He estado dos semanas de vacaciones y he respetado tanto la inactividad propia de tales fechas, que no he escrito ni una línea en ninguno de mis blogs. Es por ello que, aun a fuerza de hacerme pesado y aun a costa de indignar todavía más a los enemigos del fútbol, me veo obligado a trazar una pequeña pincelada sobre el estado de gracia en que vive el deporte español. Naturalmente, de lo que todo el mundo aún continúa hablando es de la extática victoria de nuestra Selección balompédica, en ese poco menos que dantesco encuentro frente a unos holandeses cuyos pies no tuvieron el aroma del queso sino la contundencia del plomo. ¡Pandilla de salvajes...! Con un ex-barcelonista (Van Bommel) en primera línea de fuego, repartiendo estopa a diestro y siniestro y practicando tanto o más karate que fútbol, los tulipanes plantearon una muy buena primera parte (violenta, sí, pero ejerciendo muy bien la contención), aunque el talento español emergió durante la segunda mitad, si bien no fue hasta prácticamente el último minuto de la prórroga cuando don Andrés Iniesta, el Jinete Pálido, marcó el segundo de sus goles míticos, un gol que nos puso a todos en pie y a muchos nos dejó roncos durante días. Cuando Iker Casillas levantó la Copa, España enloqueció, y ni siquiera Cataluña fue una excepción: no hay que olvidar que todos, todos, pero todos los goles del combinado patrio habían sido obra de jugadores barcelonistas. En fin, que somos Campeones del Mundo, my friend, por mucho que un rocambolesco Snejder tuviese la osadía de declarar al día siguiente que "el árbitro les había perjudicado". Hay que tener la cara muy dura para excusarse en un tópico tan socorrido (y tan falso), máxime cuando lo que sucedió ya estaba incluso escrito, con tinta segregada por un Pulpo Paul que se ha convertido poco menos que en nuestra mascota.

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