Cine/ "EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS"
El Holocausto para niños
Para empezar, confieso que me cuesta mucho referirme a esta película según reza su (artificioso) título en español. Para mí, la traducción correcta de “The Boy in the Striped Pyjamas” no es “El niño con el pijama de rayas”, sino “El niño del pijama a rayas”, así que me disculparéis si en algún momento me confundo…
Como últimamente estoy leyendo tantos comics (consecuencia de compartir esta afición con mi hijo, que prefiere que yo lea los que le interesan y luego se los cuente), tengo un poco abandonada la lectura de libros, así que ni siquiera había oído hablar del de John Boyne que otorga su título y su razón de existir a la película, y que, según parece, ha sido uno de los más vendidos de estos últimos años. La acción, tanto de la obra literaria como de la cinematográfica, se inicia en el Berlín de finales de los años 30, donde Bruno, un niño de 8 años, vive en una lujosa mansión con su padre, militar, su madre y su hermana mayor. La vida de todos cambia cuando al padre lo trasladan a un nuevo destino donde, según explica a su familia, va a desempeñar una misión muy importante para su patria. Tan elevado cargo obliga a todos a mudarse a un caserón en el campo, donde Bruno observa que hay demasiados soldados y ningún amigo con quien jugar. Sin embargo, desde su ventana, el niño alcanza a divisar una especie de granja donde todos los “granjeros” van vestidos igual: se trata del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz.
Aunque se me antoja bastante improbable, confieso que no he podido constatar si hubiera sido históricamente posible que un niño de ocho años vulnerase la custodia paterna y transgrediera la vigilancia militar para aproximarse a un campo de concentración no una, sino diez, quince o veinte veces; desde luego, sí me parece absolutamente increíble que, con una simple pala, el mismo mozalbete fuese capaz de cavar un túnel por el que acceder al otro lado de la alambrada (si tan fácil es entrar, igual de sencillo hubiera sido salir, ¿o no?). Por lo tanto, creo que hay que afrontar “El niño con el pijama de rayas” no como una historia realista, sino como una especie de fábula con una moraleja terrorífica y brutal. Un cuento infantil en el que el ogro (el padre de Bruno) recibirá un muy merecido castigo a su perversidad, si bien el héroe no obtendrá un premio sino más bien… un martirio (perdón para quienes no hayan leído el libro ni visto la película).
Para justificar un final durísimo, mortalmente ejemplarizante como pocas veces se ha visto, tanto el novelista como el director no dudan en utilizar todas las trampas argumentales habidas y por haber. Yo mismo me pasé media película pensando, y a veces murmurando, cosas como “Hijos de puta”, “Cabrones” y otras lindezas semejantes dedicadas a esos monstruos nazis que tantísimo daño han hecho a la Humanidad y que aquí aparecen más malos e impíos que nunca. El padre de Bruno, sin ir más lejos, justifica cobardemente sus crímenes aludiendo a su condición de militar afecto a la obligación y al deber; a sus hijos y esposa los trata con frialdad y a los judíos como meros animales (llega a decir de ellos que “Ni siquiera son personas”), pero es que a su propio lugarteniente (un nazi malísimo y que, además, disfruta siéndolo: golpea brutalmente al niño judío amigo de Bruno, coquetea con la hermana de 12 años de éste y mata a palos al pobre judío al que explotan como esclavo), del que demuestra ignorar incluso su nombre de pila, no duda en denunciarlo tras averiguar que el padre de éste, intelectual y poco adicto al Reich, prefirió exiliarse antes de vivir bajo el yugo de Hitler. Joder, ¡qué canallas son todos estos tipejos!, ¡se merecen mil veces todo lo malo que les pueda venir!.
