pronunciación de la lengua de William Shakespeare.

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