Musical para iniciados
Soy el mayor fan de los musicales… al menos, a este lado del océano. En serio, es el musical uno de mis géneros
favoritos, al que con frecuencia recurro en los momentos de bajón. Todos o casi todos me gustan, unos más que
otros, pero siempre encuentro inspirador el maravilloso aliciente de que las
canciones se alternen con los diálogos recitados. En el caso que hoy nos ocupa, nos hallamos
ante una de las grandes obras de uno de los genios del género: el insigne Stephen Sondheim.
“Into The Woods” se estrenó en San
Diego en 1986, y en Broadway un año después.
Con libreto de James Lapine y canciones del citado Stephen Sondheim,
pretendía ofrecer una relectura de los cuentos de hadas, que primero mezclaba
en una divertida coctelera y, finalmente, alteraba irreversiblemente aportando
una serie de finales inesperados.
Durante estos casi treinta años, la fama y la reputación de “Into the
Woods” no han hecho sino crecer, hasta que, después de varios intentos, por fin
ha dado el salto al cine, de la mano de un “experto” como Rob Marshall, quien
ya había adaptado anteriormente “Nine” y, especialmente, “Chicago”, ganadora de
varios oscars.
La trama de “Into the Woods”
(tercera película de la que hablo esta semana, y tercera cuyo título no se ha
traducido; el significado vendría a ser “Dentro
del bosque”) arranca cuando el Panadero y su mujer, que llevan años tratando
infructuosamente de ser padres, reciben la visita de la Bruja, que les ofrece
la fertilidad a cambio de 4 mágicos objetos:
la capa de Caperucita Roja, la vaca del joven Jack, el pelo de Rapunzel
y el zapato de Cenicienta. Naturalmente,
habiendo una bruja de por medio, las cosas no saldrán exactamente como estaban
previstas…..
A la hora de adaptar cualquier
obra, del medio y del género que sea, es preciso decidir el grado de fidelidad
con el que se va a llevar a cabo la traslación.
Los musicales suelen ser objeto de bastante escarnio en este sentido,
modificando el tono, quitando o poniendo canciones o alterando la estructura
primigenia. “Into the Woods” no ha sido
la excepción, si bien no sería justo decir que su pequeña “infidelidad” haya
generado mayores problemas. De hecho, la
puesta en escena de Rob Marshall es brillante y majestuosa, aun a pesar de que
nunca deja de notarse que los inmensos bosques del título han sido recreados en
gigantescos platós. Tampoco la
participación de famosos actores que no son cantantes profesionales supone un
serio quebranto, pues casi todos ellos entonan sin desafinar demasiado. No, al final resulta que lo que acaba
fallando en “Into the Woods” no es sino su propia naturaleza, su propia
esencia. En primer lugar, aun siendo
imposible negar la belleza de algunas melodías, ninguna de las canciones es
realmente pegadiza (a excepción, quizás, de “No One Is Alone”), por lo que
difícilmente puedes identificarte con ellas en una primera audición; pero lo más significativo es el cambio
abrupto que experimentan tanto la trama como el tono cuando, faltando aún más
de media hora de metraje, todos creemos que la trama ha alcanzado su
culminación y, de repente, empiezan a pasar cosas que no por sorprendentes resultan
interesantes. El desconcierto invade la
platea (o al menos, invadió mi butaca), y durante ese tramo final sólo desée
que las voces se apagaran cuanto antes.
No, no ha sido “Into the Woods”
el musical que más me ha complacido, si bien es verdad que se trata de un espectáculo
“diferente”, fruto del talento muy particular de un Stephen Sondheim que últimamente
sacrifica la comercialidad en aras de su muy respetable concepción de la
belleza. Eso sí, se merece mi aplauso la
entrega y el buen hacer de todos los intérpretes que desfilan por la pantalla,
desde Meryl Streep, que encarna a la Bruja, hasta Johnny Depp, que incorpora a
un Lobo algo pederasta, pasando por James Corden, Emily Blunt o Chris Pine, con
mención especial al joven Daniel Huttlestone, que fuera Gavroche en “Los
Miserables” y aquí se convierte en el chaval que cambió su vaca por un puñado
de habichuelas mágicas. No, magia no le
falta a “Into the Woods”, pero tampoco puede decirse que irradie grandes dosis
de energía y entretenimiento.
Luis Campoy
Lo mejor:
la puesta en escena de Rob Marshall
Lo peor:
el brusco cambio de tono que se produce en el tercio final
El cruce:
“En compañía de lobos” + “Erase una vez” + “Chicago”
Calificación:
6 (sobre 10)
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