Pero no me malinterpretéis: cada cierto tiempo, es necesario que surjan manifestaciones de todo tipo que recuerden a la gente la barbarie que Adolf Hitler y los de su calaña cometieron, con el fin de que, a través de la revisión del pasado, se evite que tales atrocidades puedan volver a cometerse en el futuro. “La Lista de Schindler” y “La vida es bella” desempeñaron esta función hace unos años, y ahora le toca el turno a “El niño con el pijama de rayas”, y creo, sinceramente, que un film como el que nos ocupa debería ser de obligada visión en los colegios. Otra cosa es que la película en sí misma despliegue mejor o peor su armamento cinematográfico. Como he dicho antes, el guión no puede ser más manipulador y tendencioso, si bien es de agradecer que sus responsables hayan tenido el valor de desarrollarlo hasta sus últimas consecuencias. La dirección a cargo de Mark Herman (del que sólo he visto una película anterior, la simpática “Tocando el viento”) parece que intenta ser, paradójicamente, pulcra y aséptica, y, así, los momentos más duros no se visualizan directamente, sino que tan sólo conocemos sus consecuencias (de la cremación de los judíos únicamente vemos el humo que vomitan las chimeneas del campo; de la muerte del pobre Pavel, el médico reciclado en criado que cura la rodilla del niño protagonista, sólo percibimos el terrible sonido de los golpes; el dramático destino del desdichado Bruno apenas podemos intuirlo o verlo reflejado en los rostros de su familia, pues el plano final del film no muestra otra cosa que los “pijamas” de rayas de los prisioneros judíos, uniforme masificador durante su esclavitud y del que incluso deben despojarse en el momento de su muerte). La música del gran James Horner no es nada del otro mundo, si bien al menos logra no volver a plagiarse a sí mismo repitiendo por enésima vez las mismas melodías de “Braveheart” y “Titanic”. Y en el terreno actoral sólo cabe mencionar a la excelente Vera Farmiga, que ya me encantó en “Infiltrados”, al frío y antipático David Thewlis (el “ogro” del cuento) y al pequeño Asa Butterfield, que interpreta a Bruno y que parece haber sido clonado a partir de Joe Breen, el niño de “Las cenizas de Angela”, versión Alan Parker.
Acabo este comentario con una vuelta de tuerca sobre una conocidísima frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Si una película como ésta, con todos sus defectos, consigue mantener viva la memoria de la tragedia más horrorosa acaecida jamás en Europa y probablemente en el mundo entero, si, mostrando de nuevo aquella monstruosidad, se consigue que algo así jamás vuelva a repetirse, “El niño con el pijama de rayas” habrá merecido la pena.
Para empezar, confieso que me cuesta mucho referirme a esta película según reza su (artificioso) título en español. Para mí, la traducción correcta de “The Boy in the Striped Pyjamas” no es “El niño con el pijama de rayas”, sino “El niño del pijama a rayas”, así que me disculparéis si en algún momento me confundo…
Como últimamente estoy leyendo tantos comics (consecuencia de compartir esta afición con mi hijo, que prefiere que yo lea los que le interesan y luego se los cuente), tengo un poco abandonada la lectura de libros, así que ni siquiera había oído hablar del de John Boyne que otorga su título y su razón de existir a la película, y que, según parece, ha sido uno de los más vendidos de estos últimos años. La acción, tanto de la obra literaria como de la cinematográfica, se inicia en el Berlín de finales de los años 30, donde Bruno, un niño de 8 años, vive en una lujosa mansión con su padre, militar, su madre y su hermana mayor. La vida de todos cambia cuando al padre lo trasladan a un nuevo destino donde, según explica a su familia, va a desempeñar una misión muy importante para su patria. Tan elevado cargo obliga a todos a mudarse a un caserón en el campo, donde Bruno observa que hay demasiados soldados y ningún amigo con quien jugar. Sin embargo, desde su ventana, el niño alcanza a divisar una especie de granja donde todos los “granjeros” van vestidos igual: se trata del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz.
Aunque se me antoja bastante improbable, confieso que no he podido constatar si hubiera sido históricamente posible que un niño de ocho años vulnerase la custodia paterna y transgrediera la vigilancia militar para aproximarse a un campo de concentración no una, sino diez, quince o veinte veces; desde luego, sí me parece absolutamente increíble que, con una simple pala, el mismo mozalbete fuese capaz de cavar un túnel por el que acceder al otro lado de la alambrada (si tan fácil es entrar, igual de sencillo hubiera sido salir, ¿o no?). Por lo tanto, creo que hay que afrontar “El niño con el pijama de rayas” no como una historia realista, sino como una especie de fábula con una moraleja terrorífica y brutal. Un cuento infantil en el que el ogro (el padre de Bruno) recibirá un muy merecido castigo a su perversidad, si bien el héroe no obtendrá un premio sino más bien… un martirio (perdón para quienes no hayan leído el libro ni visto la película).
