El arte de compartir lo que se ama
(CD LCF11074)
Muchas veces, una interpretación
exagerada del amor y la generosidad nos lleva a cometer las mayores locuras.
Cuando nos gusta algo, cuando nos gusta verdadera y profundamente, podemos sin
darnos cuenta devenir en una especie de fascismo sentimental que obliga a
quienes nos rodea a compartir nuestras aficiones, sin tener la menor opción de
negarse o resistirse. Claro que, como digo, ¿puede ser realmente censurable un,
digamos, licito intento de compartir nuestras pasiones con aquéllos a quienes
queremos....?
Desde que descubrí el musical “Les Miserables" hace ya bastantes años, no he podido o no he querido guardarme para mi una obra que, desde mi punto de vista, ostenta tanta calidad y tanta belleza. Eso quiere decir que mis familiares y amigos han venido siendo beneficiarios o víctimas, perjudicados o agraciados, según se mire, por las sucesivas y reiteradas audiciones de la magna obra de Claude-Michel Schönberg (partitura) y Alain Boublil (libreto) basada en la novela de Víctor Hugo. Las veces que he escuchado el disco o visionado el concierto conmemorativo del décimo aniversario del estreno londinense serían incontables, por no hablar de los viajes en coche en los que nos han acompañado el redimido Jean Valjean y el inflexible inspector Javert. Pero claro, no basta con “obligar" a mis allegados a oír un puñado de canciones.... hay que conseguir que las amen también, que las reconozcan, que aprendan a valorar el espectáculo en su justa medida. ¿Y cómo conseguirlo? Con tesón, con paciencia, con perseverancia, y brindándoles lo más dulce del pastel, de lo bueno..... lo mejor. Poco a poco, en mi mente fue gestándose la idea de realizar una recopilación, una selección de los temas más bellos y más significativos de un musical que, representado, dura dos horas y media y contiene mas de cuarenta canciones. Lo cierto es que la mera criba hubiera podido realizarse de modo más o menos rápido y sencillo, pero, ya puestos, decidí que merecía la pena desarrollar la idea de un modo lo más atractivo e instructivo posible. “Les Miserables" se lo merece.
Tal y como escribí en un largo y
laborioso articulo publicado hace un año en este mismo blog, existen cinco
versiones de “Les Miserables" que todo buen aficionado debería conocer.
Para empezar, el disco conceptual francés publicado en 1980 y que fue el que
originó el fenómeno posterior; en segundo lugar, la grabación del estreno en
Londres de 1985, así como el correspondiente a la representación norteamericana
en Broadway (1987). También es preciso conocer el triple disco que contiene la
Versión Sinfónica de 1988, el único que contiene todas y cada una de las
canciones que engloba la función teatral. Finalmente, yo recomiendo a todo el
mundo la grabación del maravilloso concierto (1995) que celebraba el décimo
aniversario de la subida de telón en la capital británica.
Así pues, lo primero que determiné que
había que hacer era cribar las canciones más bellas que pudieran caber en un
disco convencional de 80 minutos, y, acto seguido, decidir cuál era la mejor
versión de cada una. En el caso del "Prólogo", la tarea era especialmente
fácil, pues ni el álbum francés ni el británico contienen ese número. Como quiera que el del concierto viene
precedido de aplausos y el de la versión sinfónica es un pelín menos brioso de
lo que a mí me gustaría, elegiría el de Broadway, recortándolo, eso sí, para
empalmarlo con el primer tema cantado del concierto, que no sólo posée los
mejores grupos corales sino que, muy adecuadamente, recibe por algo el merecido
apodo de “Dreamcast Concert” (concierto del reparto soñado). Porque una cosa que tuve clara desde el principio
era que los solos (es decir, las “arias” según la terminología operística) de
mi recopilación debían estar cantados por quienes para mí constituyen sus
mejores intérpretes. Así, Colm Wilkinson
(Londres, Broadway y Dreamcast Concert) debía ser Valjean, Philip Quast (version
sinfónica y Dreamcast Concert) sería Javert, Michael Ball (Londres, versión
sinfónica y Dreamcast Concert) tenía que ser Marius, Patti LuPone (Londres)
sería la Fantine ideal y Lea Salonga (DreamCast Concert) recrearía mi canción
favorita, el “On My Own” de la desdichada Eponine. Pero en seguida comenzaron a surgir los
problemas….
