La
supervivencia del espíritu humano
Como no hay dos sin tres, hoy
culminamos un primer ciclo de comentarios de películas recientes ambientadas en
la no tan lejana II Guerra Mundial. Es curioso
que en fechas tan próximas (y además navideñas, para más INRI) hayan coincidido
los estrenos de tres films que reflejan aspectos tan diferentes de un mismo y
letal conflicto: la guerra sucia y
directa que se experimentaba en los campos de batalla (“Corazones de acero”), la
guerra psicológica que se vivía en los despachos de la inteligencia militar (“The
Imitation Game”) y, ahora, la guerra entre la crueldad y la dignidad que se
libraba en los campos de concentración. (A
este respecto, recuerdo aquella línea memorable del guión de “Ser o no ser” de
Ersnt Lubistch, cuando el oficinal nazi al que interpretaba Sig Ruman decía aquello
de “Así que me llaman Campo de Concentración
Erhardt… Es cierto, nosotros ponemos
el campo y los judíos se concentran…”).
Pero no es en un campo de
concentración alemán donde transcurre gran parte de la acción de “Invencible”,
la segunda película como directora de la actriz Angelina Jolie, sino en uno
japonés, con fama de ser tanto o más duro que los germanos. La historia, también basada en hechos reales,
tiene como protagonista a un joven llamado Louis Zamperini, norteamericano de
ascendencia italiana, que creyó poder encauzar su existencia de pilluelo
callejero merced al atletismo. De hecho,
llegó a participar en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, sólo para después
alistarse en la fuerza aérea estadounidense tras el bombarbeo de Pearl Harbor. Fue entonces, mientras volaba en un bombardero
B-24, cuando, acribillado por los disparos de una escuadrilla nipona, el avión
se abatió sobre las aguas del Pacífico, y sólo Zamperini y otro compañero
lograron finalmente sobrevivir. Mas esta
historia de heroísmo y superación apenas acababa de empezar, ya que el joven
fue capturado por los japoneses y confinado en el horrendo campo de
concentración de Ofuna, lugar en el que permaneció durante la friolera de dos
años…
Si hace unas semanas nos
echábamos las manos a la cabeza ante la falta de identidad que sufría la puesta
en escena del último film de Tim Burton, “Big Eyes”, hoy deberíamos quedarnos
igualmente sorprendidos ante la revelación de que el guión de “Invencible” (“Unbroken”,
“Irrompible”, es su título original) tiene la firma de los Hermanos Coen. Los Coen, autores de una larguísima y
compacta filmografía que incluye títulos como “Fargo” o “El Gran Lebowski”, en
realidad fueron contratados para pulir el texto original de Richard La
Gravanese, pero lo cierto es que su huella no se vislumbra por parte
alguna. En todo caso, ni siquiera ellos
parece que supieron advertir los evidentes defectos de un film que podía haber
alcanzado cotas mucho más elevadas. Porque
“Invencible”, al igual que tantas otras películas-río que pudieron no serlo,
peca de grandilocuente al alargar innecesariamente casi todas sus
secuencias. En este sentido, la escena
que transcurre en la balsa y, sobre todo, la larguísima y repetitiva estancia
de Zamperini en el campo de concentración podrían haber tenido un efecto mucho
más impactante si su duración no hubiera dado lugar a que apareciesen los
primeros síntomas de aburrimiento.
Tampoco ha estado particularmente
inspirada Angelina Jolie a la hora de realizar el casting de su película. El protagonista, Jack O’Connell, cumple
discretamente su cometido, pero se hubiera echado en falta un actor capaz de
expresar más con una simple mirada.
Tampoco el malvado de turno, el comandante Mutsuhiro Watanabe, más
conocido como “El Pájaro”, al que da vida el rockero Miyavi, posée los mimbres
necesarios para transmitirnos gestualmente la malignidad y crueldad que sí
reflejan sus acciones. En ambos casos,
se echa en falta a actores más competentes, o, como antes solía decirse, más
carismáticos.
Pero la impresión final que deja la
visualización de “Invencible” es la de haber presenciado una cinta emotiva,
emocionante e inspiradora, un canto a la dignidad, la entereza y el amor
propio. Es obvio que todos estos
parámetros están subrayados sistemática e indisimuladamente casi en cada
secuencia, lo que llega a cansar un poco al provocar reiteradamente el “deja vu”,
pero no es menos cierto que la fotografía, la música y la certeza de que
estamos presenciando una monumental historia verídica, una oda a la humanidad
frente a la inhumanidad, consiguen que salgamos del cine con muy buen sabor de
boca.
Luis Campoy
Lo mejor: la música de
Alexandre Desplat, la fotografía de Roger Deakins, el aroma a historia real
Lo peor: el abuso
reiterativo de algunas situaciones, la falta de carisma del dúo protagonista
El cruce: “El puente sobre
el Río Kwai” + “Feliz Navidad, Mr. Lawrence” + “Carros de fuego”
Calificación: 7 (sobre 10)
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