Cine actualidad/ "CONAN, EL BÁRBARO"


Barbarie digital y previsible

Hace casi 30 años, en 1982, un sábado por la tarde acudí al Cine Navas de Alicante con mi amigo Josué y su hermana.  La película, una adaptación de un comic que tiempo atrás había publicado la omnipresente Marvel, se titulaba “Conan, El Bárbaro”, y la protagonizaba un caballero cuyo apellido era absolutamente impronunciable.  Pero en realidad ése no era el origen del mito, sino una serie de relatos que el escritor Robert E. Howard comenzó a publicar en 1932 y en los que se narraban las aventuras de un brutal guerrero cimmerio, en un entorno primitivo de espada y brujería.  El film, que, sorprendentemente, contaba con un guión escrito por el más adelante prestigioso Oliver Stone, fue un considerable éxito de taquilla, y propició la realización de una secuela legítima y una apócrifa, además de imponer toda una moda basada en este género de machos alfa hiper musculados, violentos y apenas vestidos con una faldita o un taparrabos.

Han tenido que transcurrir casi tres décadas para que el bueno de Conan regrese a la gran pantalla, aunque el tiempo no perdona y, en lugar del ya ex-governator Arnold Schwarzenegger, quien empuña la espada salvaje es otro musculitos con mirada torva, Jason Mamoa.  La historia también ha experimentado algunas mínimas diferencias con respecto a la que se narraba en el primer film de John Milius, pero, en líneas generales, se mantiene en torno a los patrones conocidos.  Conan es el hijo del jefe de su tribu guerrera, y es tan guerrero que nació en pleno campo de batalla, merced a una de las cesáreas más veloces que se han visto en la pantalla.  Cuando su aldea y su propio padre son masacrados por un villano megalómano con pretensiones de convertirse en dios, Conan escapa y, en el devenir del tiempo, se convierte en mercenario, pirata y ladrón.  Sin embargo, es la idea de la venganza lo que le mantiene vivo, sabedor de que el destino le pondrá algún día en el camino del asesino de su padre…

Cuando se dio luz verde al nuevo “Conan The Barbarian”, muchos nos alegramos…  pero cuando se supo que el director asignado era el alemán Marcus Nispel, casi todos nos echamos a temblar.  Nispel tiene en su haber la realización de hasta ¡cuatro! remakes (“La matanza de Texas”, “Frankenstein”, “Pathfinder, El guía del desfiladero” y “Viernes 13”), y a esa nula originalidad temática se le ha venido sumando una considerable mediocridad artística.  ¿Fue una sabia decisión que los productores de la película contrataran a un realizador a todas luces poco dotado?  Bueno, como dije en el artículo sobre “Capitán América, El Primer Vengador”, a veces de lo que se trata es de que se ruede rápido, con un mínimo de profesionalidad, y con el presupuesto a salvo de malhadados dispendios.  Pedirle peras al olmo no se puede o no se debe, y, ¿qué diablos?, tampoco cabe atribuir todo aquéllo que nos irrita de “Conan 2011” al pobre Marcus.  Ya el guión peca de una simpleza que asusta, quizás para huir de la grandilocuencia del que escribiese Oliver Stone, y en la historia lo que priman son las batallas y batallitas, a cada cual más bárbara, hasta un desenlace que, obviamente, sabe a poco.  No tengo nada que objetar a Jason Momoa, que, sin ser un actorazo, al menos sí le da a su personaje un punto de brutalidad casi inocente, justificada en su propia conciencia por el entorno bestial en el que le ha tocado vivir.  Claro que ese determinismo podía haberse visualizado con menos decorados digitales y un poco más de ambición estética, ¿no?.  La diferencia entre un artesano y un creador consiste en que el primero se limita a ubicar la cámara y dejar que los actores se muevan alrededor de ella, mientras que el segundo se esfuerza por crear belleza, crear innovaciones plásticas, crear personajes inolvidables, crear momentos memorables…  crear al fin y al cabo.  Como tantas veces he dicho antes, la realidad es que este “Conan El Bárbaro”, espadazo más, pixel menos, en poco se diferencia de aquéllos péplums con decorados de cartón piedra que veíamos en el salón de actos del colegio tantísimos años atrás.  Incluso diría que el abuso de la tecnología digital y la poca imaginación de su realizador la convertirán muy pronto en carne de videoclub (es decir, si los videoclubs aún existieran) sin una sustancial pérdida de esencia, por no decir en pasto de desaprensivas televisiones, en cuyas emisiones bien poco nos dolerá que los interminables cortes publicitarios la masacren.

Ah, se me olvidaba, además de Jason Momoa (o “Mamona”, como empiezan a llamarle sus detractores), que al parecer es uno de los protagonistas de la celebrada serie “Juego de tronos”, otros actores que intervienen en “Conan El Bárbaro” son Stephen Lang (uno de los mejores villanos de la actualidad, pluriempleado desde que lo bordó en “Avatar”), Rose McGowan (que sigue igualmente “embrujada” aunque ahora aparece paliducha y medio calva), Rachel Nichols (en otro de esos ridículos papeles de heroína mona pero prescindible) y el gran Ron Perlman, una “bestia” haciendo de bestial padre del héroe.  Qué diablos, si es que, además de a Schwarzie, incluso se echa de menos a Falconetti, a Jorge Sanz y hasta a la pobre Nadiuska...  Aunque lo que más se añora del “Conan” de 1981 es la música que compusiera Basil Poledouris, simplemente una de las mejores partituras de la historia del cine, y ante la que la que ahora ha escrito Tyler Bates tiene muy poco que hacer.

Luis Campoy

Lo mejor:  la violencia explícita, necesaria para comprender al personaje
Lo peor:  la poco imaginativa realización, el exceso de efectos digitales, los tópicos diálogos, la supuesta protagonista femenina
El cruce:  “Conan El Bárbaro” (1982) + “Conan El Destructor” + “El Señor de los Anillos” + “Centurión”
Calificación:  6 (sobre 10)

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