Para justificar un final durísimo, mortalmente ejemplarizante como pocas veces se ha visto, tanto el novelista como el director no dudan en utilizar todas las trampas argumentales habidas y por haber. Yo mismo me pasé media película pensando, y a veces murmurando, cosas como “Hijos de puta”, “Cabrones” y otras lindezas semejantes dedicadas a esos monstruos nazis que tantísimo daño han hecho a la Humanidad y que aquí aparecen más malos e impíos que nunca. El padre de Bruno, sin ir más lejos, justifica cobardemente sus crímenes aludiendo a su condición de militar afecto a la obligación y al deber; a sus hijos y esposa los trata con frialdad y a los judíos como meros animales (llega a decir de ellos que “Ni siquiera son personas”), pero es que a su propio lugarteniente (un nazi malísimo y que, además, disfruta siéndolo: golpea brutalmente al niño judío amigo de Bruno, coquetea con la hermana de 12 años de éste y mata a palos al pobre judío al que explotan como esclavo), del que demuestra ignorar incluso su nombre de pila, no duda en denunciarlo tras averiguar que el padre de éste, intelectual y poco adicto al Reich, prefirió exiliarse antes de vivir bajo el yugo de Hitler. Joder, ¡qué canallas son todos estos tipejos!, ¡se merecen mil veces todo lo malo que les pueda venir!.
Pero no me malinterpretéis: cada cierto tiempo, es necesario que surjan manifestaciones de todo tipo que recuerden a la gente la barbarie que Adolf Hitler y los de su calaña cometieron, con el fin de que, a través de la revisión del pasado, se evite que tales atrocidades puedan volver a cometerse en el futuro. “La Lista de Schindler” y “La vida es bella” desempeñaron esta función hace unos años, y ahora le toca el turno a “El niño con el pijama de rayas”, y creo, sinceramente, que un film como el que nos ocupa debería ser de obligada visión en los colegios. Otra cosa es que la película en sí misma despliegue mejor o peor su armamento cinematográfico. Como he dicho antes, el guión no puede ser más manipulador y tendencioso, si bien es de agradecer que sus responsables hayan tenido el valor de desarrollarlo hasta sus últimas consecuencias. La dirección a cargo de Mark Herman (del que sólo he visto una película anterior, la simpática “Tocando el viento”) parece que intenta ser, paradójicamente, pulcra y aséptica, y, así, los momentos más duros no se visualizan directamente, sino que tan sólo conocemos sus consecuencias (de la cremación de los judíos únicamente vemos el humo que vomitan las chimeneas del campo; de la muerte del pobre Pavel, el médico reciclado en criado que cura la rodilla del niño protagonista, sólo percibimos el terrible sonido de los golpes; el dramático destino del desdichado Bruno apenas podemos intuirlo o verlo reflejado en los rostros de su familia, pues el plano final del film no muestra otra cosa que los “pijamas” de rayas de los prisioneros judíos, uniforme masificador durante su esclavitud y del que incluso deben despojarse en el momento de su muerte). La música del gran James Horner no es nada del otro mundo, si bien al menos logra no volver a plagiarse a sí mismo repitiendo por enésima vez las mismas melodías de “Braveheart” y “Titanic”. Y en el terreno actoral sólo cabe mencionar a la excelente Vera Farmiga, que ya me encantó en “Infiltrados”, al frío y antipático David Thewlis (el “ogro” del cuento) y al pequeño Asa Butterfield, que interpreta a Bruno y que parece haber sido clonado a partir de Joe Breen, el niño de “Las cenizas de Angela”, versión Alan Parker.
Acabo este comentario con una vuelta de tuerca sobre una conocidísima frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Si una película como ésta, con todos sus defectos, consigue mantener viva la memoria de la tragedia más horrorosa acaecida jamás en Europa y probablemente en el mundo entero, si, mostrando de nuevo aquella monstruosidad, se consigue que algo así jamás vuelva a repetirse, “El niño con el pijama de rayas” habrá merecido la pena.
Luis Campoy
Lo mejor: la valentía del durísimo final, la madre interpretada por Vera Farmiga
Lo peor: el maniqueísmo, la artificiosidad de algunas situaciones argumentales
El cruce: “La lista de Schindler” + “La vida es bella” + “Hair”
Calificación: 7 (sobre 10)
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