Cuando “adquirí” mi colección de
grabaciones de “Les Miserables” no pude permitirme el lujo de hacerlo “legalmente”,
de modo que la calidad de alguna de ellas no era todo lo perfecta que me
hubiera gustado, y ni siquiera pude recuperar la totalidad del álbum de
Broadway, ya que lo tenía grabado en uno de esos discos de 100 minutos que tan
de moda estuvieron años atrás pero que no son reconocidos por muchos lectores
de hoy en día. Así pues, tuve que volver
a descargarme la mayoría de estas ediciones, e incluso “estrené” mi cuenta de
iTunes para adquirir una copia legitimada del DreamCast Concert. Una vez en el ordenador todas las cinco
versiones que enumeré anteriormente, ya podía llevar a cabo la selección en sí
misma, tarea que me llevó todo un fin de semana y aún tendría que retocar más
adelante. Como dejé claro hace unos
párrafos, quería no sólo que apareciesen las canciones más hermosas, sino también
que la audición fuese cronológica y todo lo comprensible que los 80 minutos del
disco permitían. Haciendo gala de mis
rudimentarios conocimientos de edición musical, realicé una versión de “Lovely
Ladies” (el tema en que Fantine, una vez despedida de la fábrica de Valjean, se
ve obligada a trabajar como prostituta) de apenas 1:31 minutos, cuando la
original de Londres dura 4:31; edité lo
mejor que pude “Little People” (la pegadiza canción infantil del pequeño Gavroche)
y “On My Own” (que no me canso de decir que es mi tema preferido) y logré una
versión de “Red and Black” (el tema insignia de los estudiantes
revolucionarios) por primera vez desligada del resto del número conocido como “ABC
Café”. Lamentablemente, ni siquiera de
ese modo me cabían todas las canciones que hubiese querido, y me dolió
particularmente tener que prescindir de “Javert’s Suicide” (que, al fin y al
cabo, no es sino una repetición del “Soliloquio” inicial de Valjean sólo que
desde el punto de vista del Inspector).
Culminada la parte estrictamente
musical, la tarea no había hecho más que empezar. Ya dije antes que no me bastaba con acariciar
los oídos de mis potenciales oyentes, sino que también quería que tuviesen toda
la información posible sobre el argumento de la obra y, por qué no, seducirles
también con el aspecto visual de la presentación. La redacción de los textos explicativos de lo
que va sucediendo en cada canción me ocupó otro fin de semana, y al final lo
que hice fue narrar la totalidad del argumento de la función, incluyendo lo que
acontece en las canciones que se me quedaron en la mesa de edición. Ahora había que trasladar las palabras al
papel… pero no a un papel
cualquiera. Me decidí por el papel
fotográfico de 140 gramos por el brillo que potencia los colores, y, cómo no,
por su grosor y resistencia, ya que era obvio que iba a tener que “fabricar” un
cuadernillo en el que las hojas irían impresas a doble cara. Decidir cuál sería la portada de mi selección
fue relativamente sencillo: no podía ser
o no quería que fuese ni la original francesa, ni la de Londres o Broadway,
porque, en tal caso, ya no sería “mi” obra, mi creación. Seleccioné un poster y lo retoqué para darle
el formato de 120 x 120 mm que exige cualquier carpetilla de CD, y para la
contraportada pensé que lo mejor sería buscar fotos de los artífices del
musical. Víctor Hugo (insigne
novelista), Claude-Michel Schönberg (compositor), Alain Boublil (letrista),
Cameron Mackintosh (productor) y Herbert Kretzmer (autor de las letras en
inglés) figuran regios y solemnes, orlados por algunas instantáneas de los
números más famosos y reconocibles del evento.
Por lo que respecta a los retratos de los cantantes destacados (Colm
Wilkinson, Philip Quast, Patti LuPone, Michael Ball, Lea Salonga, Leo Burmester
- que seleccioné como intérprete del mesonero Thenardier en “Master of the House”-
y Anthony Warlow – voz de Enjolras, el líder revolucionario, en “Red and Black”
y “Do You Hear the People Sing?” -), aparecerían en la trasera del estuche,
bajo el listado de canciones. Por cierto
que construir tal listado tampoco fue cosa fácil, ya que no quise escribir sin
más el nombre de cada canción, sino que junto a éste especifiqué la procedencia
del tema (Broadway Cast, London Cast, etc.) y se me ocurrió redondearlo
escribiendo el nombre de los cantantes respectivos. Claro que ¿cómo diablos se llama el
intérprete del Obispo en el DreamCast Concert?
