Lo peor de la Navidad

Lo peor de la Navidad es que se termina. Se pasa, se va, y no vuelve hasta el año siguiente. En una de esas cajas, a veces (mal) llamadas “cestas” y que contuvieron botellas de vino y turrones, no caben las sonrisas, los villancicos y las pequeñas o grandes nostalgias acaecidas durante tantas fechas entrañables. A veces, ni siquiera caben las figuritas del Belén o las guirnaldas del árbol que las ocupaban antes de las Pascuas y que un día reemplazaron a los turrones y los vinos originales. Esta mañana, en el bar donde desayuno, aún seguía luciendo, altivo en su intermitencia, el abeto que custodia su entrada, y sobre la vitrina expositora seguía estando el Belén de cartulina recortado y coloreado por los hijos del propietario. Pero ¿de qué me quejo? En mi oficina las navidades siguen vigentes, en forma de enormes figuras policromadas que yo mismo, a instancias de mi querido encargado, distribuí sobre un lienzo de terciopelo encarnado, y que están condenadas a mantenerse en tal lugar en tanto en cuanto mi encargado no me ordene lo contrario. Por mi parte, el mismísimo día siete, en cuanto llegué de trabajar, me puse manos a la obra, y entre mi padre y yo desbaratamos todas las alegorías del Nacimiento que con tanta ilusión y algarabía mis niños colocaron o jalearon un mes atrás. Esa es otra razón para que el final de las Fiestas me ponga tan triste: cuando se instala el Belén tengo ayudantes infantiles y suenan de fondo los villancicos, mas, a la hora de retirarlo, mi único colaborador tiene ochenta y tres años y ni canta ni apenas oye (el pobre) las melodías navideñas… ni casi ninguna otra.
Comentarios
todo lo que empieza, acaba,
pero hasta dentro de doce meses,
en el que estaremos esperándola
otra vez, así es la vida...