Cine/ "SEÑALES DEL FUTURO"



Chasco apocalíptico

Me vais a perdonar que, por una vez, introduzca en un artículo un importante SPOILER; si no lo hago, no voy a poder expresarme con la suficiente claridad, y, además, como suele decirse, si no lo hago… reviento. Pero ¿qué demonios es un “spoiler”? Se trata de un dato referido a una película (o novela, u obra de ficción de cualquier tipo) que, normalmente, no debería facilitarse a aquellos espectadores o lectores que aún no han disfrutado la obra en cuestión, ya que podría chafarles la posible sorpresa de su desenlace. Sin embargo, en un caso como el de “Señales del futuro”, considero que contar el final es absolutamente necesario para explicar por qué, pudiendo haber sido una película excelente, se queda simplemente en una película frustrante (y frustrada) y decepcionante. Su director se llama Alex Proyas y en su bagaje se incluyen tres films más que aceptables, todos ellos adscritos al género fantástico: “El cuervo”, “Dark City” y “Yo, robot”. En los primeros minutos de “Señales del futuro”, Proyas demuestra un dominio considerable de la técnica cinematográfica, sobre todo a la hora de retratar el contraste entre los luminosos años 50 y la oscura época en la que ahora vivimos. El film da comienzo en 1959, cuando los niños de un colegio estadounidense (¿cómo no?) introducen en una “cápsula del tiempo” (un cilindro metálico diseñado para conservar su contenido aséptico e inmutable) una serie de dibujos en los que plasman su infantil visión del mundo futuro. Una de las alumnas, sin embargo, lo que confía a la cápsula temporal es solamente un papel en el que escribe una inacabable sucesión de números, que van a parar, una vez abierto el cilindro 50 años después, a un niño con problemas de audición cuyo padre, un profesor de astrofísica (Nicolas Cage), no tardará en descubrir un tremendo secreto: los números reflejan las fechas en las que se han producido terribles tragedias o desastres naturales comprendidos entre 1959 y 2009, además del número de muertos que se cobró cada suceso y las coordenadas terrestres de cada uno de los emplazamientos. ¡La niña de 1959 había realizado un sinfín de profecías… y tres de ellas están a punto de cumplirse!. La primera de ellas se refiere a un accidente de avión que tiene lugar a escasos metros del profesor, la segunda es un descarrilamiento del Metro de Nueva York que el personaje de Cage, aun proponiéndoselo, no puede evitar, y la tercera y última… nada menos que el fin del mundo. ¿A que el argumento, así contado, resulta de lo más interesante? Con algunos pequeños reparos debidos a ciertos apuntes de guión que recuerdan la habitual ñoñería y sensiblería inherentes a, por ejemplo, Steven Spielberg, el director Alex Proyas consigue atrapar al espectador, fascinarlo gracias su cuidada planificación, su fotografía llena de claroscuros y, especialmente, una sobresaliente partitura de Marco Beltrami que recuerda poderosamente a Bernard Herrmann. Incluso la aparición de unos misteriosos personajes a los que, en principio, tan sólo se divisa desde lejos, contribuye a acentuar la sensación de misterio que en ocasiones se aproxima al terror. Sin embargo, en la última parte del film se introducen algunos cambios conceptuales que dan al traste con todo lo bueno que hasta ese momento habíamos disfrutado. En primer lugar, el profesor Nicolas Cage pretende ser más listo que el FBI y trata, él solito, de impedir un posible atentado que va a tener lugar en el Metro neoyorquino; a continuación, se revela que los extraños seres que se aparecen a los protagonistas son ¡¡extraterrestres!!; por si fuera poco, una vez llegado el día del Fin del Mundo, descubrimos que, tanto el niño protagonista como la nieta de la profetisa infantil (que son los únicos en oir en sus mentes la “voz” de los alienígenas), han sido elegidos por los visitantes para procrear una nueva raza humana, por lo cual son abducidos tras la llegada de ¡¡una nave espacial!! en la que se montan mientras sus salvadores revelan su verdadera apariencia. El careto que se le queda a uno cuando, tras un correcto planteamiento y un excelente desarrollo, se ve obligado a presenciar un desenlace tan estúpido, apenas puede describirse con palabras. Señor Proyas, que ésto no es ciencia ficción para niños (sin ir más lejos, la reciente y mediocre “La montaña embrujada”), que se suponía que iba a tratarse de una fábula apocalíptica respaldada por no pocos razonamientos científicos… El hecho de que se utilicen tan acertadamente tragedias recientes como el 11-S, el tsunami de Indonesia o el Huracán Katrina, que se muestre tan convincentemente el dolor de las personas, que incluso se consiga una buena interpretación de Nicolas Cage, para luego tirarlo todo por la borda llenando la pantalla de marcianitos y platillos volantes supone, simple y llanamente, un insulto para la inteligencia del Respetable. Pero lo peor es que, por si la visión de los E.T.’s y su nave espacial no era suficiente para producirnos vahídos e incluso retortijones, el epílogo final, con los niños vestidos de blanco impoluto, sus cabellos ondeando al viento, mientras corretean por un Edén paradisíaco, provoca verdaderos deseos de vomitar. Qué pena, qué desperdicio, tan buenas formas cinematográficas para tan risible y patética resolución. (Y repito: perdonadme por los spoilers).

Luis Campoy

Lo mejor: los primeros cuarenta y cinco minutos, el accidente aéreo, la música de Marco Beltrami
Lo peor: los últimos cuarenta y cinco minutos, los marcianitos y su nave espacial, el horrendo epílogo
El cruce: “Señales” + “El incidente” + “E.T.” + “Bambi”
Calificación: 5 (sobre 10)

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