¿Quién interpreta al capataz de la fábrica en “At the End of the Day”
según la versión sinfónica? ¿Cómo se
llamaban los niños que hicieron de Cosette en Londres y de Gavroche en la
versión sinfónica? Me dejé los ojos
hurgando en las entrañas de internet, aunque creo que al final mereció la
pena. Pero volvamos a la carpetilla en
la que debían figurar los textos que tanto me costó escribir. Pasarlos de Microsoft Word a CorelDRAW (el
programa de maquetación que llevo utilizando más de quince años, a falta de
lanzarme a por el PhotoShop) sabía que no iba a ser muy complicado, pero una
cosa es ver las letras en la pantalla, y otra muy distinta transportarlas al
papel. Las carpetillas de los CDs se
imprimen en láminas de papel de 120 mm de alto por 240 mm de ancho, que luego
se doblan por la mitad, y claro está, han de ser impresas por delante y por
detrás. Llevar mi narración de “Les
Miserables” al papel me iba a ocupar exactamente 5 hojas, y tuve que ajustar el
texto procurando que el tamaño de la letra resultase legible (seleccioné Calibri
de 9 puntos). Pero claro, no puedes
imprimir las 14 caras interiores de una tirada ni en orden consecutivo. La lámina de papel que lleva por el lado
brillante la portada y la contraportada también tiene que llevar, por el dorso
opaco, la página 1 (a la izquierda) y la 14 (a la derecha) de la narración. La siguiente hoja, debe llevar por fuera las
páginas 2 y 13, y por dentro, la 3 y la 12…
y así sucesivamente, teniendo en cuenta que en algunas de las páginas
también incluí alguna foto y éstas debían quedar en el lado brillante del
papel. En un alarde de narcisismo, ubiqué
por todos lados mi particular “copyright”, para que quedara constancia del
autor y el año de ejecución y constara fehacientemente que se trataba de una
obra… única.
Una vez impresas las 5 hojas por las dos
caras, las recorté con mimo, las doblé meticulosamente y, una vez rechazada la
idea inicial de graparlas, las pegué cuidadosamente. El resultado: un horror.
Por mucho que me había esmerado, la impresión no había sido perfecta y
los bordes de las hojas interiores sobresalían de la portada. Traté de recortarlo, pero, al hacerlo, se
perdieron algunos márgenes de dentro.
Volví, pues, a imprimir las 5 hojas, teniendo cuidado de reducir
ligeramente las dimensiones de las caras interiores y aumentar levemente los márgenes. Cuando ya lo tenía todo recortado, doblado y
pegado, un hilito de pagamento cayó sobre la portada, y, al retirarlo, se llevó
detrás una tirita de color.
Evidentemente, me creí en la obligación de volver a imprimir todas las
hojas, logrando, esta vez, lo más parecido a lo que yo soñaba. Claro que, al ir a meter la carpetilla por el
interior de las guías de la cajetilla de plástico, descubrí con horror que a)
era demasiado voluminosa y b) al forzarla, la portada y la contraportada resultaron
arañadas. ¿Qué hacía entonces? ¿Resignarme a tener mi “obra maestra” dañada
y, encima, no atreverme a sacarla para no incrementar los arañazos…? Obviamente no, así que se me ocurrió realizar
una doble carpetilla: una, la que se
quedaría permanente ligada al estuche de plástico, y otra, que iría en el
interior, suelta y fácilmente extraíble y manipulable… pero claro, más estrecha de lo previsto. Volví a retocar las medidas en Corel y de
nuevo la imprimí (y ya casi perdí la cuenta de las veces que había tenido que
hacerlo), logrando un resultado que al fin me satisfizo.
Sólo quedaba un pequeño detalle, y era
el CD propiamente dicho. Después de
tanto trabajo, ¿iba a conformarme con escribir con rotulador y a mano el nombre
de la obra? Estaba claro que no, así que
eché mano de un paquete de etiquetas adhesivas para CD’s que adquirí bastantes
años atrás, y no paré de probar y probar hasta que logré que sobre el disco
quedase impresa y perfectamente encajada la misma imagen de la portada. El trabajo había finalizado… y ya podía sentirme mínimamente orgulloso.
Ahora, ya puedo abordar a mis inocentes víctimas
con arte y alevosía, para tratar de que, sin más excusas, se entreguen a la
causa de “Les Miserables” como yo me he entregado. Bromas aparte, por fin he conseguido tener en
la palma de la mano y accesible para cualquiera, no sólo la música, sino
también la explicación pormenorizada del argumento y las fotos de la
representación del mismo, así como el rostro de sus artífices. Para mí, ésto no tiene precio.
Por cierto que, si todo marcha según lo
previsto, en febrero dará comienzo el rodaje de la versión cinematográfica de “Les
Miserables”, que ha sido asignada al oscarizado Tom Hooper (“El discurso del
Rey”) y que, según la casi infalible IMDB, protagonizarán Hugh Jackman
(Valjean), Russell Crowe (Javert), Anne Hathaway (Fantine), Sacha Baron Cohen
(Mr. Thenardier), Helena Bonham Carter (Mme. Thenardier) y Eddie Redmayne
(Marius), con vistas a su estreno el día 28 de Diciembre de ese mismo
2012. Lo malo es que, leyendo esa fecha malsonante,
sólo se me ocurre pensar una cosa: ¿será
una inocentada…?
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